Los Keneddy: Primeras disposiciones
El Comando revolucionario, que forman los tres Kennedy, resuelve que Don Pedro Otaño se entreviste con el Jefe de Policía y le de el domicilio por cárcel.
Destaca guardias para custodiar los bancos.
Recomienda, bajo penas severísimas, prudencia y respeto para toda la población.
Requisa las armas.
Interviene Correos, Telégrafos y Teléfonos.
Imprime un bando y una proclama.
Entonces, tomadas las medidas que aconseja el patriotismo, Eduardo Kennedy establece comunicación con Concordia. Debe pedir instrucciones al Comando General. El entrerriano vibra. No puede con sus alas. Necesita comunicar el triunfo. El pantallazo de plomo se llevó la obsesión. La muerte ha pasado cerca, que renacieron. Son niños. Sus caballos apuntan al Sur y piden rienda.
Y reciben el primer golpe; Concordia está tranquila.
Enseguida interceptan despachos de Goya y Curuzú-Cuatiá. Estas Jefaturas militares alarmadas, piden refuerzos.
En todos los puntos, excepto “La Paz” el intento revolucionario ha fracasado.
Los Kennedy y sus compañeros de heroísmo están solos. Hoguera en medio del campo dormido. Los montes se desperezan y les aguardan. Un mar aceite de aceite rodea sus voluntades afiladas como proas. Las alas caen, se pegan en el orden. Pesan. Ahora son catorce entrerrianos locos que una noche serena salieron a redimir la patria.
Están fuera de la ley. También la nación está fuera de la ley.
Quedan en buena compañía.
Permanecen enteros. Sufren en la sangre y en la idea, en la raíz patricia y en la floración democrática; por el rudo esfuerzo quemado, por la esperanza que se rompe entre las manos alucinadas y porque saben que los pueblos se acostumbran a renunciar a sus derechos.
Están perdidos; pero no se arrepienten. Volverían a empezar. Caiga sobre ese grupo de hombres honrados el baldón de la dictadura. Infámeles la prensa complaciente. Resulten gauchos asesinos, bandoleros. No importa. Por la patria y su honor volverán a empezar.