Los Keneddy: Tiradores admirables
Su maestría en el manejo de las armas es proverbial.
Cuando “Los Algarrobos” de fiesta, reciben la visita del Contraalmirante Hermelo y su Estado Mayor, los Kennedy empuñan los revólveres y maravillan a sus huéspedes. Eduardo parte cerillas a balazos. Roberto sostiene en la mano una caja de fósforos que Mario hace volar tiro a tiro. Después, desde veinte pasos, Roberto dispara y su hermano menor soporta el fuego.
Más de una vez representan a Entre Ríos en los grandes torneos nacionales. Tienen ojo de águila y pulso de piedra. Primero cazan al yacaré en las lagunas inmóviles. Descuelgan el halcón quieto en la altura. Tronchan aquella flor de la barranca. El plomo es la continuación de su índice.
Después improvisan. Hacen la mano. Tiran sin perder segundo, desde cualquier posición, de día o de noche guiador por el relámpago de unas pupilas o el débil ruido de las armas. Así detienen el pájaro en el vuelo y al tigre en el salto.
El que ataque a los Kennedy, es hombre muerto. Está escrito.
Viven en una de las provincias más bravías del país. Han tenido que chocar muchas veces con entrerrianos altaneros. Fueron atacados cuchillo y poncho al frente, y los Kennedy, agredidos en defensa propia, con derecho, jamás hicieron fuego contra nadie. Cuando fue preciso, desarmaron al agresor, usando la buena fuerza que Dios puso en sus zarpas. Y nada más.
Están limpios de sangre.
El ataque a la Jefatura de “La Paz” fue su bautismo de fuego. Ya hemos visto la tranquilidad de esos varones. Cazan en un día de viento. La muerte agita las cañas que esa noche tienen penachos rojos. Después se les echa encima. Salta. Hace temblar el suelo. Araña los muros. Se rompe los colmillos en las piedras. Los Kennedy calmosos, apuntan a las lenguas de fuego. Quedan mudos los máusers. Siguen cazando el yacaré en las lagunas inmóviles.
No temieron morir en las astas de un toro o en la ventosa de un remolino. Desafiaron esa noche tan obscura! Y el “boyero” anuncia la llegada del amanecer nacional.