Leyenda de Al-hamar: Libro de las nieves

Libro de las Nieves de la Leyenda de Al-hamar (en Granada. Poema oriental)
de José Zorrilla

Libro quinto: el libro de las Nieves

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Inspiración

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No hay mas que un solo Dios. El solo es grande,
Solo infinito, omnipotente solo.
Nada hay que para ser no le demande
Licencia: él pesa la virtud y él dolo,
Y el premio envia ó el azote blande.
Todo lo oye y lo vé de uno á otro polo,
Y cosa no hay por elevada ú honda
Que á su mirada universal se esconda.

No hay mas que un solo Dios, cuya crëencia
Luz es y salvacion: do quier la marca
Brilla de su poder y de su ciencia.
Diso solo es triunfador; solo monarca
Del universo es El: su omnipotencia
con ley universal todo lo abarca;
Su presencia inmortal todo lo inunda,
Todo lo vivifica y lo fecunda.

El los mundos arregla ó desordena
Segun su escelsa voluntad divina:
El al tiempo dirige: él encadena
Los elementos á sus piés: domina
El huracán: tras el nublado truena:
Luce á través del alba purpurina:
Entapiza con nieve las montañas,
Y abrasa con volcanes sus entrañas.

El murmullo del agua, el són del viento,
El susurro del bosque estremecido
Por sus inquietas ráfagas, el lento
Arullo de la tórtola, el graznido
Del cuervo vagabundo, todo acento
Por ave, fiera ó éco producido,
El nombre santo de su Dios pronuncia,
Su gloria canta, su poder anuncia.

El los errantes astros encamina:
El azula la atmósfera serena:
El crea y él destruye, alza y arruina:
El, infalible juez, salva y condena:
El solo ni envejece, ni declina:
El solo el hueco de los mundos llena:
El orbe encima de su palma cabe:
Solo él no yerra nunca: solo él sabe.

No hay mas que un solo Dios. Los que le niegan
Con altivez blasfema, palidecen
Cuando al umbral de su sepulcro llegan:
Los que en su ciencia ruin se ensoberbecen
Y de él se mofan, al morir le ruegan.
Por él existen y por él perecen
Todos. No hay mas que un Dios. Ante su nombre
¿Qué es el orgullo y el saber del hombre?

Siglo, que audáz el de la luz te llamas
Y por miles de plumas y de bocas
El manantial de tu saber derramas:
Siglo de ciencia, que el error derrocas,
la virtud premias y el ingenio inflamas:
Siglo, que dices que á la cumbre tocas
De la dicha, que el mundo civilizas
Y tu raza de sabios divinizas:

Siglo de prensas y de bolsa y ágio,
Que, en carros de vapor, hasta la luna
Intentas difundir el gran contágio
De la ciencia, y parar á la fortuna
Con tus empresas mil… ¡siglo de plágio
Que, en solos nueve lustros, en sí aduna
Mas maestros, artistas y doctores
Que hubo en ciento estudiantes y lectores!…

¿De dónde vienen los que nacen? ¿Dónde
Ván los que mueren? ¿Dónde, en qué lejano
Lugar se acuesta el sol? ¿En cuál se esconde
La luna de su luz? ¿Cuál es la mano
Que les guia á los dos? Habla, responde,
Orgullo necio del saber humano,
Hojéa el libro de tu ciencia osada:
¿Qué es lo que sabes de tu orígen? —Nada.

No hay mas que un solo Dios, que nada ignora:
El conoce las puertas de la tierra;
Abre las de la cuna y de la aurora:
Las de la noche y de la tumba cierra.
Más allá de las dos él solo mora,
El solo sabe lo que allá enierra;
De allá viene, allá va quien nace y muere.
¿Porqué? Su voluntad así lo quiere.

Mas detente ¡oh Espíritu divino!
¡Oh Arcángel de la Fé! Tú, cuyo paso
Buscando un dia al corazon camino
Ahogó á las Musas y aplanó el Parnaso:
Unico fuego que del cielo vino,
Calma tu inspracion en que me abraso:
No ensayes en el arpa del poeta
Los cantos del salterio del Profeta.

Mi limitada comprension humana,
Mi ruda voz y tosca poesía
Eleve, sí, tu inspiracion cristiana
Y dignas sean de la patria mia.
Enaltece mi ingénio, porque ufana
Pueda hijo suyo apellidarme un dia,
Y de mi nombre, si al olvido vence,
La tierra en que nací no se avergüence.

Mas dejemos al siglo ir desbocado
De los pasados siglos tras la herencia,
En el carro del oro arrellanado,
o suspendido en alas de la ciencia.
Dejémosle seguir la ley del hado
Segun su voluntad ó su concienca,
Sin que perturbe su insensata orgía
El himno audáz de la crëencia mia.

Tiéndeme, pues, tus alas de zafiros,
Y lejos de él transpórteme tu vuelo
Donde sus carcajadas y suspiros
No desgarren del aire el puro velo.
De él á través con luminosos giros
Alzame andonde, con eterno hielo
Cubriendo su cerviz, Sierra-Nevada
Salutíferas áuras da á Granada.

Llévame á os recónditos asilos
De aquellas misteriosas soledades,
Cuyos mónstruos de nieve ven tranquilos
Nacer y perecer razas y edades.
Muéstrame las cavernas y los silos
Donde ván á dormir las tempestades,
Por cima del peñon desconocido
En que suspende el águila su nido.

Del Supremo Hacedor la sábia mano
No creó sin destino esos lugares
Inaccesibles al orgullo humano:
Ni, envueltos en sus mantos seculares
De nieve espían sin cesar en vano
Esos gigantes blancos tierra y mares.
Subamos, pues, sobre las áuras leves
Al misterioso alcázar de las nieves.

La carrera: II.

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En las desiertas cumbres que la sierra
A las legiones de la luz levanta,
Paso al cielo tal vez desde la tierra:
Allí, donde árbol, animal, ni planta,
Ni vegeta, ni vaga, ni se encierra
Bajo la eterna nieve, y se quebranta
Cuanto vida ó calor toma del suelo
Al peso de una atmósfera de hielo,

Se abre por las montañas un camino,
Mas bien un tajo, que sus breñas parte
Como una faja de planchado lino,
El cual dirige al colosal baluarte
De la nieve. Jamás tan peregrino
Sendero supo fabricar el arte,
Ni inspirarle á la mente mas risueño
Maga oriental en hechizado sueño.

A ambas orillas de su senda blanca
Labra caprichos mil el aire helado,
Que el ámpo trae que el remolino arranca
Dejándole do quier cristalizado.
La agua congela y el vapor estanca
Y cincela sutíl filigranado
Del hielo en el cristal, cuyas labores
Descomponen la luz en mil colores.

Mas como sus espléndidos reflejos
De la nieve se estrellan en la alfombra,
Y en el mate cristal de sus espejos
Mata al color la blanquecina sombra,
Todo es blanco do quiera, cerca y lejos:
Todo el pais descolorido asombra
Con su igualdad la vista: blanco el suelo,
Blanco el espacio puro, blanco el cielo.

Y allá del peñascal en la estrechura,
Por el lugar do empieza este sendero
A blanquear en el fin de la llanur,
Comienza á negrëar bulto ligero.
Crece… se aclara como va la altura
Ganando. Es un mortal: un caballero
Moro: y, conforme lo velóz que sube,
Parto fué su corcel de alguna nube.

El ámpo de la nieve no desflora
Con el herrado casco en su carrera,
Y, al ver la forma aérea y voladora
De ginete y corcel, se les tuviera
Mejor por ilusión fascinadora
Que por seres de vida verdadera:
Pues ¿quién sino fantásticas visiones
Osaran aribar á estas regiones?

Mas ¿quién bajo los pliegues ve espumosos
Del mullido tapiz de copos leves?
¿Quién conoce los seres vaporosos,
Que la region habitan de las nieves?
¿Quién sabe qué destinos misteriosos
Les dió aquel que, con dos palabras breves
Cuando hizo el orbe, al hielo cristalino
Del sol su destructor puso vecino?

El solo, Dios. Recóndito misterio
Envuelve loscontornos liminares
De aquel helado y silencioso imperio
Escondido entre rocas seculares.
Solo él ve lo que encierra este emisferio,
Por entre cuyos blancos valladares
La árdua ascension al último acomete,
Cual suelta nube, el Arabe ginete.

De peñon en peñon, de risco en risco,
El tortuoso camino va siguiendo
Sobre su negro potro berberisco,
Y á los nublados bajo sí va viendo
Fermentar en sus vientes el pedrisco
De invisibles torrentes al estruendo,
Y segun sube hácia la azúl esfera
Va aflojando el caballo su carrera.

¿Quién es? — Vuela perdido en la distancia:
Su forma e vaga sombra todavía.
¿Dó va? — ¿Y quién su poder ó su arrogancia
Sabe? Tal vez á la mansion del dia.
Genio, tal vez allí tiene su estancia:
Mortal, de un filtro acaso se valdria;
Mas ya trepa al confin: ya poco á poco
Modera su corcel su ímpetu loco.

Ya
Se
Ve
Que
Dando
Se va,
Mas blando
Al freno.

Ya no bota
De ira lleno,
Ni va ageno
De derrota
Desbocado,
Como mata
Que arrebata
Desbordado
Rapidísimo
Turbion.

Ya se dilata
Su fáuce henchida
De comprimida
Respiracion,
Y, violento,
Lanza el aliento
Que le sofoca
De su pulmon,
Con resoplido
De dolorido
Cóncavo són.

Doble columna gruesa
De fatigoso aliento,
Que hace vapor el viento
Sutil de esta region,
Cual humareda espesa,
Por la nariz opresa
Vierte tras sí en la atmósfera
El árabe bridon.

Ya deja la boca herida
Mas libre al bocado obrar,
Y más siente ya la brida
Que pudo el señor cobrar.

Ya el vértigo loco cediendo
Que ciego siguió á su pesar,
Va su ímpetu fiero perdiendo
Y empieza cansancio á mostrar.

Ya su rápido escape acortando
Detenerse pretende quizá:
Ya se templa, é igual galopando
Va en un aire pacífico ya.

Y aunque de espuma y de sudor blanquea,
Relincha audáz é inquieto cabecea;
Y aunque jadeando de fatiga está,
Aun piafa y se encabrita y escacea,
Y los hijares con la cola airea,
Y corvos saltos de costado da.

Ya cambia: ya el trote medido levanta,
Y, el cuello engallado, segura la planta,
Altivo en la sombra mirándose va.

Ya lenta y suavemente su dueño le refrena:
Se acorta: ya en el paso su marcha va serena,
Recógele: obedece: paró. ¡Loado Aláh!

¡Vertiginoso vuelo! ¡fantástica carrera!
Más rápido su impulso que el de las nubes era:
Caballo y caballero volaban á la par
En alas de un nublado. La alondra mas ligera,
Ni el águila mas ráuda, pujante y altanera,
Pudieron un instante su rapidez tomar.

Al fin cesó. — Las bridas en el arzon dejando,
Los miembros estendiendo, con ánsia respirando,
Repúsose el ginete sobre la silla al fin:
Y asborto las miradas en derredor tendiendo,
Se haló de estensas nieves en un desierto horrendo,
Océano de hielo sin costa, ni confin.

¡Ni flor, ni fiera, ni ave por la region estraña
Do se contempla aislado! — Solo hay una montaña
Que gruta cristalina taladra por el pié.
¿Y un mar y un paraíso, que ha visto el caballero,
De espíritus y genios poblados? ¿Y el sendero
Por do hasta allí ha subido? — Delirio, sueño fué.

Sobre la nieve intacta ni rastro ve ni huella,
Ni marca de camino en rededor sobre ella;
Todo es una esplanada inmensa, sola, igual.
No hay mas que nieve. Es blanca la claridad del cielo:
Blanco el espacio: blanca la inmensidad del suelo:
Los horizontes blancos. ¿Qué busca allí un mortal?

¿Adónde esta comarca estéril y desierta
Da paso? ¿De qué silos recónditos es puerta
Su misteriosa gruta? ¿qué mano la labró?
Tal vez en ella moran espíritus dañinos
Que á los mortales odian, y los fatales sinos
En dirigir se ocupan del que mortal nació.

Tal vez es la risueña y espléndida morada
De alguna dolorida y encantadora fada,
Que el vano amor lamenta que puso en un mortal.
Tal vez es la bajada del reino del olvido,
Adonde caen las almas despues de haber salido
De la penosa cárcel del cuerpo terrenal.

¿Quién sabe? El caballero al pié de la montaña
Ante esta gruta, que ornan de arquitectura estraña
Labores y arabescos de nácar y cristal,
Permanecia inmóvil: cuando hé aquí que el éco,
Hendiendo sonoroso su embovedado hueco,
Le trajo estas palabras en canto celestial.

«Ilustre y venturoso
Caudillo Nazarita,
La gloria y el reposo
Te aguardan á la par.
Tu mente, que no alcanza
Misterio tal, se agita
Dudosa en vano. —Avanza,
Avanza, ¡oh Al-hamar!»

Es Al-hamar: el noble monarca granadino.
Es él, que arrebatado sobre las áuras vino
A dar en esta helada é incógnita region.
Es Al-hamar: su nombre retumba por el hondo
Cóncavo de la gruta, cuyo vacío fondo
Repite de su canto el fugitivo són.

A este éco, en la sonora profundidad perdido,
Cual de invisible fuerza magnética impelido
El árabe caballo feróz se encabritó.
Asir quiso el ginete las bridas, mas fué tarde:
Piafando y relinchando con orgulloso alarde
Por la sonora gruta el palafren entró.

Alcázar de Azäel

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Lanzóse el bruto indómito,
Con arrogante empeño
Luchando con su dueño,
Que cede á su vigor,
Por bajo de una bóveda
De fábrica divina,
Tan pura y cristalina,
De tan sutíl labor,

Que su techumbre cóncava
De transparente hielo
La claridad del cielo
Deja a través gozar,
Y, en un inmenso pórtico
De regia arquitectura,
Mas diáfana y mas pura
La viene á derramar.

Mas ¿qué mirada humana
A penetrar se atreve
En esta soberana
Morada celestial?
¿Qué mano alza profana
El pabellon de nieve,
Que los misterios debe
Velar de un inmortal?

El techo, almohadillado
Con planchas de diamantes,
La lumbre en mil cambiantes
Del sol vierte á trasluz,
Y el suelo, trabajado
Sobre cristal de roca,
Su brillantez provoca
Volviéndole su luz.

Los límpidos pilares,
Do asienta la segura
Soberbia arquitectura
Su peso colosal,
En torn, transparentes,
Reflejan á millares
Los círculos lucientes
Del Iris celestial.

Y de este centelleante
Alcázar encantado,
Que en hielo está labrado
Y entre la nieve está,
Al interior radiante,
Do alguna maga habita,
El noble Nazarita
Adelantando va.

Del luminoso pórtico
Del diáfano edificio
Apena el frontispicio
Magnífico pasó,
Entró bajo una espléndida
Colgada galería,
Que á un patio conducia
Que á su remate vió.

El firme pavimento
Retiembla estremecido
Bajo el galope unido
De su véloz corcel,
Su paso y movimiento
El éco prolongado
Del hueco artesonado
Marcando detrás de él.

De aquella galería
Cruzó la luenga arcada:
Pasó de otra portada
Por bajo el arco: entró
Al patio, que véia
De lejos, y el ardiente
Caballo de repente
Plantóse y relinchó.

Cual la espiral flotante
Del humo que despide
Pebete en que fragante
Perfume ardiendo está,
Y ráfaga perdida
Por bajo la divide,
Y la mitad partida
Leve á la altura va:

Poder así invisible
En paso imperceptible
Caballo y caballero,
Sin fuerza separó;
Y el bruto cual ligero
Vapor desvanecido,
De él libre y dividido
El príncipe se vió.

Miró Al-hamar en torno
Y, al contmplar de cerca
La fábrica y adorno
Del patio de cristal
Hech, ó tallado en hielo,
Halló que era un modelo
Del patio de la alberca
De su palacio real.

Aquel es el arranque
De su alta torre: aquellos
Los ajimeces bellos
Que sobre el patio dan:
Aquel es el estanque:
Los arrayanes estos
Que, por su mano puestos,
En su redor estan.

Aquellos los pilares
Del corredor: aquellas
Las bóvedas de estrellas
De cedro y de marfil;
La estancia de Comares
Aquella, do su mágia
Dejó la comarájia
En su labor sutíl.

Los ricos tiene en frente
Calados pabellones
Del patio de leones,
Con su oriental jardin:
Y allí está el mar bullente,
Que al Hierosolimita
De salomon imita;
Es otra Alhambra en fin.

Es otra Alhambra, pero
Mas que la Granadina
Hermosa; una divina
Alhambra celestial.
Alcázar hechicero,
Labrado con vivientes
Materias transparentes
De gérmen inmortal.

Los muros trabajados
Con ricos arabescos
Y flores y estucados
Prodigios del cincel,
Los gabinetes frescos
Que adornan escrituras
Divinas, miniaturas
Del oriental pincel,

Son obra misteriosa
De soberano artista,
Que ni en humana vista
Cabrá, ni en comprension:
Y aquellos tan macizos
Muros, y quebradizos
Calados de su hermosa
Y aérea mansion,

en su materia mística
Encierran una esencia,
Que infunde una ecsistencia
A su insondable sér:
Y toda aquella fábrica
Tan pura y transparente
Es creacion viviente
De incógnito poder.

Mirábala embebido
El Nazarita príncipe
Cuando llegó á su oido
La deliciosa voz,
Que oyó de la caverna
En la estesion interna
Sonar, cuando detúvose
Su palafren velóz.

Y la escondida música,
Que en torno de él resuena
De júbilo le llena,
Le embriaga el corazon,
Y la palabra mística
De aquel cantar de gloria
Le trae á la memoria
Antigua aparicion.

Dibújase en su mente
Un valle de Granada
Con una fresca fuente
De lánguido rumor,
En una perfumada
Noche, sin nube alguna
El cielo, de la luna
Plateada al resplandor.

Y cuanto mas escucha
Su armónico concierto,
Un rumbo va mas cierto
Tomando el corazon,
Triunfante de la lucha
Con la ilusion pasada
Del valle de Granada,
Al comprender su són.

— «Salud ¡oh Nazarita!
Bien llegues á las nieblas
Cuya region habita
Tu genio protector.
Ha visto en las tinieblas
Resplandecer tus ojo:
Te conoció, y de hinojos
Dió gracias al Señor.

«Su vista rutilante,
Que el universo abarca,
Posada en tu semblante
Desde la cuna está,
Y el dedo omnipotente
Sobre tu noble frente
Grabó la régia marca,
Que á conocer te da.

«Naciste favorito
Del genio y de la gloria;
Tu nombre fué victoria,
Tu voluntad ley fué.
Tu tiempo es infinito,
Profundas son tus huellas,
Propicias las estrellas
Son á Nazar: tén fé.

«Avanza, Nazarita;
Radiante aquí tu estrella
Con viva luz destella,
Aquí en tu Alhambra estás:
Aquí mana infinita
La fuente del consuelo.
Avanza, aquí del cielo
Mas cerca reinarás.»

De la celeste música
La letra así decia,
Y, atento á su armonía,
El príncipe Al-hamar
Permanecia atónito
Sin voz ni movimiento,
En dulce arrobamiento
Gozando sin cesar.

El agua, de que llena
La alberca está, ondulante
Refleja cada instante
Mas varios resplandor,
Cual si una luz serena
Bajo la linfa clara
Recóndita radiara
Con trémulo fulgor.

Debajo de su planta
Percibe que el divino
Concierto se levanta,
Del manantial detrás,
Y al borde cristalino
De la colmada alberca,
Que está á sus piés, se acerca
Cada momento más.

Y hé aquí que en este punto
Del fondo transparente
Del agua donde siente
La música sonar,
De un sér resplandeciente
El rostro, que ilumina
La linfa cristalina,
Se comenzó á elevar.

Tocó en el ház del agua
Su cabellera blonda:
Quebró la frágil onda
Su frente virginal:
Dejó el agua mil hebras
Entre sus rizos rotas,
Y á unirse volvió en gotas
Al limpio manantial.

Aéreo, puro, leve,
Cual nube vaporosa
Que mansa el áura mueve
Y transparenta el sol,
Ciñendo de oro y rosa
Flotante vestidura,
Como el del alba pura
Suavísimo arrebol:

La paz en el semblante,
La gloria en la sonrisa,
Apareció radiante
El ángel Azäel;
Y sus mortales ojos
Fijando en la improvisa
Aparicion, de hinojos
Cayó Al-hamar ante él.

Del agua se alzó fuera
Y, al esparcir el viento
Su blonda cabellera,
El aire perfumó:
Dejó escapar su aliento,
Y cuanto allí ecsistia
Su aliento de ambrosía
Con ánsia respiró.

Del suelo á la techumbre
El místico palacio
Reverberó la lumbre
De su divina fáz,
Cuya fulgente aureola
Purpúrea tornasola
El aire del espacio
Y de las aguas la ház.

Y hé aquí que su alba mano
El ángel estendiendo
Y alzando y atrayendo
Al príncipe hácia sí,
Con plácida sonrisa
Y acento soberano,
Que armonizó la brisa
Fragante, hablóle así:

«Yo visité en un sueño
Tu espíritu en la tierra,
Mostrándet halagüeño
Tu porvenir en él.
Tesoros te dí y gloria,
Tu esclava hice á la guerra,
Grabando en tu memoria
La imágen de Azäel.

«Iluminé tu ciencia,
Colmé de sábios planes
Tu humana inteligencia
Y al logro te ayudé.
Cual tu ambicion lo quiso
Cumpliendo tus afanes,
Terreno paraíso
Tu rico imperio fué.

«Yo inoculé en tu alma
El gérmen de la duda
Para turbar la calma
De tu creenca vil:
Para que espuela fuera
Con cuya lenta ayuda
A la verdad se abriera
Tu corazon gentil.

«Brotar hice en tu suelo
Para calmar tus penas
Las aguas del consuelo,
Que á coocer te dí:
Mas de tristeza llenas
Cien noches has pasado,
Y al agua no has llegado
Cuyo raudal te abri.

«Al verte victorioso,
Temido y opulento,
Tu corazon atento
Solo á la tierra fué.
Dudaste, mas dudando
No osaste perezoso
El rostro á mí tornando
Poner en mí tu fé.

«Y hácia el fatal destino
A que traidora guia
La falsa fé, te via
Adelantar Luzbel:
Y el fin de tu camino
Mostrándome decia:
Caer era su sino:
Le pierdes, Azäel.

«Lloraba yo abismado
En mi amargura, viendo
Mi afán tan malogrado,
Tan sin valor mi fé:
Y, en mi pesar y enojo
Postrer esfuerzo haciendo,
Con temerario arrojo
Entre ambos me lancé.

«Luchamos: el Eterno,
De mi dolor movido,
Caer dejó en su oido
Su nombre y dió á mis piés.
Sumile en el infierno:
Y en alas de un nublado
Te traje arrebatado
Adonde en paz te vés.

«Los pérfidos espíritus,
Que en pós de tí traias
Las vanas fantasías
De tu crëencia ruin
Mostrábante. ¡Quiméricos
Esfuerzos! ¡Sueños breves!
Ahullando, de mis nieves
Se quedan al confin.

«Mas ¡ay! yo te conquisto
Los cielos… y ¡cuán caro
Me cuesta á mí el amparo
Que liberal te doy!
Dos siglos há que ecsisto
Aquí, espiando un yerro,
Y añado á mi destierro
Uno, por tí, mas hoy.

«A condicion tan dura
Tu salvacion compraba,
Nazar; mas yo te amaba
Tanto que la acepté;
No supe resignarme
A arrebatar dejarme
Tan noble criatura,
Y tu alma rescaté.

«¡Oh! juzga bien en cuánto
Me es cara tu alma buena,
Cuando á mi larga pena
Cien soles añadí
Por ella. Ahora el santo
Fallo, inmutable, estremo,
Oye que el Juez Supremo
Fulmina contra tí.

«Hoy mismo, en apariencia,
Perecerá á las manos
De incógnita dolencia
Tu cuerpo terrenal:
Mas junto á mí ecsistencia
Tendrás, hasta que ufanos
Habiten los cristianos
Tu alcázar oriental.

«Yo les haré á Granada
Cercar como un enjambre:
Con ellos vendrá el hambre,
La muerte y el baldon:
Y talarán tus tierras,
Y en sanguinarias guerras
Tu raza aniquilada
Serán sin compasion.

«Tú lo verás: estrella
Fatal para tu gente,
Tú verterás sobre ella
Roja, siniestra luz:
Y lidiarás conmigo
En pró del enemigo,
Sobre el pendon de oriente
Hasta clavar la Cruz.

«Ahogado el Islamismo
Y desbandada y rota
Tu raza, gota á gota
Su sangre en tí caerá:
Su sangre es tu bautismo,
Y este de afán y duelos
Misterio, de los cielos
Las puertas te abrirá.

«No hay mas que un Dios. Justicia
En él no más se encierra.
Tu empresa fué en la tierra.
Dios solo es vencedor:
Por eso te es propicia:
Mas nadie entra en su gloria
Sin pena espiatoria
Hasta del leve error.

«Tal es nuestra sentencia:
Tal es el purgatorio
Que la alta Providencia
Nos señaló á los dos.
Obra de nuestras manos,
En dón propiciatorio
Se han de ofrecer, cristianos,
Un rey y un pueblo á Dios.

«Tú el Rey: el pueblo el tuyo.
Tan solo dignamente
Así me restituyo
Al cielo, que dejé.
Apróntate obediente
A dividir conmigo
La gloria y el castigo
Que para tí acepté.

«¡Sús, pues, oh Nazarita!
De Dios al pié del trono,
Rogándole en tu abono,
Le respondí de tí.
¡Sús, pues! á la bendita
Empresa apresta el brio;
Mortal, te hice igual mio;
Sé digno tú de mí.»

Dijo Azäel: estático
A su divino acento,
Embebecido, atento,
Estúvose Al-hamar:
Cedió su noble espíritu
Al celestial destino,
Y se empezó el divino
Misterio á efectüar.

«Mira,» le dijo entónces
El ángel desterrado:
Y (hácia el lugar tornado
Que el ángel señaló)
El muro en dos partido,
Sobre invisibles gonces
Girando dividido,
El Nazarita vió.

Se abrió sobre un espejo
En cuyo misterioso
Cristal, con el reflejo
De un matinal albor,
Se alumbra una campiña,
Que Mayo lujurioso
Con su fecundo aliña
Primaveral verdor.

Una ciudad, fundada
Al pié de ua alta sierra,
Domina aquella tierra
Por donde arroyos mil
Serpéan: es Granada,
Su vega, sus alturas
Y las corrientes puras
De Darro y de Genil.

Espléndida cohorte
De Moros atraviesa
Por su alameda espesa
Llevando un atahud,
Y á la muralla corva
De la morisca corte
Se agolpa á verles torva
Callada multitud.

Llegáronse á la puerta
De Elvira aquellos fieles
Muslimes; allí abierta
La turba les dejó
Paso, y subiendo á espacio
La cuesta de Gomeles,
Entrada en el palacio
Bib-el-Leujar les dió.

La multitud atenta
Y silenciosa iba
En pós su marcha lenta
Siguiendo: y, al tocar
La puerta judiciaria,
La triste comitiva
Parose voluntaria
Dejándose cercar.

Entónces elevando
El atahud en hombros
Los que le van llevando,
Y puesto junto á él
Un Alfakí, inspirando
Do quier pavor y asombros,
«¡Llorad! —(dijo, él llorando)
«Con lágrimas de hiél.
«¡Llorad toda la vida,
«¡Oh huérfanos Muslimes!
«¡La flor de los alimes,
«La palma de Nazar,
«La gloria del Oriente,
«Cayó del rayo herida!
«¡Llorad eternamente,
«Llorad sobre Al-hamar!»

Así con ronco acento
El alfakí clamando,
Del atahud alzando
El paño funeral,
Al pueblo los despojos
Del rey mostró; y al viento
El pueblo, al caer de hinojos,
Dió un ¡ay! universal.

A este éco de agonía,
Que atravesó perdido
El aire hasta su oido,
Se estremeció Al-hamar.
Quitóse del espejo
Do escena tal veía,
Y se tornó el reflejo
Del vidrio á disipar.

«¡Ea!» — Azäel le dijo.
«Monarca de la tierra,
«El atahud encierra
«Tu polvo terrenal;
«Mas, de los cielos hijo,
«Del atahud te exhalas.
«Desplega, pues, tus alas,
«Espíritu inmortal.»

Entónces el rey árabe
Sintióse aéreo, leve,
Cual luz que el aire mueve,
Cual nube que va en él.
Solo era ya un espíritu,
Una vision ligera,
Un alma compañera
Del angel Azäel.

El silencioso vuelo
Ambos á dos alzando,
En el azul del cielo
Perdiéronse los dos;
Y, entre sus áureas leves
Su rastro abandonando,
El libro de las nieves
Concluye. ¡Gloria á Dios!