Las esmeraldas/Capítulo VI
Capítulo VI
Transcurrido iba un mes desde el empeño de las esmeraldas, y el conde no llevaba trazas de acudir, con sus propios recursos, a la solución del conflicto.
A creerle, sus asuntos estaban en vías fáciles de arreglo. Sólo faltaban algunos requisitos y trámites legales que no era posible acelerar: Certificaciones del Registro, escritos del notario, autorizaciones del juez... Los obstáculos curialescos de siempre.
Pero Leonor no debla sentir temores. ¡Cuando él lo afirmaba!... ¡Pronto se verían libres del usurero! ¡Pronto volvería el aderezo a la arquilla tradicional, donde campaba, sobre repujados primorosos, el escudo de los Neblijar!
Pasaron los días, y con los días, las semanas, sin hacerse realidades las promesas de Nuévalos. En cambio, Leonor, veía todas las tardes a don Agapito en la Castellana y el Retiro. También solía verle en el teatro, cosa que antes no ocurrió nunca.
¡Y que no era atrevido el hombre! En el paseo se la comía con sus redondos y amarillos ojos de búho. En el teatro clavaba los gemelos en ella insistente, insolentemente, haciéndole salir los colores al rostro. Hasta una vez, durante el breve tiempo que, obligado por una detención de la fila, se detuvo, junto al del prestamista, el carruaje de la aristócrata, se atrevió el gordinflón a dirigirle la palabra.
-Acaso algún día -murmuró-, pueda ser a usted útil. Si llega el momento, no dude en acudir a mí. Por usted, hermosísima Leonor, soy capaz de todo. No lo olvide.
Gracias a que la fila siguió su interrumpida marcha, no hizo añicos su sombrilla la dama en las narices del sujeto.