Las esmeraldas/Capítulo VII

Capítulo VII

Cuando refirió lo ocurrido a Fernando, éste se puso hecho una furia.

-¡Miren el canalla!... Si no fuera porque los tenía entre sus uñas, pagara, más altos que él solía llevarlos, los intereses de su arresto. Afortunadamente, pronto quedaría rescatada la joya. Entonces saldarían todas las cuentas juntas. No le iba a dejar sano un hueso.

Una tras otra, fueronse dos semanas, y siguió intacto el esqueleto de D. Agapito; no, según Fernando, por falta de ganas de rompérselo, porque un nuevo, imprevisto obstáculo, retrasaba la negociación de las fincas.

-En fin -decía Nuévalos-, ¡paciencia!, ¡un poquito más de paciencia! A seguida a librarnos de ese bandido y, tan a seguida, a romperle yo el alma.

Ni un momento, ni otro llegaron.

En cambio llegó una carta del duque de Neblijar, anunciando a su esposa el término feliz de las negociaciones que el Gobierno le confiara y, por consiguiente, su inmediato retorno a la Corte.

Como loca subió Leonor las escaleras de casa de su amante. A empujones le llevó hacia el interior del gabinete. Sin dar tiempo a preguntas, mesándose con ambas manos los cabellos, desplomándose contra el Galeoto diván, y golpeando con sus piececitos la piel de bisonte, repetía:

-¡Ahora eres tú, tú, quien tienes que salvarme!... ¡Alfonso viene! ¡Viene!... ¿Has oído? ¡Viene!... ¡Si sabe, si sospecha, no más que sospechar, estoy para siempre perdida!... ¡Sálvame, por Dios, sálvame!...

El conde cogió con sus manos las crispadas de Leonor, la atrajo dulcemente y, con amoroso ademán, con palabras, que dichas bajo eran más persuasivas, murmuró, cosquilleando con los pelos de su bigote la oreja de la hermosa:

-¡Vamos!... ¡Ten calma, criatura! ¡Domina los nervios!... No es la situación tan desesperada. Decir que ese hombre viene, no es decir que ha venido. Anuncia su vuelta. Del anuncio al arribo, siempre cuatro o cinco días transcurren. Durante ellos, mucho se puede hacer. Los imposibles haré yo. ¡Imagina! ¡Ea, desfrunce el entrecejo, sécate los ojos y hablemos razonablemente! ¿No tienes confianza en mí?

-La pregunta sobra.

-Entonces estudiemos con tranquilidad el conflicto. Tenemos cuatro o seis días por delante. De todas suertes, su llegada no nos cogerá de sorpresa. Un cablegrama ha de preceder a su viaje, anunciándolo. En el viaje se emplean cincuenta horas. Si antes, según espero, no está solucionado todo, se resolverá primero que esas horas terminen.

-¿Lo crees?

-Lo afirmo. Y suponiendo que llegara Noblijar, y el aderezo, por cualquier razón impensada, no estuviera en tus manos, es de suponer que tu esposo no registrará tu guardajoyas a seguida que desocupe las maletas.

-Nunca lo hizo; nunca me dirigió preguntas que con mis alhajas guardaran relación.

-¡Entonces!... Vete descuidada. En último término, siempre quedaría un recurso.

-¿Cuál?

-No nos será preciso. Huelga hablar de él, por consiguiente.