La vida de San Pedro Nolasco/Acto II

Acto I
La vida de San Pedro Nolasco
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

PIERRES en hábito de lego de la Merced, y un PEREGRINO.
PEREGRINO:

  Holgareme de saber
cosa tan nueva y estraña.

PIERRES:

¿Vos solo sois en España,
peregrino?

PEREGRINO:

Vine ayer
  de Marsella a Barcelona,
y como el hábito vi,
la novedad presumí.

PIERRES:

Es en mi humilde persona
  de menos autoridad,
pero en religiosos graves
veréis las cándidas aves
que pintó la Antigüedad
  al carro en que andar solía
la diosa de los amores,
que llevan llenas de flores
el de la reina María.

PEREGRINO:

  Algo desto en Francia oí.

PIERRES:

Pues aunque no estoy de espacio
os diré de aquí a palacio
cuanto ha pasado.

PEREGRINO:

¡Ay de mí!

PIERRES:

  Celebrado el Concilio sacrosanto
contra el hereje bárbaro Albigense,
a Pedro de Nolasco, varón santo,
de la parte de Francia Narbonense,
la hermosa Virgen, que él amaba tanto,
para que tanto amor le recompense,
cercada apareció de serafines,
como el Alba vestida de jazmines.
  Al rey don Jaime de Aragón, mancebo
de gloriosos principios, ya Raimundo,
el uno en armas Alejandro nuevo,
y el otro en santidad Pablo segundo,
con más rayos esplendidos que Febo
cuando sale del mar y ilustra el mundo,
se apareció también, y divididos
así llenó de gloria sus oídos.
  Fundad una religión
con hábito blanco y puro,
que sea defensa y muro
de la española nación;
de cautivos redención,
y de la Iglesia coluna
en esta adversa fortuna
del francés y el español.

PIERRES:

Con esto en hombros del Sol
se fue a su esfera la Luna.
  Volviendo el rey don Jaime a Barcelona
favorecido, alegre y admirado,
de las cortes que tuvo en Tarragona,
y el caso entre los tres comunicado,
con auspicio feliz de su Corona
al acto milagroso convocado
lo mejor de su reino, tuvo efeto
con luz divina el celestial conceto.
  Pintar la procesión y el aparato
real del Templo, aun no supiera Homero,
cuánto más mi ignorancia su retrato,
que a tantas plumas remitirle quiero.
El día pues, que fue tan dulce plato
asado en las parrillas un cordero,
un Laurencio español, sacro Levita,
esta alegre ciudad al cielo imita.
  Predica el gran Raimundo, bien notorio
es su ingenio divino, y por estenso
el milagro refiere al auditorio
atento al caso, y al favor suspenso.
Llegando de la Misa el Ofertorio,
el Obispo le dio con gozo inmenso
a Pedro, que mil lágrimas vertía,
el hábito del Alba de María.

PIERRES:

  Después de institüida la sagrada
religión de la Virgen contra infieles,
otra se instituyó, que con la espada
sus incursiones templará crüeles,
y de las barras de Aragón honrada
escudos a la fe siempre fieles,
y de la Iglesia titular encima
la blanca Cruz el pecho los anima.
  Después destos insignes caballeros,
y de otros sacerdotes se previno
Pedro de doce ilustres compañeros,
apostólico número divino.
Los fundamentos que le dio primeros
fueron en su palacio, peregrino
y santo celo, convertirle en Templo
de su real posteridad ejemplo.
  Las rentas, los derechos que este santo
Ezequías nos dio para sustento,
y redimir cautivos, cuyo llanto
piadoso escucha, y favorece atento,
es liberalidad que pone espanto,
y más para servicio y ornamento
reliquias, piedras, perlas, oro y plata,
con que todo se aumenta y se dilata.
  Ya no bastan las casas que ha fundado,
tantos le piden con humilde ruego
que los admita al hábito sagrado,
el cielo absorto y el infierno ciego.
En fin, entre los muchos que han tomado
estas ramas que veis, profeso lego
soy hombre docto en libros de cocina,
y vuestro esclavo soy, Virgin divina.

PEREGRINO:

  Pesar de mi mala suerte,
¿esto tenemos agora?,
¿qué me quiere esta Señora,
causa de mi eterna muerte?
  ¿Hasta cuándo ha de poner
sobre mi cerviz la planta?

PIERRES:

Oíros hablar me espanta,
moro debéis vos de ser.

PEREGRINO:

  Moro soy, pues donde moro
todo es noche y confusión,
no se admite redención
por ningún mortal tesoro.
  La luz del sol no gobierna
mis años, ni ley mis bríos,
tengo los cautivos míos
en una mazmorra eterna.
  Sola una vez romper vi
sus cerrojos y candados,
pero eran depositados,
que no cautivos por mí.
  Para darles libertad
aún no tiene Dios poder,
porque allí no importa ser
ni Merced, ni Santidad.
  El primero Redentor
que Pedro quiere imitar,
pudo aquellos rescatar
con diferente valor.
  Pero después en mi Argel,
y Constantinopla fiera
no hay precio, aunque Pedro muera
por los cautivos como él.

PIERRES:

  ¿Moro, y con ese vestido?
Espía sois.

PEREGRINO:

Siempre fui
espía.

PIERRES:

En venir aquí
se ve que sois atrevido.
  En este palacio entráis,
donde está el Rey de Aragón,
¿y de nuestra religión
y redención os quejáis?

PEREGRINO:

  El Rey, a quien me atreví,
por palacio tiene el cielo,
mirad si reyes del suelo
me pondrán temor a mí.
  En el cielo me hallé yo
cuando Dios, que en él reinaba
a los ángeles criaba,
y cuando al hombre crio
  en el Paraíso estuve,
y en el infierno me vi
cuando rescató de allí
los que por cautivos tuve.
  Mira tú si con razón,
viendo yo los que me quita
este Pedro, que ya imita
de Cristo la redención,
  pues que las almas rescata,
que tal vez niegan la fe,
con justo enojo estaré.

PIERRES:

¿Que vos sois la sierpe ingrata,
  en cuya frente María
puso la divina planta?

PEREGRINO:

No la nombres, porque es tanta
para eterna ofensa mía,
  su piedad con pecadores,
que no contenta en rigor
de haber dado un redentor,
instituye redentores.
  Juntáronse a redimir
el mundo, Tres en el cielo,
y otros tres hoy en el suelo
que tengo de perseguir.
  Jaime al Padre eterno imita,
Raimundo al Verbo que labra
con la divina palabra
el pecho del rey que incita,
  Pedro al Espíritu Santo,
pues tal espíritu tiene.
Pero ya a matarme viene
vestido el cándido manto.
  Pues yo le haré.

PIERRES:

¿Qué has de hacer,
si aún no sufres su presencia?

PEREGRINO:

Y a ti, si vas a Valencia,
te tengo de hacer poner
  en un calabozo escuro,
donde mil palos te den.

PIERRES:

No deseo yo más bien,
perro, eso mismo procuro.

PEREGRINO:

  Pero miradme a la cara.

PIERRES:

¿Tan buena la tenéis vos?

PEREGRINO:

No la hizo mejor Dios
cuando tuve luz tan clara.

(Vase.)
(Entra SAN PEDRO ya con el hábito.)
PEDRO:

  Ya, Señor, se llega el día
de la primer redención,
hoy de su injusta prisión,
hermosa Virgen María,
  habéis de ser puerta y llave,
y sol de su escuridad.

PIERRES:

Dele su Paternidad
la mano a fray Pierres.

PEDRO:

¿Sabe
  cómo vamos a Valencia?

PIERRES:

Oh cuánto, Padre, me holgara
de que el llevarme escusara.

PEDRO:

¿Por qué?

PIERRES:

Por cierta pendencia
  en que me han amenazado.

PEDRO:

Ya lo sé todo.

PIERRES:

¿De quién?

PEDRO:

No le tema, ni le den
sus amenazas cuidado.
  Lo necesario prevenga,
que hoy nos habemos de ir.

PIERRES:

Quísome aquí persuadir
para que temor le tenga;
  mas con su Paternidad
no temo a todo el infierno.

PEDRO:

Dadme, Redentor eterno,
poder, favor, facultad
  para vuestra imitación.
Mi patrimonio he vendido,
el Rey también ha querido
parte en esta redención.
  Tiene el Moro de Valencia
nuestros cristianos cautivos
con tormentos excesivos
y con injusta violencia.
  Ayudad mi santo intento,
Imperial Reina y Señora,
que vos sois la Redentora,
y yo soy el instrumento.

(Vanse.)


(ALIFA, mora sola.)
ALIFA:

  Para mi mal te trujeron
en esta cristiana presa,
caballero catalán
mis desdichas a Valencia.
Para mi mal fuiste esclavo
de mi padre, pues desprecias
a quien te dio por señora
la fortuna de la guerra.
Estrellas fueron contrarias,
trocáronse las cadenas,
si las que en los pies te ponen
quieres que en el alma tenga.
Ay de quién tiene para tanta pena
la vida propia en voluntad ajena.
Si te hablo, me respondes
don Juan, con tanta aspereza,
que parezco yo tu esclava,
y quiere amor que lo sea.
En las leyes desiguales
mal el amor se concierta,
si tú fueras de la mía
o yo de la tuya fuera,
pudiera ser, oh cristiano,
que nuestras almas tuvieran
iguales las voluntades,
que las leyes diferencian.
Que como amor en los iguales reina,
imposible será juntar las nuestras.
(Entre en hábito de moro el DEMONIO, fingiéndose su padre.)
Este es mi padre.

DEMONIO:

La causa
Alifa, de tu tristeza,
me ha tenido con cuidado.

ALIFA:

Pensé que a la guerra fueras,
y desto me entristecía,
que debo sentir tu ausencia.

DEMONIO:

No haré tan presto jornada,
y así pedirte quisiera
una cosa bien conforme
a lo que entiendo que piensas.
Este don Juan, nuestro esclavo,
quisiera que persuadieras
a que se volviera moro,
porque en la pasada guerra
no vi mayor valentía,
y si este yerno tuviera,
fuera de ser estimado,
tanto aumentara mi hacienda,
que los cautivos cristianos
a los del Rey excedieran.
Di la verdad, pues que sabes
mi pensamiento, y no tengas
temor de que entienda el tuyo.

ALIFA:

Señor, si las altas prendas
deste esclavo te enamoran,
mi amor disculpado queda.
Yo le quiero, y pues tú quieres
que le quiera.

DEMONIO:

No se ofrezca
ocasión en que le dejes
de persuadir.

ALIFA:

Tu licencia,
para vencer a don Juan,
abre a mis ansias la puerta.
Él viene a buena ocasión.

DEMONIO:

Pues no quiero que me vea,
aquí te queda con él,
haré contra lo que intenta
Nolasco, tales enredos,
que cuando al rescate venga
halle perdidas mil almas,
quitarele cuantas pueda,
que no ha de lograr María,
la piedad de que se precia,
ni la nueva religión
sus cándidas azucenas.

(Vase.)


(Entra DON JUAN, esclavo.)
JUAN:

  Oh libertad preciosa
conocida tan mal de quien la tiene,
oh prisión rigurosa,
triste de aquel que a tus cadenas viene,
y de su patria ausente,
aún no tiene a quien diga lo que siente.
  Sale con libre paso
cuanto del cielo libertad recibe,
y hasta que en el ocaso
se esconde el Sol, donde le agrada vive
esperando a que vuelva
en árbol, en ciudad, en monte, en selva.
  Pero no si le priva
de libertad su desdichada suerte,
que como presa viva,
noche es la luz del Sol, la vida es muerte,
que un pájaro al Aurora
canta en el campo, y en la jaula llora.

ALIFA:

  Si como sueles hüir,
esclavo, de quien te adora,
piensas no escucharme agora,
y condenarme a morir,
solo te quiero decir
de mi padre por lo menos
de tu bien consejos llenos
escuche, pues tu rigor
un amor embajador
de pensamientos ajenos.
  Al valor aficionado
con que en la guerra te vio,
que te diga me mandó;
mira si estás obligado
a agradecer su cuidado
quiere.

JUAN:

Darme libertad
por dicha.

ALIFA:

Mas amistad
es la que te quiere hacer.

JUAN:

Señora, no puede ser
más amor, ni más piedad.

ALIFA:

  Si dejas, pues es mejor,
tu ley, por la que yo sigo,
quiere casarte conmigo,
mira qué notable amor.
Serás de esclavo señor,
y será tuya mi hacienda,
y yo tu esclava y tu prenda;
que si no dejas tu ley,
a las galeras del rey
temo, don Juan, que te venda.
  Con esto quiero dejarte
sin que más lo dificultes,
a que contigo consultes
lo que ganas en casarte,
y que yo no seré parte
para dejar de venderte.
Mira en lo que puedes verte,
y en la desdicha que esperas
si te vende a las galeras,
lo que va de vida a muerte.

(Vase.)


JUAN:

  ¡Qué confusión tan estraña!
¡Qué combates tan crüeles
para quien sin libertad
en tantas desdichas muere!
¡Qué consejos, qué elecciones
de tan diferentes leyes!
¡Qué partidos desiguales
entre la vida y la muerte!
Por una parte vivir
libre y licenciosamente,
por otra morir cautivo
entre dos solas paredes.
Aquí llega la hermosura
de Alifa, y aquí venderme
a las galeras del rey,
donde aquestos perros suelen
cortando un brazo a un esclavo
hacer que los otros remen.
Luego el ver con que descuido
viven mis nobles parientes
de mi cautiverio triste,
que aun escribirme no quieren.
Yo quiero determinarme
a casarme, pues no tiene
otro remedio mi vida,
y podré, si yo me viese
libre una vez, a mi patria,
y a mi santa ley volverme.
Dios dijo que en cualquier hora
que el pecador se volviese
a su piedad, le daría
perdón. Pues ¿qué me detiene?
Más quiere que se convierta,
que no que a la eterna muerte,
quede un hombre miserable
condenado para siempre.
Ea, ¿qué aguardo? Ya estoy
determinado.

(SAN PEDRO y PIERRES.)
PIERRES:

¿Qué tiene
Padre, que va tan aprisa?

PEDRO:

¿Que vaya despacio quiere,
cuando al Pastor soberano
una oveja se le pierde?
Señor don Juan.

JUAN:

Padre mío;
¿mi nombre sabe?

PEDRO:

No puede
encubrirse el nombre a quien
sabe y supo eternamente
cuantos en tierra, agua y aire
tienen hombres, aves, peces,
animales, y que luces
ese manto azul guarnecen.
Pues ¿cómo, señor don Juan,
un hombre noble se atreve
a dejar a Dios así?
¿No sabe que favorece
a quien le llama?, ¿es posible,
que un discreto desespere
de su piedad y al demonio
le pida que le remedie?
En verdad que he de mostrarle
la reina de las Mercedes,
la Redentora divina,
la que parió Virgen siempre,
(Saque una imagen de bulto pequeña.)
quien redimió los cautivos
del pecado y de la muerte.
¿Estos redentores deja
por miedo de que le entreguen
a las galeras del rey?

JUAN:

Padre, no haré tal, si viese
más tormentos, más galeras,
más prisiones y más muertes
que ha padecido hombre humano.
Virgen que a la antigua sierpe
con esa planta divina
le deshicistes la frente,
vos sabéis que era mi intento
librarme para volverme
a mi patria, y a mi ley.

PEDRO:

Muchos, don Juan, lo prometen,
que con la viciosa vida
nunca donde dicen vuelven,
o Dios no les da lugar.
Yo vengo a librarle.

JUAN:

Deme,
Padre, mil veces los pies.

PIERRES:

Padre nuestro el Moro viene,
no muestre tantos deseos,
que si lo que vale entiende,
querrá por él mil escudos.

(MULEY, padre de ALIFA.)
PEDRO:

Darele cuanto quisiere.

MULEY:

En el Zoco me dijeron,
Papaz, que a mi casa vienes
por un esclavo, y sospecho,
pues estás con él, que es este,
¿quieres rescatarle acaso?

PEDRO:

Quiero Muley, si tú quieres.

MULEY:

¿Cuánto me darás por él?
Que no sé qué gracia tienes,
que a todos nos aficionas,
y a darte gusto nos mueves.
Desde la primera vez
que veniste, aunque quisieses
fiados cuantos cristianos
Valencia cautivos tiene,
te los darán sin más prenda
de que tu palabra dejes.
Si quieres este, ya sabes
que es caballero.

PEDRO:

No pienses
que le quiero despreciar,
¿cuánto quieres?

MULEY:

Dicho en breve,
es cien doblas y una pieza
de grana.

PEDRO:

Ya es mío, vuelve
con el dinero y la grana
luego al instante, fray Pierres,
y yo me llevo el esclavo.

MULEY:

Liberalmente procedes.

PEDRO:

Es mi amigo, no te espantes.

JUAN:

Adiós Muley.

MULEY:

Si me vieres
en la guerra, no es razón
que de mi enojo te acuerdes.

(Llévenle, y salga ALIFA.)
ALIFA:

No me han turbado sin causa,
padre, ¿qué quiere esta gente?

MULEY:

Hija, he vendido mi esclavo.

ALIFA:

¿A don Juan?

MULEY:

¿Pues tú lo sientes?

ALIFA:

¿No me dijiste no ha un hora,
que al esclavo persuadiese
a que se volviese moro,
porque por moro y valiente
para yerno le querías?

MULEY:

¿Yo Alifa? Si te enloquece
la voluntad del esclavo,
mira que a un padre te atreves,
que te quitará la vida.

ALIFA:

¿Pues cómo, negarme puedes
lo que acabas de decirme?

MULEY:

¿Yo dije, que le dijeses,
que se casase contigo?
Loca estás, perdida vienes.

ALIFA:

Haz que vuelva, oh vive Alá
que me mate.

MULEY:

Aunque pudiese
volver atrás mi palabra,
por lo que tu honor ofendes,
y mi valor, no lo haría.

(Vase.)
ALIFA:

A matarme te resuelves.
  En vano locos pensamientos míos
tuvistes confianza en mis engaños
después, ay triste, de pasar dos años,
sufriendo penas, y mi amor desvíos.
¡Oh fin de los humanos desvaríos!,
a la sombra del bien están los daños,
pues en el mar de tantos desengaños
entran mis ojos caudalosos ríos.
No infames, necio amor, el grave alarde
de tus triunfos, si prósperos, crüeles,
que las bajezas se remedian tarde.
Triunfa de capitanes como sueles,
porque rendir una mujer cobarde,
será afrenta inmortal de tus laureles.

(PIERRES entre con un talego.)
PIERRES:

  Huélgome de hallarte aquí,
si no está en casa, señora,
tu padre, para que agora
recibas por él de mí
  el rescate del cautivo.

ALIFA:

Oh perro, que así te atrevas
a volver, ¿cuando me llevas
el alma? No saldrás vivo.

PIERRES:

  Jesús, san Blas, san Crispín,
tente mujer, vete en paz.

ALIFA:

Hoy has de morir Papaz.

PIERRES:

¿Yo Papaz?

ALIFA:

Hoy es tu fin.

PIERRES:

  Mira que fray Pierres soy.

ALIFA:

Moros, criados.

(Moros salgan con palos.)
MORO 1.º:

¿Qué mandas?

ALIFA:

Echadle de esas barandas
a este perro.

(Vase.)
PIERRES:

San Eloy,
  Sanlúcar de Barrameda,
san Cosme, san Damián.

MORO 1.º:

Dale, dale Reduán.

[MORO] 2.º:

Muera, dale.

[MORO] 1.º:

Bueno queda.

PIERRES:

  No quedo sino muy malo,
y aporreado muy bien,
porque esto no sé yo quien
lo tuviera por regalo.
  Paseose Reduán
por mi espalda desdichada,
como si fuera en Granada
la mañana de San Juan.
  Pobre fray Pierres.

(Entre el DEMONIO.)
DEMONIO:

¿Qué digo,
caballero, cómo va?

PIERRES:

Harto mal, pues él está
con mis palos y conmigo.

DEMONIO:

  ¿No le dije yo que había
de pagármelo en Valencia?

PIERRES:

Rara cosa, en mi conciencia
que dijo verdad un día.

DEMONIO:

  ¿Quiere la mano?

PIERRES:

¿Quién, yo?
¿Piensa que es esta caída
la suya? No por su vida,
pues nunca se levantó.
  Ni menos es la de Adán,
que a Dios hubo menester,
solo me hicieron caer
los palos de Reduán.
  Mire cómo estoy ya bueno,
salto y bailo.

DEMONIO:

Yo te haré.

PIERRES:

¿Qué has de hacer pícaro?

DEMONIO:

A fe.

PIERRES:

¿Tu fe de mentiras lleno?
  Pedro se lleva el esclavo,
y tú te quedas en fin
como tú.

DEMONIO:

Soy Serafín.

PIERRES:

Serafín con cola.

DEMONIO:

Alabo
  mi paciencia, mas temed
los dos que llegue ocasión.

PIERRES:

Vítor, vítor fanfarrón,
la Virgen de la Merced.

(Vanse.)
(Entren el REY DON JAIME y DON LUIS DE MONCADA, y caballeros que acompañen.)
JAIME:

  Ya no puedo apartar el pensamiento
deste glorioso intento;
para la ejecución de la jornada
me llama el mar y me provoca el viento.
Para ensalzar la fe ceñí la espada.

LUIS:

La isla de Mallorca es alta empresa,
invictísimo Rey, a quien profesa
en la defensa de la Iglesia santa
verter la sangre para gloria tanta
de la que os dio vuestra ascendencia invicta,
que está en las Aras de la fama escrita.
Partid y desterrad el fiero Moro,
atalaya del África, que mira
la senda que dejó de Europa el toro;
que el cielo que os inspira
esta santa jornada
vestirá de vitorias vuestra espada,
y de laureles vuestra heroica frente.

JAIME:

Ya don Luis de Moncada
solo aguardo que venga de Valencia
fray Pedro, pues sin él, no es bien que intente
esta conquista, que a su santo celo
tengo dada obediencia.

LUIS:

¿Y quién mejor alcanzará del cielo,
Príncipe, la vitoria desta empresa?

JAIME:

La mar con él en las tormentas cesa,
próspero el viento donde quiere espira,
tal es el norte que Nolasco mira.

LUIS:

Señor, regocijado está el Convento,
sin duda que ha venido.

JAIME:

Ya las campanas y las voces siento
de los esclavos libres que ha traído.

(SAN PEDRO y FRAY GUILLERMO.)
PEDRO:

  ¿Están todos alojados?

GUILLERMO:

Alojados están ya,
descansa, pues eso está
remitido a mis cuidados.

PEDRO:

  Este mi descanso ha sido.

GUILLERMO:

Aquí está el Rey.

PEDRO:

Gran señor,
¿tanta merced, tal favor?

JAIME:

Seáis, Padre, bien venido,
  cuánto habéis sido esperado:
¿cómo os fue en la redención
de Valencia?

PEDRO:

Ciento son,
señor, los que he rescatado,
  con el divino favor,
y el vuestro.

JAIME:

Gracias le demos,
grandes principios tenemos.

PEDRO:

La primera vez, señor,
  hallé más dificultad,
aunque presto espero en Dios,
que habemos de entrar los dos
por esta insigne ciudad.

JAIME:

  Sabéis que conmigo vais
a Mallorca.

PEDRO:

Señor sí,
ya sé que os servís de mí,
y que presto os embarcáis,
  soldado vuestro seré,
que bien necesarias son
las armas de la oración
en defensa de la fe.
  Y creed que quien las toma,
el mundo puede ganar.

JAIME:

A hacer fue confirmar
Raimundo la Orden a Roma,
  y así vos habéis de ser
mi padre en esta ocasión,
que es la mayor redención
de las que podéis hacer,
  ayudarme a la conquista:
descansad, quedad con Dios.

(El REY se va.)
PEDRO:

Si él os favorece a vos,
¿quién ha de haber que os resista?

GUILLERMO:

  Logre el cielo tales años.

PEDRO:

Parece que en él residen
la prudencia de Catón,
y el valor del griego Aquiles.
Para que oración se haga,
Padre al campanero avise,
que los negocios del rey
cuidado y desvelo piden;
que un cuarto de hora siquiera
los Maitines anticipe.

(Vase SAN PEDRO.)
GUILLERMO:

Fray Pierres tiene el cuidado,
cierto estoy que no se olvide.

(Entra FRAY PIERRES.)
PIERRES:

¿Fuese nuestro Padre?

GUILLERMO:

Hermano
fray Pierres, mire que avise
a los Maitines con tiempo.

PIERRES:

¿Cuándo suelo yo dormirme?

GUILLERMO:

¿Qué quería a nuestro Padre?

PIERRES:

Quería, Padre, pedirle
que como he sido soldado
me retozan los repiques
del atambor en el alma,
y el tapatán me derrite,
que me llevase a Mallorca.

GUILLERMO:

Irá sin duda a servirle.

(Vase.)


PIERRES:

Salto y bailo de placer,
¡qué lindamente se ciñe
sobre el hábito la espada!,
que no puede ser que implique
contradición la capilla
que estos hábitos se visten
como soldados del cielo
los que a Dios con ellas sirven.
El escapulario es peto
contra mundo y carne firme,
la capilla es morrión,
en quien las plumas consisten
de los buenos pensamientos;
y porque a su son camine,
es la campana atambor,
con que van los que la siguen
marchando a dar la batalla,
porque al asalto se animen.
Dios de ejércitos se llama
Dios, por atributo insigne,
Capitán llaman a un rey,
y al César más invencible.
Los elementos son guerra,
todo es guerra cuanto vive,
que mi Padre predicando
decía, que Job lo dice.

PIERRES:

Apenas fueron criados
los ángeles, cuando admite
guerra el Reino de la paz,
de cuyos altos confines
cayeron ciertos mochuelos,
que de envidia nos persiguen.
Hasta el sueño entre los hombres
es guerra, y guerra insufrible.
De hambre, ociosidad o sueño,
los naturales escriben,
que se causan los bostezos;
ociosidad no es posible,
hambre menos, que en la panza
tengo, sin otros requives,
seis escudillas de caldo
de diferentes matices.
Luego de sueño bostezo,
que por más que me santigüe,
como si fuera tarasca,
abro la boca terrible.
Las once dan, aún me queda
un hora para dormirme,
sino es que he contado mal;
perdonen los campaniles,
que no es posible tenerme,
y es necedad resistirme,
que el sueño es como los nobles,
que dejan al que se rinde,
y rinde, si es porfiado,
a quien su fuerza resiste.

(En durmiéndose, sale SAN PEDRO.)
PEDRO:

Soberano Rey del cielo,
por quien es y por quien vive
cuanto vos habéis criado,
cielos y tierra se humillen
a vuestro sagrado nombre,
todos, Señor, os bendicen
por tantas misericordias.
En fin, queréis que se libre
Mallorca del fiero Moro,
y que no la tiranicen
bárbaros que no os conocen,
leyes hacen, dioses fingen.
Paréceme que es muy tarde,
y no han tocado a Maitines,
música suena en el Coro,
¿cómo sin mí los prosiguen?

PEDRO:

(Ábranse cuatro partes, y véase un coro en cuyas sillas estén ángeles en hábito de religiosos, y la VIRGEN en medio.)
Ay, Señor, ¿qué novedad
es esta ay, divina Virgen?
¿Vos en el Coro Señora?
Y los ángeles residen
en vez de los religiosos,
donde el olvido permite
por el descuido de un hombre,
que las sillas autoricen
las dignidades del cielo
que a vuestros rayos asisten.
(Canten dentro con instrumentos el primer verso del Salmo. Beatus vir, y luego suenen las chirimías.)
Cubriose el Sol, y volvió
la noche a su negro eclipse;
¡qué descuido tan dichoso!
En parte puedo decirle
como a la culpa de Adán,
que fueron yerros felices
los que tal bien merecieron.
Hoy nuestras sillas compiten
con las del cielo, en diamantes
engastada se eternicen.
¡Oh ilustre Comendadora,
vos en silla tan humilde!
Pero quien con humildad
al Verbo eterno concibe,
¿qué mucho que esta virtud
en su mismo trono estime?
Voy, porque todos la vean,
y porque no se castigue
quien fue tan dichoso errando,
que mil alabanzas pide.