La vida de San Pedro Nolasco/Acto I

Elenco
La vida de San Pedro Nolasco
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Toquen cajas y trompetas, y salgan soldados y bandera, y el CONDE DE MONFORT, General.
MONFORT:

  Haced alto, soldados de la Aurora,
madre del Sol, cuyo animado cielo
dejando intacto tu virgíneo velo
comunicó a la tierra
la luz que el Serafín temblando adora.
Haced alto, soldados de la guerra,
tan parecida a la que el cielo tuvo
con el Lucero que tan loco estuvo,
que la tercera parte le destierra.
Aquella contra el Sol tomó la espada,
y esta contra la Luna,
a quien nunca el dragón miró eclipsada,
ni ofendió su cristal mácula alguna.
Aquella fue de la criatura ingrata
contra el Criador, y en esta un hombre trata
hacer guerra cruel a una criatura
tan celestial y pura
que a su Criador crio, por quien la vida
el hombre tiene; que lloró perdida.
Hizo Luzbel a Dios guerra en el cielo,
y a su Madre Purísima en el suelo
el Conde de Tolosa;
a quien echar de toda Francia espero.

MONFORT:

El Conde, que siguiendo la herejía
del Albigense fiero
contra la siempre y limpia, y toda hermosa
cristífera María,
dulce Aurora del Sol, Madre del día,
otro Luzbel se atreve
al pie divino, cuya blanca nieve
de celestial angélica limpieza
le ha de romper la bárbara cabeza.
Que yo imitando al Ángel soberano,
que de Dios se llamó la fortaleza,
pienso copiar las letras de su mano;
que si Miguel «¿Quién como Dios?» decía,
yo diré al Conde «¿Quién como María?».

SOLDADO:

¡Cuán justamente, valeroso Conde,
a tu sangre justísima responde
el valor desta empresa!
Pues vemos que no cesa
la Albigense herejía
en ofensa del cielo de María
por las armas del Conde de Tolosa.
Pero como la rosa
entre lazos de espinas más lozana
estiende agradecida a la mañana
la pompa de las hojas,
unas de puro nácar y otras rojas,
así será la Reina soberana,
que las ofensas de enemigos tales
no han de ofender su virginal limpieza,
que a defender su cándida pureza
bajarán de sus tronos celestiales
las intelectuales
sustancias de los cielos,
que tiene ya de nuestras armas celos.

(Entre de soldado francés SAN PEDRO NOLASCO y PIERRES, su criado.)
PEDRO:

  Aquí cesó mi jornada.

PIERRES:

Tu intento conozco agora.

PEDRO:

Gracias a aquella Señora
por quien me ceñí la espada.

PIERRES:

  Pues ¿cómo vienes a ser
soldado contra tu tío?

PEDRO:

La Madre del Padre mío
eso y más me mandó hacer.
  Porque si es mi tío el Conde,
que en tan grave error porfía,
al ser mi Madre María
más obligación responde;
  que parentescos del suelo,
que hoy niegan lo que era ayer,
¿qué tienen, Pierres, que ver
con las defensas del cielo?

PIERRES:

  Cierto negro y su señor
eran de dos Cofadrías
Mayordomos en los días
de la Semana mayor.
  Acaso las procesiones
en una calle encontradas,
anduvieron a puñadas,
y arrimaron los pendones.
  El negro, Iglesia me llamo,
y el amo, Perro decía,
a tu amo y respondía:
en cosa de Dios no hay amo.
  Vamos a morir los dos,
porque en cosas de María
no ha de haber tío ni tía,
sino solamente Dios.

PEDRO:

  Llego.

PIERRES:

Llega.

PEDRO:

Ilustre Conde,
cuya generosa espada
vuelve diamantes el Sol
desnuda a la misma causa.
Por quien el godo Ilefonso
mereció joya tan alta,
que de sus rayos la luna
vistió el cuerpo y honró el alma.
Yo soy don Pedro Nolasco,
y sucesor de la Casa
de los señores de Bles,
y los Duques de Bretaña.
Rama Real, como sabes,
de la familia de Francia,
Guillermo y Teodora fueron
mis nobles padres, mi patria
el villaje de Narbona,
imperando en Alemania
Enrico nací, y teniendo
en Roma la silla sacra
celestino, mi niñez,
Conde, prodigiosa llaman.
Referirla no presumas,
que es efeto de arrogancia.

PEDRO:

Mas porque sepas qué intento
me obliga a tomar las armas,
en esta mano derecha
luego que a la lumbre clara
salí del Sol, un ejambre
de abejas, ausente el ama,
fabricó un panal de miel,
cuya maravilla rara
vio de Gregorio la boca.
¡Ay Dios, quién puede imitarlas!
Acudieron aquel día
tantos pobres a mi casa
como abejas a mi mano.
Dios sabe, Conde, la causa.
Pero apenas cuatro veces
dio vuelta la mayor llama
por sus paralelos de oro
a sus esferas de plata,
cuando por mi propia mano
daba limosna y lloraba
si soltaba para algunas,
supliendo el llanto la falta.
Lleváronme de seis años
a Narbona, mi crianza
le debo a Gaufredo, monje
de san Bernardo, que estaba
cuando a su casa llegué
con la condesa Costanza,
hija de Francés Luis.

PEDRO:

Desde esta edad ya me daba
rayos la luna María
anticipados al alma.
No me sentaba a la mesa
con pariente que tocaba
en la Albigense herejía,
y con notable desgracia,
si me tomaba en los brazos,
de los brazos me arrojaba.
Por enojar los herejes
buscaba imágenes santas
desta divina Señora,
y en todo el palacio andaba
haciendo altares con ellas,
y con el alma esperanzas.
Enfermé en esta sazón,
y como tanto me amaban
los Condes, con ser Domingo
el santo Guzmán de España,
y grande enemigo suyo,
con encarecidas ansias
le rogaron que me viese;
viome, y fue su virtud tanta
que me dio salud, y cuentan
que dijo tales palabras:
«Ojalá sea mi venida
de tanto provecho a Francia
como ha de ser deste niño
la suya a España mi patria».

PEDRO:

Busqué luego de qué hacer
una bandera, y pintada
la imagen de mi Señora,
en su defensa formaba
ejército contra herejes.
Finalmente publicada
la Cruzada contra ellos,
y sabiendo que te daban
los Legados Apostólicos,
Francia, Inglaterra, Italia
el bastón de General
para esta empresa, la espada
me ceñí para servirles
contra mi sangre y mi casa.
Alístame en tus banderas,
sea mi ventura tanta,
que ser soldado merezca
de aquella Paloma blanca,
de aquella Cordera humilde,
cuyo vellón de la escarcha
del Espíritu de Dios
bordó las hebras doradas,
de aquella vara de Aarón,
en cuya divina vara
podrás llevar por bandera
sus flores de blanco y nácar.
Escríbeme por esclavo
de quien dijo que era esclava,
que ya el nombre de María
le tengo escrito en el alma.

MONFORT:

  Tanto ha sido el contento de escucharte,
ilustre Pedro de Nolasco, y tanto
el gozo de saber tu celo santo,
que para interrumpirte no fue parte
la estimación que a tu valor debía
en justa cortesía.
Dame los brazos, que en tu rostro he visto
escrita la vitoria
para triunfo mayor, para más gloria.
Del Aurora de Cristo,
ya quedas por soldado de María.

PEDRO:

Dichoso Conde yo, dichoso el día.

PIERRES:

¿Y a mí no han de escribirme,
que soy en su defensa mármol firme?

MONFORT:

¿Cómo os llamáis soldado?

PIERRES:

En lo latino
Petrus, y más hidalgo que un tocino,
Pietro en italiano;
Pierre en francés, y Pedro en castellano.
Que en Cataluña Pere me apellido.

MONFORT:

Vos quedáis recebido;
yo, Pedro, voy a prevenir la gente
que tengo al Conde de Tolosa enfrente,
sigue la empresa a que te llama el cielo.

PEDRO:

En él espero el premio de mi celo.

(Váyanse y queden SAN PEDRO y PIERRES.)
PEDRO:

  Para entrar en la batalla,
Pierres, que ya nos espera,
quiero hacer una bandera,
que no hay acerada malla,
  ni peto fuerte sin Dios,
que es el que da las vitorias,
como por tantas historias
habemos visto los dos.
  Cuando el salado cristal
sepultó al Egipcio fiero,
no fue en virtud del acero,
que fue poder celestial.
  Pastor David, rey después,
la piedra esconde al Gigante
en la cabeza arrogante,
y le derriba a sus pies.
  ¿Cómo pudiera dejar
Judit con golpe violento
del fuerte Asirio sangriento
el pabellón militar
  sin Dios, que el valor le dio?,
¿ni caer de gente armado
al son del bronce animado
el muro de Jericó?
  Jacob y el Ángel, los dos
luchan, y piden partido,
el Ángel, tan atrevido
es con Dios, quien tiene Dios.
  En la bandera que digo
quiero una imagen poner
de quien hoy ha de vencer,
que no el Conde a su enemigo.
  Tú verás con qué osadía
mata a Sísara Jael,
y al fuerte Asirio cruel
la nueva Judit María.

PIERRES:

  Y cómo si será cierto
que esa bandera le espante.

PEDRO:

Ya veo al fiero Gigante
de polvo y sangre cubierto.
  Las cinco letras del nombre
desta Virgen han de ser
las piedras que he de coger,
para que al blasfemo asombre.
  La eme, que dice Madre,
le da bien claro a entender
cuán pura y limpia ha de ser
para Hijo de tal Padre.
  La A, que del parto antes
como en él, y después dél
fue puerta de Ezequiel
de impenetrables diamantes,
  produce un torpe animal
la tierra negro en color,
que de la rosa el olor
es su veneno mortal.

PEDRO:

  Pues la erre, es Rosa hermosa,
Virgen, matereisle vos.
¡Notable poder de Dios
que mata con una Rosa!
  La cuarta piedra será
I, por su jardín cerrado,
campo del trigo sagrado,
que el pan de los cielos da.
  La quinta piedra, A, segunda,
será el Ave de Gabriel,
pues que para hablarla en él
tan dulce oración se funda.
  Honda será sin igual
de cinco piedras gloriosa,
Madre siempre, Virgen Rosa,
Jardín y Ave celestial.

PIERRES:

  Ya con ellas adivino,
que le quitas dos mil vidas,
siendo en arroyo cogidas,
más puro y más cristalino.
(Cajas.)
  Cajas suenan, al encuentro
sale el atrevido Conde.

PEDRO:

La furia exterior responde
al alma que tiene dentro.
  Ea pues, divino Sol,
san Jorge, dice el inglés,
san Dionís, dice el francés,
y Santiago, el español.
  Pero yo tengo de ser
solo vuestro, Reina mía.
Pierres.

PIERRES:

Señor.

PEDRO:

Di María.
Por quien hoy se ha de vencer
  la furia de los contrarios,
y su rebelde porfía.

PIERRES:

Diré mil veces, María,
diré setenta rosarios.

(Suene dentro la guerra con cajas y trompetas, y salga el CONDE REMÓN DE TOLOSA huyendo.)
REMÓN:

  ¡Oh varia siempre militar fortuna,
más que en el resto del estado humano!
¿Qué confianza reservaste alguna?,
¿a quién no derribó tu injusta mano?
Pusiste en el Alcázar de la luna
al Persa, al Godo, al Griego y al Romano,
los mismos derribaste, que no tienes
ni pena en males, ni firmeza en bienes.
  Si algunos das, fortuna, son prestados,
que es trato vil de tu mayor ganancia,
pues firmes aún no son los heredados
en llegando el rigor de tu inconstancia.
Amanecí, señor de mis Estados,
y desta tierra en lo mejor de Francia,
y antes del medio día apenas tengo
más tierra que por donde huyendo vengo.
  ¿Adónde vais soldados? Deteneos,
daréis con más valor al enemigo,
en las manos siquiera los trofeos,
y no en los pies, con que también os sigo.
Estampas dejarán pasos tan feos,
por donde os sigan, si venís conmigo.
Volved, que añade al vencimiento gloria,
quien da por las espaldas la vitoria.

REMÓN:

  Oh soldado cruel, ¿qué valentía
trujiste en la bandera que llevabas?,
que menos ciega el Sol a mediodía,
que el escudo que en ella tremolabas.
Pero si con la imagen de María,
que no con el acero peleabas,
¿qué me admiró tiniendo aquel escudo,
el cielo absorto y el infierno mudo?
  Cuando en virtud de la Pasión de Cristo
venció Miguel la guerra, allí tendría
parte su Madre, pues que della es visto,
que aquella pura sangre tomaría.
Desde entonces parece que previsto
quedó el vencer la celestial María,
que es bien que tenga, y que a su nombre cuadre
en vitorias de Dios parte su Madre.
  Erré siguiendo herejes neciamente,
del dragón imitando la cabeza,
y así me quiebra vuestro pie la frente
que osó negar vuestra Real limpieza.
Díjole a Dios un Cesar insolente:
«Venciste Galileo, a tu pureza,
María diré yo con voz más triste,
venciste Nazarena, ya venciste».

(ESPAÑA y FRANCIA salen cada una en su traje ricamente.)
ESPAÑA:

  ¿Pensarás, Francia, salir
con tu intento?

FRANCIA:

Advierte, España,
que es Pedro mi hijo, y tiene
sangre de reyes de Francia.
¿Quítote yo a ti los tuyos?

ESPAÑA:

Por vuestras ciudades anda
fray Domingo de Guzmán,
que con celo santo trata
limpiar del trigo de Cristo
esta pertinaz cizaña.
Las reliquias de mi Eugenio
aún están depositadas
en ti, pues ¿de qué te quejas?

FRANCIA:

Fundaba yo mi esperanza
en lo que ha de hacer en ti.

ESPAÑA:

Amor de madre te engaña.
No porque Francisco agora
venga a España, pierde Italia.
Los Apóstoles partieron
entre sí para enseñarlas
las cuatro partes del mundo,
y yo para gloria tanta
de Diego tengo la fe;
Diego, que en tantas batallas
me ha defendido y defiende,
y no por eso su patria
está quejosa de mí.

FRANCIA:

Es diferente la traza
con que mi Pedro se ausenta,
pues viendo que de su casa
echan al Conde su tío,
me olvida y me desampara
para vivir y morir
en ti.

ESPAÑA:

¿Pues no es justa causa?

FRANCIA:

No, pues que deja la propia
por honrar la tierra estraña.

ESPAÑA:

La orden y el instituto
que Pedro Nolasco aguarda
fundar en mí, verás presto
como por ti se propaga.
Un árbol de donde nace,
a otra parte se trasplanta.

FRANCIA:

Dar en otra tierra el fruto
condición parece ingrata,
pues donde nace le debe.

ESPAÑA:

Más debe el árbol al agua
que a la tierra, porque el cielo
es quien le sustenta y baña.
Y así, pues el cielo quiere
sustentarle en mí, no hagas
resistencia a sus intentos.

FRANCIA:

Si las aguas de su gracia
le favorecen, y él quiere
que en ti se comience, España,
edificio que se estienda,
por cuanto el Sol se dilata,
yo dejo la competencia.

ESPAÑA:

Será de la Iglesia santa
general, Francia, la gloria
y tuya será la fama.
Ya estamos en Barcelona,
donde dejando las galas
de soldado y caballero
en hábitos pobres anda.
En obras de caridad
se entretiene, y son ya tantas
entre las demás virtudes
que su pureza acompañan,
que le respeta y imita
la ciudad, que toda alaba
su santidad y su ejemplo:
padre los pobres le llaman.
Que el panal que las abejas
en su mano edificaban,
con dulce auspicio mostró
sus liberales entrañas.

ESPAÑA:

Como le destina el cielo
para religión tan alta,
en una congregación
parece que ya la ensaya.
Que como el pintor diseña
primero en papel que entabla,
y antes que el pincel el lápiz
los lineamentos señala;
así Pedro en esta junta
de las figuras que aguarda
dar de colores después,
altas ideas disfraza
en pequeñas simetrías,
de sus pensamientos mapa.
Mas como suele el Maestro
al que enseña, porque vaya
copiando su misma forma,
para que sepa imitarla,
tomar la mano y la pluma.
Así con dulce enseñanza
le toma la mano el cielo,
y él los principios estampa
en esta Congregación
de su religión sagrada.
El Rey tiene ya noticia
dél, y no menos le aclama
Raimundo su confesor,
hombre de vida tan rara,
que ya como a otro Basilio
coluna ardiente le llaman.
Y porque veas que digo
verdad, oye, y no te vayas
a los dos que hablando en él,
aumentan mis esperanzas.

(Entre el REY DON JAIME y SAN RAIMUNDO.)
RAIMUNDO:

  Después, señor, que le vi,
y le hablé, me pareció,
que la fama no llegó
a lo que en él conocí.
Esperanzas presumí
de notable perfección.

ESPAÑA:

Este es el Rey de Aragón,
y el otro el santo Raimundo.

FRANCIA:

No tienes, ni tiene el mundo
dos luces como ellos son.
  Jaime y Raimundo serán
gloria y honor deste reino.

JAIME:

Venturoso yo, que reino,
Raimundo, en siglo que están
luces que ejemplo me dan
tan cerca de mi persona.
Estimo que en Barcelona
esté don Pedro.

RAIMUNDO:

Florece
su virtud.

ESPAÑA:

Ya resplandece,
Jaime, tu invicta corona.
  Estimar en tierna edad
los reyes la religión,
seguros indicios son
de lograr la Majestad.
¿Pondrá Jaime en libertad
este reino del tirano
bárbaro moro africano,
y tendrá por su valor
nombre de Conquistador
mejor que Alejandro Magno?
  Ven conmigo, que te quiero
mostrar un rey en Castilla,
que ya en la fértil orilla
del Betis armado espero,
si bien hasta que un tercero
Filipe reine, estaré
sujeta al Moro, y tendré
reliquias de mi desdicha.

FRANCIA:

Los cielos te darán dicha
para que ensalces su fe.

(Éntrense ESPAÑA y FRANCIA, y salen SAN PEDRO y PIERRES, y DON JUAN, viene el santo con sotanilla.)
JUAN:

  El Rey os está esperando.

PEDRO:

Un ángel en él contemplo;
pero tan divino ejemplo
está en Raimundo imitando.
  Dad Príncipe soberano
a vuestra hechura los pies,
aunque indigno dellos es.

PIERRES:

Bizarro mozo, y ¡qué humano!

JAIME:

  Los brazos, don Pedro, son
los que os debo; alzaos del suelo.

PEDRO:

Hizo en vos, señor, el cielo
un ángel rey de Aragón.

JAIME:

  Mirad que somos parientes,
no quiero que estéis así.

PEDRO:

Infundid, Príncipe, en mí
virtudes tan excelentes.
  Que quien llega a merecer
brazos de tanto valor,
ha de sacar resplandor,
parte del sol ha de ser.
  Vos generoso Raimundo
debéis de ser la ocasión
desta injusta estimación.

RAIMUNDO:

En justa razón la fundo,
  dejando la parte aparte
de vuestro gran nacimiento,
en vuestro merecimiento
tantas virtudes reparte
  el cielo, señor don Pedro,
que verlas el mundo puede
como el cedro al mirto excede,
y como la palma al cedro.
  El Rey ha determinado,
como prudente y discreto,
que sois don Pedro en efeto
su deudo, que aposentado
  estéis en palacio agora.

PEDRO:

Señor.

RAIMUNDO:

No le repliquéis,
que no es justo.

PEDRO:

¿Vos no veis
que su grandeza desdora
  la humildad de mi bajeza?

JAIME:

Yo gusto desto.

PEDRO:

Señor,
quedarase este favor
en vuestra misma grandeza.

PIERRES:

  El Rey se va, llegar quiero.
Deme Vuestra Majestad,
que de su benignidad
tal favor y gracia espero,
  lo que quisiere de sí,
o sean pies, o sean manos,
que con reyes tan humanos
es justo hablarlos así.

JAIME:

  ¿Quién sois?

PIERRES:

Sombra soy, señor,
del buen don Pedro, mi amo.

JAIME:

¿Cómo os llamáis?

PIERRES:

Yo me llamo,
pero tengo algún temor
  de pronunciar tantas erres,
que es mi nombre ocasionado
para después de brindado,
porque en fin me llamo Pierres.

JAIME:

  Sois buen soldado.

PIERRES:

No soy,
ni tal tentación me ha dado,
por don Pedro fui soldado,
pero siguiéndole voy,
  aunque no me va tan bien,
que me hace santo por fuerza,
si bien su virtud me esfuerza;
pero no se muda bien
  una costumbre que ya
viene a ser naturaleza.

JAIME:

Pues ¿qué hace?

PIERRES:

Ayuna, reza,
y siempre elevado está.
  Si se pone en oración,
no hay comer en todo el día,
y aun esto ya pasaría,
que no falta la ración.
  Pero no puedo sufrir
unas ciertas colaciones,
compuestas de canelones,
que me manda requerir.

JAIME:

  Notable debe de ser
la virtud deste mancebo.

PIERRES:

Con que me sufre la pruebo,
que no hay más que encarecer.
  Que como toda su hacienda
para pobres ha vendido,
y muchas veces he sido
a quien el darla encomienda,
  siente que los trate mal,
porque quiere tanto un pobre,
que no hay remedio que sobre,
para comer un real.

JAIME:

  Santo varón es Nolasco,
Pierres imitalde vos.

PIERRES:

Nolasco somos los dos,
que él es el 'nol', y yo el 'asco'.

RAIMUNDO:

  El Rey se va, yo os veré
después, y hablaré de espacio.

(El REY y RAIMUNDO se van.)
PIERRES:

Ya estás, señor, en palacio.

PEDRO:

Favor de Raimundo fue.

PIERRES:

  Aunque del Rey el favor
tus pretensiones mejora,
temo que vuelvan agora
cuando lo sepan, señor,
  tus parientes a buscarte,
y por ventura querrán,
como intentado lo han,
volverte a Francia y casarte,
  que este ha sido su deseo.

PEDRO:

Intentan un imposible.

PIERRES:

Ya me parece posible,
pues en palacio te veo.

PEDRO:

  Anticipando a mis años,
Pierres, la razón el cielo,
con la luz de un santo celo,
no de humanos desengaños,
  hice a la hermosa María
enamorado y devoto,
de limpieza eterno voto
de su Concepción el día.
  Mira tú, ¿cómo podrán
casarme, por más que intenten?

PIERRES:

Ellos que tu ausencia sienten
con este cuidado están.

PEDRO:

  Diferentes son los míos
desde que de mí fue vista
sobre la alfombra de un prado
una generosa oliva,
tan lozana en los renuevos
y ramos, que parecía
para bendición de España
la que el Rey profeta pinta.
Pero en torno della estaban
con una fiereza altiva
algunos feroces hombres,
que sus pimpollos rompían.
A los ecos de las quejas,
de las ramas divididas,
compasivo el mismo cielo,
favor al mundo pedía.
Que puesto que nunca Dios
de nosotros necesita,
quiere tal vez que los hombres
para instrumento le sirvan.
Con esto pues no sosiego
por ver si el cielo me avisa
de alguna cosa que ignoro,
que en esta oliva se cifra.
Quién fuera Edipo cristiano
para declarar la enigma
desta Esfinge celestial.

PIERRES:

Mas si fuese aquesta oliva
las espigas de Josef,
y viniesen algún día
a adorarte tus parientes.

PEDRO:

Allí, Pierres, te retira,
y tratemos de oración,
que no hay cosa que ella pida,
que no la alcance de Dios.

PIERRES:

Mientras que tú solicitas,
que de ese misterio santo
te corra el Sol la cortina,
quiero yo dormir un poco.

PEDRO:

¡Qué presto al sueño te aplicas!
Mientras que hablaba Moisés
a Dios, Israel vencía,
pelea tú con el sueño
y vencerás.

PIERRES:

No me digas
comparaciones, por Dios,
que del cansancio del día
en la cuna de los ojos
se me han dormido las niñas.
Y pues la Escritura acotas,
a mil personas dormidas
revela Dios grandes cosas;
que la escala que tenía
pasos de la tierra al cielo
por sus estremos asida,
durmiendo la vio Jacob.
Si un ángel despierta a Elías,
y le advierte que le queda
camino de tantos días,
haz cuenta que soy enebro,
y duermo a mi sombra misma.

(SAN PEDRO se pone de rodillas y PIERRES se duerme.)
PEDRO:

  Virgen hermosa, oliva cuyas flores
dieron el olio que nos dio la vida,
cándida Aurora, que del Sol vestida
cielo y tierra cubrió de resplandores.
Tú que de Dios los círculos mayores
cuadraste en tu clausura esclarecida,
donde la inmensidad se vio ceñida
de tus siempre purísimos candores;
¿qué oliva que pretende maltratalla,
es esta que provoca a socorrella
con lenguas de hojas cuando el mundo calla?
Decidme si podré favorecella,
que si decís que puedo remedialla,
iré a buscalla, y moriré por ella.
(Aquí en un trono de ángeles abriéndose una nube, se ve a la VIRGEN Nuestra Señora.)
  ¡Qué música celestial
debe de ser la harmonía
del concierto destos cielos!

VIRGEN:

Pedro.

PEDRO:

Señora divina.

VIRGEN:

Yo soy la oliva del campo,
tú para defensa mía
quien ha de tomar las ramas
de una celestial milicia.
Con mi nombre y mi favor
una religión fabrica,
que por mi blanca pureza
hábito blanco se vista.
El nombre de redentor
de Jesús mi hijo imita
en rescatar los cristianos,
que los bárbaros cautivan.
Esto los hombres feroces,
y la oliva significan.
Hazme este servicio, Pedro,
pues tanto a mi honor te inclinas
y funda este Templo santo
de tantas colunas vivas,
que el premio de tu cuidado
en los tesoros se libra
de mi Hijo, que yo soy
la llave de quien los fía.
Lo mismo al Rey le diré,
y a Raimundo, porque asistan
al instituto sagrado.

PEDRO:

Blanca paloma vestida
del Sol, cándida azucena,
más que los ángeles limpia,
¿de dónde me vino a mí
hacerme aquesta visita
la Madre de mi Señor?
Vos seréis obedecida
con el alma que os adora.
Mas ay Dios, Virgen bendita
de todas cuantas naciones
el mar cerca, y el Sol mira,
que os vais, y no puedo yo
como Jacob detenía
al ángel, asir el manto
por vuestra dorada fimbria:
allá venía el Aurora,
y aquí se va.

(Quedándose elevado despierta PIERRES.)
PIERRES:

A quién fatigan
cansancios más que cuidados,
no hay suelo que le resista.
Donde quiera tiene el sueño
cama con sábanas limpias,
cualquiera banco es colchón,
cualquiera pared cortina.
Oigan cuál está mi amo:
¡ah señor! Fuese a las Indias
del cielo. ¡Ah señor don Pedro!
Por esos cielos camina
como un ángel. ¡Ah señor!

PEDRO:

¿Quién es quien me llama?

PIERRES:

Mira
que se acuestan las lechuzas,
y se levantan las mirlas.

PEDRO:

¿Es tarde?

PIERRES:

No sino el alba,
¿no ves por esas esquinas
ir pregonando agua ardiente?

PEDRO:

¿Amanece?

PIERRES:

Y aun podría
anochecer otra vez.

PEDRO:

¿Qué amaneció tan aprisa?,
pero ¿qué has hecho entre tanto?

PIERRES:

¿No viste que me dormía?
Mas te prometo, señor,
que no sé cómo te diga
un sueño notable.

PEDRO:

¿Cómo?

PIERRES:

Soñé que unos hombres vía
desnudos y miserables
en unas cuevas sombrías,
que cargados de cadenas
favor al cielo pedían,
y que una persona grave
de hábito blanco vestida,
bordado de estrellas de oro,
que daban al Sol envidia,
los tomaba de la mano,
y a una reina, cuya silla
era una luna de plata,
con humildad compasiva,
se los presentaba alegre.
Pero a los que no salían
vi que unos hombres feroces
les daban palos y heridas.
Mas como dijese a uno
que era crueldad lo que hacía,
alzó el palo para darme.
Yo con el susto y la prisa
de ir huyendo desperté,
y vi que tú parecías
aquel del hábito blanco.

PEDRO:

Vamos, vamos, ¡qué gran dicha
fuera estar siempre con vos,
alto ciprés, verde oliva,
fuente pura, hermosa palma!
Mas creed, que mientras viva
seréis, Señora mía,
el norte solo que mis ojos miran;
y yo por ellos, divina Virgen bella,
blanco de la Merced, que en mí comienza.