La vida de Rubén Darío: XXXIX

Prosas Profanas, cuya sencillez y poca complicación se pueden apreciar hoy, causaron al aparecer, primero en periódicos y después en libro, gran escándalo entre los seguidores de la tradición y del dogma académico; y no escasearon los ataques y las censuras y mucho, menos las bravas defensas de impertérritos y decididos soldados de nuestra naciente reforma. Muchos de los contrarios se sorprendieron hasta del título del libro, olvidando las prosas latinas de la Iglesia, seguidas por Mallarmé en la dedicada al Des Esseint de Huysmans; y sobre todo, las que hizo en roman paladino, uno de los primitivos de la castellana lírica. José Enrique Rodó explicó y Remy de Gourmont me había manifestado ya respecto a dicho título, en una carta: «C'est une trouvaille». De todas esas poesías ha hecho el autor de Motivos de Proteo una encantadora exégesis.

Una de ellas, la titulada Era un aire suave, fue escrita en edad de ilusiones y de sueños y evocada en esta ciudad práctica y activa, un bello tiempo pasado, ambiente del siglo XVIII francés, visión imaginaria traducida en nuevas verdades músicas. Ella dice la eterna ligereza cruel de aquella a quien un aristocrático poeta llamara Enfant Malade, y trece veces impura; la que nos da los más dulces y los más amargos instantes en la vida; la Eulalia simbólica que ríe, ríe, ríe, desde el instante en que tendió a Adán la manzana paradisíaca. Como siempre, hubo sus aplausos y sus críticas, en las cuales, gente que había oído hablar de decadentes y de simbolistas, aseguraban ser mis producciones ininteligibles, censura cuya causa no he podido nunca comprender. Como he dicho, había también quienes me seguían y me aplaudían; y tiempo después debían aquí repetirse por la obra de otros poetas de libertad y de audacia, iguales censuras, como también iguales aplausos.

Mi poesía Divagación fue escrita en horas de soledad y de aislamiento que fui a pasar en el Tigre Hotel. ¿Tenía yo algunos amoríos? No lo sabré decir ahora. Es el caso que en esos versos hay una gran sed amorosa y en la manifestación de los deseos y en la invitación a la pasión, se hace algo como una especie de geografía erótica. El poema concluía así:

          ... Amor, en fin, que todo diga y cante
          Amor que encante y deje sorprendida
          A la serpiente de ojos de diamante
          Que está enroscada al árbol de la vida.
  
          Ámame así, fatal, cosmopolita,
          Universal, inmensa, única, sola
          Y todas, misteriosa y erudita;
          Ámame mar y nube; espuma y ola.
  
          Sé mi reina de Saba mi tesoro;
          Descansa en mis palacios solitarios.
          Duerme. Yo encenderé los incensarios
          Y junto a mi unicornio cuerno de oro
          Tendrán rosas y miel tus dromedarios.