La santa Juana, segunda parteLa santa Juana, segunda parteTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen don JORGE, LILLO,
y MINGO, CRESPO, y BERRUECO,
labradores
JORGE:
Pegad a todo el lugar
fuego, sin que dejéis casa
que no convirtáis en brasa.
Villanos, no ha de quedar
piedra en Cubas sobre piedra.
MINGO:
Señor, por amor de Dios;
por nuestra hacienda y por vos,
con cuya presencia medra,
que mandéis a los soldados
que en Cubas habéis metido
salir de él; basta el roído
los dineros y ganados
que nos roban, sin que intenten
robar también nueso honor;
que no es honra del señor
que sus vasallos afrenten,
claro está.
JORGE:
¿Y es justo
que se opongan los vasallos
a su señor?
MINGO:
Si afrentallos
quiere su travieso gusto,
¿qué mucho que se defienda
quien ve que ese honor se pierde?
CRESPO:
El perro con rabia muerde.
¿Salísme a robar la prenda
más estimada y querida,
sin poderos abrandar,
y espantáisos que el lugar
su agravio y mi afrenta impida?
BERRUECO:
Mari Pasquala es mi hija.
CRESPO:
Mi esposa había de ser.
BERRUECO:
¿Por qué habéis vos de querer
dar a mi vejez prolija
tan mal fin, y que el lugar
me afrente, y viéndola diga,
"Ésta que veis es la amiga
de don Jorge?"
LILLO:
Que mirar
tendrán por sí, de manera
que no se acuerden de vos.
JORGE:
Luego, ¿entendisteis los dos
que Mari Pasquala era
solamente en quien mi gusto
pongo, y a quien amo y quiero?
¡Bueno, a fe de caballero!
Pues si eso os daba disgusto,
consolaos, que no seréis
solos los que de hijos míos
seáis abuelos y tíos,
que con todos me veréis
emparentar.
CRESPO:
(Y lo hará (-Aparte-)
como lo dice.)
MINGO:
Buen cargo
ha tomado.
JORGE:
El tiempo es largo,
Crespo; todo se andará.
MINGO:
¿Y eso es justo?
LILLO:
¿Por qué no?
JORGE:
Sois muy toscos y groseros,
y pretendo ennobleceros,
pues lo quedaréis si yo
mezclo con vuestro naval
un jirón de mi nobleza.
CRESPO:
Alto; ¡dióle en la cabeza!
JORGE:
¿Dónde está Mari Pascual?
Porque esconderla es querer
que todo el pueblo destruya.
¿No vais por ella?
CRESPO:
Si suya,
así como así ha de ser,
no empiece en Mari Pascuala;
que es como guindas amor,
la postrera la mejor,
y para guinda no es mala.
MINGO:
Que destruyas nuesa hacienda
importa poco, tomadla,
y si os servís abrasadla,
como el honor no se ofenda;
que el lugar consentirá,
como no le deshonréis,
que la hacienda le quitéis.
JORGE:
Mingo, todo se andará;
decid adónde llevastes
vuestra sobrina, o haré
que os den tormento.
MINGO:
Pues ¿sé
yo dó está?
JORGE:
¿No la quitastes
a Lillo en ofensa mía
con ayuda del lugar?
LILLO:
Eso puedes preguntar
a mis lomos, que a porfía,
haciendo con ellos fiestas,
tantos palos les pegaron,
que, sin jugar, me cargaron
un flux de bastos a cuestas.
Líbrete Dios de una tranca
en manos de un labrador
si se enoja y con furor
tras un desdichado arranca,
que no dirás sino que es
sota de bastos con ella.
JORGE:
Crespo, en vano es escondella.
Yo os la volveré después
y seréis de su hermosura
legítimo poseedor.
CRESPO:
Lo que otro suda, señor,
diz que a mí poco me dura.
Eso es lo que mi honra busca.
No me falta ya si tiña,
vendimiadme vos la viña
comeré yo la rebusca.
¡Bueno! Eso no. ¡Juro al soto
que no es discreto el marido
que puede comprar vestido
entero y le compra roto!
¡Malos años; no en mis días!
LILLO:
A la encina y al villano,
si no es a palos, en vano
pedirles fruto porfías.
JORGE:
Dices, Lillo, la verdad.
¡Hola! saca un potro aquí.
CRESPO:
(¿Potro aquí? Ya siento en mí (-Aparte-)
extraordinaria humedad.)
BERRUECO:
Mira que al emperador
ofendes, y cuando venga
y de estos agravios tenga
noticia, ha de hacer, señor,
el castigo que tú sabes,
de su justicia y enojo.
JORGE:
Pocos consejos escojo,
por más que al César alabes,
pues cuando él volviese acá
ya yo por diversos modos
os tendré muertos a todos,
y nadie se quejará.
Dónde está Mari Pascual
declarad, o en el tormento
moriréis.
CRESPO:
(A lo que siento, (-Aparte-)
lleno estoy de unto sin sal.)
Yo diré la verdad llana.
Cuando a Pascuala os quitamos
al convento la llevamos
de la Cruz. La madre Juana
allí guardándola está
de vueso ciego cuidado.
Si hasta aquí lo hemos negado
es porque no vais allá
y hagáis de las que soléis
con que el convento se inquiete.
JORGE:
Pues, a Juana, ¿quién la mete,
por más que se lo roguéis,
vosotros, sino en rezar?
CRESPO:
Es una santa, señor,
y mira por nueso honor.
JORGE:
Cuando me llego a enojar
no miro yo en santidades
que, quizá, fingidas son;
acuda ella a su oración
y no intente novedades.
Disciplínese, que es justo;
ayune y rija su casa;
mas si los límites pasa
de su estado y de mi gusto
e irritan mi libertad,
guárdese, que podrá ser
que vengamos a saber
qué tal es su santidad.
Sale un PAJE
PAJE:
La Vicaria del convento
de la Cruz éste te envía.
Dale un billete
JORGE:
Si es que resistir porfía
mi amoroso pensamiento,
mal sus ruegos y lisonjas
mis gustos resistirán;
conténtese con que están
seguras de mí sus monjas. Abre el billete y lee
"La presunción de la madre Juana
de la Cruz es tanta, que, no contenta
con regir su casa, ha pretendido
gobernar las ajenas, de suerte que para
remediar, según dice, la de vuestra
señoría, ha escrito a Madrid a la señora
doña Ana Manrique, esposa de vuestra
señoría, insultos indignos de tal persona,
y persuadióla a que, no enmendándose de
ellos, se queje al gobernador de Castilla
don Juan Tavera para que los remedie, y
con capa de santidad fingida tiene
banderizada esta casa. Ahora que la
está visitando nuestro padre provincial
será de importancia la autoridad de
vuestra señoría para que se pierda
la suya y la quiten el oficio que ha
tantos años ejerce de Abadesa. Las
más monjas de este monasterio son
de este parecer; y porque al señor del
lugar conviene procurar la quietud
de él, y ésta resulta de la de esta casa,
aguardamos a vuestra señoría para la
liberta de ella y de una doncella que,
según he sabido, contra su gusto tiene
en este convento. Para lo uno y lo otro
importará la presencia de vuestra señoría,
a quien Nuestro Señor guarde.
La Vicaria"
JORGE:
¡A doña Ana contra mí
para que al gobernador
se queje contra mi honor!
¡Oh hipócrita falsa! ¿Ansí
tu santidad se acredita?
Al Provincial hablaré
y el alma le quitaré
si el oficio no le quita.
No en vano por sospechosa
tuve la virtud fingida
de esta mujer atrevida,
que, pues llega a ser odiosa
hasta a sus monjas, ¿quién duda
que, perturbando su paz,
con el fingido disfraz
de santa sus vicios muda?
Su eterno perseguidor
tengo de ser desde aquí.
Al convento voy.
CRESPO:
¿Ansí
nos quieres dejar, señor,
sin mandar a los soldados
que se vavan del lugar?
JORGE:
Villanos, habéis de estar
con su presencia obligados
a mi gusto.
CRESPO:
Cuanto quieres
haces. ¿Quién hay que te ofenda?
JORGE:
Señor soy de vuestra hacienda,
vuestras casas y mujeres;
todo me ha de dar tributo,
pues que vuestro dueño soy.
Ven, Lillo.
LILLO:
Contigo voy.
MINGO:
¿Las mujeres? ¡Oste, puto!
¿Qué hemos de her?
CRESPO:
Trasponellas
como puerros.
BERRUECO:
Ése es
mi voto. Yo a Leganés
pienso llevar dos doncellas
que en casa quedan.
MINGO:
Si a pares
a las doncellas sacáis,
a las casadas dejáis
a figura.
BERRUECO:
En los lugares
vecinos pueden estar
seguras, hasta que venga
el emperador y tenga
noticia de que el lugar
nos destruye este traidor.
CRESPO:
Cuando Carlos venido haya,
a fe que no se le vaya
con ella el comendador.
MINGO:
De mi voto no saquéis
las mujeres del lugar,
que mos puede resultar
mayor mal del que teméis.
BERRUECO:
Callad, dejaos de quillotros.
MINGO:
Temo, de esos pareceres,
que en faltando las mujeres
tiene de dar tras nosotros.
Vanse.
Salen la SANTA y MARI Pascuala
SANTA:
Es la hermosura, María,
niebla que el sol desvanece,
sombra que desaparece,
fímera que vive un día,
vela que luce lo que arde
la frágil luz de la vida,
hierba con el sol florida
que se marchita a la tarde,
y es instante cuyo ser
está a las puertas del nada,
joya del tiempo prestada,
por quien luego ha de volver.
Pues fabricar la esperanza
sobre el vano fundamento
de la nieve, sombra y viento,
despojos de la mudanza,
¿paréceos a vos cordura?
¿Es bueno tomar a censo
pena eterna, fuego inmenso,
por el deleite que dura
lo que la sombra y la flor?
¡Ay, María! Mal sabéis
lo que costado le habéis
a Dios, con cuyo valor
vino al mundo a remediaros;
y con ser tal su poder,
tuvo por bien el vender
su vida para compraros.
Joya, pues, que vale tanto,
¿en tan poco ha de estimarse?
¿En balde ha de derramarse
sangre de mi Esposo santo?
No lo permitáis, María;
estimaos en más a vos;
no os merece sino Dios.
MARI:
Basta, madre, madre mía,
basta, que me derretís
el alma y el corazón;
palabras de fuego son,
madre, las que me decís.
Si me he dejado vencer
de las promesas y amor
del fuego, comendador
persiguióme. Soy mujer.
Mi flaqueza combatió;
mas, pues, por vos valor cobra,
no temáis ponga por obra
lo que, hablándome, intentó.
Diamante seré a su amor,
jamás vencerme podrán
sus promesas.
SANTA:
Más galán
es Dios que el comendador.
Si, porque no le habéis visto,
esotro os ha satisfecho
porque trae la cruz al pecho,
más preciosa cruz trae Cristo
a las espaldas, cosecha
de mis vicios desbocados,
que, por no ver mis pecados,
a las espaldas los echa.
Su encomienda es de más cuenta,
y si no, juzgadlo vos,
pues que llevamos los dos,
él la cruz y yo la renta.
Cristo el Gran Maestre es
de esta preciosa encomienda,
rica y inmortal hacienda,
infalible su interés.
Pues, cuando don Jorge os muestre
amor, ¿no es notable error
amar al comendador
despreciando al Gran Maestre?
MARI:
¡Ay, madre! Tan persuadida
a servir a Dios estoy,
que, si quisiera, desde hoy,
mudando de estado y vida,
quedarme por freila aquí.
SANTA:
Ojalá que yo pudiera,
que temo, si salís fuera,
vuestra pérdida.
MARI:
¡Ay de mí!
SANTA:
Hay visita en casa agora
y está nuestro provincial
en ella; es poco el caudal
nuestro, y yo gran pecadora.
Todas le piden que os eche
de casa, que una seglar
su quietud puede inquietar,
sin que mi ruego aproveche.
Fuerza es, hija, que os volváis
a casa de vuestro padre.
MARI:
Pues ¿cómo? ¿No veis vos, madre,
que al lobo la oveja echáis?
SANTA:
No puedo más; la ocasión
suele dar fama notoria,
y Dios, por ver la vitoria,
permite la tentación.
Si de vos misma salís
vitoriosa, buen padrino
os será el amor divino,
por cuyo amor combatís.
Yo haré por vos oración
a Dios.
MARI:
¿Hay tal desconsuelo?
Dadme, pues, la mano.
SANTA:
El cielo,
hija, os dé su bendición.
Vase MARI Pascuala,
Sale el ÁNGEL
ÁNGEL:
¿Juana mia?
SANTA:
¿Mi Laurel?
¿Vuestra Hermosura no sabe
que en el peligro más grave
se ve el amigo más fiel?
Agora que el provincial
admite discursos largos
de las que me ponen cargos
porque las gobierno mal,
¿me escondéis esa belleza?
ÁNGEL:
Jamás me aparto de ti.
SANTA:
Todo es, mi Laurel, así;
pero, para mi tristeza,
no basta que estéis conmigo,
sino que os me dejéis ver.
Agora os he menester,
que sois mi mayor amigo.
ÁNGEL:
Las más, Juana, del convento
son contra ti.
SANTA:
¡Qué bien hacen!
Pues de mis pecados nacen
causas de su descontento;
helas escandalizado,
Ángel, con mi mala vida,
siendo soberbia, atrevida;
y habiendo de ser dechado
de todas, la menor de ellas
pudiera ser mi prelada.
Nunca me han visto enmendada,
viviendo siempre con ellas.
Porque más no las estrague,
es razón, Ángel bendito,
que castiguen mi delito.
Quien tal hace que tal pague.
Llora
ÁNGEL:
Mirando está tu humildad
tu Esposo, a quien enamoras
con las lágrimas que lloras,
porque con su Majestad,
sus méritos aventaja
quien pequeño se parece;
tanto más la fuente crece
cuanto el agua suya abaja.
Tú crecerás hasta el cielo,
pues hasta el suelo te abates,
y porque conmigo trates
cosas que te den consuelo,
en pago de las afrentas
que presto has de recibir,
te quiero, Juana, decir
los milagros que tus cuentas
tienen de hacer en España.
SANTA:
¡Qué buena conversación!
ÁNGEL:
Sentémonos, que es razón.
SANTA:
¿Yo con vos? ¡Merced extraña!
De rodillas, Ángel, sobra
para mí.
ÁNGEL:
Tu familiar
soy.
SANTA:
Así tengo de estar.
Sentaos vos.
ÁNGEL:
Aunque no cobra
mi angélica agilidad
cansancio del movimiento,
por no ser en mí violento,
con más familiaridad
y amor en esta ocasión,
porque consolarte espero,
sentarme, mi Juana, quiero
contigo a conversación. Siéntase
Los venturosos rosarios
que la Majestad inmensa
en su soberano Alcázar
tuvo en sus manos eternas,
salieron con tantas gracias
como se esperaba de ellas;
que manos de Dios no saben
hacer mercedes pequeñas.
Las virtudes de los Agnus
que el vice-Dios en la tierra
concede, esas mismas dió
Cristo, tu Esposo, a tus cuentas.
ÁNGEL:
Gracia de sacar demonios;
contra tempestades fieras;
contra enfermedades varias;
contra tentaciones ciegas,
y otros muchos privilegios
que son sin número y cuenta;
que cuentas que al cielo suben
el cielo es bien baje en ellas.
Han de ser tan estimadas
como es justo, que son prendas
que en fe de su amor dio Cristo
a Juana, su esposa tierna.
El segundo Salomón,
Filipo, cuya prudencia
hará a la justicia y paz
que otra vez á España vuelvan,
una de estas cuentas santas
tendrá con la reverencia
que promete el que ha de ser
de la cristiandad defensa.
Y luego el tercer Filipo,
con su Margarita bella,
los pacíficos, los santos,
tendrán en otras dos cuentas
sumado el valor y estima
de sus célebres riquezas,
por ser joyas con que el alma
se compone y hermosea.
ÁNGEL:
Clemente octavo vendrá
a esta casa antes que sea
de la barca de San Pedro
patrón y rija la iglesia,
y con una cuenta tuya
a Roma dará la vuelta,
con que adorne la tïara
que ha de ilustrar su cabeza.
El santo fray Julián
de tu Orden, que en herencia
en Alcalá, de Francisco
será ejemplo de inocencia,
y fray Francisco de Torres,
de quien este reino espera
milagros y maravillas
que sus vidas engrandezcan,
estas cuentas soberanas
han de estimar de manera
que con su autoridad pongan
freno a desbocadas lenguas.
Veinticuatro religiosas,
del falso espíritu opresas,
tienen de quedar en Francia
libres y sanas por ellas,
y si a algún endemoniado
una cuenta de estas llega,
apenas la tocará
cuando se libre de penas.
ÁNGEL:
Tres ciegos cobrarán vista,
a dos mudos darán lenguas,
oirán por ellas los sordos,
cobrarán salud perfecta
enfermos de corazón,
de fiebres, de pestilencia,
de costado, de cuartanas,
de garrotillo, de lepra.
Serán único remedio
contra los que desesperan
de Dios, y harán que, contritos,
se arrojen a su clemencia.
Desterrarán tempestades,
amansarán las tormentas,
sin que los rayos furiosos
hagan daño en su presencia.
Contra espantos y visiones
serán medicina cierta;
darán sosiego y quietud
a escrupulosas conciencias,
y entre los muchos milagros
que ha de obrar la fe por ellas,
los que se comprobarán
tienen de ser más de treinta.
Todas estas maravillas
ha de hacer Dios, porque entiendas
lo mucho que te ama, Juana.
Mira si es bien que padezcas
por tan liberal esposo.
SANTA:
¡Ay, Ángel divino! ¡Vengan
trabajos y menosprecios,
persecuciones y afrentas,
que si paga a letra vista,
Dios, en tan rica moneda,
y antes que a cuentas lleguemos,
son en mi favor las cuentas.
Sin cuenta quiero servirle.
ÁNGEL:
La vicaria es ya abadesa;
el oficio te ha quitado.
Ya tus trabajos comienzan,
Job de España, ya ha llegado
el tiempo en que ha de hacer prueba
del oro de tu constancia
el toque de la paciencia.
Contigo quedo, ten firme.
Vase
SANTA:
Si mi guarda os encomienda
mi Esposo, ¿qué importan olas
en sufrimientos de piedra?
Sale la Vicaria, ya ABADESA, y las MONJAS
ABADESA:
Ya, hermana, ha querido el cielo
que los embustes se sepan
de su santidad fingida
para que remedio tengan.
Nuestro padre provincial
escandalizado queda
de modo de sus excesos,
que se ha partido sin verla,
y quitándola el oficio
me eligió por abadesa,
contra mi gusto por cierto;
mas obedecer es fuerza.
SANTA:
Nuestro padre provincial
en tan justa elección muestra
su cristiandad, su virtud,
su gobierno y su prudencia.
Que sin verme se haya ido
y mis culpas aborrezca
no me espanto, que es un santo,
y yo digna de las penas
del infierno. Aquesos pies,
aunque yo no lo merezca,
ponga, madre, en esta boca.
ABADESA:
No me hable de esa manera;
hipócritas humildades
en mí han de hacer poca mella.
Álcese del suelo, acabe.
SANTA:
Si todos me conocieran
como ella, madre, ¡en qué poco
me estimaran y tuvieran
los que me juzgan por santa
siendo el mismo vicio! Es cuerda
y conoce mis pecados.
ABADESA:
Con fingidas apariencias
no me ha de engañar, hermana;
escuche la penitencia
que me manda que la dé
nuestro padre.
SANTA:
¡Qué pequeña
comparada con mis culpas
será, por grande que sea!
ABADESA:
El velo manda quitarla.
Quítasele
SANTA:
Hace bien, que quien no vela
con las vírgines prudentes
hasta que el esposo venga
bien merece que la quiten
el velo y que con la puerta
la den. ¡Ay de mí, que soy
una de las cinco necias!
ABADESA:
Manda que todas las monjas,
hermana, la den en rueda
una disciplina.
SANTA:
Es justo
que a Dios pague en la moneda
que pagó por mis pecados.
Cinco mil azotes fueran
más justos en mí que en Él.
Ya me alivian esas nuevas.
ABADESA:
También manda que la encierren
y den por cárcel su celda,
porque le han dicho que está
endemoniada y que intenta
el demonio por su boca
engañar a los que llegan
a escucharla cuando habla
fuera de sí en tantas lenguas.
SANTA:
No me espanto, que también
llamaba la envidia hebrea
a mi Esposo endemoniado.
Razón es que le parezca.
Enciérrenme, que es muy justo,
porque mis culpas no vean,
que por ser tan grandes temo
que ha de tragarme la tierra.
ABADESA:
Pena de descomunión
manda que no hable con ella
ninguna monja.
SANTA:
¡Qué sabio
mandato, qué gran prudencia!
A los que están apestados
dicen que nadie se llega
porque su mal no les toque.
Los vicios son pestilencia;
como soy tan pecadora
por apestada me encierran,
y es bien que ninguna me hable
porque de peste no muera.
ABADESA:
Sabe Dios lo que he rogado
a nuestro padre por ella;
pero hale dado don Jorge
tan extraordinarias quejas,
que, satisfaciendo a todos,
y aun usando de clemencia,
le da este corto castigo.
SANTA:
¡Y qué corto! El cielo quiera,
madres, que yo no lo pague
allá en las penas eternas.
ABADESA:
Deje ya los fingimientos,
hermana, y al coro venga
adonde todas la azoten.
SANTA:
Vamos muy en hora buena.
MONJA 1:
¿Es posible que fingida
toda esta santidad sea?
MONJA 2:
Pues el provincial lo dice,
que tiene tanta experiencia,
¿quién lo duda? Y más, sabiendo
que el lobo se finge oveja.
Vanse las dos MONJAS.
Quédanse Sor EVÁNGELISTA,
la ABADESA y la SANTA
EVÁNGELISTA:
(Hanme mandado callar, (-Aparte-)
y el corazón me revienta
viendo padecer mi madre
de pesar y de tristeza;
mas, si son los gustos oro
y sus quilates acendra
la tribulación, ¿quién duda
que Juana ha de salir de ella
con infinitos quilates
para que sirva a la mesa
del infinito Monarca?
Esto sólo me consuela.)
Vase
ABADESA:
(Ya se cumplió mi deseo; (-Aparte-)
en fin, me han hecho abadesa.
Ya se vengará mi envidia
de esta hipócrita; contenta
voy en extremo. ¡Oh, qué vida
la pienso dar! No habrá afrenta,
castigo ni menosprecio
que no he de probar en ella.)
Vase
SANTA:
A fe, Juana, que os conocen;
alegre estoy de que os tengan
por lo que sois. De esta vez
nadie os juzgará por buena.
Quien tal hace, que tal pague.
Pagad, Juana, vuestras deudas,
que, pues todas os persiguen,
a todas hacéis ofensa.
Vase.
Salen don JORGE, LILLO,
CRESPO, MINGO y BERRUECO
JORGE:
Los propios del lugar y renta aplico
a mi hacienda.
CRESPO:
¿No basta su encomienda?
JORGE:
No repliquéis, villano.
CRESPO:
No replico;
mas, ¿por qué nos despoja de la hacienda?
JORGE:
Estoy yo pobre y el concejo rico;
no habrá quien de vosotros me defienda,
que entre villanos mal podrá enfrenallos
si el dueño es pobre y ricos los vasallos.
¿Qué depósito tiene aquí el concejo?
MINGO:
Cien fanegas de pan que da cada año
a pobres del lugar.
JORGE:
¡Lindo aparejo
para holgazanes!
MINGO:
No teme ese daño;
porque sólo se da al enfermo viejo
y a la mísera viuda.
JORGE:
Ése es engaño;
aplícolo a mi renta.
BERRUECO:
Pues los pobres,
¿qué han de comer cuando su pan los cobres?
JORGE:
Remedio habrá para ellos.
BERRUECO:
¿De qué suerte?
JORGE:
A los pobres enfermos desterrallos.
CRESPO:
Que eres cristiano y que lo son advierte.
JORGE:
En Illescas podrán mejor curallos.
BERRUECO:
¿Y a los viejos?
JORGE:
¿Los viejos? Darlos muerte,
pues no hay limosna igual como sacallos
de este mal mundo.
MINGO:
¿Y ése es buen consejo?
JORGE:
¿Para qué ha de vivir, si es pobre, un viejo?
MINGO:
¡Plegue a Dios que no llegues a esos días!
JORGE:
Las viudas hilen, si de edad no fueren
para casarse.
BERRUECO:
Bien tu intento guías.
JORGE:
No ha de haber pobres; los que aquí lo fueren
hacedlos desterrar, que son harpías
que a nuestras mesas sustentarse quieren;
y un poderoso que los desterraba
ratones de los ricos los llamaba.
CRESPO:
Mejor nombre les da el cristiano celo,
de quien en este mar los llama naves
en que la caridad despacha al cielo
riquezas de que tiene Dios las llaves.
El mundo es mar y en él, cierto, recelo
de sus Caribdis y sus Sirtes graves.
En su golfo se pierde el que navega;
sola la caridad al cielo llega.
JORGE:
Predicador villano: ¿tú conmigo
con ejemplos y réplicas te pones?
Vete, si no es que aguardes el castigo
digno de tus hipócritas razones.
No es bien que a pobres se reparta el trigo,
que son de la república ratones.
Vete.
MINGO:
Si limosnero, señor, fueras,
tus vicios, con ser tantos, encubrieras.
Vanse los tres labradores.
Sale MARI Pascuala
MARI:
A no salir del convento,
de modo me enamorara
tu divino entendimiento,
Juana santa, que dejara
de dar al cuerpo sustento
por tus palabras, manjar
que desterrando el pesar
dejan el sentido en calma,
pues con las sobras del alma
me pudiera sustentar.
Pero, pues que de él salí
y palabra en tu presencia
de no ofender a Dios di,
no hayas miedo que en tu ausencia
pueda la pasión en mí
lo que ha podido hasta agora,
que, en fin, eres mi fiadora,
y Dios severo acreedor
que cobrará con rigor
si no paga la deudora.
A don Jorge quise bien;
pero ya en ceniza fría
sus torpes brasas se ven.
¡Ay cielos! éste es.
JORGE:
María,
a mi vista albricias den
mis deseos, que en tu ausencia
han mostrado a la experiencia,
en el potro del amor
los tormentos que el temor
suele dar a la paciencia.
¿No me hablas? ¿Porqué enojos?
Pones mi esperanza en duda.
Mas ya sé que son antojos
de amor, que la lengua muda
suele pasarse a los ojos.
Mi María, si no es vano
el amor que te provoca,
ya que por temor liviano
me niega el habla tu boca,
hablar puedes por la mano,
que su cristal me enamora.
MARI:
(¡Ay confianza habladora! (-Aparte-)
Cuán lejos suele vivir
el prometer del cumplir
he experimentado agora.
Soldado he sido cobarde;
hice en la paz menosprecio
de la guerra, y en su alarde
caí; que es propio del necio
temer el peligre tarde.
Prometí de no ofender
a Dios; pero, ¿qué he de hacer,
si la poca resistencia
me cupo sólo en herencia
de la primera mujer?
De un modo empiezan su nombre
mudanza y mujer liviana;
mudéme, nadie se asombre,
si a Eva vence una manzana,
que hoy a mí me venza un hombre.)
JORGE:
¿Qué dices?
MARI:
Que no quisiera,
por lo bien que me estuviera,
deciros que os quiero bien.
JORGE:
Pues, mi labradora, ven
adonde mi amor te espera.
MARI:
(¿Éstas las cenizas son (-Aparte-)
frías? Mas dejó una brasa
escondida la afición,
y quemaráse la casa,
porque sopla la ocasión.)
Vanse don JORGE y MARI Pascuala.
Queda LILLO y sale CRESPO
CRESPO:
Yo, señor Lillo, quisiera
hablar al comendador.
LILLO:
Por el Lillo y el señor
le llamara si estuviera
para eso; pero está
ocupado.
CRESPO:
Pues ¿qué hace?
LILLO:
Una dueña en quien deshace
lo que ella otra vez no hará.
CRESPO:
Que es cosa y cosa parece.
LILLO:
Cosa sin cosa podría
ser ya.
CRESPO:
¿Quién será?
LILLO:
María
CRESPO:
¿Mari Pasqual?
LILLO:
Ésa ofrece,
pues que saberlo codicias,
primicias de su hermosura
a don Jorge.
CRESPO:
Pues ¿es cura
para llevar las primicias?
LILLO:
Ésta es la verdad.
CRESPO:
¿No estaba
en la Cruz?
LILLO:
Hízola echar
Juana.
CRESPO:
Yo voy a avisar
a su padre, que pensaba
que allí la tenía guardada;
pero diréle que queda
bellaca para moneda.
LILLO:
¿Por qué?
CRESPO:
Porque está cercenada.
Vase.
Sale don JORGE maltratando a MARI Pascuala
JORGE:
Echa, con la maldición,
esta mujer, en quien veo
que es la esperanza y deseo
mejor que la posesión.
¡Que lo que pretendí tanto
tanto me llegue a enfadar!
LILLO:
Amón eres con Tamar;
gozástela, no me espanto.
Dos caras el gusto pinta,
señor, en cualquiera cosa:
si es ajena, muy hermosa;
pero si propia, distinta.
Cuando ajena, cosa es clara
que el sol era su traslado;
pero ya que la has gozado
verás la segunda cara.
MARI:
¿Así se paga el honor
de una mujer, fementido?
Mas de honras, ¿cuándo ha sido
el mundo buen pagador?
JORGE:
Déjala y ven.
Vase
MARI:
Oye, escucha
¡Ah tirano; ¿así te vas?
Mas la deuda negarás,
que es costumbre cuando es mucha.
Paga como caballero;
pero dirás, y es verdad,
que perdió la voluntad
el gusto, que es su dinero.
Que eres noble considera.
LILLO:
Pasito, Mari Pasqual,
que no fuera él principal
si pagara y no debiera;
y si de palacio el trato
sabes, ten por negocio hecho
que eres mía de derecho,
porque he levantado el plato.
Si te dejares comer
mi apetito estimarás.
MARI:
Como imitándole estás,
vendrás tan infame a ser
como el señor, de quien eres
torpe solicitador,
sin sentir tu vil señor
que te sirvan las mujeres
que él deshonra, de despojos.
Pero, afrentoso alcahuete,
aguárdame, y sacaréte,
porque no lo seas, los ojos.
LILLO:
¿Porque a mi amo ha servido
tantos humos ha cobrado?
Advierte que es del crïado
todo el ropaje traído
y que aunque el rey tenga un bayo
de notable estimación,
quitado el caparazón,
le corre cualquier lacayo.
Vase
MARI:
¿Éstos son pagos del mundo,
en deudas tan merecidas
como son deudas de honor
cuando se acercan sus ditas?
¿Así se cumplen palabras
con lágrimas ofrecidas,
con promesas intimadas,
con ansias encarecidas?
¿Aquesto es ser caballero?
¿En esta nobleza estriba
el valor que España ensalza
y estimaron mis desdichas?
¿Mudables, dicen que son
las mujeres, ofendidas
de tantas lenguas mordaces
tantas plumas enemigas?
¿Esto es ser hombre, de quienes
tantas virtudes se afirman,
tantas hazañas se alaban,
tanta firmeza publican?
MARI:
Si así los hombres son que España cría,
¡mal haya la mujer que en hombres fía!
¡Ah ingrato y necio pastor!
¿La oveja dejas perdida
para que lobos la coman
después que la lana esquilmas?
¿Cómo, cielos rigurosos,
si es verdad que la justicia
desterrada de la tierra
vuestro tribunal habita,
no castigáis este ingrato,
pues no valen allá arriba
las dádivas ni el poder
que tantas varas derriban?
Justicia os pide mi agravio
de un traidor que famas quita,
de un hombre, en fin, que en ser hombre
será la mudanza misma.
Mas, pues deudas de honor tan presto olvidan,
¡mal haya la mujer que en hombres fía!
Pero, alma, ¿de qué os quejáis
de promesas no cumplidas,
si la palabra quebrastes
que a Dios distes este día?
Si os quitó don Jorge la honra,
por vos quitaron la vida
a Dios; si él os ha dejado,
sin Dios andáis vos perdida.
Yo prometí no ofender
su Majestad infinita,
Juana salió mi fiadora;
mas ¿quién de ocasiones fía?
¿Tendrán perdón mis pecados?
No; que es la ofensa infinita.
MARI:
¿No puede Dios perdonarme
si le llamo arrepentida?
Sí puede, mas no querrá;
pues ¿será razón que viva
mujer que perdón no aguarda
y de un hombre fue ofendida?
Eso será gran deshonra;
pues ¿quitaréme la vida?
Sí; que ya estoy condenada,
y el Ángel que en compañía
y guarda el cielo me dio
me ha dejado, porque escrita
ha visto ya la sentencia,
por mi mal, difinitiva.
¿Adónde un lazo hallaré?
Mas ¿será tal mi desdicha
que aun le faltará a mi muerte
el instrumento homicida?
Dadme, verdugos eternos,
un cordel, que al que castigan
de balde le da la soga
con que muera, la justicia. Échanla un cordel
¿Qué es esto? ¡Ay de mí! Una soga
me arrojaron desde arriba.
¡Que por tan crüel salario
halle el mundo quien le sirva!
MARI:
Dádivas son del infierno
que promete oro de Tíbar
y teje sogas de esparto
que esperanzas precipitan.
Pero ¿qué mucho, si a Dios,
cuando con pan le convida,
en vez de pan le dé piedras
que en sogas libre sus ditas?
Matad, pues, cuerda, una loca
desesperada y precita,
que quien el honor perdió
justo es que pierda la vida.
El desprecio de un hombre es mi homicida.
¡Mal haya la mujer que en hombres fía!
Quiere ahorcarse,
baja de arriba la SANTA,
volando y detiénela
SANTA:
Detén la bárbara mano.
¿Por qué, ingrata, desconfías
de Dios misericordioso
y apelas de su justicia?
Quien perdonó a Magdalena
te perdonará, María,
pues es su misericordia,
como entonces, infinita.
Pide con ella perdón,
y en estas cuentas benditas
espera, que Dios en ellas
tus cargos y cuentas libra.
Dale un Rosario y desaparece
MARI:
¡Oh mil veces santas cuentas;
milagrosa medicina
de precipitadas almas!
Por vosotras reducida,
confieso y tengo por fe
que a un "pequé" del alma, olvida
Dios infinitas ofensas.
Pequé, Señor, mi alma diga.
En la Cruz he de ser monja;
vuestra Majestad permita
que sus religiosas santas
me lo otorguen, aunque indigna,
que, como la Cananea,
las migajas y reliquias
de su venturosa mesa
podrán sustentar mis dichas.
Juana, por vuestra oración
me ha dado el cielo dos vidas,
la del alma y la del cuerpo.
Misericordia infinita,
pues perdonáis ofensas cada día,
¡bienhaya la esperanza que en vos fía!