La oliva y el laurel: 02

La oliva y el laurel
Alegoría escrita para las fiestas de la proclamación de S. M. LA REINA DOÑA ISABEL II

de José Zorrilla
del tomo dos de las Obras completas ordenadas por Narciso Alonso Cortés.


ESCENA II

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EL GENIO DE LA PAZ, EL DE LA GUERRA, SUS GENIOS

EL GENIO DE LA GUERRA.

(saliendo de repente.)
Será, mujer imbécil, mi palacio:
y el campo, despojado de verdura,
circo será de suficiente espacio
donde ensayarme en la pelea dura.
Y si el suelo a brotar está reacio
de sus olmos y robles la espesura,
al riego del sudor de mis corceles
le poblaré de bosques de laureles.

¿Qué falta nos hará tu vil descanso?
¿Qué valen tus pacíficos primores,
ni qué importa la orilla de un remanso
cercar de huesos o de breves flores?
¿Qué más da que repita el aire manso
tus himnos o el doblar de mis tambores?
¿Por qué han más de valer tus torpes vicios
que mis nobles y ardientes ejercicios?

¿Tú, qué has creado? Imbéciles varones
que consumen su vida en dictar leyes,
que hacen desesperar a las naciones,
y acudir a las armas a los reyes:
y al fin de sus discursos baladrones,
cuando han uncido para arar los bueyes,
que es fuerza ven para guardar su tierra,
uncirlos en el carro de la guerra.

Para venir a tales resultados,
no sé por qué la tierra dividida
entrambos ha de estar: pues tus estados
por mí te tienen siempre defendida,
y tu prez y valor son mis soldados,
y mis bravos ejércitos tu vida,
protegida es igual que encarcelada:
quédate, pues, a mi laurel atada.

EL GENIO DE LA PAZ.

Genio de sangre y mortandad sediento,
si guarda aún tu corazón de roca
de compasión un solo sentimiento,
un súplica atiende de mi boca.

EL GENIO DE LA GUERRA.

Templo es mi pecho del altivo aliento
que mantener al vencedor le toca:
habla, y si ves que con orgullo escucho,
ve que en oírte sólo aún hago mucho.

EL GENIO DE LA PAZ.

Oye un instante pues: en una punta
de esa altanera tierra de la Europa,
una noble nación hay que se junta
contra sí misma en iracunda tropa.
Diez años dormí allí casi difunta,
del regio manto en la rasgada ropa,
y diez años guardé con pobres leyes
el combatido solio de sus reyes.

Diez años son de llanto y amargura,
en abandono y soledad pasados,
mas diez años que llevo de ventura
en mi memoria y corazón grabados:
y con tan honda y maternal ternura
me aduermo en sus recuerdos encantados,
que me holgara en yacer en aquel suelo
que con tan puro azul cobija el cielo.

Pon mi cárcel allí, será mi trono:
señálame en su centro, en breve espacio,
mansión, y el universo te abandono,
por si te ves al fin de sangre sacio.
No más entre los dos lucha mi encono:
en pocos pies de tierra mi palacio
tendré, y bajo tus leyes de exterminio
tendrás al universo en tu dominio.

Esto conviene más a tu bravura
y al excelso esplendor de tu corona,
que dar en tal mansión cárcel oscura
a una pobre y pacífica matrona.

EL GENIO DE LA GUERRA.

Bien merece un rincón por sepultura
quien todo el universo me abandona:
mas veamos, ¿cuál es la tierra extraña
do ese rincón anhelas?

EL GENIO DE LA PAZ.

Es España.

EL GENIO DE LA GUERRA.

¡España!

EL GENIO DE LA PAZ.

Sí; que en su feraz terreno
revientan las espigas entre flores,
y de sus valles el sombrío ameno
orea con purísimos olores,
en amarillas chozas lechos de heno
que acunaron del mundo a los señores.
España, sí, donde a la par se anida
el germen del honor y de la vida.

Allí es sufrida la briosa gente;
allí le pueblo es leal, sobrio y sencillo;
allí segura la amistad no miente,
no ciega allí del oro el falso brillo;
allí se escucha a la vejez prudente;
allí ase el mozo a par espada o trillo,
y allí, según que la ocasión requiere,
se vive labrador y héroe se muere.

Hartos siglos en guerras desastrosas
allí siguieron tu sangriento carro,
y tuvieron sedientos sus sabrosas
aguas que serenar en rozo barro.
Déjame, pues, que las marchitas rosas
fecundice otra vez del fresco Darro,
y el son alegre de tranquila zambra
vuelva a encantar los patios de la Alhambra.

EL GENIO DE LA GUERRA.

Ten esa lengua, y que jamás me pida
lo que jamás me comprarán tesoros.
Pidiérasme la Italia corrompida,
que alza a su esclavitud himnos sonoros;
pidiérasme la Grecia empobrecida,
las tostadas arenas de los moros
y cuanto el mar sobre la Europa baña,
antes que un pie de la atrevida España.

Allí nace el varón constante y fiero;
allí nace el soldado vigoroso;
allí se forja irresistible acero,
y allí se cría el bruto poderoso
que saca del combate al caballero,
o da con él su aliento generoso:
y allí mueren invictos capitanes
los que nacieron rústicos jayanes.

¿Darte la España yo? Nunca, sería
cederte imbécil el mejor pedazo
de mi solio imperial: preferiría
sentir sin fuerzas mi potente brazo,
y sin fe el corazón: mejor querría
trocar por una rueca o un cedazo
la poderosa lanza, y entre flores
presa yacer de estúpidos amores.

No; mi esclava serás. Yace aquí sola,
mientras yo con mis fieros españoles
conquistaré la mar ola tras ola,
la tierra ganaré soles a soles.

EL GENIO DE LA PAZ.

¿Y qué esa raza logrará española,
cuando con ella el universo asoles?

EL GENIO DE LA GUERRA.

Sus huesos formarán una montaña
donde clavemos el pendón de España.

Allí roto jirón, mas siempre honrado,
cuando la noche con sus velos ciña
los ámbitos del mundo desolado,
derramará la luz por la campiña:
y al abrirse el oriente purpurado
espantará las aves de rapiña
que a guarecerse de él habrán venido
con corvo vuelo y gutural graznido.

¡Sus, pues, oh genios de la Guerra hermanos!
Nuestro alcázar oscuro abandonemos:
¡sus! y en los corazones castellanos
de las lides el vértigo soplemos.
Sangre goteen nuestras rojas manos:
y pues cautiva ya la Paz tenemos,
libres volad, ¡oh genios de la Guerra!
y en España caed: nuestra es la tierra.
(Vase el Genio de la Guerra seguido de los que han atado al de la Paz y de los que han salido con él, al ruido de música marcial que se pierde en lo lejos.)