La mayor CoronaLa mayor CoronaFélix Lope de Vega y CarpioActo II
Acto II
(Sale por una puerta BADA, con acompañamiento, y por la otra LÍSIPA, de la misma manera.)
UNO:
¡Plaza a la reina! ¡Parad!
OTRO:
¡Plaza a la reina! ¡Tened!
LÍSIPA:
Al rey, que aguardo, avisad.
BADA:
Si el rey me aguarda sabed.
UNO:
Voy.
OTRO:
Voy.
(Vanse los dos.)
BADA:
¡Levantad!
Excusada prevención.
LÍSIPA:
La tuya es más excusada,
si es mía la posesión.
BADA:
Hoy me has de ver coronada,
por justicia y por razón.
LÍSIPA:
Calla, loca.
BADA:
Tú lo estás.
LÍSIPA:
¿Ansí a la reina te atreves?
¿Quién vio igual traición jamás?
BADA:
Mi rigor haré que pruebes
si en esas locuras das.
LÍSIPA:
En coronándome, loca,
pondré en tu cabeza el pie.
BADA:
A mí el castigo me toca,
y, en siendo reina, pondré
el chapín sobre tu boca.
LÍSIPA:
Estoy muy alta.
BADA:
Yo estoy
desmintiendo nubes bellas,
que estrella del cielo soy.
LÍSIPA:
Pues yo, despreciando estrellas,
al sol desprecios le doy.
BADA:
¡Brava arrogancia!
LÍSIPA:
Grandeza,
dirás.
BADA:
¡Bárbara! ¿Has sabido
mi majestad y nobleza?
LÍSIPA:
Y tú, loca, ¿has conocido
mi poder y mi riqueza?
BADA:
Desnúdate, si quedar
no quieres necia y perdida.
LÍSIPA:
A mí me han de coronar,
y por no quedar corrida...
BADA:
Vete, vete a desnudar,
Mi ventura envidiarás
antes de una hora.
LÍSIPA:
Y tú ahora
envidia de mí tendrás.
El rey me estima y adora.
BADA:
A mí el rey me estima más.
LÍSIPA:
¡Bravo error!
BADA:
¡Locura extraña!
LÍSIPA:
Engáñate el parecer.
BADA:
A ti el corazón te engaña.
LÍSIPA:
Reina de España he de ser.
BADA:
Yo he de ser reina de España.
(Sale HERMENEGILDO.)
HERMENEGILDO:
Si estoy ya desengañado,
¿cómo estoy tan temeroso,
tan remiso y tan callado?
Si el que en Dios vive animoso
en El muere coronado,
si sé que esto es lo mejor,
¿cómo en tanto engaño vivo
con respeto y con temor,
y cómo ingrato y esquivo
niego a Ingunda tanto amor?
¿Cómo beldad tan amada
temerario he perseguido,
y cómo así, aprisionada,
está, si soy buen marido,
la más perfecta casada?
Mas ya un ángel celestial,
que de los dos ha nacido,
podrá, en desventura tal,
dando luz a mi sentido,
darme nombre desleal.
LÍSIPA:
Dadle a Lísipa dichosa
la mano.
BADA:
Dadle la mano
a la que es tan venturosa.
HERMENEGILDO:
¡Ay! Pues ya sé lo que gano,
daré la mano a mi esposa.
LÍSIPA:
Por mí lo ha dicho.
BADA:
Por mí
lo dice.
LÍSIPA:
¡Locos antojos!
BADA:
¡Temerario frenesí!
LÍSIPA:
Ya le vi el alma en los ojos.
BADA:
Yo en los labios se la vi.
HERMENEGILDO:
¿Está firme esa villana
en su loco proceder?
LÍSIPA:
Ciega en su opinión romana,
dice que ha de padecer
por la religión cristiana.
HERMENEGILDO:
¡Brava constancia!
BADA:
Locura,
dirás.
LÍSIPA:
Beldad mal lograda.
BADA:
Premio en su afrenta procura.
HERMENEGILDO:
Pues hoy la veréis premiada,
si en ella el premio asegura,
que hoy al premio ha de salir
la verdad de tanto yerro,
y el engaño ha de morir,
y a los malos con destierro
Y prisión pienso oprimir.
La religión verdadera
en mi reino ha de quedar,
y, a pesar de quien la altera,
la verdad ha de triunfar
aunque en su defensa muera.
Traedrne aquesa mujer
que pensaba serlo mía,
que quiero su intento ver.
LÍSIPA:
Yo voy.
BADA:
Aguarda.
LÍSIPA:
Desvía.
HERMENEGILDO:
Las dos la podéis traer.
Mi potestad, Bada hermosa
y bella Lísipa, os doy
en su prisión rigurosa.
LÍSIPA:
Sin duda su esposa soy.
BADA:
¡Oh! Soy sin duda su esposa.
(Vanse.)
HERMENEGILDO:
Hoy, divina Ingunda, en vos
las estrellas ascendientes
se engañan, pues me dan vida
cuando al contrario prometen.
Mas no erró la astrología,
que si Hermenegildo muere
en su error, por vos en él
a obrar las estrellas vienen.
Por vos muero y por vos vivo
abrasado como el fénix,
burlando incendios sabeos
en holocaustos de nieve.
Por vos, Leandro, mi tío,
con razones evidentes
me ha dado luz de la luz,
que es Dios de Dios, en quien leen
alfa y omega las causas
por quien principio y fin tienen.
que están la muerte y la vida
de su alfabeto pendientes.
Quiero ver lo que me escribe. (Lee.)
«Sobrino, cuanto pretendas saber de nuestra verdad, lo hallarás cifrado en este «Symbolum Sancti Atanasii quicumque vult salvus esse ante omnia opportet ut teneat catholicam fidem». Yo os miraré muy despacio. Pero ya mi Ingunda viene. Después le leeré, que agora ver quiero el sol en su oriente.
(Salen LÍSIPA y BADA con INGUNDA, de luto.)
LÍSIPA:
Ya tienes la presa aquí.
HERMENEGILDO:
Púrpura hermosa parece
que en bacía de esmeralda,
formada del botón verde,
virgen y flamante sale
a ser del aire pebete.
Ya vendrás desengañada,
viendo el imperio que pierdes,
de tu error.
INGUNDA:
Verdad tan alta
manda que imperios desprecie.
Un Dios sempiterno y solo,
que tres Personas contiene
la indivisa Trinidad,
no entendidas de la suerte
que Atrio y Nestorio lo afirman,
que estos dogmatistas mienten.
LÍSIPA:
¿Hay tal blasfemia?
BADA:
¿Hay tal yerro?
(Danle las dos una bofetada.)
INGUNDA:
Así mi paciencia vence.
HERMENEGILDO:
Un Dios solo y tres Personas
en la Trinidad entiende
Arrio también; pero son
Padre y Hijo diferentes,
porque el Hijo no es del Padre
consubstancial al que tiene
esencia por sí.
INGUNDA:
Es error
de ese Leviatán serpiente,
que en los montes de Samaria
fuego vierte y rabia vierte.
¡Ah, monstruo de Europa y Asia.
Arrio, a quien decir pueden
con más propiedad a río,
donde pie las almas pierden!
Iguales el Hijo al Padre,
el cual en su eterna mente
sin madre lo engendra Verbo,
para que después se hiciese
hombre de madre sin padre,
que dos nacimientos tiene
el Hijo en tiempo, y sin él
antes que los siglos fuesen.
Uno el Dios palabra en Dios,
y otro en carne en un pesebre,
quedando su Madre santa
limpia siempre y virgen siempre.
BADA:
¡Basta, bárbara cristiana!
LÍSIPA:
¡Toma, para que te acuerdes
de las locuras que dices!
BADA:
¡Toma, por que no blasfemes!
(Danle.)
INGUNDA:
Por la verdad que publico,
gloria y no castigo es éste.
Vosotras os ofendéis
cuando pensáis ofenderme,
que soy piedra.
HERMENEGILDO:
Y yo lo soy,
pues aquí no me enternece.
INGUNDA:
Dios, Hermenegildo ciego,
te dio esposa en mí por suerte,
por que la tuviese yo
y por que tú la tuvieses,
y, conociéndolo en mí,
vinieses a conocerle.
Y si por esta verdad,
tirano, presa me tienes,
no esperes de mí otra cosa
ni otro propósito esperes.
Dame la muerte, que en mí
es triunfo inmortal la muerte.
HERMENEGILDO:
Pues si es la muerte tu triunfo,
¿cómo de esa suerte vienes,
con tanta tristeza y luto,
que el triunfador sale alegre?
INGUNDA:
Por la católica Iglesia
es la tristeza presente;
por ella es el luto. ¡Oh, santa
ciudad! En trenos lamente
tu nueva transmigración
el Profeta.
HERMENEGILDO:
Si pretendes
triunfar, ya ha llegado el día,
y, por que más lo celebres,
hoy será la muerte tuya;
muy bien puedes disponerte.
Apercíbete.
INGUNDA:
Sí haré,
y a triunfar volveré, alegre.
Aguárdame un breve instante.
HERMENEGILDO:
¿Vaste adornar?
INGUNDA:
Vestiréme
de bodas; ricas sandalias
me calzaré, por que piense
Betulia que soy Judit,
victoriosa de Holofernes.
HERMENEGILDO:
Bueno está. Llevadla.
LÍSIPA:
Loca,
calla, que te desvaneces.
BADA:
Darás la vida al cuchillo.
INGUNDA:
Será dichosa mi suerte.
(Llévanla las dos.)
HERMENEGILDO:
¿Quién en tan divina ley
no se anima y no se ofende
a morir para vivir
y a reinar aunque no reine?
Perder el reino por Dios
es ganarle y no es perderle.
Hoy la corona de España
por la del cielo se trueque,
aunque mi padre se irrite
y mis imperios se alteren.
No ha de quedar arriano
que no persiga y destierre
desde el Alpe hasta los montes
de la Galia narbonense.
Y perdóneme mi padre
que, con tormentos crüeles,
me manda que en toda España
vivo cristiano no deje,
que en tan agravada acción
es virtud no obedecerle.
Hoy la católica Iglesia
por mí en España comience,
para que a mi imitación
la amparen todos los reyes,
a quien católicos llamen,
blasón que vendrá en deberse
a Ingunda de Austria, por quien
vida Hermenegildo tiene.
(Sale CARDILLO.)
CARDILLO:
La novedad que se aguarda
a todo el mundo suspende.
HERMENEGILDO:
¿Qué hacen los cristianos?
CARDILLO:
Lloran,
sin haber quien los consuele,
porque dicen que es para ellos
el aparato presente.
HERMENEGILDO:
Y ¿qué hacen los arrianos?
CARDILLO:
Andan validos y alegres,
burlando a los afligidos,
y pues hoy promulgas leyes,
desterrando a los cristianos,
mil cosas impertinentes
y sobradas, es razón
que, con ellos, también eches
de España, por ser figura
que al mundo cansan y ofenden.
En éste el reino te pide (Saca un memorial.)
que, corcovado, no dejes
en ella canalla inútil,
que no sólo come y bebe
lo que siempre le hace falta,
sino que toda va siempre
apercibida de alforjas
donde permite que lleven
las calabazas con vino,
quesos, hogazas y nueces
y otras zarandajas. Dime:
¿hay acción en que aprovecha
estas verrugas del mundo
y de la tierra juanetes,
o estas cepas animadas
sino para que las quemen?
CARDILLO:
Estos chinches barbadicos
salgan de España, que hieden
a ratones sin corcovas,
por ser el nido en que duermen. (Saca otro.)
Aquí, que ahorques los lindos
te suplican las mujeres,
con que se han encarecido
espejos, untos y aceites.
Manda que sean hombres todos
o que, descaradamente,
pasen de mujeres plaza,
pues procuran ser mujeres. (Saca otro.)
Aquí, las dueñas te piden
que en todo el reino no queden
escuderones Pannucios,
santantones de retretes,
padres del yermo en poblado
que por un escudo venden
la honestidad más templada
y virtud más continente.
judas del género humano,
aunque de su misma especie,
han nacido gentilhombres
que su apellido desmienten.
CARDILLO:
Estos son muletas vivas
de un chapín de doce o trece,
de corcho, que por milagro
como tortugas se mueven.
Que es lo mismo que ir guiando
una carreta de bueyes
o un jumento cojo y flaco
por gran lodo cuando llueve.
¡Vive Dios, que éstos, señor,
un gran castigo merecen!
¡Que haya hombres que flema igual
sufren y no los entierren
vivos!
HERMENEGILDO:
¡Bueno vienes!
CARDILLO:
A éstos
haz, señor, que los condenen
a gentilhombres de postas,
por que corran y tropiecen.
Nada de los sastres digo,
que han dicho que han de coserme
a puñaladas, y ya
hasta los príncipes mienten.
Expulsa de los palacios
los buscones e insolentes
al infierno, por que en ellos
beba Belcebú con nieve.
No dejes médico a vida;
sólo las mulas se queden
que en la facultad que tratan
lo mismo que ellos entienden.
A los reinos enemigos
los envías si ser quieres
dueño de sus monarquías,
que es enviarles la peste.
Destierra todo beato,
que éstos los pescuezos tuercen
en las calles, y en las casas
más que grullas los extienden.
Echa maridos piadosos,
aunque como uno reserves,
que yo en la corte conozco,
bastara para simiente.
Redímenos de habladores
y de necios finalmente,
arrogantes, presumidos,
cultos y, sabios encierre.
Estos y muchos que callo
pide España que destierres
con los cristianos, que ansí
paz y quietud nos prometen.
HERMENEGILDO:
Y tú, ¿eres cristiano?
CARDILLO:
¿Yo
tenía de ser cristiano?
Mil veces soy arriano;
arriano me engendró
mi padre y mi madre fue
hija de madre arriana;
arrïana fue su hermana,
su tía, su suegra, y sé
por tradición verdadera
que mi abuelo y sus hermanos
fueron, señor, arrianos,
aun antes que Arrio naciera.
¿Yo cristiano había de ser?
No me lo osara decir
otro que tú sin morir.
Arriano me has de ver
mientras viviera, y mil años
después de muerto también,
que fue muy hombre de bien
Arrio, y en menores paños
yo, señor, le conocí,
niño, joven, hombre y viejo.
Fue gordo y barbibermejo
como un azafrán romí,
y calvo, aunque lo encubría
con un casquete entonado,
que siendo tan hombre honrado
estas tres faltas tenía.
HERMENEGILDO:
¡Oh lisonja! ¡Monstruo vil,
que tantas almas condenas,
creciendo al infierno penas
llenas de ambición civil!
¡Lisonja de aduladores
que los palacios arruinan!
¡Más que a sus almas estiman
el gusto de los señores!
Si el ser malos los condena,
¿hay quien sus torpezas siga
y que, ambicioso, les diga
que el ser malo es cosa buena?
En lo justo y en lo injusto
hay quien siga su opinión,
y buenos y malos son
a medida de su gusto.
Al fin, cuanto en ellos ven
hay ambiciosos que aprueben
y así los príncipes deben
obrar bien y vivir bien.
(Sale RECAREDO.)
RECAREDO:
A tu majestad esperan
los grandes y el pueblo.
HERMENEGILDO:
Y ya,
Recaredo, echado está
el fallo.
RECAREDO:
Que antes salieran
los cristianos del imperio
acertado hubiera sido.
HERMENEGILDO:
Remisiones he tenido.
No carece de misterio,
que aunque mi padre me estriba
fiero, enojado y sangriento,
que por qué sufro y consiento
cristianos mientras él viva,
y que los destierre luego
y los mate y los persiga,
ser tantos el caso obliga
a remisión y sosiego.
Pero ya resuelto estoy,
y hoy del imperio saldrán
los que engañados están.
RECAREDO:
Mil gracias, señor, te doy
por tan gloriosa sentencia.
HERMENEGILDO:
Alza, que somos hermanos.
VOCES:
(Dentro.)
¡Mueran! ¡Mueran los cristianos!
PRIMERO:
¡Misericordia!
SEGUNDO:
¡Clemencia!
HERMENEGILDO:
¡Al corazón me han llegado
estos últimos acentos!
RECAREDO:
Los arrïanos, contentos,
el pueblo han alborotado
y a los cristianos persiguen.
HERMENEGILDO:
Si están en mi amparo aquí,
eso es perseguirme a mí.
No es justo que los castiguen
hasta promulgar la ley.
VOCES:
(Dentro.)
¡Los viles cristianos mueran!
HERMENEGILDO:
Entren los grandes que esperan
y comenzaré a ser rey.
Las insignias imperiales
me poned. Hoy, que comienzo
a ser monarca en España,
mi majestad mostrar quiero.
RODULFO:
Viste la púrpura y ciñe
la corona y lustra el cetro.
Quiero apartarme de ti,
y, como ves, me estremezco.
RECAREDO:
¿Dónde te partes?
HERMENEGILDO:
A ser
rey, y subiendo yo al reino
y tú bajando a vasallo
nos apartamos muy lejos.
RECAREDO:
Pues ¿no eres rey?
HERMENEGILDO:
No lo he sido,
y hoy quiero empezar a serlo,
a pesar de miedos viles
que me han tenido suspenso,
Recaredo, adiós, que subo
al más soberano imperio.
(Sube a sentarse con música. Dale RECAREDO la corona.)
RECAREDO:
Yo ya bajo y me levanto
a esos pies, que adoro y beso. (Llegan todos a besarle la mano.)
El capitán de la guarda
el acto comience.
RODULFO:
Pueblo,
vuestro señor soberano
y nuestro rey os ofrezco.
En cuanto aquí os propusiere
servidlo y obedecedlo;
si no el castigo os propongo
que resulta de no hacerlo.
Mirad que a esta sacra insignia
librado su poder tengo
y que con ésta castiga
como con ella da premio.
¿Qué decís?
RECAREDO:
Que es nuestro rey
y que es justo obedecerlo.
RODULFO:
Vuestra majestad agora
proponga el glorioso intento.
HERMENEGILDO:
Invencibles ostrogodos,
cuyos memorables hechos
en bronces son inmortales
y en mármoles son eternos.
Ya sabéis que por varón
de Atanarico desciendo,
deidad en quien Roma admira
la fortuna y el esfuerzo,
y que el magno Leovigildo,
mi padre, viviendo, ha hecho
de esta monarquía en mí
con particular acuerdo
renunciación. Esta, pues,
en paz, gobernar deseo
siguiendo la religión
que adoro y que reverencio.
Y ansí, pena de la vida,
por justa ley que establezco,
mando que de sus provincias
salgan desterrados luego...
RECAREDO:
¡Oh miserables cristianos!
HERMENEGILDO:
No digo que salgan ellos.
RECAREDO:
Pues ¿quién?
HERMENEGILDO:
Los que de Arrio siguen
los bárbaros desconciertos.
RECAREDO:
¿Qué dices?
RODULFO:
Señor, ¿qué dices?
HERMENEGILDO:
Que los arrianos fïeros
salgan de España.
RECAREDO:
¡Señor,
mira lo que estás diciendo!
¿Los arrianos?
HERMENEGILDO:
Y aun tú,
si a Cristo no haces coeterno
a la persona del Padre,
también has de hacer lo mesmo.
CARDILLO:
¿Qué es esto?
RODULFO:
¡Confuso estoy!
RECAREDO:
Pienso que ha perdido el seso.
HERMENEGILDO:
¡Viva la Iglesia romana
y Arrio muera!
VOCES:
¡Muera!
HERMENEGILDO:
Versos
e himnos de tan gran victoria
sean lisonjas del viento.
VOCES:
«Te, Deum, te Deum, laudamus;
te, Domine, confitemur.»
RODULFO:
La novedad me ha dejado
confuso, absorto y suspenso.
RECAREDO:
¿Qué esto, hermano? ¿Ansí infamas
los antecesores nuestros?
¿Así a nuestro padre irritas
para que, airado y sangriento,
de la frente la corona
te quite?
HERMENEGILDO:
Que estimo y precio
más ser cristiano que ser
dueño de España sin serlo
le dirás, y por que veas
lo poco que perder siento
la que tú adoras y estimas,
en mis pies la pongo, haciendo
en acto tan generoso
de ella tan alto desprecio.
Y dile que ansí la estimo.
(Echa la corona en el suelo.)
CARDILLO:
Enojado está y resuelto.
Puntapié dio a la corona.
El humor seguirle quiero.
Y pues tras el tiempo voy,
yo quiero andar con el tiempo.
Arrio desde hoy me perdone.
HERMENEGILDO:
Vosotros, ¿qué decís desto?
RODULFO:
Que ha de seguir a su rey
dice Rodulfo Sisberto
hasta la muerte.
HERMENEGILDO:
Jamás
yo me prometí lo menos
de tal amigo.
RODULFO:
Con esto
daros del orbe pretendo,
señor, la mayor corona
hasta morir.
HERMENEGILDO:
Yo lo creo.
TEOSINDO:
Nosotros morir contigo
también, gran señor, queremos.
Cristianos somos.
CARDILLO:
Y yo
lo soy también, y lo fueron
mis padres, yernos y tíos,
abuelos y bisabuelos,
y con no serlo jamás
también lo fueron mis suegros.
Luego, señor, que a Arrio vi
tan gordo, calvo y bermejo,
dije: «Para ser muy malo
sólo os faltaba ser tuerto.»
Talle de grande bellaco
tenía, zurdo, en efecto;
con barbas de rejalgar
y cabeza de mochuelo.
HERMENEGILDO:
¿No eres arriano agora?
CARDILLO:
¿Yo arriano, y más sabiendo
que en Arrio, señor, hallaron
su origen los arrieros?
¡No lo osara decir
otro en el mundo!
HERMENEGILDO:
¿Tan presto
te convertiste?
CARDILLO:
Señor,
esto es andar con el tiempo.
Si mañana eres gentil,
lo seré, y si maniqueo,
también, y si curdo, curdo,
que en mí gusto ni ley tengo.
Tu opinión quiero seguir
por ser el bufón primero
que es cristiano.
RECAREDO:
¡Quién pensara
tan miserable suceso!
(Sale INGUNDA, bizarra, y las dos con ella.)
INGUNDA:
Ya tan alegre y bizarra
por mi fe a morir vengo.
Vengo al triunfo.
RECAREDO:
Por cristiana,
hermosa Ingunda, te pierdo.
Desdichado fue mi amor,
pues dijo verdad mintiendo.
LÍSIPA:
Ahora me da su mano.
BADA:
Ahora me da su pecho.
HERMENEGILDO:
Si por el triunfo venía,
con mis brazos os espero,
que en ellos el triunfo está.
Ya soy cristiano; ya puedo,
divina esposa, abrazaros.
Llegad.
INGUNDA:
¿Es cierto?
HERMENEGILDO:
Y tan cierto
que los arrianos todos
por vos de España destierro.
Ya vive en mí Cristo y ya
mi ceguedad aborrezco.
INGUNDA:
Pues siendo ansí, con la mano
la vida y alma os ofrezco.
BADA:
¡Cómo! ¡Qué corrida estoy!
LÍSIPA:
¡Pues cómo corrida quedo!
CARDILLO:
Tripuladas han quedado
como cartas de mal juego.
RODULFO:
Ya los cristianos gloriosos
te aguardan.
HERMENEGILDO:
Guiad al templo,
donde a Dios demos las gracias
de la redención que os debo.
Al trono de Salomón
salid de la cárcel; premio
que hoy gana vuestra virtud,
bello serafín del cielo.
INGUNDA:
Mujeres fieras, ingratas,
de vosotras no me vengo,
que no pareceros que es
infamia en mí el pareceros,
y porque mi esposo en Cristo
no me da lugar a esto.
¡Mentira es soñada, que hoy
la estoy soñando despierto!
LÍSIPA:
Hechizos de Ingunda han sido.
RECAREDO:
A España alterar pretendo
contando a mi padre el caso.
BADA:
Padre y amor perturbemos.
LÍSIPA:
¡Muera el fiero Hermenegildo
y viva el rey Recaredo!
RECAREDO:
Ya vuestras voces me incitan
para un temerario intento.
(Vanse. Salen LEOVIGILDO, AMÉRICO y OFRIDO.)
LEOVIGILDO:
¡Dejadme!
AMÉRICO:
¡Señor!
LEOVIGILDO:
Ya es cierto
mi mal. ¡Oh fiero homicida!
OFRIDO:
Que es sueño, señor, te advierto.
LEOVIGILDO:
¿Para qué quiero la vida
si Hermenegildo es muerto?
Marche apriesa mi escuadrón
a Sevilla.
AMÉRICO:
Acreditar
el sueño es superstición.
LEOVIGILDO:
Los presagios del pesar
profetas del alma son.
ORMINDO:
¿Qué fue el sueño?
LEOVIGILDO:
Una ave vi
que circos sobre él hacía,
y ésta...
AMÉRICO:
Prosigue.
LEOVIGILDO:
¡Ay de mí!
Un aviso me traía
en el pico del rubí.
Más un águila crüel
se la quitó de repente,
y arrojándola sobre él,
bañando en rubí su frente,
dio a España un segundo Abel.
Muerto en mis brazos cayó
la mitad del alma mía,
quedando sin alma yo,
y la sangre que vertía,
como veis, me despertó.
AMÉRICO:
El sueño es una aprensión
del ánimo en sombras feas,
como lo dice Platón,
que el alma siente en ideas
viva la imaginación.
Quién sueña risa, quién lloro,
quién encima un monte trae,
quién que ya le alcanza un toro,
quien que en un abismo cae,
quién que ha hallado un tesoro.
LEOVIGILDO:
Temo a Ingunda. Esto me altera.
AMÉRICO:
¿Ingunda qué puede hacer?
Manda tú que luego muera.
LEOVIGILDO:
Es mujer.
OFRIDO:
Por ser mujer
templar su temor pudiera.
AMÉRICO:
Y con quince mil arrianos
cerca de Sevilla está,
donde, sin presagios vanos,
a Hermenegildo hallará
atropellando cristianos,
que quien a Ingunda prendió
por darte gusto y por ser
cristiana, a entender te dio
el rigor que ha de tener
con ellos.
LEOVIGILDO:
Temiendo yo,
que son muchos de esta suerte,
bajo a Sevilla a amparalle.
OFRIDO:
La imaginación divierte,
pues abril en esta calle
ramos y pensiles vierte,
donde esta aldea con ramos
suple la tapicería.
VOCES:
¿Qué hacemos que no cantamos?
LEOVIGILDO:
Esta rústica armonía
en la corte celebramos;
pero no lleguen aquí;
basta oírlos.
AMÉRICO:
Y cantarán
como lo ordenes ansí.
OFRIDO:
¡Triste está!
AMÉRICO:
¡Tal pensión dan
los imperios!
LEOVIGILDO:
¡Ay de mí!
VOCES:
(Cantan.)
¿Quién pasa? ¿Quién pasa?
El rey, que va a caza
de cristianos fieros.
Con victoria vuelva de ellos.
(Suenan cajas.)
LEOVIGILDO:
¡Hola! ¿Está loca esta gente?
Decid que está impertinente.
OFRIDO:
Serán fiestas peregrinas.
LEOVIGILDO:
Cajas roncas y sordinas
quitan el gozo presente.
(Tornan a sonar las cajas. Sale RECAREDO.)
OFRIDO:
Mostrando grande dolor
viene el príncipe.
LEOVIGILDO:
Ello es cierto.
Hijo, ¿qué es esto?
RECAREDO:
¡Señor!
LEOVIGILDO:
¿Es mi Hermenegildo muerto?
RECAREDO:
Mayor es el mal.
LEOVIGILDO:
¿Mayor?
¿Mayor que morir tu hermano?
RECAREDO:
Mayor.
LEOVIGILDO:
¿Movió el interés
del imperio algún tirano?
RECAREDO:
Más mal hay.
LEOVIGILDO:
¿Más?
RECAREDO:
Sí.
LEOVIGILDO:
¿Cuál es?
RECAREDO:
Que Hermenegildo es cristiano.
LEOVIGILDO:
¿Cristiano?
RECAREDO:
Cristiano.
LEOVIGILDO:
¡Bien
el pesar me encareciste,
pues serlo es morir también!
Mayor mal es, bien dijiste.
Mas dime cómo y por quién.
RECAREDO:
Por Ingunda.
LEOVIGILDO:
¡Loco estoy!
RECAREDO:
Con la multitud que ves
me ha desterrado.
LEOVIGILDO:
¿Yo soy
Leovigildo? ¿Yo a mis pies
a España postrando estoy?
¿Yo soy brazo poderoso
de la ley que profesaron
Atanarico glorioso
y cuantos le derribaron
de su trono generoso?
No es posible, pues no muero
viendo sacrilegio igual.
¿Qué me detengo? ¿Qué espero?
De mi estandarte imperial
tiemble Hermenegildo fiero.
Saturno tengo de ser,
comiéndomele a pedazos,
y a esa bárbara mujer,
en su lecho y en sus brazos,
átomos he de volver.
Luego a Sevilla marchad,
que he de quitarle a ese ingrato
la vida y la majestad.
¡Romped en él mi retrato
y mi espejo en él quebrad!
¡Muera el que su ley negó
y mis imperios altera!
RECAREDO:
Ya mi venganza llegó.
¡Muera Hermenegildo! ¡Muera!
LEOVIGILDO:
Y muera el que lo engendró.
(Vanse. Salgan los que pudieren de bautismo; los reyes RODULFO, TEOSINDO, ORMINDO y CARDILLO.)
RODULFO:
Ya de la confirmación
el príncipe el grado goza,
usando Leandro en él
las romanas ceremonias.
Los años viva del ave
que entre cadenas y aromas
espíritu de sus brazos
púrpura y edad remoza.
Logren vuestras majestades
el ángel en quien Dios copia
sus virtudes, prendas ricas
que a los príncipes adornan.
ORMINDO:
Singular su vida sea;
su hermosura, venturosa,
y el mundo a su majestad
sea monarquía angosta.
CARDILLO:
¡Viva el príncipe cien años!
Que lo demás son congojas,
corrimientos, reumas, tos,
hipocondría y la gota;
boca rapada a navaja,
que no puede si se enoja
mostrarle al contrario dientes,
aunque el marfil se los ponga;
donde es dura una papilla
y una breva es rigurosa
y donde jurisdicción
tienen sólo vino y sopas.
Con olas impertinentes
jamás sea mar su boca,
que hay tonto que a su familia
tiene anegada en sus olas.
Donde a todos jamás pida,
que ésa es la grandeza propia,
sin imitar en lo triste
a los príncipes de ahora.
Que habiéndolos Dios criado
para dar, tienen las bolsas
de cal y canto, y tan fuertes
que aun no vuelven lo que toman.
CARDILLO:
Ya siembra Dios sobre ellos
plagas de halcones y postas,
podencos, sabuesos, galgos,
bufones, enanos, monas,
dueñas y otras sabandijas
que son de su hacienda zorras:
perseguidores crueles
que enriquecen a su costa.
Premie ingenios, honre versos,
no de tortugas sin cola,
que éstas redondillas hacen
tan duras como sus conchas.
Reforme la doñería,
que es la vergüenza tan poca
en España, ya que en ella
tienen dones las corcovas.
HERMENEGILDO:
Aunque eres frío, por esto
premio has merecido; toma.
CARDILLO:
Tienes gusto, al fin, de rey,
pues bebes con cantimplora.
HERMENEGILDO:
¿Dónde se quedó mi tío?
TEOSINDO:
Como las cosas reforma
de su iglesia, le llamaron
obligaciones forzosas.
RODULFO:
Que perdonaras nos dijo.
HERMENEGILDO:
Es justo que se anteponga
la gloria de Dios, Rodulfo,
siempre a las humanas glorias.
ORMINDO:
Con él Fulgencio quedaron
y Lisauro.
HERMENEGILDO:
El uno sobra
para ser luz de la Iglesia
y ser de mi imperio antorcha.
¿Y Isidro?
TEOSINDO:
No estaba allí.
HERMENEGILDO:
¿Ahora lágrimas, señora?
¿Qué es esto? Mas si sois alba,
en cuyos brazos se asoma
el sol que ilumina a España.
¿Será su risa ese aljófar?
INGUNDA:
Enternézcome de ver
al príncipe,temerosa
de mi suerte. ¡Ay, prenda mía!
HERMENEGILDO:
Eso es turbar nuestras glorias.
Dadle, Rodulfo, a mi tía
Florentina.
INGUNDA:
Que me roba
el alma parece.
HERMENEGILDO:
Fiadle
de los brazos que le logran,
que ellos mirarán por él
como vos.
(Toma el niño RODULFO.)
RODULFO:
Y más, si importa.
INGUNDA:
¡Miradlo!
HERMENEGILDO:
Dios te bendiga
y te dé en paz generosa
con los soberbios y humildes
justicia y misericordia;
a arrianos y rebeldes
católico espanto pongas
de ejemplo con tus virtudes.
Como las llaves de Roma,
abran las puertas del mundo
tus águilas vencedoras.
Llevadle.
INGUNDA:
Dejad que imprima
en su mejilla otra rosa.
¡Ay Leovigildo!
HERMENEGILDO:
Ya basta.
Llevadlo.
INGUNDA:
Hice memoria,
en su nombre, de su abuelo.
HERMENEGILDO:
¡Ah! ¿Leovigildo se nombra?
INGUNDA:
El mayor contrario es suyo.
HERMENEGILDO:
Antes por él, si está ahora
con nosotros enojado,
y dicen que no perdona,
con quince mil arrianos,
cristianos de cuantos topa,
ha de perdonarnos, siendo
cristal de su furia loca,
pues viéndose en un espejo
el más cruel se reporta,
cuanto más que al ronco son
de mis cajas y mis trompas
veinte mil hombres limitan
y son cristianos, que sobran
para atropellar tiranos
que a Dios y a su Iglesia enojan.
¡Viva mi Ingunda con vos,
juzgando instantes las horas
en dulce paz, que no quiero
de la fortuna otra cosa!
VOCES:
(Dentro.)
¡Arma, arma!
(Sale RODULFO.)
RODULFO:
Gran señor,
tu padre los muros postra
de la ciudad, repitiendo
unos ¡Arrio!, otros ¡Victoria!
INGUNDA:
¿Qué dices?
RODULFO:
Que la defensa
o la prisión son forzosas.
Sal a que el pueblo te vea,
pues te adora, estima y honra,
y, para animarle más,
ciñe la sacra corona.
INGUNDA:
Hoy la constancia y la fe,
dulce Hermenegildo, importa.
La honra de Dios defiendes,
y El volverá por su honra.
HERMENEGILDO:
Al príncipe os encomiendo;
guardadle, y adiós, esposa.
INGUNDA:
Si yo voy a vuestro lado,
morir por la fe me toca.
Mire Rodulfo por él.
HERMENEGILDO:
¡Godos valientes, agora
habéis de mostrar quién sois!
TEOSINDO:
Quién somos no nos propongas
para morir por la Iglesia
y por la Patria y la honra.
HERMENEGILDO:
¡Al arma! ¡Viva la Iglesia!
INGUNDA:
¡Viva triunfante y gloriosa
Jerusalén, y en su espanto
se confunda Babilonia!
(Vanse. Tocan arma. Salen LEOVIGILDO, RECAREDO, AMÉRICO y OFRIDO con las espadas desnudas.)
RECAREDO:
Ya te obedecen los muros,
postrando a tus pies sus frentes.
LEOVIGILDO:
Pues, arrïanos valientes,
¡no haya cristianos seguros!
RECAREDO:
Los que son diamantes duros
serán sangrientos granates.
AMÉRICO:
La victoria no dilates,
que en verte, señor, estriba.
UNO:
(Dentro.)
¡Viva España!
OTRO:
¡Roma viva!
LEOVIGILDO:
¡Qué donosos disparates!
¡Roma en España! Embestid
a estos bárbaros romanos.
RECAREDO:
¡Mueran los viles cristianos!
LEOVIGILDO:
Y que Atrio viva, decid.
De roja sangre teñid
las calles, por que mis pies
usen púrpura después.
¡Ea, pues, nación gloriosa,
ya la venganza es forzosa,
que el triunfo de todos es!
Hoy, Recaredo, te espera
de España la posesión.
La batalla fiera
se ha comenzado valiente.
Hallarme quiero presente,
que es en ocasión igual
la vista del general
espíritu de su gente.
Arrio, ¡victoria, victoria!
(Vase. Sale HERMENEGILDO.)
HERMENEGILDO:
Volved, cristianos soldados,
no pierda, por mis pecados,
yo el premio y Dios la gloria.
El pecho, por su memoria,
volved al contrario, amigos,
pues son los cielos testigos
que, cuando inmortal triunfó,
aun después de muerto dio
el pecho a sus enemigos.
El río pasan huyendo,
muriendo más gente en él
que en el combate crüel
ni en el militar estruendo.
VOCES:
¡Victoria!
(Dentro.)
HERMENEGILDO:
Vivir muriendo
será aquí el triunfo mayor.
Este es cristiano valor.
(Sale RECAREDO.)
RECAREDO:
¿Ansí la espada me das?
¿Dónde, Hermenegildo, estás?
HERMENEGILDO:
Aquí estoy.
RECAREDO:
Rey y señor...
HERMENEGILDO:
No soy rey; el que llamaste
soy, que aguardándote estoy;
llega, que cristiano soy,
si por serlo me buscaste.
Si de los godos triunfaste,
aquí, por gloriosos modos,
te aguardan todos los godos,
que, aunque espaldas te mostraron
en mí su pecho dejaron
para dar pecho por todos.
¡Pelea!
RECAREDO:
No haré.
HERMENEGILDO:
¿Por qué?
RECAREDO:
Porque hay deidad que me incline;
que a un tirano a buscar vine
y a un rey y a un hermano hallé.
En tu ausencia te busqué
como a rebelde y tirano;
mas viéndote aquí, me allano,
dándote, por justa ley,
las rodillas como a rey
y la espalda como a hermano.
HERMENEGILDO:
Oye, vuelve.
RECAREDO:
El no volver
es la mayor valentía,
que con la espada este día
te quiero, hermano, vencer.
Porque en llegándote a ver
me infundes respeto tanto,
que de mirarte me espanto.
Y así, no vuelvo a mirarte
aquí, por no venerarte
por rey y honrarte por santo.
(Vase.)
HERMENEGILDO:
Si es vida la muerte en mí,
¿qué aguardo?, ¿qué me detengo?
¿Cómo a mi Iglesia no vengo
muriendo y matando aquí?
(Entran ORMINDO y TEOSINDO.)
ORMINDO:
Camina.
TEOSINDO:
El rey está allí.
ORMINDO:
¿Qué importa?
HERMENEGILDO:
Aguardad.
TEOSINDO:
Ya es tarde.
HERMENEGILDO:
¿Huís?
ORMINDO:
Mostrarse cobarde
con Dios el hombre es razón,
porque de su indignación
no hay sagrado en que se guarde.
TEOSINDO:
Contigo indignado está,
porque la verdad negaste
de tus padres, y buscaste
ley que tal pago te da.
Arrianos somos ya,
que Arrio aquí a entender nos dio,
pues con tan pocos venció,
que es su opinión la verdad
y la tuya falsedad.
ORMINDO:
Esto mismo digo yo.
HERMENEGILDO:
Aguarda.
TEOSINDO:
Roma te ampare,
que arrianos somos los dos.
(Vanse.)
HERMENEGILDO:
Todo falte, como Dios
aquí no me desampare.
(Sale RODULFO con el niño.)
RODULFO:
Ya no hay cosa en que repare,
¿por qué seguir ese error?
¡Ah, Hermenegildo! ¡Ah, señor!
Tu padre, por que te asombres,
triunfa con quince mil hombres
del imperio y de tu honor.
Y pues treinta mil y más
quince mil han contrastado,
es cierto estar engañado.
Y pues engañado estás,
así no pretendo más
seguir tu opinión, y así
te doy el príncipe aquí,
que cuando hago esta mudanza
te pago la confianza
que en él hiciste de mí.
Tú le ampara y tú le cría,
pues hoy perdernos quisiste;
que la insignia que me diste
te la volveré otro día.
HERMENEGILDO:
(Toma el niño.)
De ti quejarse podría,
Rodulfo, nuestra amistad;
para la necesidad
son los amigos.
RODULFO:
Señor,
perdona que de tu error
me vuelva a vuestra verdad.
Roto queda tu escuadrón
y en ese río anegado,
y los que se han escapado
pocos y míseros son.
Vuélvete a tu religión.
Serás rey.
HERMENEGILDO:
Vete, villano;
que más quiero ser cristiano
que rey sin sello, pues hoy
lo que aquí perdiendo estoy
en nuevo imperio lo gano.
(Vase RODULFO y sale CARDILLO.)
CARDILLO:
Pues que no se alcanza premio
por seguir la fe de Cristo,
de ser cristiano desisto
y ser moro o ser bohemio.
Y vuelto al arriano gremio,
vengo a renunciar aquí
la cristianería en ti,
porque en la bufonería
de hambre, señor, moriría
todo el tiempo que lo fui.
Que si esto es viva quien vence,
Arrio es el que vence agora.
(Vase.)
HERMENEGILDO:
¡Oh, canalla adulador!
Vuestra infamia os avergüence.
Aquí mi triunfo comience
quedando en Dios victorioso.
(Sale INGUNDA.)
INGUNDA:
¡Dulce esposo! ¡Amado esposo!
HERMENEGILDO:
De todos desamparado,
aquí vuestro esposo amado
aguarda el príncipe hermoso,
que sólo en mi compañía
ángel ha querido ser,
y no ha sentido el perder,
por ver que no lo perdía,
la española Monarquía.
Sombra ha sido y sueño ha sido.
INGUNDA:
¡Vos triste, vos afligido
con los regalos de Dios!
HERMENEGILDO:
Teniéndoos, mi Ingunda, a vos,
me he ganado y no he perdido.
Pero ¿qué habemos de hacer?
INGUNDA:
Pasar el río y juntar
nuestra gente y restaurar
la majestad y el poder.
HERMENEGILDO:
Cosa imposible ha de ser,
porque lo tiene cercado
mi padre.
INGUNDA:
El Jordán sagrado
respetó al pueblo de Dios;
lo mismo hará con los dos
el cristal precipitado.
HERMENEGILDO:
No soy Josüé ni llevo
el Arca de Dios conmigo.
INGUNDA:
Llevas este ángel contigo.
HERMENEGILDO:
A él la vitoria le debo.
Pero... ¡qué alado mancebo
nubes desgaja!
INGUNDA:
Al temor
con soberano favor
Dios este auxilio previene.
(Cantan.)
MÚSICO:
«¡Bendito sea el que viene
en el nombre del Señor!»
(Aparece un ÁNGEL arrodillado en una cruz.)
ÁNGEL:
Aunque obediente el cristal
limpio pasadizo os diera,
Dios me manda que os sirviera.
Ansí en aquesta señal
pasad el triunfo inmortal
atropellando el temor.
HERMENEGILDO:
¿Quién en vos no es vencedor?
INGUNDA:
¿Quién en vos laurel no tiene?
(Cantan.)
MÚSICO:
«¡Bendito sea el que viene
en el nombre del Señor!»
ÁNGEL:
En este árbol glorioso,
cuya figura excelente
en el desierto Moisés
la general redención
obró del género humano,
piadoso y benigno Dios,
y en él ahora ha querido
libraros de Faraón,
pasad el raudal furioso.
HERMENEGILDO:
La fe llevo por timón.
INGUNDA:
Por blasón llevo la fe,
ángel, buen piloto en vos.
(Pónense en la tramoya. Da vuelta y desaparecen, y si no, arrimados al ÁNGEL, se cierra la cortina.)