Elenco
​La mayor Corona​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I
Acto II

Acto I

(Salen ORMINDO y TEOSINDO y RODULFO, galanes.)
TEOSINDO:

  ¿En qué vendrá a parar esta locura?

ORMINDO:

En elegir mujer que le castigue.

TEOSINDO:

¡Bárbara sumisión!

RODULFO:

No halla hermosura
en tantas que le agrade y que le obligue.

ORMINDO:

Pues ¿qué procura el padre?

RODULFO:

El rey procura,
en el discreto intento que apercibe,
que venga a ser, Ormindo, alguna de ellas
recíproca elección de las estrellas.

TEOSINDO:

  Princesas de naciones diferentes
admira el Betis en su sacra orilla;
algunas tan perfectas y excelentes,
que por alta deidad las ve Sevilla.

ORMINDO:

¡Bravo rigor!

RODULFO:

Del príncipe, ¿qué sientes?

TEOSINDO:

Que su tibieza al mundo maravilla;
que si a tantas bellezas se resiste
en defecto del ánimo consiste.

ORMINDO:

  Doce son con las dos que entran agora
las que a España han venido.

RODULFO:

¡Cosa extraña!
¡Cómo a mujer un hombre se enamora!

TEOSINDO:

Es el glorioso sucesor de España,
el sol que nace en su rosada aurora
cuando el padre en el mar se asombra y baña.

RODULFO:

Si a las mujeres tiene tanto miedo,
deje el reino en su hermano Recaredo.

ORMINDO:

  Dicen, si habla verdad la astrología,
que ha de causarle una mujer la muerte,
quitándole la sacra monarquía;
y no es mucho que tema de esa suerte.

TEOSINDO:

¡No hay estrellas sin Dios!

RODULFO:

Son armonía
por quien el hombre su grandeza advierte,
que canta el cielo, en cláusulas de estrellas,
la eterna potestad que puso en ellas.

TEOSINDO:

  Ya debe de llegar Lísipa hermosa,
pues el príncipe sale al regio trono.

RODULFO:

Si esta deidad elige por esposa
las pasadas locuras le perdono.

TEOSINDO:

La música en los aires sonorosa
se pierde al sol en lisonjero trono.

RODULFO:

¡Bizarro está el príncipe!

ORMINDO:

¡Es gallardo!

RODULFO:

El fin de las demás de éstas aguardo.

(Vanse. Tocan. Salen LEOVIGILDO, rey, de barba, bizarro. HERMENEGILDO, príncipe, su hijo, y siéntanse en un sitial. Con ellos sale RECAREDO.)
LEOVIGILDO:

  Los claros e invencibles ostrogodos
la griega y la romana monarquía
tradujeron a España, dando todos
renombre eterno a la grandeza mía.
Desde el peñasco, que en soberbios codos
el sol entre sus llamas desafía,
hasta el monte del egipcio Alcides
mi majestad con sacro imperio mides.
  Todos feudos me dan, todos me llaman
el magno sucesor de Atanarico;
todos me reverencian, quieren y aman
después que de Arrio la verdad publico.
Los suevios y romanos ya me aclaman
el monarca mayor y rey más rico
de cuantos gozan luz del sol agora,
ya en su decrepitud y ya en su aurora.
  En veinte mil estados dilatada
es España en dos estados dividida:
la citerior y la ulterior llamada,
del vándalo y fenicio poseída.
Esta, de plata y de zafir calzada
y de plantas fructíferas ceñida,
siempre verde lisonja del verano,
su príncipe te nombra soberano.
  Esta te llama dueño, ésta te pide
sucesor generoso que propague
la goda majestad que en ti reside,
que no turbe la edad ni el tiempo estrague.
Alba es tu juventud, donde preside
el ardor juvenil y donde halague
lascivo amor angélica belleza,
que es bárbara sin él Naturaleza.
  Estas cosas me mueven a que elijas
esposa, Hermenegildo, que dé a España,
que en santidad, eternidad erijas,
sucesor que me imite en tanta hazaña.
Ya todas dilaciones son prolijas,
ya es toda remisión necia y extraña.
Princesas, varias reinas te previenen,
pues en Sevilla hay diez, sin dos que vienen.

(Sale CARDILLO, lacayo.)
CARDILLO:

  Ya honrando vienen diferentes trajes
las princesas divinas, matizadas
como el cielo de auroras y celajes
y de escuadra de gente acompañadas;
y entre perlas, diamantes y balajes,
estrellas de sus soles fulminadas,
dan en sus ojos con valor profundo,
si al día más beldad más bien al mundo.
  Llegué a las Cortes, y diciendo que era
tus ratos de placer y tus cosquillas
y una grave y gentil y otra severa,
brotaron en sus rostros maravillas.
La griega a uno mandó que ésta te diera,
que otra lámpara vi con cadenillas,
y la francesa fulminó un diamante
de un rayo de cristal que eclipsó un guante.
  Riqueza es ser bufón; no hay tal oficio;
todos nos dan, por miedo o por locura,
que si en nosotros ya se premia el vicio,
cuando está la virtud pobre y oscura,
todos los que cursáis este ejercicio
conmigo celebrad vuestra ventura,
que aquel que loco os llama y tiene en poco,
dándoos y sujetándoos es más loco.

(Tocan música y pase, acompañada, INGUNDA, y con ella damas; ella, al pasar, hace una reverencia al REY y éntrase.)
RECAREDO:

  ¿Qué te parece la francesa hermosa?

HERMENEGILDO:

Otro espíritu nuevo me ha infundido.

LEOVIGILDO:

Si te parece bien, será tu esposa.

CARDILLO:

¡Gracias a Dios que esposa has elegido!

HERMENEGILDO:

Señor, obedecer es ley forzosa,
puesto que el casamiento así es tenido;
en vos con más razón, y como es justo,
la voluntad resigno con mi gusto.
  Vos la esposa me dad de vuestra mano,
de ella penda mi bien o mi mal penda;
ora del cielo el astrologio vano
ejecute la ley o la suspenda;
ora por ella el bárbaro o tirano
me deje sin imperio y sin hacienda,
y mientan entre tantos imposibles
los astros que se fingen infalibles.
  De las doce elegid una, que aquella
que me diérades vos elegir quiero;
vos la suerte seréis y vos la estrella
que influye amor del alma lisonjero.

LEOVIGILDO:

Será la más gentil y la más bella
mujer.

HERMENEGILDO:

Aquesto solamente quiero,
que la unión más conforme y más segura
consiste en la virtud, no en la hermosura.

LEOVIGILDO:

  Suertes tienen de echar, pues llego a verte
con tal resolución.

HERMENEGILDO:

Prenda es del cielo
la mujer que al marido se da en suerte,
y ansí vendré a perder todo el recelo;
que una mujer me ha de causar la muerte,
dice la astrología; mas yo apelo
a la causa primera, que Dios sólo
brazo es que doma el mar y oprime el polo.

LEOVIGILDO:

  Ahora eres mi hijo; ahora puedo
reengendrarte en mis brazos nuevamente;
ahora la corona te concedo
que carga España en mi cesárea frente.
Vamos a echar las suertes, Recaredo,
a Hermenegildo, el rey.

HERMENEGILDO:

Soy obediente.
¿Vos la esposa me dais?

LEOVIGILDO:

Casarte es justo.

HERMENEGILDO:

Quejaos a vos si no saliera a gusto.

RECAREDO:

  Como Ingunda no sea, venturoso,
amor, me he de llamar.

(Vanse LEOVIGILDO y RECAREDO.)
CARDILLO:

¡Gracias al cielo
que ya, menos cansado y enfadoso,
quieres a España dar común consuelo!
¡Gracias a Dios que fuiste para esposo!
Ya, señor, se acabó todo el recelo
que al casarte tenías, aunque un sabio
al casarse llamó el mayor agravio.

HERMENEGILDO:

  ¿Al casarse?

CARDILLO:

Al casarse.

HERMENEGILDO:

Calla, necio.

CARDILLO:

¿Pues no es mentís una mujer si sabe
a disgusto con ira y con desprecio?
Y dime, ¿hay bofetón que se le iguale
a una necia si cela Y habla recio,
aunque el hombre la halague y la regale?
Si al mayor regalo esto se deja,
¿hay palos como ser la mujer vieja?
  Luego bien dice el sabio, y más si es pobre
el casamiento, que éste es todo afrentas.
Renombre de animoso el nombre cobre,
que se engolfa a expugnar tantas tormentas.
Sóbreme paz y libertad me sobre.
¡Oh tú, que altivo de esta ley te exentas,
joven gentil, que es, mira, en sus regalos
la mujer bofetón, mentís y palos!

(Sale RECAREDO.)
RECAREDO:

  Llegué con mi padre, hermano,
al cuarto do amor encierra
las bellezas peregrinas
por peregrinas bellezas,
los extranjeros milagros
en quien con mayor soberbia
junta marfil para rayos,
guarda cristal para flechas,
que tan valiente en sus rostros
se excedió naturaleza,
que, admirada en ellas, juzga
soberana omnipotencia.
Salieron a recibirnos,
por epiciclos de puertas
doce estrellas, por que el cuarto
el firmamento parezca.
Vi en ella un Zodíaco hermoso
con doce imágenes bellas,
tórrida zona en que el sol
abrasaría con más fuerza,
aunque pienso que bañaran
con más templanza la tierra,
porque todas parecían
signos de la primavera.
Lo extraño de los vestidos,
lo diverso de las lenguas
otra Babilonia forman,
siendo amor gigante en ella.

RECAREDO:

Salió Tilene divina
en sí trasladando a Persia,
vestida de nácar y oro,
tan gentil y tan honesta,
que a la rosa parecía
que a la aurora se desflueca;
para ser del sol pastilla
ardía en sus conchas tiernas.
Lausinia, de azul, hacía
a los cielos competencia,
siendo entre estrellas de plata
cielo del mayor planeta.
Quedé en su vista abrasado,
quedé ciego en su presencia;
mas no es mucho si me vi
entre el sol y las estrellas
de plata y de naranjado,
que laberintos se mezclan.
Salió el fénix de Alemania,
si en nieve el fénix se quema,
el naranjado color
entre la plata y las perlas
una naranja la hacía
de escarcha y de flor cubierta,
que por el rostro mostraba
lo dulce de su belleza,
que amor para el apetito
cortó naranja tan bella
de verde laudomia egipcia.

RECAREDO:

Fue un jardín en quien pudiera
perderse mejor que en Chipre
amor sin arco y sin venda.
De verdes plumas también
dilataba en su cabeza
una selva por penacho.
¡Quién se perdiera en tal selva!
De pardo rosado y oro
Clotilde salió, y Nerca
de verde mar, por que el mar
manso y templado parezca,
aunque nadie ve sus ojos
que se escape de tormenta,
Porque son almas de vidrio
donde las almas se anegan.
Leonora, de amor milagro,
vestida de blanca tela,
sol pareció que, anublado,
en el invierno despierta
en la nieve de los montes,
que sacudir puede apenas
del cabello que el aurora
con dedos de oro le peina.
Posidonia de pajizo,
con mil asientos y piezas,
pirámide parecía
hecha de preciosas perlas.

RECAREDO:

Teodora gentil, sembrando
su buen gusto en copia siembra
lentejas de plata y oro
en campo de rosa seca.
Estaban tan bien guisadas,
que mil Esaúles pudieran
despreciar su mayorazgo
por tal plato de lentejas.
Camila, gloria de Italia,
de negro espolín cubierta,
burlar quiso tantos días
fingiéndose noche negra,
porque no negro, escarchado
en plata y oro, acrecienta
tanta hermosura en su noche,
que a oscuras los días deja.
Las que entran y las que salen
con admiración se encuentran,
porque magna conjunción
vimos allí de belleza.
Lísipa en ellas se admira,
Ingunda se espanta en ellas,
y en Lísipa y en Ingunda
ellas quedaron suspensas.
Las suertes propuso el rey,
y alegres y satisfechas
a las suertes remitieron
la dudosa competencia.

RECAREDO:

Ya están las estrellas juntas,
ya echando las suertes quedan.
Suerte y estrella tendrás,
seis suertes que estrellas echan;
medio soberano ha sido,
pues que quedaron contentas.
Y tú, por suerte casado,
¡plega al cielo que la tengas
tan feliz como gloriosa,
dándole a España una reina
de quien a copias veamos
ángeles que le sucedan!

HERMENEGILDO:

  Recaredo, el casamiento
que Dios de su mano da
premio y regalo será,
aunque parezca tormento,
  que en el casamiento obliga
cuando parece que apremia,
pues con los trabajos premia
como con ellos castiga.
  El casamiento ha de ser,
para que de Dios se nombre,
formado de solo un hombre,
de quien salga la mujer.
  Porque en constando de dos,
sin obediencia y respeto,
está en ellos el defeto,
aunque los regale Dios.
  Y ansí, resuelto en casarme,
en la esposa que me diere
es justo que considere
que me la da por premiarme.

(Suena dentro música.)
RECAREDO:

  Y que ya Dios te la ha dado
publican las alegrías.

CARDILLO:

Las salvas y chirimías
declaran tu nuevo estado.
  ¡Oh, qué lástima te tengo,
príncipe, si llega a ser
loca o necia la mujer!

HERMENEGILDO:

Para todo me prevengo.

(Sale ORMINDO.)
ORMINDO:

  Ya tienes, señor, esposa.
Albricias pido a los dos.

HERMENEGILDO:

Yo las mando.

RECAREDO:

¡Plega a Dios
que no sea Ingunda hermosa!

(Sale TEOSINDO.)
TEOSINDO:

  Ya tienes, señor, estrella
que en tu sino te acompaña.
Ya tiene princesa España.

HERMENEGILDO:

¿En quién?

TEOSINDO:

En Ingunda bella.

RECAREDO:

  ¿Qué dices?

TEOSINDO:

Que llegó tarde,
y que la primera fue.

RECAREDO:

¡Muerto estoy!

HERMENEGILDO:

No culparé,
remiso, ingrato y cobarde,
  ya al cielo, pues me da en suerte
la que entre tantas que vi
sola en el alma elegí.

CARDILLO:

Si en ella te da la muerte,
  hermosa muerte te da
la astrología, que es bella
Ingunda.

HERMENEGILDO:

Felice estrella
de mis imperios será.

(Sale RODULFO.)
RODULFO:

  Ya para darte la mano
aguarda Ingunda.

CARDILLO:

Señor,
ánimo y vamos.

HERMENEGILDO:

Amor,
en los orbes soberano
  haz feliz suerte la mía,
aunque suerte he de tener
con ella siendo mujer
que Dios por suerte me envía.
  Su orden guardo, su ley sigo,
porque ha de ser Premio en mí
el casamiento, aunque aquí
El me le dio por castigo.

CARDILLO:

  Gran valor has menester
si en ella Dios te castiga,
que a hacer locuras obliga
cuando es mala la mujer.
  Si es necia es terrible cosa,
es muerte si es presumida,
si es soberbia es triste vida
y es infierno si es celosa.
  Monte es si da en engordar,
si enflaquece es tentación;
al fin, señor, un melón
vas en Ingunda a comprar.
  Dios te la depare buena,
que hay grande dificultad.

HERMENEGILDO:

Por locura y necedad
tan vil discurso condena,

CARDILLO:

  ¿Tal nombre le das?

HERMENEGILDO:

Tal nombre
le doy, que el venir a ser
buena o mala la mujer
consiste sólo en el hombre.

CARDILLO:

  Mi corto ingenio perdona.

TEOSINDO:

Desposarte y coronarte
quiere el rey, pues a llevarte
vamos, señor, la corona.

HERMENEGILDO:

  Yo me acordaré de todos.
Ser quiero al rey obediente.

ORMINDO:

En ti viva eternamente
la majestad de los godos.

RODULFO:

  Inmortal vengas a ser,
y amado y querido tanto,
que te llamen el rey santo.

HERMENEGILDO:

Todo Dios lo puede hacer.

(Vanse todos, y queda RECAREDO.)
RECAREDO:

  ¡Que Ingunda en suerte saliese!
Loco estoy; estoy sin mí.
¡Cielos! ¡Que en tantas ansí
Ingunda su esposa fuese!
  ¡Que tan divina mujer
la corona ansí me quite!
¿Quién tal sufre y tal permite?
¡Cielos! ¿Qué tengo que hacer?
  ¿Impedirlo? ¿Con qué fin?
Si no está la culpa en él
y es mi hermano. Mas de Abel
también fue hermano Caín,
  y el primero fratricidio
por envidia comenzó,
y desesperado yo
con ella y con celos lidio.
  ¡Que en doce viniese a ser
Ingunda la venturosa!
¿Hay tal desdicha?

(Salen BADA y LÍSIPA, bizarras.)
BADA:

Celosa
vengo de aquesta mujer.

LÍSIPA:

  Y yo vengo corrida
a apercibir mi muerte y mi partida.
¡Que Ingunda sea casada!
¡Que me hiciese Amor tan desdichada!

BADA:

Ver no pienso las bodas,
que infierno han de ser sus fiestas todas.

LÍSIPA:

Aquí, en dolor tan fuerte,
nos podemos quejar de nuestra suerte.

BADA:

¡Que, siendo la postrera,
esta ingrata la suerte mereciera!

LÍSIPA:

Yo corrida he quedado.

RECAREDO:

¡Que me hiciese amor tan desdichado!

BADA:

¡Que fuese la dichosa
esta ingrata francesa! Estoy celosa.
y atrevida emprendiera
cualquier agravio que en su daño fuera.

LÍSIPA:

Francesa no la llames
ni ansí la gloria de su imperio infames,
que esta tigre de Hircania
espíritu dio a Austria y Alemania.
Aspides de Borgoña
que anega a España en tósigo y ponzoña.

RECAREDO:

Si por nacer primero
me prefiere mi hermano... ¡rabio!, ¡muero!
¿Quién puso ley tan fiera
que la sangre a la sangre se prefiera,
siendo una misma cosa?
Y que ésta la hace el mundo ley forzosa.
¡Miente el mundo, que es vano
pensar que me prefiera a mí mi hermano!
Excederme no puede;
pero ya que por ley tan vil me excede
y el imperio me lleva,
¿por qué en Ingunda mi paciencia prueba?
Pero no ha de gozalla.
Campo ha de ser su lecho de batalla,
y el tálamo florido
cueva de horror, de basiliscos nido.

LÍSIPA:

Hoy será la partida.

BADA:

Desesperada parto.

LÍSIPA:

Y yo, corrida.

RECAREDO:

Estas han de vengarme.
De ellas quiero en mis celos ampararme.
¿Dónde con tanta prisa?
Bien parece que Amor áspides pisa.

LÍSIPA:

Siempre así, apresurados,
tras su fortuna van los desdichados.

BADA:

Huir es justa cosa
las desdichadas, hoy, de la dichosa.

RECAREDO:

Yo pienso que su dicha
se ha de trocar en llanto y en desdicha
porque del casamiento
sé que está Hermenegildo descontento
y por la menor cosa
la dejará, eligiendo nueva esposa.

LÍSIPA:

¿Es posible?

RECAREDO:

Esto pasa.

BADA:

¿Que a disgusto se casa?

RECAREDO:

Así se casa,
por cumplir por la suerte
el gusto consagrado a ley tan fuerte;
y ansí, si reducirle
queréis de este rigor, podéis decirle
a mi padre que Ingunda
en las verdades de Atrio errores funda
y que sigue de Roma
la bárbara opinión, cosa que toma
tan mal el rey, que entiendo
que, luego el matrimonio disolviendo,
ha de hacer que mi hermano
elija otra esposa. Yo me allano
a ayudaros

LÍSIPA:

Celosas,
las mujeres son sierpes ponzoñosas,
y en rigor tan terrible
no habrá para vengarnos imposible.

BADA:

Todas nos juntaremos
y al rey cuanto ordenas le diremos.
Rigores imagina,
que es traza a nuestros celos peregrina.

RECAREDO:

El caso tendrá efeto
si apenas sabe el alma este secreto.

LÍSIPA:

Piedras seremos.

BADA:

Vamos,
y en todas basiliscos infundamos.
¡Muerta de celos voy!

LÍSIPA:

¡Y yo de envidia!

(Vanse las dos.)


RECAREDO:

¡Qué presto en sus desvelos
se pudieron unir envidia y celos!
Perdóneme mi hermano,
porque es monarca Amor más soberano.
La corona le llevan,
por tantos modos mi paciencia prueban.
¿No bastaba la esposa?
¿La corona también? ¡Ah rigurosa
ley del tiempo enemigo!
¿Tengo la culpa yo en igual castigo?
Sí, que el nacer segundo
delito es ya que lo castiga el mundo.
(Pasan los tres caballeros, llevando el uno una fuente con tafetán y en ella la corona, y los dos con las espadas desnudas al hombro y descubiertos.)
  Aguardad. ¿Dónde lleváis
la corona?

TEOSINDO:

A la cabeza
del príncipe.

RECAREDO:

Si es su alteza
ya hoy, ¿cómo le llamáis
  príncipe?

ORMINDO:

Porque no está
hasta ahora coronado.

RODULFO:

Hoy, con Ingunda casado,
Hermenegildo será
  rey de España.

RECAREDO:

Es justa ley,
Porque merece mi hermano
en imperio soberano
ser del mundo el mayor rey.
  Y ésta, que piadosa abona
su piedad, virtud y celo,
le dé España hasta que el cielo
le dé la mayor corona.
  Llevarla al rey, mi señor,
(Tómala.)
quiero yo.

TEOSINDO:

Toma la fuente.

RECAREDO:

Si yo la llevo en la frente
no busquéis plato mejor.

((Pónganse todos de rodillas.))

  ¿Qué hacéis?<poem>

TEOSINDO:

Espera

RECAREDO:

¡Ah corona lisonjera,
muerto entre tus puntas quedo!
  Con ellas llevas la palma
(Habla con la corona.)
de mi invicto corazón.
Pero no es mucho, si son
puntas que pasan el alma.
  Burlando infundes en mí
Otro espíritu, aunque injusto,
pues me alegro y tengo gusto
de que éstos me honren ansí.
  A sus voces lisonjeras
por ti crédito estoy dando,
Y si esto causas burlando,
¿qué harás, corona, de veras?
  Otro parezco que soy.
¡Qué mudanza tan extraña!
¡Tiemble a Recaredo España!

TODOS:

¡Viva Recaredo!

RECAREDO:

Estoy
  tan trocado con tenella
en mi frente, que acredito
vuestras voces, que permito
que rey me llaméis por ella.
  Nuevos pensamientos cría
lo que me suspende ansí.
¡Bien dicen, monstruo, que en ti
comenzó la tiranía!
  Pero no he de ser tirano
si en ti la ambición estriba.

TODOS:

¡Viva Recaredo! ¡Viva!

RECAREDO:

Decid que viva mi hermano.

TODOS:

  ¡Viva Hermenegildo!

RECAREDO:

Apruebo
con la corona luciente
mi lealtad, siendo la frente
plato en que al rey se la llevo.

TEOSINDO:

  ¡Plaza al rey!

RECAREDO:

Lealtad y ley
niega quien eso pregona.
Decid: «¡Plaza a la corona!»,
que llevo a mi hermano el rey.

(Vanse y salen LEOVIGILDO, HERMENEGILDO e INGUNDA, con acompañamiento y con música, y CARDILLO también sale.)


LEOVIGILDO:

  La esposa que Dios te envía
es la que tienes presente,
cuva hermosura desmiente
la bárbara astrología.
Suerte ha sido tuya y mía
la suerte que le ha cabido,
porque aunque ya la ha tenido
con el suceso la advierte
no ha sido suya la suerte,
que nuestra la suerte ha sido.
  En ella esposa te doy,
que Dios por suerte te ha dado;
suerte ha sido en que has ganado
y en que yo ganado estoy.
Dividir mis reinos hoy,
mi majestad y decoro
quiero contigo, que adoro
tanto tu obediencia en ti,
que ya tu cabeza aquí
ciñe de diamantes y oro.

INGUNDA:

  Hoy por suerte os he ganado,
y en ser, señor, vuestra esposa
yo he sido la venturosa
y vos sois el desgraciado.
Que el matrimonio es estado
de gusto y de perfección
siendo por propia elección;
mas cuando forzado viene
como el nuestro, mucho tiene
de infierno y de confusión.
  Hoy una suerte os condena
a un incierto padecer,
porque es suerte la mujer,
tal vez mala y tal vez buena.
Mas, pues el cielo lo ordena
y ansí os castiga conmigo
cuando la suerte consigo
con que el premio me señala,
pensad que soy suerte mala
y haréis menor el castigo.

HERMENEGILDO:

  Contento y premiado estoy,
señora, sin mereceros,
que hoy ha sido dicha el veros
por veros dichoso soy.
Ya en vos adorando estoy,
como el ciclo me lo advierte,
la paz que al tálamo vierte
con suerte siempre dichosa,
porque en suerte tan hermosa
no puede haber mala suerte.
  Con soberano arrebol
en vuestro rostro divino
el cielo me ha dado un sino
de doce que tiene el sol.
Signo del orbe español
os hace vuestra beldad,
y si la conformidad
en Géminis conocemos,
Cástor y Pólux seremos,
partiendo la eternidad.
  Que aunque el casarme he temido
pudo, bella Ingunda, ser
hasta llegaros a ver
y hasta haberos conocido.
Mas ya tan agradecido
al temor que me condena
estoy, que adoro su pena;
que la suerte merecida,
cuando me cueste la vida,
lo juzgaré a suerte buena.

INGUNDA:

  Ella me ha podido hacer
dueña de tanta ventura,
y entre tan varia hermosura
bien la he habido menester;
y si el hombre da a entender
que la suerte es una acción
sin decreto y sin razón
que la justicia pervierte,
disculpada está la suerte
en hacer de mí elección.
  Que es tan necia y lisonjera,
que sin ley ni fundamento
desprecia el merecimiento
cuando premiarlo debiera.
Y ansí, si yo mereciera
algo por mí, todo aquello
que hoy me da viera perdello,
que consiste el merecer
de la suerte el no tener
partes para merecello.

LEOVIGILDO:

  Tras las gracias y la mano
ya la corona os espera.
Subid al solio.

INGUNDA:

Ay! ¡Si fuera
Hermenegildo cristiano!
Mas si es su padre arriano
seguirá su mismo error.

HERMENEGILDO:

De vuestras manos, señor,
recibo esposa tan bella.

LEOVIGILDO:

Dios te la ha dado.

HERMENEGILDO:

Y con ella
me da la suerte mayor.

LEOVIGILDO:

  Las insignias imperiales
y la corona traed.

HERMENEGILDO:

Digna es tan grande merced
de manos tan liberales.

LEOVIGILDO:

Son, hijo, premios iguales
méritos de tu persona.

HERMENEGILDO:

¿Quién tu deidad no pregona?

(Sale RECAREDO coronado, y uno con la ropa, otro con el estoque y otro con la alabarda.)
RECAREDO:

Ya la corona está aquí.

LEOVIGILDO:

Pues ¿cómo traes ansí
en tu frente la corona?

RECAREDO:

  En una fuente venía,
y parecióme más digno
plato mi frente.

LEOVIGILDO:

El pensarlo
loca inadvertencia ha sido,
si no es bárbara ambición,
que ésta, Recaredo, se hizo
..................................................
con milagroso artificio.
Sólo es para una cabeza
este peso excelso y rico,
que pone partido en dos
la majestad en peligro.
Que es sol para un cielo solo
en su cerco significo,
y a quien forma circular
lo dicen sus rayos mismos.
Forma de anillo contiene,
y ansí prender un anillo
dos dedos será en la mano
evidente perjüicio.
Esta pide, finalmente,
la frente de Hermenegildo,
que la que en él es deidad
en ti viene a ser delito.

RECAREDO:

No ambición soberbia y loca,
no bárbaro desatino
me obliga a ceñir la frente
de diamantes y jacintos.
Lealtad fue y veneración,
que el alma en mi frente quiso
hacerle a mi hermano el rey
a la suya un pasadizo.
Y hasta dársela bien pude
traela sin perjüicio,
pues los dos somos hermanos
y los dos somos tus hijos.
Y ansí bien podía ser
hoy mía como lo ha sido
suya si eres tú mi padre
y de una madre nacimos.
De rodillas se la ofrezco,
y si merezco castigo
por traerla como rey
humilde a sus pies me rindo.

HERMENEGILDO:

Del plato de tu cabeza,
hermano, el presente estimo
y della mitad te diera
si fuera justo el partirlo.

RECAREDO:

Esto fue nacer primero.

LEOVIGILDO:

Porque primero ha nacido,
loco, para coronarlo,
de la frente te la quito.

RECAREDO:

Bien haces; pero algún día
podría ser que lo mismo
hicieras con él, que ya
mayores cosas se han visto.

LEOVIGILDO:

Podrá ser estando muerto,
mas no será estando vivo.

HERMENEGILDO:

Bien podrá, que investigables
son los secretos divinos.

LEOVIGILDO:

La mano agora le besa,
que él, si fuesen los prodigios
tan grandes, hará otro tanto
entonces.

RECAREDO:

Cuanto aquí he dicho
podrá ser.

HERMENEGILDO:

Porque ser puede,
hermano, no te replico.

LEOVIGILDO:

Con ella por bien de España
tus sagradas sienes ciño,
(Corónale.)
y a tus pies su majestad
y sus imperios resigno.
Gobiérnales con prudencia,
siendo acérrimo enemigo
de los ignorantes que hacen
del Padre coeterno el Hijo

(Bésale la mano.)
HERMENEGILDO:

Será éste de cristianos
protesto.

INGUNDA:

Ciego y perdido,
de Arrio sigue con el padre
el bárbaro desatino.
¡Ay de mí!

LEOVIGILDO:

Besa su mano.
¡Viva el rey Hermenegildo
y su esposa Ingunda!

TODOS:

¡Vivan
eternidades de siglos!

LEOVIGILDO:

Ahora que os dejo, rey
sabio, prudente y bienquisto,
me retiro a Tarragona
y a la muerte me retiro,
ya que estas insignias son
para elegir los oficios
de tu reino.

HERMENEGILDO:

Queden todos
en los criados antiguos.
Con mi púrpura real
en mi cámara confirmo
a Ormindo, y hago mi estoque,
mi camarero, a Teosindo.

LEOVIGILDO:

¿Y a quién haces capitán
de tu guarda?

HERMENEGILDO:

A quien estimo
como a mí, porque tal carga
digna es del mayor amigo.
De vos, Rodulfo Sisberto,
mi vida y honor confío,
ya que de mi guarda os hago
capitán, para advertiros
de que sirváis con cuidado
en los mayores peligros.

RODULFO:

Yo os lo prometo, señor,
defenderos y serviros
hasta la muerte, esmaltado
de sangre mi acero fino.

CARDILLO:

Y a mí, ¿qué insignia me das?

HERMENEGILDO:

Escógela tú.

CARDILLO:

Ya elijo,
señor, una cantimplora
con que siempre beba pío,
porque si soy tu prior
ansí mi nieve acredito,
como algunos que en la corte
son carámbanos vestidos.
Mas, pues Cardillo me llamas,
te advierto, como Cardillo,
que ya os da voces la noche.

LEOVIGILDO:

Verdad este loco ha dicho.
El tálamo venturoso
lograd.

TEOSINDO:

El concurso a gritos
pide a su rey.

LEOVIGILDO:

Salga al pueblo.
Acompañadlo y seguidlo.

HERMENEGILDO:

Todos quedad con mi padre.

LEOVIGILDO:

Ninguno quede conmigo.
Ya soy un pobre vasallo
que tu majestad publico.

HERMENEGILDO:

Dame esa mano.

LEOVIGILDO:

Eres rey.

HERMENEGILDO:

Vos mi padre.

LEOVIGILDO:

Enternecido
estoy de gozo de veros.

RECAREDO:

¡Ay de mí, que los envidio!

LEOVIGILDO:

¡Viva Ingunda de Austria! ¡Viva
Hermenegildo, su primo!

INGUNDA:

Señor, tú te descompones.

LEOVIGILDO:

Tanto puede el regocijo.

(Tocan. Vanse. Queda LEOVIGILDO. Sale LÍSIPA y BADA.)
LÍSIPA:

Ya está solo.

LEOVIGILDO:

Voy a hacer
que con antífonas y himnos
la Iglesia a Dios le agradezca
estos nuevos beneficios
de darle a España tal reina
y tal prenda a Hermenegildo.

LÍSIPA:

Denos vuestra majestad
licencia para partirnos,
ya que a nosotras la suerte
tan desgraciadas nos hizo.

BADA:

Por eso suerte se llama
y por eso le ha cabido
a una cristiana, que intenta,
temeraria, destruiros,
refutando de Arrio santo
los sagrados silogismos.

LEOVIGILDO:

¿Cristiana Ingunda?

BADA:

Cristiana.

LEOVIGILDO:

¿Qué decís?

LÍSIPA:

Lo que decimos
es verdad.

LEOVIGILDO:

Envidia es ésa.

LÍSIPA:

No es sino glorioso aviso.
Mira que de Austria y Borgoña
ésta a estorbar ha venido
tu sosiego.

LEOVIGILDO:

¡Que es cristiana!

BADA:

Oirás a voces decirlo
a sus criados.

LÍSIPA:

Y de ella
las dos, señor, lo supimos.

LEOVIGILDO:

¡Válgame Dios!

LÍSIPA:

¡Bueno queda!

(Vanse las dos.)
LEOVIGILDO:

Yo he dado heroicos principios
al nuevo rey en su imperio.
¡Loco estoy! ¡Estoy perdido!
¿Qué he de hacer? Atropellar
las bodas. Venga el obispo
a anular el casamiento,
o, con bárbaro martirio,
muera esta cristiana fiera
si la verdad averiguo.
Por suertes mujer cristiana
de Dios a España no vino,
y pues no vino de Dios,
suerte del infierno ha sido.

(Vanse, y sale HERMENEGILDO, desnudándose, y los caballeros y CARDILLO.)
CARDILLO:

  Lo que ha de sucederte
diré como Cardillo.

HERMENEGILDO:

Desnudadme.

CARDILLO:

Luego que entres a verte
con la reina, señor.

HERMENEGILDO:

Glorias, dejadme,
o venid poco a poco,
si va no pretendéis hacerme loco.
  ¡Ay, Ingunda divina!
Desabróchame apriesa. ¿No prosigues?

CARDILLO:

Corriendo la cortina,
si la hermosura de sus rayos sigues,
hallarás en su lecho,
medio dormido, al sol en luz deshecho.
  Llegarás amoroso
a abrasarte en sus rayos, y él, vistiendo
de rosa el rostro hermoso,
halagos y ternezas suspendiendo,
con honesto decoro,
hará el cabello celosías de oro.
  Hallaráste anegado
entre los rizos bellos, cuyas ondas,
formando un mar dorado,
abismo te darán en que te escondas,
surcando, satisfecho,
por ellos al marfil blanco deshecho.

HERMENEGILDO:

  Gusto me has dado. Tuyo
es todo este vestido.

CARDILLO:

Tus pies beso.

HERMENEGILDO:

Si a Amor le restituyo
la gloria que le debo, es poco el seso,
que en tan alta ventura
estar con seso aquí fuera locura.
  Dame esa ropa, Ormindo.
Temblando voy.

CARDILLO:

Yo aguardo lo que falta,
señor, de mi vestido.

HERMENEGILDO:

Pues la suerte me dio suerte tan alta,
¿qué miedo me detiene?

CARDILLO:

Vaya contigo Amor.

TEOSINDO:

Tu padre viene.

HERMENEGILDO:

  Decid que recogido
con mi esposa estoy ya.

ORMINDO:

¿Cómo es posible?

HERMENEGILDO:

¡Qué desgraciado he sido!

TEOSINDO:

Amor, cuando desea, es insufrible.

(Sale LEOVIGILDO.)
LEOVIGILDO:

Hermenegildo, espera.

HERMENEGILDO:

Ya desnudo me veis.

LEOVIGILDO:

Salíos afuera.

CARDILLO:

  Mi vestido me embarga.
¡Desdichado frión!

RODULFO:

Confuso viene.

(Vanse. Quedan los dos.)
LEOVIGILDO:

Ya mi vejez amarga
lamentables sucesos me previene.

HERMENEGILDO:

¿Vos llorando? ¿Qué es esto?

LEOVIGILDO:

En tanto mal tu remisión me ha puesto.

HERMENEGILDO:

  ¿Mi remisión?

LEOVIGILDO:

Sí.

HERMENEGILDO:

No te entiendo.
Pero si puedo excusarlo,
no habrá imposible en serviros.

LEOVIGILDO:

¡Ay, hijo, dame los brazos!

HERMENEGILDO:

Ved, señor, lo que he de hacer.
No dudéis ni estéis llorando,
que más que mi vida importa
un átomo de ese llanto.
Si lloráis arrepentido
de haberme este imperio dado,
desde luego lo renuncio.
Volved a los solios sacros;
vestid la púrpura tiria,
y vuelva a causar espanto,
en la plata de esas sienes,
oro en relucientes rayos.
Vuestra humilde hechura soy,
y quien me pudo hacer tanto,
también deshacerme puede
con la vida de sus labios.

LEOVIGILDO:

¿Eres mi hijo?

HERMENEGILDO:

Sí soy.

LEOVIGILDO:

¿Sigues las verdades de Arrio
como yo?

HERMENEGILDO:

Y por ellas pienso
morir. Suspenso os aguardo.
¿Qué he de hacer para serviros?

LEOVIGILDO:

Repudiar y no hacer caso
de Ingunda.

HERMENEGILDO:

¿De Ingunda?

LEOVIGILDO:

Sí.

HERMENEGILDO:

¿Cómo? ¿Si me la habéis dado
señor, por suerte del cielo
y es prenda de vuestra mano

LEOVIGILDO:

Esto ha de ser.

HERMENEGILDO:

Esto sólo,
cuando os reverencio y cuando
renuncio los reinos, es
imposible el renunciarlo.

LEOVIGILDO:

¡Advierte que esa mujer
tu vida está amenazando,
que han de cumplirse en ella
tantos temidos presagios!
¡Mira que es cristiana!

HERMENEGILDO:

¿Y es
de vuestro pecho gallardo
ése el disgusto?

LEOVIGILDO:

El temor
se engendra en los pechos sabios.

HERMENEGILDO:

Ya es Ingunda mi mujer;
ya la adoro, estimo y amo,
y será, el morir por ella,
eterna vida y descanso.
Ya resistirme no puedo;
vos me la disteis. Culpado
estáis solamente vos
en este impensado caso.
Remediarlo es imposible;
más será posible, amando
y persuadiendo, vencerla,
que amor nace en los halagos.
Yo la haré que se convierta
a nuestra verdad, dejando
sus errores y locuras,
y sí no la satisfago
con halagos, con rigores
haré que deje su engaño.

LEOVIGILDO:

¿Dasme esa palabra?

HERMENEGILDO:

¡Juro,
en fe de quien soy, de daros
la vida no siendo ansí!

LEOVIGILDO:

Satisfecho voy.

HERMENEGILDO:

¡Oh, cuánto
la ambición puede en los reyes!

(Vase LEOVIGILDO. Sale RECAREDO.)
RECAREDO:

Sabrá la verdad mi hermano,
¡oh amor! A Ingunda no goce,
que un celoso es temerario.

HERMENEGILDO:

¿Qué es eso?

RECAREDO:

Dicen a voces
esos bárbaros criados
de Ingunda que ella es cristiana
y que son ellos cristianos.
Y dicen que por concierto
del pontífice romano
viene a perturbar la paz
de nuestra Iglesia, alterando
a Sevilla, y no te digo
cosas que aquí te las callo
por nuestro honor. No te fíes
de Ingunda, querido hermano,
aunque es de todos la afrenta
por ser tuyos los agravios.

(Vase.)


HERMENEGILDO:

¿Qué es esto? ¡Válgame Dios
Gustos del amor ingratos,
¿aun antes de los principios
proponéis fines amargos?
¿Ingunda agravios a mí?
¿Cómo y cuándo? ¡Extraño caso!
Pero sólo el pensamiento
suele en el honor causarlos;
pero sin duda en envidia,
que aun no ha dado el tiempo espacio,
no pudiendo conocerlos
para sólo imagínarlos.
Envidia es de mi ventura;
envidia es; ¿de qué me agravio?
En sus dogmas es cristiana,
cosa que aborrezco tanto.
Y la que engañada ansí
sustenta errores tan falsos,
también puede fingir, loca,
la honestidad y el recato.
¡Confuso estoy! ¡Loco estoy!
¿Qué haré? Este es su cuarto
y está sola. Salir quiero
de esta pena y de este encanto.
Este es el retrete adonde
amor, generoso y casto,
tálamo nos apercibe,
ya de basiliscos campo.

(Cantan dentro.)
VOZ:

¿Qué es la inmensa Trinidad?

INGUNDA:

  Un Dios solo, en quien distintas
tres Personas santas hay.

VOZ:

¡Verdad!

HERMENEGILDO:

¿Agora música y voces
cuando aguardándome está
Correr la cortina quiero
y ver esta novedad.

(Corre la cortina y está INGUNDA elevada sobre una tarima, adonde esté un bufetillo y dos velas con un Cristo, y ella medio desnuda y suelto el cabello.)
VOZ:

¿Quién al Hijo y Dios engendra
en su mente celestial?

INGUNDA:

El Padre y Dios, sin principio,
con alta coeternidad.

VOZ:

¡Verdad!
¿Y el Santo Espíritu Dios,
gracias que a todos los da?

INGUNDA:

Del Padre y Hijo procede
en una conformidad.

VOZ:

¡Verdad!
¿Esto es lo que Roma cree?

INGUNDA:

Y esto creo, y creo más:
que todo lo que Arrio sigue
es desatino infernal.

VOZ:

¡Verdad! ¡Verdad!

HERMENEGILDO:

¡Señora mía!

INGUNDA:

¿Quién es?

HERMENEGILDO:

Cobarde en su honestidad
he quedado. ¿Quién podrá?
veros en clausura igual
que vuestro esposo no fuera?
(Aparte.)
Forzoso es disimular.
Que el portento que aquí he visto
me dice su santidad.
Pero si es cristiana, ¿cómo
santa se puede llamar?

INGUNDA:

¡Oh, Hermenegildo! ¡Oh, señor!

HERMENEGILDO:

Vuestro esposo me llamad,
que es el más dulce apellido
que agora me podéis dar.

INGUNDA:

Si no sois mi esposo, ¿cómo
que os llame esposo mandáis?

HERMENEGILDO:

¿No soy vuestro esposo?

INGUNDA:

No.

HERMENEGILDO:

¿Cómo?

INGUNDA:

Esa silla tomad
y lo sabréis.

HERMENEGILDO:

Mis deseos
ese espacio no me dan.

INGUNDA:

Sentaos y escuchadme.

HERMENEGILDO:

¡Cielos,
no hay duda; cierto es mi mal!

INGUNDA:

Yo soy, cristiana.

HERMENEGILDO:

¿Cristiana?

INGUNDA:

Sí; y no puede ser jamás
matrimonio el nuestro como
vos también no lo seáis.

HERMENEGILDO:

¿Yo cristiano? ¡Vive Dios,
fiera, que te he de matar!

INGUNDA:

Si a Cristo coeterno adoro,
¿cómo matarme podrás?

HERMENEGILDO:

¡Aguarda! ¿Qué es esto?

INGUNDA:

Un Dios
sempiterno y celestial.

VOZ:

¡Verdad! ¡Verdad!