La mayor Corona
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

(Salen INGUNDA y HERMENEGILDO.)
HERMENEGILDO:

  ¡Soldados! ¡Amigos!

INGUNDA:

Basta.
No des voces.

HERMENEGILDO:

Es cansarme.

INGUNDA:

Que aun el río en roncos ecos
no nos responde en su margen.

HERMENEGILDO:

¡Todos me han desamparado!
¡Todo ha venido a faltarme
en el reino!

INGUNDA:

Todo os sobra,
señor, como Dios no os falte.
Suyas son las monarquías,
suyos los imperios grandes,
porque El es sólo a quien tiemblan
coronas y majestades.

HERMENEGILDO:

Todo lo conozco, y sé
que podrá, eterno y triunfante,
darme la mayor corona,
aunque ésta ahora me falte.

INGUNDA:

Cuando portentosamente
nos pasó a esta parte el ángel,
te dijo que la traía
para que en ella triunfases.
Y ansí, no te desconsueles,
que es imposible que falte
su palabra.

HERMENEGILDO:

Faltarán
abismos y cielos antes.

INGUNDA:

Vuelve a dar voces.

HERMENEGILDO:

Sí haré.

INGUNDA:

Quizá en tantos estandartes
que se han retirado aquí
habrá alguno que te ampare.

HERMENEGILDO:

¡Españoles invencibles!
¡Godos valientes! ¿No hay nadie
que a su natural señor
favorezca en este trance?
Volved a embestir valientes,
si os retirasteis cobardes,
que los atrevidos tienen
la fortuna de su parte.
¿No hay quien oiga a Hermenegildo?
De treinta mil que ayer tarde
por señor me obedecían,
¿no hay un cristiano constante?

INGUNDA:

Por ambición o por miedo,
todos siguen a tu padre.

HERMENEGILDO:

Pues ¿qué haremos?

INGUNDA:

Dulce esposo,
de este peligro escaparte,
y convocar nuestras gentes;
que, como a los reinos pases
de mi hermano, volverás
con Austria, Borgoña y Flandes
a restaurar tus imperios.

HERMENEGILDO:

En aflicción tan notable
imposible me parece.

(Entra AMÉRICO, RODULFO, TEOSINDO, OFRIDO y ORMINDO.)
TEOSINDO:

Si se resiste, matadle.

HERMENEGILDO:

¡Ay de mí, perdidos somos!

INGUNDA:

Ya, esposo, al triunfo llegaste.

HERMENEGILDO:

¡Villanos! ¿A vuestro rey?

INGUNDA:

¿A vuestro rey? ¡Desleales!

HERMENEGILDO:

¿A vuestro rey...?

(Salen LEOVIGILDO, RECAREDO, CARDILLO y los que pudieren.)
LEOVIGILDO:

No hay más rey,
¡bárbaro!, que yo. ¡Quitadle
las armas!

HERMENEGILDO:

Para ser preso
no importa que me desarmen.
Pero ya a tus pies estoy.

LEOVIGILDO:

Por que más no te levantes,
yo los pondré en tu cabeza.

HERMENEGILDO:

Padre eres.

LEOVIGILDO:

Llámame alarbe,
llámame monstruo sangriento
de los que habitan el Ganges.

INGUNDA:

También a tus pies se postran
tu nuera y tu nieto.

LEOVIGILDO:

Espante
hoy mi castigo a la tierra.
De los tres no ha de quedarme
vivo ninguno.

HERMENEGILDO:

Aquí estamos.

LEOVIGILDO:

¡Que se me ponga delante
esta enemiga, esta fiera
ocasión de tantos males!
¡Haréla pedazos!

HERMENEGILDO:

¡Muera,
como tú la despedaces!

LEOVIGILDO:

¿Parécete, loco, bien
haber turbado las paces
de España con tus locuras
y mentidos disparates?
Si es verdad lo que profesas,
¿cómo tan poco te vale?

HERMENEGILDO:

Porque en el mundo jamás
se premiaron las verdades.
En el cielo está su premio
y de él es bien que se guarde,
no del mundo, que acredita
mentiras y falsedades.

LEOVIGILDO:

Luego ¿es verdad la que sigues?

HERMENEGILDO:

Y tan verdad, que salvarse
ninguno sin ella puede.

LEOVIGILDO:

¡Calla, villano!

HERMENEGILDO:

¿Que calle
unas verdades tan sabias,
cuando en alterno las aves
se las cantan a la aurora
en versos que Dios les hace?
Es armonía de esferas,
donde, por modo inefable,
órdenes las zonas son
y son las estrellas trastes;
instrumentos en que siempre
canta esta verdad el aire,
formando en plantas y en flores
acromáticos compases.
En su hermosa poesía
también la escriben los mares,
buscando por los escollos
cristalinos consonantes.
Y, al fin, el orbe que ves
compuesto por cuatro partes
es un divino cuarteto
en que los hombres la canten.

LEOVIGILDO:

Y tú eres un loco, pues
esas mentiras te traen
a las desdichas presentes.

HERMENEGILDO:

Triunfo es. Su nombre no infames.

LEOVIGILDO:

Pues a morir te apercibe
o a confesar que, ignorante,
seguiste tu vano error
y nuestra verdad dejaste.
No te fijes en que soy
tu padre, que amor que sabe
disculpar jóvenes yertos,
nunca delitos iguales.
Nuestra antigua religión,
sacrílego, profanaste,
y será, si a ella no vuelves,
imposible perdonarte.
La opinión que de Arrio y Grecia
a Roma oponías antes,
vuelve a admitir; no permitas
que así esta mujer te agravie
y que, como la temías,
aquí la muerte te cause.
Hazlo y volverás al reino.

HERMENEGILDO:

¿Yo había de condenarme
por cosa que apenas es
sombra leve y vidrio frágil?
Sin mi católica fe
todo el reino es inconstante,
todo es embeleco y sueño.
  

LEOVIGILDO:

¡Basta, loco, aleve, baste!
Hoy perderás con la vida
la corona.

HERMENEGILDO:

Sus esmaltes
mi fe trocará en estrellas
con que mi esperanza ensalce.

LEOVIGILDO:

Tú esta verdad, Recaredo
prudente, significaste
cuando en tu frente traías
la corona para honrarle.
Y ansí, ahora de la suya
a la tuya se traslade,
(Pónele la corona.)
por que ganes lo que él pierde
y el reino y mi gracia ganes.

HERMENEGILDO:

Plato mi cabeza ha sido
que a mi hermano se la trae.

LEOVIGILDO:

Tu rey dirás.

HERMENEGILDO:

Mi rey digo.

LEOVIGILDO:

Llega, bárbaro, a besarle
la mano.

HERMENEGILDO:

Goces, señor,
desmintiendo eternidades,
la corona, que en tu frente
es sol con que al mundo abrases.
A ti te viene nacida,
si a mí me venía grande.
Mas no es mucho, si hizo el Cielo
que para ti se cortase.
La Monarquía española
vale, su precio es notable;
pero advierte que sin fe
pesa mucho y nada vale.

LEOVIGILDO:

En una torre del muro
les dad miserable cárcel,
donde, pena de la vida,
ninguno les vea ni hable.
Afligidos, con cadenas
y cien soldados los guarden,
Argos del mundo, de quien
los átomos no se escapen.

RECAREDO:

Bien merece igual castigo
el que imperio semejante
pierde por casos inciertos,
medroso de condenarse.

CARDILLO:

Vuelve a tus reinos y pide
que la conciencia te ensanchen
los que calidad y hacienda
adquieren por modo infame.
Consuélente los fulleros
que con la espada, sin naipe,
dejan a un hombre sin vida
y a un santo dejan en carnes.
Si todos el fin temieran,
ya estuvieran las ciudades
despobladas, porque en ellas
sólo los engaños valen.

LEOVIGILDO:

Todo ha de faltarte hoy.

HERMENEGILDO:

Como Ingunda no me falte
con mi hijo, todo aquí
con los dos viene a sobrarme.
Todos los bienes que tengo
llevo conmigo. Llamadme
filósofo de la fe.

LEOVIGILDO:

De los brazos de la madre,
Rodulfo, el hijo le quita
por que el corazón le falte.

HERMENEGILDO:

Tú habías de ser, Rodulfo,
el que había de robarme
el alma; siempre de ti
temí crueldad semejante.

LEOVIGILDO:

Llevadle y matadle.

HERMENEGILDO:

A mí,
bárbaros, podéis matarme.
Dejad el ángel.

LEOVIGILDO:

El Cielo
jerarquías le dé al ángel.

HERMENEGILDO:

Es de nuestra guarda.

LEOVIGILDO:

Ansí
no tendréis ángel que os guarde.

INGUNDA:

Si te endurece el rigor,
tu mesmo nombre te ablande.
Leovigildo es como tú.
Mírate en tu misma imagen
y verás que a ti te ofendes
en tu nieto.

LEOVIGILDO:

¡Calla, infame!
¿Mi nieto había de ser
un vil aborto de un áspid?
Pedazos le pienso hacer
yo también

HERMENEGILDO:

No maltrates
la prenda que tú me diste
y que por suerte me cabe,
ni a tu nieto.

LEOVIGILDO:

Si es mi nieto,
yo derramaré la sangre
que de esta enemiga tiene;
y por que te desengañes,
ha de morir, si no dejas
ese error.

HERMENEGILDO:

No me amenaces
ni asombres.

LEOVIGILDO:

Por tus locuras
morirá.

HERMENEGILDO:

Pues no dilates
la ejecución; muera luego,
que no hay rigor que me espante.
Y si te falta instrumento,
sacaré la daga, y dale,
ejecuta tu rigor,
toma para que le mates.

LÍSIPA:

¿Qué más hiciera una fiera?

BADA:

¿Fuera más cruel un áspid?
Y ¿qué más hiciera un loco?,
que este nombre puede darle
el que por casos inciertos
hace desatinos tales.

LEOVIGILDO:

Llevadle.

INGUNDA:

Deja, Rodulfo,
que le bese y que le abrace
por despedida.

RODULFO:

No puedo.

HERMENEGILDO:

¡Que en aflicción semejante
ansí, Rodulfo, me niegas!

RODULFO:

Tú estas afrentas buscaste.
Tuya es la culpa, y ansí
es bien que la pena pagues.

TEOSINDO:

Vamos.

HERMENEGILDO:

¿Tú presos nos llevas?

TEOSINDO:

Soy vasallo, y no te espante.

HERMENEGILDO:

¿Y tú, Ormindo?

ORMINDO:

A mi rey sirvo,

HERMENEGILDO:

Pues servidle y contentadle,
que las lisonjas caminan
al son que el tiempo les hace,
Ya, hermano, tu frente ciñe
la que tanto deseaste.
Mil años feliz la goces
y Dios mil años te guarde.

RECAREDO:

Tú la perdiste por loco
para que yo la gozase,
y pues tú la culpa tienes,
no te quejes ni te espantes.

(Llévanlos TEOSINDO y ORMINDO.)
LEOVIGILDO:

  Enternecido quedo
que, en efecto, soy padre, Recaredo.

RECAREDO:

Pues sus yertos perdona,
que yo pondré a sus plantas la corona.

LEOVIGILDO:

Por la parte que tengo
de padre, estas ternezas le prevengo;
mas por la parte ahora
de nuestra religión, que España adora,
me importa ser severo,
y así el delito en él castigar quiero,
dando de religioso
ejemplo al mundo por varón glorioso,
en que el pueblo romano
de nuevo admire otro español Trajano.
Como padre lo quiero
y como rey lo oprimo justiciero.
De sus engaños ciegos
saldrá con amenazas y con ruegos
o con fieros castigos.
Trazas buscad en reducirle, amigos.

LÍSIPA:

Reducirle no esperes,
mientras presa con él a Ingunda vieres.
Quítala de sus ojos,
y olvidará tan bárbaros antojos.

LEOVIGILDO:

Dices bien; apartarla,
darle muerte o de España desterrarla
importa luego.

BADA:

Y luego,
en la cárcel las dos, si Amor es fuego,
con fingidos amores
trocaremos en glorias sus rigores.

LEOVIGILDO:

Muy bien me ha parecido.

(Salen TEOSINDO y ORMINDO.)
TEOSINDO:

Ya queda preso.

LEOVIGILDO:

¿Y queda reducido?

ORMINDO:

Antes, firme y constante,
promete ser durísimo diamante.

LEOVIGILDO:

Pues ablandarle quiero
con la inocente sangre de un cordero.
Mata, Rodulfo, al niño.
Grana sea el que fue cándido armiño;
que con igual tormento
ha de morir o ha de mudar intento.

CARDILLO:

Yo a vencerle me allano.
Haz que me lleven preso por cristiano,
donde, embustes fingiendo,
desengañarle y contrastar entiendo,
o no seré Cardillo.

LEOVIGILDO:

Vamos a castigallo o reducillo.
El hijo de esta fiera,
para infundirle espanto, luego muera,
aunque sea mi nieto,
que por mi ley mi sangre no respeto,
que aquí el valor estriba.

TODOS:

¡Viva el gran Leovigildo!

LEOVIGILDO:

Pueblo: ¡Viva
el magno Recaredo!,
que yo con tanto mal vivir no puedo
en pena tan extraña.

TODOS:

¡Viva el gran Recaredo, rey de España!

(Vanse, y salen HERMENEGILDO, cargado de cadenas, e INGUNDA ayudándole.)
INGUNDA:

  Si yo la culpa soy, amado esposo,
partamos las cadenas;
no tenga yo la culpa y vos las penas;
que en acto tan heroico y generoso,
donde el triunfo es forzoso,
no quiero ser vencida,
siendo yo la mitad de vuestra vida,
y así en las aflicciones,
partamos como el alma las prisiones.

HERMENEGILDO:

  ¡Ay, Ingunda! ¡Ay, esposa mía! ¡Ay, prenda mía!
Estos fieros enojos,
gloria y gusto son a vuestros ojos,
y la prisión soberbia Monarquía.
La dulce tiranía
de su cristal confieso,
que indigno y corto amor me tiene preso,
y así en amantes lazos,
troquemos las cadenas por los brazos.

(Abrázanse.)


INGUNDA:

  ¡Ay, prisión amorosa!

HERMENEGILDO:

¡Ay, lazo hermoso!

INGUNDA:

¡Quién presa así se viera
toda una eternidad!

HERMENEGILDO:

¡Quién estuviera
siempre tan satisfecho y tan dichoso!

INGUNDA:

¡Ay, mi bien! ¡Qué apacibles cadenas!

HERMENEGILDO:

¡Qué dulce padecer! ¡Qué alegres penas!

INGUNDA:

¡Muera en prisiones tales!

HERMENEGILDO:

¡Sean en mí estos lazos inmortales!
Aunque sin vuestro hijo,
turbarnos quiso Amor el regocijo!

(Salen TEOSINDO y ORMINDO, uno con una alabarda. y ellos con toallas y sin sombrero, y, RODULFO con una fuente cubierta.)
TEOSINDO:

  ¡Rigor extraño!

ORMINDO:

Confieso
que es temeraria crueldad.

RODULFO:

Hoy ha de perder el seso.

TEOSINDO:

Con esos platos pasad.

INGUNDA:

Gente viene.

HERMENEGILDO:

¡Hola! ¿Qué es eso?

ORMINDO:

  Señor, las vïandas son,
que ya en la mesa os esperan.

HERMENEGILDO:

Aliviaran el perdón,
si cristianos las sirvieran
con menos ostentación.

TEOSINDO:

  Pues que no hallan cristianos,
cosa imposible ha de ser.

HERMENEGILDO:

Volved los platos, villanos,
que nada pienso comer
que me sirvan arrïanos.

ORMINDO:

  Ya no hay persona en España
que no lo sea.

HERMENEGILDO:

Ya sé
que es la ambición tan extraña
que, engañándose en la fe,
en las virtudes se engaña.
  Hoy la lisonja os condena,
y por ella merecéis
más castigo y mayor pena,
pues las conciencias ponéis
en la voluntad ajena.
  Volved, vasallos ingratos,
los platos que habéis traído
y excusad los aparatos,
que yo solamente pido
más lealtad y menos platos.

RODULFO:

  Este para ti se ha hecho,
y el no admitirle es en vano.

HERMENEGILDO:

Ya su amargura sospecho,
que el ser plato de tu mano
ha de hacerme mal provecho.

RODULFO:

  Antes, su misma sazón
te ha de admirar. Toma.

(Descubre la cabeza del niño.)


HERMENEGILDO:

¡Ingrato,
sin lealtad ni religión!
¿Qué plato es éste?

RODULFO:

Es un plato
guisado en tu corazón.
  Plato es de un ángel.

HERMENEGILDO:

¡Oh, exceso
de la más atroz fiera!
¡Muerto soy!

INGUNDA:

Señor, ¿qué es eso?

HERMENEGILDO:

¡Ay de mí!

INGUNDA:

¿Qué es?

HERMENEGILDO:

La cabeza,
Ingunda, de mi proceso.
  Proceso es una evidencia,
conclusa la causa tiene;
Moriré sin resistencia,
pues en la cabeza viene
el fallo de la sentencia.
  Deme la muerte inclemente
sentencia y rigor igual,
pues hoy aprueba y consiente
proceso tan criminal
cabeza tan inocente.

HERMENEGILDO:

  Ofrenda inocente y santa,
cuya muerte maravillo,
donde es la presteza tanta
que a un tiempo leche y cuchillo
admiro en vuestra garganta,
  y tan apriesa al pasar
es del cuchillo cortada,
que al venirse a derramar
de teñirse colorada
aun no le han dado lugar.
  Leche es la sangre que os baña,
Abel de mi corazón,
siendo por tan torpe hazaña
la tierra de promisión
vuestra garganta en España.
  ¡Ah, tigre en obras y acciones!,
que padre no he de decirte;
aunque en tal trance me pones,
en lugar de maldecirte
te quiero dar bendiciones.
  Bendígate el cielo, amén.
Plantas, aves, fieras, hombres,
mil alabanzas te den.
Dios te ensalce con renombres
y te bendiga también.
  Y hagan a Dios más Abeles
con vos, inocente Abel.
Pero ya, gentes infieles,
hubo un abuelo fiel,
si hubo misterios crueles;
  ¡vive Dios!, que he de vengar
en vosotros su inocencia.
Con ésta os he de matar.

(Toma la alabarda y viene.)
TEOSINDO:

Ven.

ORMINDO:

¡Huye!

RODULFO:

En mí la sentencia
puedes aquí ejecutar;
  pero al rey obedecí.

HERMENEGILDO:

Esta cuchilla, alevoso,
divida tu frente aquí.
Pero... quiero ser piadoso
por no parecerme a ti.
  La paciencia ha de triunfar.
¡Alza!

RODULFO:

¡Señor!

HERMENEGILDO:

Vete, ingrato,
y eso te puedes llevar,
y advierte que no te mato
porque te puedo matar.
  Mi clemencia te perdona
cuando más ingrato fuiste.
Lleva, pues ésta te abona,
ésta, con que prometiste
darme la mayor corona.

(Dale la alabarda.)
RODULFO:

  Y aun te la prometo dar
con ella.

HERMENEGILDO:

Vete, sin ley,
que es necio el lisonjear
hoy al rey, que esto es ser rey
y que esto es saber triunfar.
  Mi Dios, ¿qué es esto? ¿Qué es esto?
¿Tan presto tanto rigor?
¿Tanto castigo tan presto?
¡Ya no hay paciencia!

INGUNDA:

Señor,
¿vos triste y tan descompuesto?
  ¿Vos dar voces? Nos perder
la paciencia, cuyo nombre
inmortal os ha de hacer?
Ved que me tendrán por hombre
y que os tendrán por mujer.
  Mías las lágrimas son
y vuestro el valor perdido.
Triunfad en esta aflicción,
que Dios en ella ha querido
probar vuestro corazón.
  Alma es mía este ángel bello
como vuestro, y sufro y callo,
y pues triunfamos en ello,
cantad a Dios el ganallo
y no lloréis el perdello.
  Si es el altar más propicio
siempre un corazón sincero,
en él, con piadoso oficio,
de este inocente cordero
a Dios le haced sacrificio.
  Halle el rigor resistencia
por tan invencible modo
y por tan alta excelencia,
pues se viene a perder todo
si se pierde la paciencia.
  ¿Qué es un reino y qué es un hijo?
Por Dios su triunfo cantad,
que en vuestro llanto la crueldad
y la pena es regocijo.
  Si a Dios agradar queréis,
quien sirve en nada repara;
si le servís, no lloréis,
porque es echarle en la cara
el servicio que le hacéis.

HERMENEGILDO:

  Sólo consolarme vos
podéis en pena tan fiera.

INGUNDA:

Juntos estamos los dos,
y cuando nos dividiera
regalos fueran de Dios.

(Sale RECAREDO y algunos de acompañamiento.)
RECAREDO:

  En medio de mi grandeza,
majestad, pompa y poder,
me ha podido entristecer
tu aflicción y tu tristeza.
  Y ansí vengo, como ves,
a consolarte y pedirte
y, como hermano, advertirte
que a tantos engaños des,
  Hermenegildo, de mano,
volviendo a tu antiguo honor
y a ser del mundo señor,
honrando el nombre arriano.
  Mira la torre en que estás,
donde tu cabeza apenas;
mírate en tantas cadenas
y en tanta infamia, que es mas.
  Mira a Dios contigo airado,
mira tu padre ofendido,
mira un reino que has perdido
y un infierno que has ganado.
  Vuelve, Hermenegildo, en ti,
aplaca a Dios, que perdona
con clemencia, y la corona
de España tendrás ansí,
  que desde luego te doy.
Y aquí, postrado a tus pies,
con la majestad que ves,
tu mayor vasallo soy.
  Todos los pies le besad
a Hermenegildo, mi hermano,
y por el pueblo arriano
la victoria celebrad.

(Cantan dentro.)
MÚSICO:

  ¡Viva Hermenegildo,
que es rey de España,
porque al padre obedece
Dios le levanta!
De esta gran vitoria
que Arrio en él alcanza,
a pesar de Roma,
dadle a Dios las gracias.

HERMENEGILDO:

  Callad, monstruos del infierno,
que a Dios la gloria conquisto.
Padre y Dios honra a un Dios Cristo
Hijo del Padre coeterno.
  En éste se encierra todo,
sin división en la esencia;
que una sola omnipotencia
son por inefable modo
  las dos Personas distintas,
y aunque distintas las dos,
no es distinto el ser de un Dios
en ellas.

RECAREDO:

Ideas pintas,
  loco, en tu imaginación
a tu gusto; pero advierte
que ha de causarte la muerte
en larga y fiera prisión.
  Hasta aquí, compadecido
de verte, bárbaro, ansí,
la corona te ofrecí;
pero, ya de ti ofendido,
  sólo disgustos te ofrezco,
iras y persecuciones.
Dobladle aquestas prisiones.

HERMENEGILDO:

Más en tu enojo merezco.

RECAREDO:

  Pues por que merezcas más,
lo que mi padre os ordena
haced.

AMÉRICO:

Más que en esa pena
en otra merecerás,
  porque el rey...

INGUNDA:

Monstruo le di,
que mató a su semejanza
por una torpe venganza
si pido venganza ansí.

HERMENEGILDO:

  ¿Qué manda el rey?

AMÉRICO:

Que llevemos
a Ingunda, de quien sospecho
que hará lo mismo que ha hecho
de tu hijo, y no podemos
  dejarle de obedecer.

HERMENEGILDO:

Esto es si licencia os doy.
¿No sabéis, viles, quién soy
y que Ingunda es mi mujer?

AMÉRICO:

  Y aun por eso la prendemos.

HERMENEGILDO:

¡Vive Dios, que si llegáis...!

RECAREDO:

¡Basta!

HERMENEGILDO:

No basta.

INGUNDA:

No hagáis,
dulce esposo, esos extremos,
  que si mil vidas tuviera
las ofreciera por vos.

RECAREDO:

Asidla y llevadla.

INGUNDA:

Adiós.

HERMENEGILDO:

Ministro infernal, espera,
  aguarda, mira que Ingunda
es mi alma; no la llevas.
Oye.

INGUNDA:

En tan heroicas pruebas
hoy tu paciencia se funda.

HERMENEGILDO:

  ¿Ansí, mi Ingunda, me dejas?
Crueldad parece.

INGUNDA:

Señor,
antes es sobra de amor,
aunque de mi amor te quejas.
  Aquí importa ser cruel
para ser piadosa.

HERMENEGILDO:

Espera.

INGUNDA:

Si aquí esperara, perdiera
de esta victoria el laurel.
  Austria soy; viva en España
el nombre de Austria por mí,
dándole, rubí a rubí,
alma a la mayor hazaña;
  en mí comience la fe
a esmaltar su sangre en ella,
que, como cándida estrella,
memoria inmortal me dé.

RECAREDO:

  Pues a morir vas.

INGUNDA:

Dichosa
yo, que a triunfar de ti voy.

HERMENEGILDO:

Lágrimas, peñasco soy,
y ésta es fuente sonorosa.
  Perdóname esta terneza,
que parece que en los dos
ha querido, esposa, Dios
mentir la naturaleza.
  Pero, pues vas a morir,
lleva mi vida al castigo,
por que muriendo contigo
contigo vuelva a vivir.

INGUNDA:

  Y yo mi vida te dejo
para que te infunda y dé
mi fortaleza y mi fe
como cristalino espejo.

(Vanse todos, llevándola. Queda solo HERMENEGILDO.)


HERMENEGILDO:

  Señor, perdonad si lloro,
que son las fortunas tantas,
que al sentimiento se atreven,
y aunque es de piedra, lo ablandan
Dadme más de Job o dadme
menos aflicciones. Basta
que cuanto me distes pierda,
aunque de paciencia salga.
Si dijistes por David
que la medida se hallaba
en el corazón del vuestro
por ser vuestra semejanza,
dadme a mí su corazón
donde quepan las desgracias,
que el mío me viene estrecho
y el pecho me despedaza.
Mas perdona, que el amor
estos desatinos causa;
disculpadlos y sufridlos,
pues sois Vos el que más ama.
Poco golpe fue perder
la monarquía de España,
y el golpe, Señor, del hijo
no pasó de las entrañas.
Mas, ¡ay!, que el golpe de Ingunda
es golpe que llegó al alma,
y ansí son pedazos suyos
los que parecen palabras.
¡Ay, prenda del alma mía!

(Aparece UN ÁNGEL.)
ÁNGEL:

¡Hermenegildo!

HERMENEGILDO:

¿Quién llama?

ÁNGEL:

Quien por abismos de nubes
ansí a consolarte baja.
Glorioso es tu sufrimiento
y divina tu constancia
por quien porque el que hoy desprecias
mayor imperio te aguarda.
Quiere Dios que te atropellen
cuando defiendes su causa;
no es sin providencia eterna,
cuyos secretos no alcanzas.
Al fin, por ti y por tu esposa
logrará la Iglesia santa
en España eternamente
cristianísimos monarcas,
que, con el sacro apellido
de católicos, deshagan,
como el sol, oscuras nieblas
de apóstatas heresiarcas.
Y aunque por pecados suyos
triunfe por traidoras armas,
de España ahora, habrá reyes
siempre de tu ilustre casa.
Que tu fe amparará en ella,
y, por deberle a los Austrias,
Dios esta sangre que tiene
rubíes que su Iglesia labran,
los trasladarán a imperio
con siempre heroicas hazañas,
con memorables virtudes
y inmortales alabanzas.

ÁNGEL:

Entre ellos venera ahora
estos dos sacros jerarcas,
que de tu esposa y de ti
han de ser vivas estampas.
(Aparecerá en lo alto FELIPE TERCERO, y MARGARITA en dos sillas, y en otra, un poquito más abajo, FELIPE CUARTO, con sitial, poniendo la corona los dos.)
Llamaráse Hermenegildo,
como tú, y ella, del nácar
de Alemania, Margarita,
y perla preciosa y sacra.
Estos dos ángeles bellos
que a ti y a Ingunda retratan,
de los años mismos vuestros,
buscarán eterna patria.
Llevaráse Margarita
Dios por castigar a España,
y llorará Hermenegildo,
como tú, también su falta.
Y el Santísimo después,
como la flor que en el árbol
nacer y morir a un tiempo
con soberanas fragancias,
de virtudes hará el reino
mar de lágrimas amargas,
que fueran en él eternas,
que así las grandezas pasan,
porque en siete pies de tierra
mentidas deidades paran,
que los imperios de Dios
son los que jamás se acaban.
Esto ganas si esto pierdes.
Consuélate si esto ganas.

(Desaparece con música.)


HERMENEGILDO:

Salve, sacro Hermenegildo;
salve, Débora cristiana,
obra del rosado fénix
que vuestros años restaura,
y en quien mi fe desde hoy tiene
fundadas las esperanzas,
que han de ser sacros laureles
y han de ser triunfantes palmas.

(Salen AMÉRICO y OFRIDO con CARDILLO, preso, de ciego, y OROSIO, obispo hereje.)
OFRIDO:

Defiéndale Hermenegildo,
que sus errores alaba.

HERMENEGILDO:

¿Qué es eso?

CARDILLO:

Cardillo soy,
que porque digo que es falsa
la opinión de Arrio, que siguen,
así, señor, me maltratan.

HERMENEGILDO:

¿Qué? ¿La católica fe
sigues?

CARDILLO:

Si ella a ciegas anda,
también yo la sigo a ciegas,
porque la vista me falta,
y éstos me dicen que ha sido
castigo de esta mudanza.

OFRIDO:

Castigo es, porque has negado
la opinión de Arrio, que trata
a los sacrílegos Dios
ansí.

HERMENEGILDO:

¡Callad, infame, canalla!

OROSIO:

Detén las manos, advierte
que a un pontífice maltratas
de la Iglesia.

HERMENEGILDO:

¡Infame, mientes!

OROSIO:

De Grecia soy patriarca
y arzobispo de Sevilla.

HERMENEGILDO:

¿Obedeces la tïara
romana?

OROSIO:

No; que antes soy
quien sus errores contrasta.

HERMENEGILDO:

¡Ah, ponzoña de la Iglesia
adogmatista!

CARDILLO:

La traza
para vencerle es famosa,
que Dios la vista me guarda
y veo más bien que un necio
cuando mira ajenas causas.

OROSIO:

Pues para que eches de ver
que en esa opinión te engañas,
hagamos aquí la prueba.

HERMENEGILDO:

¿Con la Iglesia en pruebas andas?
Y con la fe los que creen,
sin prevenciones se salvan,
y ansí sin ojos la pintan.

OROSIO:

Pues bien, la fe acreditaban
los apóstoles con obras
y maravillas extrañas.
Y ansí, si a este miserable,
a quien su pecado agravia,
la vista le diere en nombre
de la religión que aguarda,
¿seguirás la verdad?

HERMENEGILDO:

Yo,
aunque tengo confianza
de Dios, de mí no la tengo.

OROSIO:

Ya temes, pues te acobardas.
Pues yo quiero hacer la prueba
por que de tu engaño salgas.
Hombre, ¿quieres ver en nombre
de Arrio y su opinión?

CARDILLO:

Sagrada
cosa es la vista. Ver quiero,
aunque a oscuras bien Me hallaba,
porque excusaba de ver
brujas, demonios, fantasmas
del mundo, que ésos en pie
que a cuantos los miran matan
con bárbaras dagas; viudos
que se disfrazan con barbas;
también me excusan de ver
boquifruncidas con sarna,
pues cuando ríen o miran
hacen como el que se rasca;
no veré tortorotones,
sombreros de piedra, estatuas
que piensan que la grandeza
está en la mala crianza.
No veré gordos, que son
ganapanes de sus panzas;
servicio con zaragueles,
y muladares con capas.

CARDILLO:

Patituertos no veré,
ni veré mujeres flacas,
ranas en pie, mimbres vivas,
monos sin cola y con habla.
No veré enanos ni dueñas
ni otras sabandijas varias
que en el mar de los palacios
son miserables urracas.
Ni veré mujeres peces
que, enharinadas, aguardan
que las frían en su aceite,
siendo sartenes sus caras.
Ni veré si el tabernero
hace tarascas de agua
el vino, y si hay en él moscas,
que es la más fiera desgracia.
Al fin, no veré visiones
en las calles y en las plazas,
y haré versos y coplitas
del perro del rey que rabia;
pero, con todo, quería
ver.

OROSIO:

Pues Dios, hombre, te manda
que abras los ojos en nombre
de la opinión soberana
de Arrio.

CARDILLO:

No puedo, no puedo.
¿Mas si ciego me quedara?

OROSIO:

¿De veras? Abre los ojos.

CARDILLO:

Imposible es que los abra,
aunque más haga. Ello es hecho,
¡vive Dios!, que se fue a Francia,
como lamparón, la vista.

OROSIO:

Abre los ojos, acaba.

CARDILLO:

No puedo.

OROSIO:

¿Qué dices?

CARDILLO:

Digo
que voy, viniendo por lana,
trasquilado.

HERMENEGILDO:

Si es verdad
la que engrandeces y cantas,
¿cómo no le has dado vista?

OROSIO:

Corrido estoy. ¡Dios le ampara!
La que Hermenegildo sigue
es la verdad; mas callarla
quiero para conservar
mi autoridad y mi fama.
Confuso estoy. ¡La vergüenza
de su presencia me aparta!

(Vase.)


CARDILLO:

Orosio, arzobispo Orosio.

HERMENEGILDO:

Fuese sin hablar palabra.

CARDILLO:

Fuese y a oscuras me deja.
¿Hay tan gran maldad? Aguarda.

OROSIO: dame mi vista,

dame mi vista. ¡Oh, falsas
experiencias, que a los ojos
me habéis salido! A tus plantas,
perdón pido, Hermenegildo,
de mi engaño, que pensaba
con él reducirte al gremio
de tu padre; pero guarda
Dios semejantes castigos
para acreditar sus causas.
Con vista vine y estoy
sin ella; justa venganza
de mi culpa. ¡Perdón pido,
y la vista que me falta!

HERMENEGILDO:

Esa quiere Dios que pierdas
para dártela en el alma.
Ten firme esperanza.

CARDILLO:

¿Ahora
me pagas con esperanzas?

HERMENEGILDO:

Amigo, llora tus culpas.

CARDILLO:

¡Yo estoy bueno!

HERMENEGILDO:

Amigo, aguarda

CARDILLO:

¿Hay por allá por ventura
alguien que mi vista traiga,
que se me ha caído y voy
buscándola?

(Salen LÍSIPA y BADA.)
LÍSIPA:

Aparta.

BADA:

Aparta.

CARDILLO:

Mi vista busco.

BADA:

Podrías
mal en dos ciegas hallarla.

LÍSIPA:

  Sentida, Hermenegildo, de tus penas,
a darte libertad y imperios vengo,
trasladándole al alma esas cadenas,
puesto que en crueldad presas las tengo.

FÉNIX:

Soy del Ofir, de cuyas venas,
para coturnos a esos pies prevengo
lágrimas de oro como el sol estrellas,
en sangrías riquísimas y bellas.
  La Grecia me obedece, en quien admiro
gloriosas y imperiales ceremonias,
donde el mar, en gavetas de zafiro,
diamantes cría y guarda calcidonias.
Rodas me da su estatua, y su pez, Tiro,
vergüenzas de púrpuras sidonias,
que en sus escamas coloradas quedan
por que sacras después vestirme puedan.
  Perlas rinde a mis pies la ausonia playa.
vírgenes en clausura de colores,
en cándido algodón copos Acaya
y abriles Amor en cárceles de flores.
Pebetes son los montes de Pancaya,
que holocaustos me dan, sudando olores,
hielo limpio que empíreo de luz goza
las aguilas que tiran mi carroza.
  Sin ochenta provincias tributarías
pendientes del aliento de mis leyes,
Babilonia me sirve y rinde parias,
y en coral, plata y oro nueve reyes,
juzgándome deidad, acciones varias,
sacrificios me dan de ardides bueyes,
donde el gigante Elor, en parda nube,
redimido del fuego, al sol se sube.
  Esto todo te ofrezco por que dejes
esa fiera mujer, que es tu homicida,
y en tálamo gentil mi amor festejes,
que prometo pagarte, agradecida,
sin que de celos ni desdén te quejes.
Esto tuyo será, como mi vida,
siendo tuya también, del mismo modo,
mi libertad, que vale más que todo.

BADA:

  No tan soberbia yo, ni tan altiva,
si dejas esa Circe de Alemania,
ceñida de ciprés, palma y oliva,
te ofrezco la apacible Mauritania.
En ella, en edad siempre primitiva,
mansas te rendirán tigres de Hircania
sus varïadas felpas, con que puedas
menospreciar las púrpuras y sedas.
  El Pesado avestruz te dará plumas
que hagan nidos de cisnes tu cabeza,
o estanques de cristal, cuyas espumas
desafíen al viento en ligereza.
Y cuando competir galán presumas,
con las palmas en pompa y en riqueza,
sin robar a los montes su tesoro,
sus dátiles harás asientos de oro.
  Los sueltos dromedarios y camellos
y el fénix te dará la Libia seca,
y mis ganados, si quisieres vellos,
ríos de leche y montes de manteca.
Rústicos obeliscos como bellas
babilonias de flor que en miel se trueca,
que, despreciando cristalinas orzas,
las piedras hace almíbares y alcorzas.
  Dará en rústicos lienzos y algodones
ley a muchos vasallos tu justicia,
cuyas pocas y breves poblaciones
no han turbado el acero y la milicia.
Y entre el oro y la plata que a montones
en sus fértiles campos desperdicia,
mi libertad te ofrezco, si hay en ella
más calidad que en Mauritania bella.

LÍSIPA:

  ¡Qué pobre y qué cansada!

BADA:

Y tú qué loca.

LÍSIPA:

¡Donosa Mauritania!

BADA:

¡Altiva Grecia!

LÍSIPA:

Mauritania y, desierta, cosa poca.

BADA:

Grecia y, tantas provincias, cosa necia.

LÍSIPA:

Aquí este desengaño al rey le toca.

BADA:

Ahora se verá lo que desprecia.

(Vase HERMENEGILDO sin hablar palabra.)
LÍSIPA:

Con la espalda responde.

BADA:

¡Cosa extraña!

LÍSIPA:

De esta suerte a las dos nos desengaña.

CARDILLO:

  A oscuras habéis quedado
como yo.

LÍSIPA:

¿Hay tales locuras?

CARDILLO:

Hagamos un baile a oscuras;
yo les guiaré el cruzado.
  ¿Quieren que hagamos coplitas,
señoras, de este desprecio?

LÍSIPA:

¡Vete, loco!

BADA:

¡Vete, necio,
que a más venganza me incitas!

CARDILLO:

  Si a cólera te provocas,
a tiento me quiero entrar.
¿Hay quien me mande rezar
el desprecio de dos locas?

(Vase.)
LÍSIPA:

  Corrida estoy.

BADA:

Yo perdida.

LÍSIPA:

Mejores Pascuas pensé
darle a mi perdida fe.

(Sale LEOVIGILDO y OROSIO.)
LEOVIGILDO:

Hoy ha de quedar vencida
  su pertinaz opinión.
Lísipa y Bada, ¿qué es esto?

LÍSIPA:

Este fiero nos ha puesto
en tan grande confusión,
  pues todos nuestros intentos
con su constancia ha vencido.

BADA:

Venganza, señor, te pido.

LEOVIGILDO:

Sus obras y pensamientos
  pienso esta noche vencer,
que, pues es pascua de flores,
mañana, con mis rigores,
Púrpuras las he de hacer.
  Entrad adentro las dos,
importunas y molestas,
con regocijos y fiestas,
diciendo que hacéis a Dios
  este aplauso por ver que hoy
nuestra vida ha reparado
y muerte a la muerte ha dado
resucitando.

LÍSIPA:

Yo voy,
  pues tu licencia me das,
a irritallo.

BADA:

Yo a vencello.

LEOVIGILDO:

Llevad música.

BADA:

Su cuello.
preso en mis brazos verás.

LÍSIPA:

  ¡Ay, tirano amor! Contigo
he de morir o triunfar.

(Vase.)
BADA:

¡Ay, amor, he de acabar,
o tú has de acabar conmigo.

(Vase.)
LEOVIGILDO:

  Entrad vosotros también
a decir que se aperciba,
y que confiese y reciba
el Cuerpo de Cristo, en quien
  nuestra vida se repara,
cumpliendo con el preceto
de la Iglesia y el decreto
de su romana tïara.
  Y de la griega opinión
el arzobispo celebre
el sacramento en que apruebe
mi gusto. Será pasión
  la Pascua, en él, de tal suerte,
que, lo que alegre y florida
es la pascua de la vida,
la venga a ser de su muerte.
  Con majestad y valor
entrá, atropelladle luego,
pues lo del fingido ciego
me confesáis que fue error.

OROSIO:

  Yo entro luego. ¡Muerto vos!

LEOVIGILDO:

Tan padre como enemigo,
mi sacrílego castigo
un hijo llorando estoy.
(Vanse. Sale HERMENEGILDO y CARDILLO, como ciego.)CARDILLO
  Ya que la vista me debes,
dámela, señor, sirviendo
de mí báculo y arrimo.
¿Hay quien mande rezar...

HERMENEGILDO:

¡Bueno
estás!

CARDILLO:

... la vida y martirio
de San Hermenegildo?

HERMENEGILDO:

Quedo.

CARDILLO:

Este es mi quedo.

HERMENEGILDO:

¿Yo santo? ¿Qué es lo que dices?

CARDILLO:

Como Cardillo, ya veo
tu imagen en esta torre,
y en ella un ilustre templo,
donde Sevilla te adore,
y me parece que rezo
tus milagros y tu vida.

HERMENEGILDO:

¡Mucho ves para estar ciego!

CARDILLO:

Aunque lo estoy, desde aquí
estoy divisando atento
un necio, porque ya se hallan
a ojos cerrados los necios.
¿No es verdad?

HERMENEGILDO:

Los que se salvan
son, amigo, los discretos.
Reclinémonos un poco.

CARDILLO:

¿Dónde?

HERMENEGILDO:

Aquí mi cama tengo.

CARDILLO:

¿Qué es esto?

HERMENEGILDO:

Sarmientos son.

CARDILLO:

¿Sarmientos? ¿Tú en sarmientos
¿De rey paraste en racimo?

HERMENEGILDO:

Y aun tal cama no merezco.

CARDILLO:

¡Que de un monarca de España
esto se crea!...

HERMENEGILDO:

El remedio
del mundo se obró esta noche,
acreditando el misterio
de la Pasión, porque puso
la Resurrección el sello
en las obras inefables
y en los heroicos portentos
de Dios. Esta noche a voces
los ángeles van diciendo
himnos y antífonas santos.

LÍSIPA:

(Dentro.)
Proseguid.

CARDILLO:

¿Aquí instrumentos?

HERMENEGILDO:

Los que me guardan serán
para darme, que esto pienso.

(Entran BADA, LÍSIPA y TEOSINDO. Canta el MÚSICO. Cantan.)
MÚSICO:

  «Solía que andaba
el que ingrato es hoy;
solía que andaba
y ahora no.»

LÍSIPA:

Escaparte es imposible
de mi amorosa pasión.

BADA:

Mío serás en mis brazos.
Mas, ¡ay de mí!, ciega estoy.

LÍSIPA:

No es mucho, si aquí te cubre
tan soberano esplendor.

BADA:

Cobarde estoy y confusa.

LÍSIPA:

Infiernos, hoy nieve soy.

BADA:

Mucho a Dios en él admiro.

LÍSIPA:

En él temo mucho a Dios.

HERMENEGILDO:

¿Qué os suspendéis? Proseguid,
amigos, vuestra canción,
que ésta es noche de alegría.

LÍSIPA:

Y de vergüenza en las dos.

(Vanse.)
TEOSINDO:

  Por que cumplas con la Pascua
al arzobispo traemos
en la comunión.

HERMENEGILDO:

¿A quién
tan gran beneficio debo?

TEOSINDO:

A tu padre.

HERMENEGILDO:

A su piedad
y a su amor se lo agradezco.
¿Viene Leandro, mi tío,
o viene mi tío Fulgencio?
¿Viene Ildefonso o Isidro?

(Entran RODULFO y OROSIO, y otro que trae delante el alabarda.)
RODULFO:

¡Plaza!

OROSIO:

Yo soy el que vengo.

HERMENEGILDO:

¿A qué vienes?

OROSIO:

A pedirte
que confieses.
¡Habla!

HERMENEGILDO:

Vete, cruel;
de la Iglesia fiera arpía,
que ensucias con tus intentos
las mesas en que Dios hace
plato de su sangre y cuerpo.

OROSIO:

¿Ansí el respeto me pierdes?

HERMENEGILDO:

Vete, demonio, al infierno.
Que te haré dos mil pedazos.

RODULFO:

¡Tente!

OROSIO:

¡Que me mata!

(Sale LEOVIGILDO.)
LEOVIGILDO:

¿Qué es esto?

HERMENEGILDO:

¿Qué ha de ser? Triunfar por Dios.

OROSIO:

¡Con tan bárbaro desprecio
me ha tratado!

HERMENEGILDO:

Y pienso hacer,
ingrato padre, lo mesmo
con los que tu engaño siguen,
con los que aprueban tu yerro.

LEOVIGILDO:

¿Hay tan enorme locura?
¿Hay tan fiero atrevimiento?
Hoy has de morir, ¿Rodulfo?

RODULFO:

¿Señor?

LEOVIGILDO:

¡Matadle, villano!

HERMENEGILDO:

¡Mátame, ingrato Sisberto!

RODULFO:

Ansí aquí te satisfago
y ansí a mi rey obedezco.
Desta suerte te la vuelvo.

HERMENEGILDO:

Hasta la muerte dijiste.
Bien cumpliste el juramento.

RODULFO:

También con ella te doy
la mayor corona.

(Entrase tras él.)
HERMENEGILDO:

¡Muerto
soy!

LEOVIGILDO:

Yo también lo soy,
que aunque te mate, lo siento.

TEOSINDO:

¿Quién vio tan míseras Pascuas?

CARDILLO:

¿Quién tan trágico suceso?

(Salen RECAREDO y los demás con INGUNDA, presa. Sale HERMENEGILDO y cae en los brazos de RECAREDO.)
RECAREDO:

Ya traemos esta ingrata
para que en largo destierro
salga de España.

HERMENEGILDO:

En tus brazos
salgo a morir, Recaredo,
para que te dé mi sangre
divino conocimiento
de la verdad por quien vivo,
cuando imaginas que muero.

RECAREDO:

¿Qué es esto?

INGUNDA:

¡Válgame Dios!

HERMENEGILDO:

Dar en mis rubíes sangrientos
muros a la ciudad santa
de Jerusalén en ellos.
Hermanos, al Fénix imita
abrasado, pues soy fuego.

INGUNDA:

¡Ay, mártir santo!

HERMENEGILDO:

¡Ay, mi Ingunda!
A vos estos triunfos debo.
Dadme los brazos.

LEOVIGILDO:

¡Ay! Y yo
de mi crueldad me arrepiento.

(Aparece el NIÑO arriba, de gloria, con la cabeza en la mano.)
NIÑO:

Subid, subid, padre, al premio.

HERMENEGILDO:

¿Quién eres?

NIÑO:

¿No me conoces?
Soy un ángel, que mi abuelo
le ofreció a Dios, que en las manos
mi cabeza ansí le ofrezco.

LEOVIGILDO:

Perdóname, ángel hermoso.

NIÑO:

Seré con Dios ángel vuestro.

INGUNDA:

¡Ay, hijo! ¡Dichosa yo,
que ansí os gano cuando os pierdo!

NIÑO:

Subid, padre, que os aguarda
con palma y corona el cielo.

CARDILLO:

¡Señor, duélete de mí!
¡Dame vista!

HERMENEGILDO:

El cristal tierno
baña en mi sangre y verás,
pues de ella se esmaltó el suelo.

(Aparece arriba la Santísima Trinidad como la pintan; el PADRE, que tiene al HIJO crucificado entre sus brazos, y el ESPÍRITU SANTO, como paloma, y dos ÁNGELES, teniendo una corona, en la cual, subiendo, llega a meter la cabeza HERMENEGILDO.)
ÁNGEL:

La verdad que has defendido,
Hermenegildo, en el suelo
con tu sangre, premia Dios,
pues por el perdido imperio
gozas la mayor corona
en los inmortales reinos.

HERMENEGILDO:

En vuestras piadosas manos
el mi espíritu encomiendo.
Perdonad mis enemigos.

(Muere arriba. Cúbrese todo.)
INGUNDA:

En aquese imperio eterno
rogad por mí. ¡Adiós, esposo!

RECAREDO:

¡Otro con su sangre quedo!

LEOVIGILDO:

¡Otro con su sangre soy!

RODULFO:

¡Otro soy y otro parezco!

OROSIO:

¡Viva Cristo!