La hermosa EsterLa hermosa EsterFélix Lope de Vega y CarpioActo II
Acto II
MARDOQUEO e ISAAC, hebreo.
MARDOQUEO:
Llevada, finalmente, Isaac amigo,
la bella Ester al poderoso Asuero,
halló gracia en sus ojos de tal suerte,
que preparando a sus mayores príncipes,
la fiesta de un convite suntuoso,
la coronó por reina de la India,
y puso la diadema en la cabeza
de ciento y veinte reinos y provincias.
Con esto y el amor, que siempre crece,
es dueña Ester de todos sus sentidos,
por dicha, para bien de los hebreos,
que lloramos cautivos las memorias
de nuestra amada patria, de la santa
Jerusalén, desde los tristes días
que venció Donosor a Jeconías.
ISAAC:
¿Y tú no vives, noble Mardoqueo,
con más honor del que presente veo?
MARDOQUEO:
No he querido que Ester al Rey le diga
que soy su tío, ni lo sabe alguno
de los persas que viven en su casa,
ni su nación ni patria le he mandado
que diga hasta su tiempo.
ISAAC:
Mal has hecho,
porque con tanto amor, si la supiera,
para nuestra prisión remedio fuera.
MARDOQUEO:
Diversas cosas va ordenando el cielo
para bien del cautivo pueblo suyo,
de las que puedes tú pensar agora,
de las cuales Ester será la estrella;
tiéneme un sueño, Isaac, tiéneme un sueño
lleno de confusión.
ISAAC:
Pues qué, ¿imaginas
que no es sueño animal, de los que nacen
de la solicitud del pensamiento?
MARDOQUEO:
Por sobrenatural le temo y siento.
Yo vi romperse el cielo por mil partes
con horrísonos truenos, y hacer guerra
uno con otro dos dragones fieros,
a cuya confusión vi que salían
dos ejércitos fuertes a batalla
campal contra los justos inocentes,
los cuales, viendo la tragedia tristes
de sus amadas vidas, con mil lágrimas
pidiendo estaban su remedio al cielo.
Entonces una humilde fuentecilla
iba saliendo con pequeña fuerza,
pero creció de suerte, que excediendo
las márgenes floridas con las aguas,
se vino a hacer un caudaloso río;
el sol salió con mil hermosos rayos,
y dándoles mil géneros de muertes,
los humildes vencieron a los fuertes.
ISAAC:
¿Consultaste al Señor sobre este caso?
MARDOQUEO:
Yo pienso que ha de ser para bien nuestro,
aunque ha de ser por medio de mil penas;
mas como al sol precede oscura noche,
así la gloria de las penas sale.
ISAAC:
¿Quién es aqueste?
MARDOQUEO:
Este es Amán, un príncipe
que preside a los otros, tan soberbio
con el imperio, que me causa enojos.
ISAAC:
Todos se van hincando de rodillas.
MARDOQUEO:
Yo no, que solo a Dios hincarlas pienso,
que no quiero quitar lo que le debo,
por darlo a la criatura, que bien sabe
el mismo Dios, que no es por ser yo grave.
(Acompañamiento, AMÁN detrás, y alguna gente hincándose de rodillas.)
AMÁN:
¿Quién sois vos?
PORTERO:
Yo soy, señor,
de la Audiencia Real portero;
hacedme aqueste favor.
AMÁN:
Ni agora puedo ni quiero
servir.
PORTERO:
¡Qué extraño rigor!
AMÁN:
¿Vos quién sois?
SEGUNDO:
Pobre soldado
que de Numidia ha llegado.
AMÁN:
¿Mejor no fuera servir
hasta morir, que venir
a ser ocioso y cansado?
¿Y vos, viejo?
TERCERO:
Yo serví
a Vastí.
AMÁN:
Ya no hay Vastí.
¿No sabéis que reina Ester?
¿Qué os cansáis en pretender?
¡Hola! Apartaldos de aquí.
(Éntrese.)
TERCERO:
¡Mal fuego del cielo baje
sobre tu casa, cruel,
que tanta soberbia ataje.
(Éntrense. Queden MARDOQUEO e ISAAC.)
MARDOQUEO:
No pienso, Dios de Israel,
hacer a tu culto ultraje.
ISAAC:
Yo la rodilla le hinqué
con temor.
MARDOQUEO:
Yo, sin temor,
quedé cubierto y en pie.
ISAAC:
No he visto tanto rigor.
MARDOQUEO:
¡Qué cruel!
ISAAC:
Mucho lo fue.
MARDOQUEO:
Bienaventurado sea
quien en hacer bien se emplea,
y al pobre muestra piedad.
ISAAC:
Voyle a ver por la ciudad.
(Vase.)
MARDOQUEO:
Quien le estimare, le vea. (MARDOQUEO solo.)
Dios de mis padres, no es soberbia mía
no me rendir a Amán, tan arrogante
como Nembrot, aquel feroz gigante
que escalar vuestros cielos pretendía:
introdújose así la idolatría;
no es bien que con el culto se levante,
debido a quien no tiene semejante,
quien no tiene poder seguro un día.
Vos sois la majestad a quien debida
es nuestra adoración, y por quien vierte
sangre en las aras donde sois servida.
Nadie con vos es poderoso y fuerte;
que como sois el dueño de la vida,
también tenéis el cetro de la muerte.
(BAGATÁN y TARES.)
BAGATÁN:
Paréceme que es mejor
que le matemos de hecho.
TARES:
Tengo a la guarda temor.
BAGATÁN:
Que te ayudarán sospecho,
conociendo tu valor;
que aunque allí se escandalicen,
mil príncipes has de hallar
que nuestra hazaña autoricen.
MARDOQUEO:
Estos tratan de matar.
¡Válame Dios! ¿A quién dicen?
TARES:
El ser el Rey tan amado
pone a mi temor cuidado;
que no el rigor de la ley.
MARDOQUEO:
¡Basta! ¿Qué dicen al Rey?
BAGATÁN:
Habla, Tares, recatado.
TARES:
¡Que siempre a la puerta veo
de palacio, ocioso y grave,
este porfiado hebreo!
BAGATÁN:
¿Qué pretende?
TARES:
No se sabe.
BAGATÁN:
Echarle de aquí deseo.
¿Guardaste la carta?
TARES:
Sí,
en el pecho la escondí.
BAGATÁN:
Si nos oyó...
TARES:
No lo sé.
BAGATÁN:
Espera, y yo lo sabré.
¿Qué buscas, amigo, aquí?
MARDOQUEO:
Escribo historias, y vengo
a ver del Rey las grandezas
por afición que le tengo,
que no pretendo riquezas,
ni en pretender me entretengo.
BAGATÁN:
Según eso, bien oirías
lo que tratamos del Rey
y sus grandes monarquías.
MARDOQUEO:
Yo tengo siempre por ley
pensar en las cosas mías.
Miraba aquestas colunas
corínticas, aunque son
dóricas también algunas,
y desta puerta el blasón,
estos soles y estas lunas.
Lo que tratáis me decid,
para me lo escriba, amigos,
y esa historia me advertid.
BAGATÁN:
Buscad mejores testigos,
o más despacio venid;
que estamos de prisa agora.
MARDOQUEO:
Pues guárdeos el cielo.
TARES:
Adiós.
(Vanse.)
MARDOQUEO:
El cielo, que nada ignora,
hoy castigará a los dos
con su mano vengadora.
Ester sale a su jardín;
notable ocasión de hablalla
y estorbar del Rey el fin.
(ESTER y SELA, y las damas que puedan.)
SELA:
Hablan las fuentes y calla
el viento en este jazmín,
y así mejor estarás
debajo de aquellas murtas.
ESTER:
Pues vamos solas no más.
SELA:
Pienso que a las flores hurtas
la hermosura que les das.
MARDOQUEO:
¿Podráte hablar Mardoqueo?
ESTER:
Aparte puedes hablarme.
(Retírense.)
MARDOQUEO:
¡Sobrina!
ESTER:
¡Tío!
MARDOQUEO:
Deseo
darte un aviso.
ESTER:
Engañarme
pudo en tu voz el deseo;
más quisiera que dijeras
un abrazo que un aviso.
MARDOQUEO:
Ester, si sola estuvieras,
ni yo estuviera remiso,
ni tú de mi sangre huyeras;
soy tu padre, aunque tu tío.
ESTER:
Eres el amparo mío.
MARDOQUEO:
Al Rey quieren darle muerte.
ESTER:
¡Al Rey, tío! ¿De qué suerte?
MARDOQUEO:
Todo el remedio te fío;
a Bagatán y Tares,
porteros del Rey, lo oí;
dilo al Rey, porque después
me premie el aviso a mí
y algún descanso me des.
ESTER:
¿Pues puédese averiguar?
MARDOQUEO:
Di que los miren el pecho.
ESTER:
El Rey me viene a buscar.
Vete, y vete satisfecho,
que Dios te quiere ensalzar. (Váyase MARDOQUEO.) (Salen el REY, AMÁN, TARES, BAGATÁN y otros.)
Señor mío...
ASUERO:
Bella Ester,
ya deseaba saber
cómo te hallabas sin mí.
ESTER:
¿Cómo se ha de hallar sin ti
quien de ti recibe el ser?
Como están del sol ausentes
sin luz las cosas, estoy
en no teniendo presentes
esos ojos de quien soy,
si tanto bien me consientes;
y estoy como está la esclava
honrada de su señor,
a quien adora y alaba.
ASUERO:
Basta, que comienza amor
adonde otro amor acaba.
¡Oh, cuánto te debo, Ester!
ESTER:
Tanto, que envidia he tenido
de quien hoy me dio a entender...
mas llega un poco el oído.
AMÁN:
¡Secreto!¿Qué puede ser?
Mas de su amor hablarán,
que tan rendidos están,
que no descansan un punto.
ASUERO:
Por los que son te pregunto.
ESTER:
Son Tares y Bagatán.
ASUERO:
¡Tares!
TARES:
¡Señor!
ASUERO:
Muestra el pecho.
TARES:
¿Para qué, señor?
ASUERO:
Aparta.
TARES:
¡Cielos! Mi muerte sospecho.
ASUERO:
¿Qué carta es esta?
TARES:
No es carta,
ni escritura de provecho.
ASUERO:
Lee, Amán.
TARES:
Oye, señor.
ASUERO:
No hay que oír.
ESTER:
¡Calla, traidor!
AMÁN:
La carta trata tu muerte.
ASUERO:
¿Cómo dice?
AMÁN:
Desta suerte.
BAGATÁN:
Helado estoy de temor.
AMÁN:
(Lea.)
«Ya estamos determinados de matar al rey, Bagatán y yo, para el día que nos avisáis; por eso estad apercibidos a nuestro amparo, y a lo demás que sabéis. Guárdeos el cielo, y dé a nuestra hazaña valerosa el suceso que todos deseamos».
ASUERO:
¡Hay semejante traición?
Lleva estos hombres, Amán,
que me obliga la razón
a que mis manos...
AMÁN:
No harán;
que dellas indignos son.
Esclavos, viles, villanos,
¿en el Rey poner las manos?
¿Quién los cómplices han sido?
¿Cómo habéis enmudecido?
¡Por los cielos soberanos,
que os la pienso dar tan fuerte,
que quede al mundo memoria
de vuestra inaudita muerte!
TARES:
Envidia fue de tu gloria:
que fuiste la causa advierte.
AMÁN:
Caminad.
ASUERO:
¿Quién te contó (Vanse.)
De aquestos el mal deseo?
ESTER:
Un hebreo me avisó.
ASUERO:
¿Y es su nombre?
ESTER:
¡Mardoqueo!
ASUERO:
Tengo por costumbre yo
escribir servicios tales
en mis historias y anales,
para darles galardón
en llegando la ocasión.
ESTER:
Beso tus manos reales;
que la merced que le hicieres,
estimo como las mías.
ASUERO:
¡Hola!
ADAMATA:
¡Señor!
ASUERO:
Si escribieres
los servicios destos días,
tú que después los refieres,
pon que me dio Mardoqueo
vida, y con noble deseo
desta traición me libró.
ADAMATA:
Voy a escribirlo.
ASUERO:
Si yo
tan cuidadosa te veo
de mi vida y mi salud,
¿cómo, Ester, a tu virtud
no he de rendir cuanto soy?
ESTER:
Hasta que mueran estoy
con temerosa inquietud.
ASUERO:
Pues alto, mátenlos luego.
(Entre AMÁN.)
AMÁN:
Confiesan tantas maldades,
que es poco cuchillo y fuego.
ASUERO:
No hay cosa en que no me agrades.
ESTER:
Que mires por mí te ruego.
ASUERO:
¿Cómo?
ESTER:
En mirar por tu vida.
ASUERO:
Ven a ver, Ester querida,
estas fuentes, donde hablemos
deste peligro.
(Tómela de la mano y váyanse.)
AMÁN:
¡Qué extremos!
Casi a envidiarlos convida;
pero con justa razón,
por su gracia y hermosura,
la tiene el Rey afición.
(MARSANES y MARDOQUEO entren.)
MARDOQUEO:
¡Qué temeraria locura!
MARSANES:
Poco estarán en prisión.
MARDOQUEO:
¿Que al Rey quisieron matar?
MARSANES:
Desto te puedo informar,
que lo demás no lo sé;
aquí está Amán.
MARDOQUEO:
Y yo en pie,
que no me pienso humillar.
MARSANES:
Mira que es notable error.
MARDOQUEO:
Solo al Supremo Señor
pongo la rodilla en tierra;
quien le da a los hombres, yerra:
solo es Dios digno de honor.
(Váyase.)
AMÁN:
¿Quién es el que sale allí?
MARSANES:
¿Aquel, señor? Un hebreo.
AMÁN:
¿Pues cómo se ha estado así?
MARSANES:
Porque tan libre le veo
siempre delante de ti.
AMÁN:
Parece que lo he notado
que en pie y cubierto se ha estado:
que entre o salga, y en su ley
no se dirá que a un virrey
no respete el más honrado.
MARSANES:
De tal manera le hallo
mil veces en tu presencia,
que él es el rey, tú el vasallo,
porque a ti te reverencia
lo mismo que a tu caballo;
y como nunca se quita
de la puerta, es muy notado.
AMÁN:
La espada y el brazo incita.
MARSANES:
El mismo mármol helado
adonde se arrima, imita.
AMÁN:
A no ser descompostura
de un príncipe soberano
poner en tan vil criatura
la espada noble y la mano,
que el sol derribar procura,
fuera y le hiciera pedazos,
ensangrentando las puertas
con la boca a faltar brazos;
mas a bajezas tan ciertas
convienen vigas y lazos.
¡A mí, que al salir de Oriente
el sol se humilla a mi frente!
¡A mí, sin cuya licencia
no hace del mundo ausencia
ni da la vuelta a Occidente!
¡A mí, que si quiero, al suelo
haré humillar las estrellas
y los planetas del cielo,
y que puedo andar sobre ellas
y hacer pedazos su velo!
¡A mí, de quien tiembla agora,
desde el Gange hasta el Jordán,
cuanto el sol ilustra y dora!
¡Al Virrey, al rey Amán,
de cuanto mira el aurora!
¡A mí, que en amaneciendo
cantan mil himnos las aves,
hasta las fuentes riendo
van por arroyos suaves,
solo mi nombre diciendo!
¡A mí, un triste, un vil hebreo!
Ahora bien; mayor venganza
que en su vida hacer deseo;
que una vida poco alcanza
a las ofensas que veo:
el Rey es, que ha dejado
a Ester. ¡Notable ocasión!
MARSANES:
Con razón te has enojado.
AMÁN:
Es el respeto razón
de toda razón de Estado.
(ASUERO entre.)
ASUERO:
¿Ejecutóse el mandamiento mío?
AMÁN:
¿Cuándo no se ejecuta lo que mandas?
Mas si he de hablarte como es justo y debo,
o tú tienes la culpa, o la han tenido
muchos que te gobiernan y aconsejan.
ASUERO:
Pues, ¿qué remedio, Amán, tomarse puede
para que nadie contra un rey conspire
en tanta multitud de pensamientos?
Dirás que ser temido y ser apiado.
AMÁN:
No puede un rey de todos ser temido
ni amado, si no intenta que en sus reinos
no vivan los extraños de sus leyes.
ASUERO:
¿Quién tengo yo de quien temerme pueda?
AMÁN:
Los hebreos que trajo de Judea
Nabucodonosor, no te obedecen.
Lo primero, no adoran a tus dioses,
porque al Dios de Abraham y de sus padres
sacrifican en altos holocaustos
la blanca oveja y el dorado toro;
estos pervierten los demás vasallos,
estos hacen mil fieros latrocinios,
y destos nace quien desea tu muerte.
ASUERO:
¿Y los hebreos viven de esa suerte?
AMÁN:
Viven menospreciando tus decretos,
tus virreyes, tus cónsules y príncipes;
destrúyelos, señor: manda que mueran,
y daréte de plata diez talentos,
que tu tesoro y arcas enriquezcan.
ASUERO:
Escribe provisiones luego al punto
a todas las ciudades de mis reinos,
para que mueran todos en un día,
mi anillo es este, toma, y los talentos
cóbralos para ti; que no los quiero.
(Váyase el REY.)
AMÁN:
¡Viva mil años el divino Asuero!
Marsanes, esto es hecho; vengan luego
correos que dilaten estas nuevas
de la India a Etiopía.
MARSANES:
Escribe presto
un decreto del Rey, y fijaréle
en la puerta mayor deste palacio,
para que el miserable Mardoqueo
vea si es bien que humille la cabeza
a los virreyes del divino Asuero.
AMÁN:
Humillarála presto sin el cuerpo
y bañaráse en sangre de su infame
progenie, porque en Susa irá corriendo
como en las tempestades los arroyos.
MARSANES:
Así tendrán respeto los villanos.
AMÁN:
Yo quedaré vengado del desprecio,
que a un hombre que respetan las estrellas,
no le querer tener un vil, un loco,
parece que es tener al cielo en poco.
(Salga SELVAGIO.)
SELVAGIO:
Aves que por el viento
esparcís vuestras quejas amorosas
con regalado acento,
o ya favorecidas o celosas,
o en árboles tejidos,
principio dais a vuestros dulces nidos:
líquidos arroyuelos,
que rompiendo los vidrios cristalinos
de vuestros blancos velos,
enamoráis los valles convecinos,
que de vuestros amores
engendran plantas y producen flores;
tosco ganado mío,
que en asomando el sol por su ventana
a enjugar el rocío,
por estas zarzas la enhetrada lana
dejáis, saltando al prado,
de azules campanillas matizado.
SELVAGIO:
Fuese por arrogante
aquella fiera, vuestro dueño y mío;
quedé como el amante
que a la ribera del ardiente río
templó la infernal ira
sobre los trastes de su dulce lira.
Naciendo en pobre aldea,
a ser reina se fue, ¡qué gran locura!
Mas ¿quién habrá que sea
cuerda, si su gracia y hermosura
la alaba el que suspira,
o la engaña la fuente en que se mira?
Partióse, y del ganado
olvidada, se opuso a la corona,
que el cetro y el arado,
la que ni al Rey ni al labrador perdona,
solo juntar solía;
mas quiérela imitar la ingrata mía.
(Entre SIRENA.)
SIRENA:
Por estos hermosos valles,
si es bien amor que te acuerdes,
donde estos álamos verdes
eran toldos de sus calles;
por las márgenes nevadas
desta fuentecilla fría,
llevar Selvagio solía
sus ovejuelas peinadas:
¡Oh, hele allí! Dulce ausente
de estos ojos, ¿podré darte
el parabién de abrazarte
con la risa desta fuente?
¿Podré colgar de tu cuello
esta memoria por joya?
SELVAGIO:
Podrás abrasar a Troya
solo encendiendo un cabello;
que ya tu voz regalada,
al alma por el oído
paso, venciendo en sonido
esta fuente delicada.
Mas como el convaleciente
que enfermó de fruta hermosa
aunque en la rama frondosa
la ve colgar dulcemente,
de tocalla se desvía
por no volver a enfermar,
no me atreveré a tocar
lo que enfermarme solía.
¿Cómo vuelves? ¿Cómo estás?
¿De dónde vienes? ¿Qué tienes?
¿Cómo de palacios vienes
y por estos prados vas?
¿Qué traje es este, grosero?
¿Las reinas andan ansí?
SIRENA:
¡Burlas Selvagio de mí,
sin abrazarme primero!
¿Así das el parabién
de nuestra ausencia a tu amor?
SELVAGIO:
Yo te agradezco el favor
y la memoria también,
mas a las reinas que han sido
no está bien tratar de amores
con los rústicos pastores
ni deslustrarse el vestido;
tú vienes ya como zarza:
yo, como de lana soy:
temo, si el pecho te doy,
que en tus espinas se esparza:
vuelve, Sirena, a reinar:
deja el prado y el aldea.
SIRENA:
¡Bien tratas quien te desea,
porque te viene a buscar!
SELVAGIO:
¿Tú a mí, después que del Rey
habrás sido despreciada,
porque Ester sola es amada
por matrimonio y por ley?
¿Tú a mí, de quien al partirte,
una palabra amorosa
no te escuché, ni ya es cosa
puesta en razón el servirte,
porque el estilo de corte
que traes en los oídos,
en nuestros rústicos nidos
no hallará pluma que corte
Vuélvete a reinar, Sirena:
deja nuestra soledad
que viva sin voluntad,
que es como vivir sin pena;
que te aseguro de mí
que en extremo te quería
en tanto que no te vía,
y no después que te vi,
SIRENA:
Antes el ver lo que he sido
te pone en obligación
de que dobles la afición
que dices que me has tenido;
que traigo más calidad
de la que de aquí llevé.
SELVAGIO:
Esa calidad, yo sé
que ofende la voluntad;
acuérdate que te dije
lo de los nidos de antaño.
SIRENA:
¡Oh, cuánto igual desengaño
nuestra condición aflige!
Mira, Selvagio, que tengo
con qué poder regalarte.
SELVAGIO:
Empléalo en otra parte.
SIRENA:
Mira que a buscarte vengo.
SELVAGIO:
Sirena no cantes más,
porque tengo condición
que no ha de haber posesión
en mi esperanza jamás;
dueño tuviste, y es sueño
pensar que me has de agradar;
que basta para olvidar
imaginar otro dueño.
(Vase.)
SIRENA:
Bien merezco este desdén,
pues que con vana locura,
si lo violento no dura
quise hacer violencia al bien;
yo tengo castigo igual:
mi soberbia le merece,
porque nada permanece
fuera de su natural.
Por el buitre que volaba,
mi pajarillo dejé,
pero yo le ablandaré
la condición fiera y brava;
no me da mucha fatiga
por más que volar presuma;
que los hombres son de pluma,
y las mujeres de liga.
(Váyase, y entren ESTER, y SELA, y EGEO.)
ESTER:
¿Eso ha hecho Mardoqueo?
EGEO:
Desta manera le vi.
ESTER:
¿Con saco?
EGEO:
Señora, sí.
ESTER:
Saber la causa deseo.
EGEO:
No sé más de que ha rasgado
con gran dolor sus vestidos,
y por todos sus sentidos
el vivo dolor mostrado.
La cabeza se ha cubierto
de ceniza.
ESTER:
¡Extraña cosa!
SELVAGIO:
Sin duda es dificultosa
de remedio.
ESTER:
Y es muy cierto;
porque tal demostración
no la hiciera sin gran causa.
EGEO:
Pon a las sospechas pausa;
que yo sabré la razón.
ESTER:
Con saco ninguno puede
por ley en palacio entrar:
ropa le quiero enviar
para que adornado quede;
toma la más rica, Egeo,
que puedas hallar.
EGEO:
Ya voy.
ESTER:
¡Ay, Sela! ¡Confusa estoy!
SELA:
¿Qué te importa Mardoqueo?
ESTER:
Téngole alguna afición
desde aquel dichoso día
que al Rey, que es vida en la mía,
descubrió aquella traición.
Vamos, que en aquellas rejas
le veré, si acaso está
en la puerta, o me podrá
decir el viento sus quejas.
¡Toda estoy muerta! ¿Qué haré?
SELA:
¿Qué te va en este hombre a ti?
ESTER:
Pues que yo lo siento así,
¡triste de mí, yo lo sé!
SELA:
El Rey te adora: imagina
que cuanto quieras podrás.
ESTER:
A otro Rey que importa más,
mi alma su llanto inclina.
Que si no es que amando yerro
en esta imaginación,
saco y ceniza no son
menos que muerte y destierro.
(Vase.)
(MARDOQUEO entre con un saco, y EGEO con una ropa.)
MARDOQUEO:
No tienes que persuadirme.
vuélvele, amigo, la ropa;
que esta desdicha no topa
en adornarme y vestirme.
EGEO:
La causa es justo decirme
de tanta melancolía,
para que a la Reina mía
se la cuente por los dos.
MARDOQUEO:
¡Ay de ti, pueblo de Dios,
si no lloras noche y día!
EGEO:
¿Qué le tengo de decir?
MARDOQUEO:
¡Déjame, amigo, llorar!
EGEO:
Bien la pudieras hablar
si te quisieras vestir.
MARDOQUEO:
Estoy cerca de morir.
¡Déjame!
EGEO:
¡Extraña porfía!
Voyme.
MARDOQUEO:
¡Ay, justa pena mía!
EGEO:
Bien fuera hablaros los dos.
(Váyase EGEO.)
MARDOQUEO:
¡Ay de ti, pueblo de Dios,
si no lloras noche y día!
¡Oh, mísero pueblo hebreo!
Hoy vuestros ojos verán
triunfar el soberbio Amán
del humilde Mardoqueo.
Lejos el remedio veo.
si no es que el cielo le envía
para vuestra dicha y mía,
Ester divina, por vos.
¡Ay de ti, pueblo de Dios,
si no lloras noche y día!
¿A quién volveré la cara?
¡Señor, si estáis ofendido.
por nuestras culpas ha sido.
que otra cosa no bastara!
Dejad un poco la vara
que rayos al mundo envía:
pero si la profecía
no mueve piedad en vos.
¡ay de ti pueblo de Dios,
si no lloras noche y día!
EGEO:
La Reina, con gran dolor,
te envía a decir por mí
que por qué lloras así
y no admites su favor.
Mira que es mucho rigor
negarle cosa tan justa.
MARDOQUEO:
Pues saber la Reina gusta
la causa, en este papel
la puede ver, y por él
sabrá si es justa o injusta.
A la puerta se ha fijado
de palacio aqueste edito;
no porque della le quito,
sus letras solas traslado.
El rey Asuero ha mandado,
por consejos deste Amán.
que los hebreos que están
en su tierra, que en decillo
tiemblo, pasen a cuchillo:
ya el día esperando están.
¿No escuchas el llanto triste
de hombres, niños y mujeres?
Pues si esto escuchas. ¿qué quieres?
¿Por qué la Reina me viste?
Diré que si no resiste
a Amán y al Rey, y le ruega,
su espada de un golpe siega
todos los cuellos que ves;
dile que se eche a sus pies,
pues ningún favor le niega.
EGEO:
Es ley que no pueda entrar
ni aun la Reina a hablar al Rey,
pena de la vida, y ley
que primero ha de llamar;
pero si entra, y da a besar
el Rey el cetro, es que quiere
que viva; mas nadie espere
hallar tanta gracia en él.
MARDOQUEO:
Llévale, amigo, el papel;
que ella hará lo que pudiere.
EGEO:
Voy, aunque sé que ha de ser
imposible que le hable.
(Váyase EGEO.)
MARDOQUEO:
A tu sangre miserable
da remedio, hermosa Ester;
que aunque es verdad que mujer
fue causa de muchos males,
yo sé que en mujeres tales
puso Dios nuestro remedio,
y que las toma por medio
para el bien de los mortales.
Si a la que es mala condeno,
la buena me satisface;
que de víboras se hace
triaca para el veneno.
Vaso de virtudes lleno
fue Sara, Rebeca y Lía,
Raquel, Thamar y María,
hermana del gran Moisés,
la que cantaba después
que Israel del mar salía;
Rahab, Débora y Jahel,
ilustres mujeres son,
y la madre de Sansón,
con Ana la de Samuel,
Rut y Abigail fiel,
Abela y la de Tobías,
Judich, que casi en mis días
quitó la vida a Holofernes
porque a su ejemplo gobiernes,
Ester, las desdichas mías.
EGEO:
Grande sentimiento ha hecho
la Reina con el papel,
y a la muerte más cruel
por tu bien ofrece el pecho;
que al Rey hablará, sospecho,
pero dice que ayunéis;
que ella hará lo mismo allá.
MARDOQUEO:
Los pies, amigo, me da.
EGEO:
Gran enemigo os aflige:
todo a la Reina lo dije:
triste por extremo está.
Ten, Mardoqueo, esperanza
en lo que la quiere el Rey,
aunque más rompa la ley.
MARDOQUEO:
Eso me da confianza.
EGEO:
Mucho una lágrima alcanza
que se cae de unos ojos
hermosos, en los despojos
de un rendido corazón.
MARDOQUEO:
Su gracia y su discreción
sabrán templar sus enojos.
EGEO:
Vete y recibe consuelo.
MARDOQUEO:
Avisar quiero que todos
lloren, y de varios modos
suba nuestro llanto al cielo.
EGEO:
Que el Rey se acerca recelo.
MARDOQUEO:
Voyme, que si Ester porfía,
vencerá, mas si la envía
sin consuelo de los dos
¡ay de ti, pueblo de Dios,
aunque llores noche y día!
(El REY y AMÁN.)
ASUERO:
Deseo favorecerte.
¿Quieres otra cosa, Amán?
AMÁN:
Adorarte, obedecerte.
ASUERO:
¿Cuándo a los hebreos dan
justa y merecida muerte?
AMÁN:
Presto, señor, llega el día.
ASUERO:
¿Hay, Egeo, alguna cosa?
EGEO:
El llanto que al cielo envía
esta gente lastimosa.
AMÁN:
¡Oh, justa venganza mía!
ASUERO:
¿Mataron a Bagatán
y a Tares?
EGEO:
Muertos están
por su delito, y sembradas
sus casas de sal.
ASUERO:
¡Qué honradas
hazañas! Siéntate, Amán.
AMÁN:
Beso tus pies, aunque indino
de estar de tu trono al lado.
ASUERO:
Mucho a quererte me inclino.
EGEO:
La Reina a verte ha llegado.
AMÁN:
Sin licencia es desatino.
(ESTER con un rico vestido y corona en la cabeza y criadas.)
ESTER:
A tus pies, Rey soberano,
se humilla esta sierva tuya.
(Alargue el cetro y bésele ESTER.)
EGEO:
Alargó el cetro y la mano,
señal de la gracia suya;
miróla con rostro humano.
ASUERO:
Por mis dioses, bella Ester,
que solo cuando te veo
conozco mi gran poder,
porque excedes al deseo
que no hay más que encarecer;
gracia has hallado en mis ojos,
Ester, con los tuyos bellos,
que me quitan mil enojos.
ESTER:
Si hallé, señor, gracia en ellos,
es porque son tus despojos.
ASUERO:
¿Qué quieres? ¿A qué has venido?
¿Quieres algo? Pide, Ester:
pide a un Rey que no ha tenido
desde que te vio, querer
más que de haberte querido;
no temas, que tardas más
en pedir que en concederte.
ESTER:
Pues que licencia me das
y tu grandeza me advierte
que tan de mi parte estás,
hazme una merced, señor:
que hoy comas conmigo.
ASUERO:
Harélo,
y lo tendré por favor.
ESTER:
Mil años te guarde el cielo.
AMÁN:
¡Notable muestra de amor!
ESTER:
Otra merced me has de hacer.
ASUERO:
Pide, bellísima Ester;
tus dudas pena me dan.
ESTER:
Que hoy tu presidente Amán
con los dos ha de comer.
ASUERO:
Como sabes que le quiero,
favorécesle por mí:
vamos que el convite espero.
ESTER:
¿Irá, Amán?
ASUERO:
Señora, sí.
ESTER:
¡Viva el poderoso Asuero!
(Váyanse REY y REINA y EGEO.)
AMÁN:
¿Hay más honra, hay más favor?
Con la Reina he de comer
y con el Rey mi señor!
¿Qué puedo más pretender?
Los dos me tienen amor:
a contarlo quiero ir
a Zares, mi bella esposa,
y mis galas prevenir,
que el contento es justa cosa
con el amor dividir. (MARDOQUEO entre.)
¿Quién es este mal vestido?
¡Vive Dios, que es el hebreo,
que la sentencia ha sabido!
Gracias al cielo que veo
este villano rendido;
sin duda me viene a hablar,
pues ya no importa llorar. (Pasa MARDOQUEO por delante de él.)
¡Oigan, el necio arrogante
cómo pasa por delante!
¡Aún no se quiere humillar!
Tendré en esto sufrimiento:
estoy por sacar la espada. (Vuelve a pasar.)
¡Oigan, con qué atrevimiento
vuelve a pasar! ¡Mano airada,
¿qué aguardas? Pero ¿qué intento?
¿Yo he de ensangrentar la mano
en un miserable hebreo? (Vuelve a pasar.)
¿Otra vez pasa el villano?
AMÁN:
Que es loco sin duda creo,
y ser temerario es llano;
vese cerca de morir
y al juez no reverencia,
ni aun en él quiere advertir;
pasearse en mi presencia,
¿cómo se puede sufrir?
Ya se va sin hacer caso
más de mí que destas puertas,
mano sobre mano y paso
sobre paso: muestras ciertas
de loco: mas yo me abraso.
¿Hay tal cosa que una hormiga,
que una mosca miserable,
me desprecie y contradiga,
que me vea y no me hable?
Yo sentencio v él castiga.
Parece que yo he de ser
el muerto, y él el que hoy
ha de comer con Ester.
Con el Rey a comer voy:
sin gusto voy a comer.
Culpa del daño que veo
tiene esta guarda bisoña.
Comer con el Rey deseo;
todo lo vuelve ponzoña
la araña de Mardoqueo.
Zares, mi mujer, es esta:
Marsanes, mi grande amigo,
debe de saber la fiesta;
pero si hay fiesta en castigo,
tengo para mí que, es esta. (ZARES y MARSANES; ZARES es mujer de AMÁN.)
¿Sabéis ya cómo al convite
que Ester, nuestra Reina hermosa,
previene al Rey, me ha llamado?
ZARES:
Egeo lo dijo ahora,
y Marsanes me traía
nueva, esposo, tan dichosa.
MARSANES:
Tu persona lo merece.
pues es segunda persona
del Rey en todo el Oriente.
AMÁN:
El favor pienso que sobra
al oficio, mas también.
si mi amor no me apasiona,
aunque es grande esta merced,
es a mis méritos corta.
ZARES:
Bien es que pienses de ti
y tu sangre generosa
eso que dices, mas mira,
Amán, que tu dicha sola
llegar a tan gran fortuna,
pues hoy quieren que le pongas
un clavo de oro a su rueda
cuando con los Reyes comas.
MARSANES:
Ingratitud me parece
que estés triste, pues hoy cobras
famoso nombre en la Persia,
y del ocaso a la aurora:
¿ya qué te puede faltar,
sino poner la corona
del rey Asuero en tu frente?
ZARES:
Si te ha parecido poca
esta merced, ¿a qué aspiras?
AMÁN:
No tengo, querida esposa,
y tú, mi amigo Marsanes,
esta por pequeña gloria;
pero ¿veis en el estado
que la fortuna coloca
mi dicha? ¿veis los favores
que las manos generosas
de Rey y Reina me hacen?
Pues todo me da congoja
respecto de ver un hombre
que me sigue como sombra,
pues en ver que me desprecia,
cuanto bien tengo me enoja.
MARSANES:
¿Es acaso Mardoqueo?
AMÁN:
Tal esa fiera se nombra;
pues cuando los capitanes
y los príncipes se postran
a mis pies, él no me mira,
antes por empresa toma
pasearse en mi presencia;
y cuando mil almas lloran
de la sentencia que he dado,
no solo el Perdón negocia,
pero hace el caso de mí
que el viento de secas hojas.
AMÁN:
¿No habéis visto un perro humilde,
que con lengua ladradora,
alrededor de un mastín
pretende que huya y corra,
y que el mastín se está quedo,
y apenas abre la boca,
como que ni ve ni siente
que la cabeza le rompa?
Pues pensad que Mardoqueo
es este mastín. ¿Qué importa
que yo le ladre y sentencie,
que ni las rodillas dobla,
ni aun humilla la cabeza?
MARSANES:
Esa culpa tuya es toda.
Quiérote dar un consejo
para que mejor dispongas
tu gusto al Real convite.
AMÁN:
¡Cómo!
MARSANES:
Haz que dentro de una hora,
de cuarenta pies en alto,
labre tu guarda una horca
tan enfrente de palacio,
que la Reina tu señora
y el Rey, estando comiendo,
la puedan ver, y que pongan
les ruega en ella al hebreo.
para que muera sin honra,
y comas con gusto tú.
ZARES:
Si a los Reyes, que te adoran.
les pides esa merced
tan humilde y vergonzosa,
¿cómo la podrán negar?
AMÁN:
Bien decís; mucho me exhorta
vuestro discreto consejo,
allí veré si me topa
y no humilla la cabeza;
que no es justo que interrompa
un villano mal nacido,
adonde con blancas ondas
riega el Jordán a Samaria,
las dichas de quien ahora,
para ser rey del Oriente
lleva la fortuna en popa.
Voy a que pongan las vigas,
porque villanos conozcan
qué respeto se les debe
a las doradas coronas;
que no hay oro, seda y telas,
granas tirias, persas joyas,
gobiernos, reinos, imperios,
mesas, deleites, aromas,
que causen tanta gloria
como vengar agravios de la honra.