Elenco
La hermosa Ester
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

BASSÁN y EGEO.
BASSÁN:

  Solo el poderoso Asuero,
que admirando el mundo reina
en ciento y veinte provincias,
hiciera tanta grandeza:
desde la India a Etiopía,
de Medos, Partos y Persas
es absoluto señor.

EGEO:

¿Qué anales, qué historias cuentan
desde que Dios formó a Adán
y a la hermosísima Eva,
hasta aquel diluvio insigne
con que castigó la tierra,
y desde que el gran Noé
tomó de la boca bella
de la paloma la oliva,
hasta la corona inmensa
de Nabucodonosor
en Babilonia soberbia,
que haya durado un convite
por más de ciento y ochenta
días, donde se ha mostrado
tan inaudita riqueza,
y que, cumplidos, se haga
siete días franca mesa
a toda aquesta ciudad,
donde, como ves, se asienta
desde el mayor al menor?

BASSÁN:

Por cierto que ha sido muestra
de su magnánimo pecho.
Mas ¿hay sitio donde quepan?

EGEO:

En este bosque del Rey
se han puesto diversas tiendas,
y sobre columnas blancas
toldos de diversas telas
que cuelgan por varias partes
de cordones de oro y seda.
Hay ricas bordadas cantas,
y sobre la verde hierba
tales alfombras, que hacen
a las flores competencia.
Hay vasos de oro y cristal,
donde es rey de las cabezas
el aromático vino
que las mismas plantas riega.
También en su gran palacio
hace convite la Reina
a todas las bellas damas
y a las señoras de Persia;
tan espléndido, que creo
que hasta el fénix que se quema
en los olores de Arabia,
se ha puesto por excelencia,
y que ya no habrá más fénix;
porque si es verdad que engendra
el muerto al vivo en sus llamas,
ya no habrá quién le suceda;
ya no vuelan por el aire
las aves, o pocas vuelan;
ya no hay peces en los ríos
ni animales en las sierras,
ni hay en los árboles frutos,
ni parece que le queda
por muchos años, Bassán,
a naturaleza fuerzas.
Está, admirada la India,
la mar parece que tiembla
de que han de arar sus entrañas
hasta sacar sus arenas.
Mas oye: que sale el Rey
de la comida postrera,
con sus príncipes y grandes.

BASSÁN:

Él tiene amable presencia,

(Salen con música y acompañamiento el REY ASUERO, TARES, MARSANES, ADAMATA y SETAR.)
MÚSICOS:

  ¡Viva el rey Asuero!
¡Viva el gran señor!
Desde el Gange al Nilo
cualquiera nación
postrada se rinda
a sus plantas hoy;
háganle corona
los rayos del sol.

TODOS:

¡Viva el rey Asuero!
¡Viva el gran señor!
El ártico polo,
como a Salomón,
oro y plata ofrezca,
la Pancaya olor,
rubíes Ceilán,
Fenicia color.
¡Viva el rey Asuero!
¡Viva el gran señor!

ASUERO:

  Cesen los instrumentos,
los bailes cesen, cuya dulce copia
enamoró los vientos.
Príncipes de la India y la Etiopía,
hoy por último día
quiero enseñaros la grandeza mía.
  No en ricos vasos de oro,
no en joyas de diamantes y rubíes,
no en labrado tesoro,
no en púrpuras rëales carmesíes,
no en pinturas divinas,
que todas desta imagen son cortinas;
  no puedo yo mostraros
cosa en que mi poder más resplandezca,
si pretendo admiraros,
y adonde vuestra vista desfallezca,
porque quien al sol mira,
o ciega en su hermosura, o se retira;
  Vastí, mi mujer bella,
Vastí, que así se llama, porque hasta
para saber por ella,
después de su virtud honesta y casta.
que no dio el cielo al suelo
mayores muestras del poder del cielo.

ASUERO:

  Veréis que soy dichoso,
más por Vastí, que por las ciento y veinte
provincias que glorioso
me han hecho en cuantos reyes tiene Oriente:
que no es el oro y plata
lo que habla a un rey y con el alma trata.
  Parte, Setar, al punto:
dile que se corone la cabeza
el divino trasunto
del Hacedor de la naturaleza,
y venga coronada
a mi presencia, de quien es amada;
  di que mostrarla quiero
a mis vasallos por grandeza mía,
y que en mi trono espero,
porque este es del convite el postrer día.

SETAR:

Yo voy a obedecerte.

TARES:

¿Quién puede tanto bien agradecerte?

ASUERO:

  Veréis, príncipes míos,
un rostro en quien el sol cifra sus rayos,
que mis robustos bríos
convierte en tiernas ansias y desmayos;
veréis por excelencia
la grana y el marfil en competencia;
  veréis por ojos bellos
dos esmeraldas, cuyo blanco esmalte
se está bañando en ellos;
y porque risa y alma no les falte,
dos niñas, dos amores,
con dos arcos del cielo sin colores;
  veréis por dulce boca
el clavel de dos hojas, más hermoso
que el sol por Mayo toca,
ni el aljófar del alba más precioso,
y por las dos hermosas
mejillas blancas, entre nieve rosas.
  El cuerpo, no hay columna
de marfil ni alabastro; la garganta
sirve de blanca luna
al sol que en su cabeza le levanta
de las hebras que mira
con tanta envidia, que sin luz suspira.

(Entre SETAR.)
SETAR:

  A la Reina mi señora
dije tu mandato y gusto,
y responde que no es justo
que eso le mandes agora;
  que ella está allá con sus damas,
con debida honestidad,
y que a toda una ciudad
no has de enseñar lo que amas;
  finalmente, da a entender
que el convite te ha dejado
con poco seso.

ASUERO:

Ella ha dado
gran pesar a mi placer.
  Vuelve, Tares, vuelve, y di
que soy yo quien se lo manda.

TARES:

Señor, si se enoja...

ASUERO:

Anda,
anda, y di que venga aquí.

TARES:

  Voy a decirle tu gusto.

ASUERO:

Si ella me tuviera amor,
cuando aquesto fuera error
no le pareciera injusto;
  mas yo sé que es tan discreta
como hermosa, y que vendrá.

MARSANES:

Si con sus damas está,
déjala gozar quieta
  su generoso convite;
que ya a tus vasallos todos
honraste de tantos modos,
cuantos el amor permite.

ASUERO:

  Aquí ha de venir, Marsanes:
yo quiero que la veáis:
vosotros mi imperio honráis,
príncipes y capitanes.
  Si no os hago este favor,
no me agradezcáis ninguno.

(Entre TARES.)
TARES:

No pienso que hay medio alguno
para tu intento, señor.

ASUERO:

  ¿Cómo?

TARES:

Tu ruego desprecia.

ASUERO:

Mi imperio, necio, dirás,
mas por muy necio que estás,
la Reina ha estado más necia.
  ¿Cómo que no? ¡vive el cielo!

ADAMATA:

Señor, a tu majestad
es esta gran libertad
e injusto premio a tu celo,
  y desta desobediencia
resultará el vituperio
de los grandes de tu imperio,
y de mayor preeminencia;
  que a su ejemplo, sus mujeres
inobedientes serán.

MARSANES:

Todos con vergüenza están
de ver que, siendo quien eres,
  no te obedezca Vastí.

SETAR:

Este agravio, gran señor,
no solo por tu valor
se cometió contra ti;
  pero contra cuantos hoy
son príncipes de tu imperio.

ADAMATA:

¿Y qué mayor vituperio
para un rey?

ASUERO:

¡Corrido estoy!
  Pero ¿qué me aconsejáis?

TARES:

Que la desprecies también.

ASUERO:

¿Podré, queriéndola bien?
¡Fuerte consejo me dais!

MARSANES:

  Escribe a tus reinos todos
el castigo y el agravio,
para que, en moviendo el labio,
por este o por otros modos
  para su gusto al marido
obedezca la mujer,
que en el imperio ha de ser,
como varón, preferido.
  Sujetó naturaleza
su libertad al varón:
si los dos un cuerpo son,
él ha de ser la cabeza.
  Repudia luego a Vastí,
porque puesto aqueste ejemplo
de la memoria en el templo,
la tenga el mundo de ti.

ASUERO:

  Afuera amor; que no es justo
que sujetéis la razón:
fuertes los consejos son
contra las leyes del gusto:
  pero si es bien que los reyes
sean espejos del bien,
bien es que en ellos se den
los principios a las leyes.
  ¡Salga de palacio al punto
la Reina: no quede en él!

MARSANES:

Lo que es justo no es cruel.
Más vale del reino junto
  el público bien, señor,
que el gusto particular.

(Váyanse el REY y SETAR y MARSANES.)


TARES:

El pacífico reinar
es vencer el propio amor.

ADAMATA:

  Quien reina de sus pasiones,
ese vive con razón.

TARES:

Amor es una pasión
que nunca llega a razones:
  vive de su voluntad
en la libertad que quiere.

ADAMATA:

Por eso quien le venciere
tendrá mayor libertad.

TARES:

  En gran peligro se ve
de vida y honor Vastí.

ADAMATA:

Nunca la soberbia vi,
que en menos peligro esté;
  la estatua arrogante ha sido
de Nabucodonosor.

(La REINA VASTÍ, SETAR y MARSANES.)
VASTÍ:

¡A mí con tanto rigor!

SETAR:

La culpa, Reina, has tenido.
  ¡Sal del palacio al instante
y del reino juntamente!
¡Quita el laurel de la frente
y la corona arrogante;
  que esta sentencia pronuncia
contra ti tu esposo el Rey,
y todo derecho y ley
que hable en tu amparo, renuncia!
  ¡Justo libelo te ha dado!
¡No tienes qué responder!

VASTÍ:

Quien trata así su mujer,
necio consejo ha tomado;
  pero, qué pudo salir
del parto de tal convite,
sino que el reino me quite
o me condene a morir?
  Cuatro meses hace hoy
que el convite monstruoso
tuvo principio dichoso:
¡buen fin con mi fin le doy!
  ¡Qué menos monstruo esperaba
Persia de tanto calor;
que monstruo que vence a amor,
no hay tigre o fiera tan brava!

VASTÍ:

  ¡Gentil consejo ha juntado
para mi deshonra y fin
en la mesa de un jardín
de racimos coronado!
  Tal es el efecto dél,
como la causa y el dueño;
pero pasaráse el sueño
y el pensamiento cruel;
  que en despertando el amor
él me vengará de Asuero,
que con memorias espero
matarle a puro rigor.
  ¡Tomad allá la corona,
pues que la manda quitar,
que no quiero yo reinar
con quien su amor no perdona!
  ¡Puntas doradas, adiós;
que yo las liaré de acero
para el corazón de Asuero;
que no está el descanso en vos!
  Confieso vuestra grandeza;
pero si sujeta está,
con más valor quedará
en libertad mi cabeza;
  que quien manda que me quite
la corona del cabello,
me la quitará del cuello
para segundo convite.
  Todos sabéis de que nace
este furioso rigor.

SETAR:

Oye.

VASTÍ:

Apelo.

MARSANES:

¿A quién?

VASTÍ:

A amor
del agravio que me hace.

(Váyanse, y entren MARDOQUEO y ESTER.)
ESTER:

  No siento tanto el duro cautiverio,
amado tío, aunque sentirle es justo,
ni el ver a nuestro pueblo en vituperio,
pues fue a su Dios ingrato por su gusto,
ni el ver que se dilate el grande imperio
del blanco persa al de Etiopía adusto,
del magno Emperador de ciento y veinte
provincias, las mayores del Oriente:
  como el ver que me voy quedando sola
entre enemigos de mi pueblo hebreo,
que el mar de mi tristeza de ola en ola
ni lleva al golfo en que morir me veo.
¡Tú, donde el oro puro se acrisola
de las virtudes que imitar deseo.
en tanto mal me sirves de coluna
al peso del rigor de mi fortuna!
  ¡Murió mi padre y tu querido hermano!
¿Qué amparo puede haber que ya me cuadre,
en duro cautiverio del persiano,
si no es tenerte por mi asilo y padre?
Perdí mi bien para mi mal temprano
en los consejos santos de mi madre:
huérfana estoy; pero decir no puedo
que donde quedas tú, huérfana quedo.

MARDOQUEO:

  Cuando Nabucodonosor, sobrina
hermosa Ester, en los infaustos días
que de Jerusalén, para su ruina
de Israel, tuvo el reino Jeconías,
nos trajo a Persia y Media, y la divina
justicia castigó las culpas mías
(que no quiero decir que las ajenas),
lloraron sus profetas estas penas.
  Tal vez castiga Dios por los mayores
la humilde plebe, aunque inocente viva;
que viene a resultar en los menores
lo que en el peso del gobierno estriba.
Los hebreos, un tiempo vencedores
en aquella dichosa y primitiva
edad de sus imperios, ya vencidos,
lloran en tierra ajena perseguidos.
  Cumplió Dios su palabra; que no puede
faltar eternamente su palabra:
no hay monte que a su voz inmoble quede.
ni mar que luego no se rompa y abra.
La dureza del hombre a todo excede.
pues voz de Dios, que en mar y en montes labra,
humanos corazones la resisten,
¡de tal dureza contra Dios se visten!
  Tierra de promisión, tierra bendita
gozaron cuantos el Jordán pasaron:
David engrandecella solicita;
algunos, aunque pocos, le imitaron;
mas luego que el ingrato a Dios le quita
la obediencia que tantos le juraron.
dio fuerzas a los reyes enemigos
y la cerviz del pueblo a sus castigos,
  Así pasamos cautiverio triste,
mas tú no llores tanto el desamparo
de los honrados padres que perdiste,
pues vivo yo, que tu virtud amparo.
Con hermosura y discreción naciste.
y con divino entendimiento claro,
vivir sola pudieras; pero el cielo
algo pretende de tu santo celo.

ESTER:

  Yo pienso, mi querido Mardoqueo,
que de mi soledad tendrás cuidado,
con que le pierdo en el rigor que veo
del mar en mis desdichas alterado.
Servir a Dios y obedecer deseo,
en este humilde y en cualquiera estado,
las santas leyes de su dedo escritas
sobre las tablas de Moisén benditas.
  Tú, pues, a quien ya toca justamente
mi amparo y guarda, mi remedio mira.

MARDOQUEO:

Yo te adopto por hija.

ESTER:

¡El cielo aumente
tu vida!

MARDOQUEO:

El mismo lo que ves, me inspira;
que tú procederás como prudente
con la hermosura que a la envidia admira.

ESTER:

En tus consejos fundo mi esperanza.

MARDOQUEO:

El que la pone en Dios, remedio alcanza.

(Váyanse, y entren ASUERO y su gente y AMÁN.)
ASUERO:

  Ninguno sabe si vive.
¿Qué decís, que pierdo el seso?

ADAMATA:

A paciencia te apercibe,
que de aquel su loco exceso
justo castigo recibe.

ASUERO:

  ¿Pues dónde es ida Vastí?

AMÁN:

Tú mandaste desterralla:
esto me afirman a mí.

SETAR:

Ya sin ella no se halla.

ADAMATA:

Harto, Setar, lo temí.

ASUERO:

  ¡Vastí de mi casa ausente,
y sus ojos de mis ojos!

ADAMATA:

Temo que buscarla intente.

SETAR:

Por los pasados enojos
le quitaste de la frente
  la corona que tenía;
¿ya se te olvida el desprecio?

ASUERO:

¡Ay, hermosa prenda mía!
¡Cómo es el castigo necio,
que ha de llorarse otro día!
  ¿Es posible que mandé,
que te apartasen de mí?
¿Es posible que intenté
vivir un hora sin ti?
No fue amor, agravio fue.
  Maldiga el cielo mis labios:
si el amor no es para sabios,
¿de qué se queja el honor?
Que no puede ser amor
el que no perdona agravios.
  Hame de matar tu ausencia:
no podré vivir sin ti;
que el amor, como es violencia,
bien sé, querida Vastí,
que crece en la resistencia.
  ¿Para qué quiero reinar?
¿Qué es reinar si no hay contento?
Que mal puede descansar
un inquieto pensamiento,
ni en la tierra ni en la mar.
  ¿Qué importa el vano tesoro,
la corona, el cetro, el oro,
sin contento, sin placer?

ASUERO:

Ya no le puedo tener,
que eres el reino que adoro.
  Arrojaré los diamantes,
los vasos, la plata y seda,
en los mares circunstantes,
y aun el seso, si me queda,
en tristezas semejantes.
  ¿Qué importaba que estuvieras
con tus damas ocupada
y a mi ruego no salieras?
No fuiste tú tan culpada,
que tanto mal merecieras;
  yo fui quien fin tan amargo
ha dado a tan dulce unión;
que siempre trae por cargo
breve determinación
arrepentimiento largo.
  Ven, Amán: vente conmigo:
contaréte mi dolor
y descansaré contigo;
que las tristezas de amor
descansan con el amigo.

AMÁN:

  No aumentes el descontento
con los celos, pues podrán
los tiempos mudar tu intento.

ASUERO:

En toda mi vida, Amán,
Persia me ha de ver contento.

(Váyanse el REY y AMÁN.)


ADAMATA:

  El Rey se parte de tristeza lleno.

SETAR:

¡Qué notable veneno amor le infunde!

MARSANES:

Yo temo que redunde en daño nuestro.

SETAR:

Si en el consejo vuestro hallase el mío
el lugar que confío, yo le diera
remedio al Rey que fuera de importancia
y que en breve distancia le curara.

MARSANES:

Pues dile, y solo en su salud repara.

SETAR:

Amor de trato largo se convierte
en hábito, y el hábito y costumbre
se vuelve, cual sabéis, naturaleza;
ya es este amor del Rey costumbre y hábito,
memoria del deleite que tenía;
los ojos, hechos a Vastí, no tienen
alegría sin ver sus bellos ojos;
los oídos, en quien requiebros dulces
hacían una música apacible,
no escuchan sus palabras; y estad ciertos
que el hechizo mayor de los que aman,
al alma suele entrar por los oídos.

MARSANES:

Eso es verdad, porque los ojos tienen
siempre un objeto, una hermosura misma,
y los oídos siempre diferente,
pues oyen siempre diferentes cosas;
y así lo que conserva largo tiempo
a amor, son los oídos, no los ojos,
porque ellos nunca miran cosa nueva
y ven lo que una vez toda la vida.

SETAR:

Pues discurrid así las demás partes
y sentidos del hombre, y veréis luego
que si esta falta de hábito y costumbre
ocupa otra hermosura y otro gusto,
saldrá el primero amor, saldrá por fuerza.

ADAMATA:

¿Dices que otra mujer hermosa y sabía
ocupará el lugar que está vacío?

SETAR:

¿Pues eso tiene duda? ¡Cuántos hombres,
de cosas que han llorado se consuelan,
y a veces quieren más que las pasadas!

ADAMATA:

¿Y dónde habrá mujer que le contente?
Que eso suele doblar el accidente.
porque el gusto engañado en lo pasado
suele ser malcontento y porfiado.

SETAR:

Buscar tantas mujeres, que entre tantas
haya alguna hermosura tan valiente
que mate la memoria de la ausente.

MARSANES:

Bien dice: échese un bando que al momento
cuantas mujeres tengan hermosura,
siendo, cual deben, vírgenes, se traigan
a palacio y se entreguen a las guardas
que para aqueste caso nombraremos.
La que entrare de noche, salga al alba,
Y la que le agradare, o por dichosa
o por bella, que reine.

ADAMATA:

Justa cosa.

MARSANES:

Gran médico serás, pues curar quieres
amor de una mujer con mil mujeres.

(Vanse.)


ESTER:

  Alto y soberano Dios,
que del rebelde gitano
y de la robusta mano
que quiso oponerse a vos,
  sacastes el pueblo vuestro
libre de tanto rigor,
mostrando poder y amor
al bien y remedio nuestro:
  vos, por quien iba seguro
por tanta mar desigual,
en canceles de cristal
que le sirvieron de muro:
  vos, que en áspero desierto
el blanco maná le distes,
con que la campaña hicistes
de nieve del cielo puerto;
  vos que le distes victorias,
donde para siempre están
en las piedras del Jordán
los libros de sus memorias,
  y vos que, para castigo
de sus idólatras pechos,
habéis postrado sus hechos
a los pies de su enemigo,
  y humillado a cautiverio
las cervices levantadas,
que con heroicas espadas
ganaron tan grande imperio,
  ¿cuándo os habéis de doler
de aquellos mismos que amastes,
pues a todos obligastes
a sufrir y a padecer?
  ¿Cuándo volverá, señor,
vuestro pueblo a libertad?
¿Cuándo a la santa ciudad,
a vuestra gloria y honor?
  ¿Cuándo a vuestro sacro templo
y al alcázar de Sión,
para dar desta prisión
a la sucesión ejemplo?
  Doleos, señor, de mí,
aunque la mínima soy
del cautiverio en que estoy.

(Sale MARDOQUEO.)
MARDOQUEO:

¡Sobrina!

ESTER:

¿Llámasme?

MARDOQUEO:

¡Sí!
  Notable suceso.

ESTER:

¡Ay Dios!

MARDOQUEO:

No te alteres; oye atenta.
Ya sabes el gran convite,
real y espléndida mesa
que en esta ciudad de Susa,
hoy la cabeza de Persia,
ha hecho el gran rey Asuero.

ESTER:

Si sé, porque tienen della
noticia los escondidos
animales en las selvas,
las aves en altos aires,
los peces en las arenas.

MARDOQUEO:

Quiso Asuero que Vastí,
su hermosa mujer, y Reina
de la India y de Etiopía,
saliese por más grandeza
a donde la viesen todos;
mas respondió con soberbia,
desobedeciendo al Rey,
por cuya desobediencia
fue echada de su palacio;
pero pasada la fiesta,
el Rey, de amor encendido,
está enfermo de su ausencia;
los príncipes de su imperio,
por medicina, aunque nueva,
mandan en todos sus reinos
buscar hermosas doncellas,
para que la que le agrade
reine en lugar de la Reina.
Egeo, del Rey criado,
te conoce, y tu belleza
escrita tiene en la lista.

ESTER:

¿Qué dices, tío?

MARDOQUEO:

No temas;
que Dios te dará favor,
porque por tu medio sea
su pueblo restituido
a su primera grandeza;
no repliques; que ya sabes
que debes esta obediencia
al cielo, porque sin duda
por ti mi remedio ordena;
fuera de que no es posible
que te libres de su fuerza,
es bien que al cielo y a mí,
hermosa Ester, obedezcas.
Asuero es rey poderoso,
nosotros la gente hebrea
que Nabucodonosor
trujo cautiva a esta tierra.
Véate el Rey, habla al Rey,
pero quiero, Ester, que adviertas
que no has de decir tu patria,
aunque preguntada seas.
Calla tu pueblo y nación;
que Dios, de lágrimas tiernas
destos cautivos movido,
quiere romper sus cadenas.

ESTER:

¡Ay, Mardoqueo, qué cosas
tan peregrinas me cuentas,
tan nuevas a mis oídos
y a mi castidad tan nuevas
no te espantes si a la cara
salen colores apriesa,
ventanas en que al peligro
se asoma nuestra vergüenza.
Yo haré, tío, lo que mandas,
si dices que Dios lo ordena,
y ojalá que fuese yo,
aunque tan indigna sea,
por quien el pueblo cautivo
ya que del todo no vuelva
a la gran Jerusalén,
menos castigo padezca.

MARDOQUEO:

La gente suena, sobrina,
que conduce las doncellas;
ven, mudarás de vestido
si te dan lugar que puedas.

ESTER:

¡Inmenso Dios, vuestra soy!
Vuestra grande omnipotencia
por instrumentos tan flacos
suele obrar cosas como estas.
Délbora rigió a Israel:
Dadme entendimiento y fuerzas
para saber agradaros,
pues que yo os doy la obediencia.

(Váyanse, y entren un CAPITÁN y dos alabarderos y una CAJA.)
CAPITÁN:

  Aunque esta es pequeña aldea,
no dejéis de echar el bando,
porque en lo que voy buscando
la diferencia se vea;
  y si por la variedad
es bella naturaleza,
también causará belleza
la mucha diversidad.
  Calidad no me ha pedido:
hermosura pide el Rey:
ni excede la justa ley
haber cuidado tenido
  de que en toda aquesta tierra
no quede hermosa mujer
de cualquier suerte, sin ser
fin de su amorosa guerra.

CAJA:

  Que sea o no justa cosa,
lo que mandas obedezco.

CAPITÁN:

Di, pues, el bien que le ofrezco
a quien tiene prenda hermosa.

CAJA:

  Manda el poderoso rey Asuero, señor
del Oriente, que cualquiera persona,
de cualquier estado y calidad
que sea, que tuviere doncella hermosa
en su casa, la manifieste y entregue
a los capitanes para este efecto
nombrados, que así conviene a su Real
servicio; mándase pregonar porque
venga a noticia de todos.

(Váyanse, y entren SIRENA, labradora, y SELVAGIO, villano.)
SELVAGIO:

  Si me tuvieras amor,
a fe que tú te escondieras.

SIRENA:

Y si tú amor me tuvieras,
no usaras deste rigor.

SELVAGIO:

¿Rigor es tener temor
de perderte?

SIRENA:

¿Pues no es,
cuando tan cerca me ves
de ser reina, hacer de modo
que pierda un imperio todo
que pone el tiempo a mis pies?

SELVAGIO:

  ¿Luego entre tantas mujeres
piensas ser la que le agrade?
¿Cómo no te persüade
el ver cuán rústica eres?
Ser reina, Sirena, quieres
donde irán tantas señoras;
no señala labradoras
el bando, mas gente igual
a la corona Real,
que con tu sayal desdoras.

SIRENA:

  ¿El Rey no está enfermo?

SELVAGIO:

Sí:
dicen que muere de amor;
que aun es el daño mayor
para despreciarte a ti.

SIRENA:

Tú te engañas.

SELVAGIO:

¿Cómo ansí?

SIRENA:

Porque en el monte y el prado
se halla la hierba que ha dado
salud, y es más provechosa,
no el clavel, mosqueta y rosa
en el jardín cultivado.
  Nunca en palacio se crían
entre el dosel y el tapiz,
el faisán y la perdiz:
del campo se los envían;
cuando al campo se desvían
a una aldea, a un monte, a un prado,
los Reyes, es que el cuidado
de la corte los cansó,
y el árbol les agradó
más con hojas que dorado;
  el más compuesto jardín,
de más cuadros y labores,
la diversidad de flores,
las paredes de jazmín,
al principio, al medio, al fin
del año, una vista ofrece
que nunca mengua ni crece.
El campo es de más beldad,
porque por la variedad
más alabanza merece.

SIRENA:

  Corren sin arte las fuentes,
y del monte despeñadas,
dan a los prados lazadas
de cristalinas serpientes;
los árboles eminentes
no están por orden plantados;
allí se ven los ganados,
allí el pastorcillo canta,
con los pasos de garganta
a los arroyos hurtados.
  Sale el libre conejuelo,
desde la hierba al vivar,
y la liebre suele estar
en cama de campo, al hielo;
cruzan por el verde suelo
los tiernos gamos celosos;
con suspiros amorosos
gime la tórtola ausente,
cuando el sol al Occidente
vuelve sus rayos hermosos;
  el pajarillo enjaulado
no causa tanto contento,
del ciudadano aposento
en los balcones colgado;
la fruta en plato dorado
no agrada como en la rama,
y así el gusto del Rey llama
a la ruda labradora
más que a la grave señora
y a la bien compuesta dama.

SELVAGIO:

  ¡Que te haya la vanidad,
Sirena loca, engañado,
naciendo hierba en el prado,
a trasplantarte en ciudad!
Cuando al Rey la voluntad
tú le pudieses mover,
¿por qué dejas de querer
lo que del campo encareces?
Pues al palacio te ofreces,
donde no lo puede haber.
  Esa bella compostura,
sin arte quieres dejar,
y trasladarte a lugar
de menos varia hermosura;
goza de la fuente pura
y del árbol la belleza:
sigue tu naturaleza,
pues que dices que es mejor,
y no desprecies mi amor:
reinarás en mi firmeza.

SIRENA:

  Selvagio, como le agrada
el aldea al cortesano,
agrada al rudo villano
ver la techumbre dorada:
la dama de oro cansada
pardo picote desea,
y el oro la del aldea:
truécanse plumas y varas;
que si en los gustos reparas,
no hay gusto que firme sea;
  el casado al libre envidia,
y el libre envidia al casado;
quien tiene el mundo abreviado:
del gobierno se fastidia:
India, Etiopía, Numidia,
no dan a Asuero, en rigor,
contento, y muere de amor
de que le falta Vastí;
que siempre decir oí:
lo que falta es lo mejor.

SELVAGIO:

  Tente y advierte, Sirena,
que me dejas a morir.

SIRENA:

Déjame, Selvagio, ir
a donde mi suerte ordena;
que mañana tendrá pena
alguna reina de amores;
¿iréis allá labradores?

SELVAGIO:

Aguarda.

SIRENA:

No hay que tratar.

SELVAGIO:

¿Piensas que has de enamorar
los cetros como las flores?

SIRENA:

  Mal sabes las diligencias
de una mujer que pretende.

SELVAGIO:

¿Y si al Rey tu gusto ofende
y adora ajenas ausencias?

SIRENA:

Volveréme a mis querencias.

SELVAGIO:

Pues en los nidos de antaño
no habrá pájaros hogaño.

SIRENA:

¿Seré yo reina?

SELVAGIO:

Serás
tan loca, que lo dirás
en llegando el desengaño.

(Vase.)
(Entren el REY ASUERO y su gente, y AMÁN.)
ASUERO:

  En efeto, la pena se entretiene
con tanta variedad, mas todavía,
vasallos, la memoria a darme viene
fuertes asaltos con la prenda mía.
Si dicen que el amor remedio tiene,
cosa que mi experiencia desconfía,
¿en quién está cifrado, en quién se guarda?

ADAMATA:

¿Pues no te pareció Sergia gallarda?

ASUERO:

  Su fama me agradó, mas su presencia
no fue a su fama igual.

SELVAGIO:

Bizarra dama
era Fenicia.

AMÁN:

Mucho más Fulgencia,
que la sirena del Jordán se llama.

TARES:

Yo presumí que el talle de Laurencia
volviera en nieve tu amorosa llama.

ASUERO:

Vastí, me mata, y sola su hermosura
es el crisol que mi memoria apura;
  los libros no escribieron medicinas
siendo la enfermedad amor más fuerte.

AMÁN:

Las pasiones del alma, peregrinas,
el tiempo las consume o las divierte:
no hay hierbas en Tesalia tan, divinas
que curen al amor.

ASUERO:

Amán, advierte
que aunque es como morir de una sangría,
me mata amor mil veces en un día.

(EGEO, entre.)
EGEO:

  Dame tus pies reales.

ASUERO:

¿Qué hay, Egeo?

EGEO:

Deseo de servirte y de curarte,
porque ninguno iguala mi deseo,
y así traigo, señor, que presentarte
la bella Ester, cuya hermosura creo
que será poderosa a consolarte
del amor de Vastí, porque es tan bella,
que tiene el mismo sol envidia della.
  No te quiero pintar su rostro hermoso,
porque son muy groseros mis pinceles:
a tus ojos remito el milagroso
juicio, aunque mirar sin gusto sueles;
pero en aquesta púrpura y precioso
marfil, rosas, jazmines y claveles,
dará lugar Vastí.

ASUERO:

Tanta belleza,
monstruo será de la naturaleza.
  En mi trono Real recibir quiero
tan hermosa mujer; poneos al lado.

(Música y acompañamiento y damas, y entre detrás ESTER con vestido entero y falda larga.)
ESTER:

Mi humildad, poderoso rey Asuero,
no es digna de besar tu rico estrado,
mas la obediencia, por quien ser espero
admitida en tus ojos, me ha forzado
a osar ponerme en tu Real presencia;
que el mejor sacrificio es la obediencia.
  Supe tu intento y ofrecí mi vida
y sangre a tu remedio, aunque temiendo
mi indignidad, que no es tan atrevida
mi vista, el sol de tu grandeza viendo;
mas de tus rayos ínclitos vestida,
como cristal resplandecer pretendo,
para que el alma que quisieres pongas
y los sentidos a tu amor dispongas;
  que como el claro sol los montes dora,
y parecen zafiros y diamantes
las verdes hierbas que bordó el aurora,
claras entonces como escuras antes,
así con la riqueza que atesora
y alumbra las esferas circunstantes,
tu presencia Real, la humildad mía
trasladará su noche al mayor día.

ASUERO:

  Por el supremo Dios que rige el suelo,
hermosísima Ester, que no pensara
que se pudiera hallar fuera del cielo
de hermosura y de luz fénix tan rara;
das en mirarte celestial consuelo;
toda memoria en tu belleza para;
que cual huye del sol la noche escura,
huye el ajeno amor de tu hermosura.
  No sale el sol por el purpúreo Oriente
más apriesa borrando las estrellas,
que el de tus ojos y serena frente,
pues ya desaparecen las más bellas.
Levántate del suelo al eminente
trono, que ya mejor que todas ellas
mereces, pues por fin de mis enojos
hallaste gracia en mis dichosos ojos
  Mas porque el orden justo se prosiga,
a Ester acompañad, y tenga aparte
el aposento a que su luz obliga,
pues veis que con el sol términos parte;
que yo sospecho ya que se mitiga,
más por naturaleza que por arte
esta pasión que me abrasaba el pecho;
amigos, gran servicio me habéis hecho.

ESTER:

  Tu sierva soy, y tú quien a tu hechura
levantas de la tierra.

ASUERO:

Esto merece,
bendita Ester, tu gracia y compostura,
que en los ojos del cielo resplandece.

AMÁN:

Alaba, hermosa dama, tu hermosura.

ESTER:

Mi alma, a Dios alaba y engrandece.

SETAR:

Basta, que amor a más amor se allana.

AMÁN:

Lo que mujer dañó, mujer lo sana.