La guerra al malón: Capítulo 17

La guerra al malón de Manuel Prado
Capítulo 17


Con la muerte del doctor Alsina, ocurrida a fines de diciembre de l877, las operaciones en la Pampa cambiaron de carácter.

El malogrado ministro había llevado la antigua línea de Ancalú y del fuerte Paz hasta Carhué, Guaminí y Trenque Lauquen, y completado esa empresa con la apertura de aquella zanja que se extendía de fuerte Argentino a ltaló. No es de extrañar que el plan de Alsina tendiera, en el fondo, a la defensiva. Nadie, como él, tropezó con mayores dificultades para internarse en el desierto. Lista ya la expedición, estuvo a punto de fracasar, y hubiera fracasado si el heroísmo de las fuerzas que mandaba Levalle en Paragüil no hubiese roto la soberbia impetuosidad del indio.

Durante el ministerio de Alsina tuvieron lugar desastres como la sublevación de Catriel y la de Manuel Grande; y luego, cuando las tropas ocuparon Masallé, más de una vez se pensó en la retirada a los viejos acantonamientos.

La división de Levalle y la de Maldonado, que ocuparon la zona de Carhué y de Puán, antes de establecerse definitivamente, tuvieron que librar combates diarios en los cuales la victoria fue el premio de una audacia y de un valor desesperados.

Refieren los que tomaron parte en esa campaña que los cuerpos de Maldonado, hostigados incesantemente por la indiada, tenían que formar en batalla y establecer, entre una fila y otra, campo para que los caballos pastasen con seguridad.

Se comprende, pues, que el doctor Alsina fuera prudente, y que no quisiera comprometer el éxito de su campaña cambiando de método y de táctica.

Llamado a desempeñar el Ministerio de Guerra el general Roca, este militar, que había estudiado a fondo el problema del desierto, se propuso resolverlo de la manera más rápida y enérgica.

Mandó, a principios de l878 que las tropas se ocupasen exclusivamente de cuidar las caballadas y de almacenar forrajes, manteniéndose, entretanto, sobre la línea de fortines una extremada vigilancia.

Ya en noviembre de l874 —y contestando a una consulta del doctor Alsina— había dicho el general Roca: "Los fuertes fijos en medio del desierto matan la disciplina, diezman las tropas y sólo protegen un radio muy limitado. En mi opinión, el mejor fuerte y la mejor muralla para guerrear contra los indios de la Pampa y someterlos de un golpe, consiste en lanzar destacamentos bien montados que invadan incesantemente las tolderías, sorprendiéndolas cuando menos se espere. Yo tomaría por base de esta táctica las actuales líneas, donde reuniría, en vastos campamentos, todo lo necesario —en caballos y forrajes— para emprender la guerra sin tregua durante un año.

"Yo me comprometería a ejecutar en dos años el plan trazado: emplearía uno en prepararlo y otro en ejecutarlo. Una vez libre el desierto el gobierno economizaría sumas importantes y sólo emplearía cuatro o cinco mil hombres para mantener bajo su dependencia el territorio hasta orillas del río Negro."

Traía, pues, el general Roca, al Ministerio de Guerra, ideas hechas, largamente maduradas respecto a la difícil guerra de fronteras; y joven y firme en sus resoluciones, se proponía derribar de un sablazo al pavoroso fantasma que cerraba la puerta del desierto.

Apenas hubo pasado el invierno las divisiones se lanzaron a la conquista de la Pampa, realizando lo que alguien llamó con acierto "una serie de malones invertidos".

Y no era el indio quien vendría a quemar las poblaciones cristianas sobre las mismas trincheras, ni se daría el caso de que en una sola razzia como aquella que batió al comandante Lorenzo Vintter en la Blanca Grande, se llevara cerca de ochenta mil cabezas de ganado vacuno.

Ahora el soldado era quien caería de improviso sobre el toldo, y rescataría millares de cautivos que gemían en la esclavitud.

El hundimiento total del imperio bárbaro de la Pampa —dice el coronel Olascoaga— se efectuó con rapidez vertiginosa, coronando el éxito todas las empresas. Las expediciones parciales tenían por resultado la dispersión de tribus enteras, la liberación de cautivos, el rescate de los ganados robados y la destrucción de todos los campamentos salvajes:

"Durante varios meses las buenas noticias se sucedieron sin interrupción.

"El pueblo se despertaba diariamente sorprendido por el anuncio de una victoria.

"La civilización arrancaba, por fin, al vandalismo el dominio secular que poseía."

La campaña activa contra los indios empezó, siguiéndose el plan del general Roca, a mediados de agosto, y tres meses después, al finalizar noviembre, estaba concluida.

Marcelino Freyre se lanza desde Guaminí sobre las tolderías de Namuncurá, y después de seis días regresa trayendo considerable botín. Así dice en su parte:

"Estoy de vuelta de Utracán. Durante la segunda noche de camino fui descubierto por exploradores de los indios, y entonces forcé la marcha hasta extenuar los caballos para llegar a Utracán, en donde fraccioné la división lanzándola en todas direcciones.

"Me apodere de 95 indios de pelea y 253 ancianos, mujeres y niños; he libertado seis cautivos y cayó en mi poder el capitanejo Lanqueleu, En los combates parciales murieron los capitanejos Cañolo, Atorey; Calfimur y 73 guerrilleros. Hemos tomado 921 animales vacunos, 900 ovejas y 800 caballos.

"Los indios habían abandonado Pichi Carhué, no sólo porque conocían mi marcha, sino porque Namuncurá les advirtió que el comandante García acababa de atacar el campo de Nahuel.

"El cacique Namuncurá con su familia abandonó sus tolderías tomando el camino a Chiloé."

En esta expedición se ilustraron y distinguieron por su bravura el teniente Fraga, hoy ministro de Guerra, el teniente Hernández, actualmente diputado nacional y muchos otros oficiales, cuyos nombres escapan a mi memoria.

Simultáneamente, Teodoro García, partido de Puán, cae sobre los indios de Cañumil, les mata 30 hombres y se apodera de 160 prisioneros, entre los cuales el hijo del mismo cacique.

Levalle penetra en los dominios de Catriel, arrasa las tolderías y vuelve con numerosos prisioneros.

Y detrás de Levalle se lanza Vintter al frente de 300 hombres, y esta vez consigue el sometimiento del indomable Catriel. "Su conducta —le dice el ministro acusando recibo al despacho en que le da cuenta de su operación— es digna de elogio. Con menos de 300 hombres ha penetrado usted en el desierto más de 60 leguas y llegado donde hace más de cuarenta años llegaron con dificultad las expediciones de Rosas; y hasta donde hace poco nadie se hubiese atrevido, sin llevar detrás un verdadero ejército."

Y vuelven Levalle y Freyre; y Vintter y García a sus correrías en la Pampa, y llegan a orillas del Colorado, y en menos de sesenta días de campaña concluyen con el poder de los bárbaros sometidos al imperio de Namuncurá.

Más al norte, Villegas se mide con el feroz Pincén, lo acosa, lo arrolla y concluye al fin por hacerlo prisionero.

En esta división sobresalen y descuellan Sosa, Ruiz, Moritain, Montes de Oca, Alba, Morosini; se cubre de gloria el "3º de fierro", y el 2º de Borges y de Emilio Mitre, demuestran que sus infantes son dignos sucesores de aquellos que se inmortalizaron en los esteros del Paraguay.

Racedo bate los dominios de aquel astuto Mariano Rozas, de aquel espantoso Epumer, de aquel homérico Baigorrita, cuya muerte hubiera dado celos al mismísimo Bayardo.

Un día penetra Racedo hasta Leuvucó, sorprende a Epumer, se apodera de este bárbaro y vuelve con 400 prisioneros y 3.000 animales rescatados. En la acción pierde 15 hombres, entre muertos y heridos; y como considera que estas vidas imponen un nuevo esfuerzo, vuelve y aplasta a las huestes de Mariano Rozas.

Rudecindo Roca, va en menos de quince días, dos veces a Poitahué y a Leuvucó, y se apodera de 500 prisioneros después de matar más de 150 guerreros.

Al expirar el ano l878, no hay en la Pampa una sola tribu capaz de intentar el más insignificante malón. Catriel, Pincén, Epumer, Cañumil, Nahuel Payun y Painé, están en poder de nuestras fuerzas; Namuncurá ha huido con los restos de su antiguo poderío al sur de Neuquén y Baigorrita se dispone a seguirlo convencido de que en la Pampa ha concluido el dominio secular de la barbarie.

Las tropas van a descansar de la enorme fatiga, a tomar alientos para llevar las líneas de la frontera a la margen del río Negro y del Neuquén.

Con haber tomado uno mismo parte en aquella brillante campaña de la Pampa; con haber participado de sus penurias y de sus glorias, viéndola ahora, a través del tiempo, rememorándola en la lectura de los partes oficiales que la relatan en detalle, el espíritu se siente hondamente impresionado y vienen, espontáneamente, estas palabras a los labios: ¡Cómo!... ¿Yo también fui de aquellos héroes?

Y no es que se hayan librado batallas como aquella colosal de Curupaity, ni que se haya asombrado al mundo con rasgos semejantes al que realizó el ejército argentino en Tuyutí. ¡No! Esta campaña es más obscura que la del Paraguay, y en ella todos los heroísmos y todas las abnegaciones pasan inadvertidas y en silencio.

Sin embargo, constituye un timbre de honor, y en épocas no lejanas resplandecerá gloriosa e inmarcesible en los anales de la patria.

Ahí está la División Racedo que, partiendo de Sarmiento el 4 de abril de l879, marcha y vive a la intemperie, sin provisiones, sin carpas, a través de campos infestados por la sabandija y sin agua potable, hasta el 18 en que recién lo alcanzan las reses que envía el proveedor y la farmacia de campaña.

La miseria y la fatiga son tan intensas que muchos de aquellos soldados, no pudiendo resistirla, desertan.

¿Y si desertan?... Véase cómo el mismo general Racedo contesta a la pregunta en uno de sus partes:

"El 18, al pasarse lista de diana se constató la deserción de dos hombres. Mandé al teniente Maldonado en su persecución.

"A las tres de la tarde regresó este oficial trayendo a los desertores. Apercibidos a mediodía se les dio caza.

El soldado Blas González, mejor montado que sus compañeros, alcanzó a los desertores y fue muerto después de un combate en que uno de aquéllos quedó herido.

"Llegó el resto de la tropa y se apoderó de los culpables quienes, en seguida de llegar al campamento, fueron entregados al fallo de un consejo de guerra verbal que los condenó a muerte.

"Los defensores, no pudiendo alegar ninguna causa atenuante, se limitaron a pedir gracia.

"Mi situación era terrible. Mis sentimientos me inclinaron al perdón; pero la deserción en el ejército es un mal contagioso que solo puede cortar una resolución enérgica. Los desertores habían muerto a uno de sus camaradas. No podía perdonarlos sin afectar gravemente la disciplina.

Al amanecer del 19, el capellán prestó a los condenados los postreros auxilios de la religión: A las seis las tropas formaban para asistir a la ejecución. A las siete llegaron los reos, y sin manifestar la menor emoción escucharon de rodillas al pie de la bandera; la lectura de la sentencia. No los abandonó el valor un solo instante."

Y terminado este acto doloroso, la división sigue la marcha, cual si se hubiera detenido para cinchar o dar resuello a los caballos.

El 20 los cuerpos se fraccionan, se dispersan en un enjambre de patrullas cada uno con rumbo a determinada toldería, y el l7 de mayo se concentran y reúnen el botín tomado:

123 guerreros

879 de chusma

49 cautivos libertados

2.000 animales rescatados.

En pleno desierto sin recursos, sin carpas, sin provisiones, con un solo médico, el doctor Dupont, que se multiplica y se desvela hasta el punto de pasar un mes entero sin tiempo para cambiar de camisa; en un campamento numeroso estalla furiosa e implacable la viruela.

En quince días se pierde la cuarta parte de las fuerzas, y sólo se domina el flagelo cuando llegan, providenciales, las escarchas de junio.

Sin embargo, el buen humor no se pierde ni se abate, y así la fiesta de la patria —el 25 de Mayo— se celebra con el mayor regocijo, en medio del desierto y en torno de la muerte.

Copiemos del diario oficial este párrafo:

"25 (de mayo). La viruela hace estragos. Se enferman ocho soldados del l0º y 26 indios prisioneros.

Celebramos la fiesta nacional en el centro de los dominios ranqueles. Se improvisa una compañía de acróbatas y asistimos a una sesión de ejercicios ecuestres que resulta un éxito.

"La salida y la puesta del sol se saludan con salvas."

¿Se quiere un párrafo más hermoso, más singularmente heroico que estas líneas?

¡Amanece el día de la patria; se anotan 34 casos de viruela, y la gente se divierte, baila, ríe y hace pruebas!