La de San Quintín: 19
Escena IV
editarDichos menos RUFINA; DON CÉSAR, presuroso por el fondo. Después, LORENZA, por la izquierda.
DON CÉSAR.- ¿No ha venido Canseco...? Hola, Marqués... (Receloso y displicente.) (¡Aquí otra vez este botarate!).
DON JOSÉ.- El notario no puede tardar.
EL MARQUÉS.- Dígame, D. César, ¿es cierto que compra usted los dos caballos de tiro, y la yegua del Marqués de Fonfría, que hoy salen a subasta?
DON CÉSAR.- (Con vanidad.) Sí señor... ¿Y qué?
DON JOSÉ.- ¿Pero te has vuelto loco? ¡Caballos de lujo... tú!
DON CÉSAR.- Yo, yo... El señor Marqués, tan perito en asuntos caballares, me dará informes...
EL MARQUÉS.- Con muchísimo gusto.
DON JOSÉ.- (Asustado.) ¿Pero te ha entrado el delirio de grandezas? César, vuelvo en ti.
EL MARQUÉS.- Los dos de tiro, Eclair y Néstor, son de la yeguada de mi hermano, media sangre. La yegua Sarah fue mía. Procede de las cuadras del Duque de Northumberland... pura sangre, fina como el coral, y veloz como el viento.
(ROSARIO limpia la mesa, y acaba de retirar algunos objetos que sobran.)
EL MARQUÉS.- La tengo en mi libro, y los datos de alzada, edad... Compre usted sin miedo: es verdadera ganga.
DON JOSÉ.- (Inquieto.) ¿Pero no es broma?... ¡Despilfarro mayor!
ROSARIO.- (Acercándose al grupo.) D. César piensa poner coche a la gran D'Aumont, para que so paseo por Ficóbriga Rosita la Pescadera.
DON CÉSAR.- Se paseará... quien se pasee.
EL MARQUÉS.- ¿Pero se casa? ¡Oh, Providencia!
DON JOSÉ.- (Malhumorado.) Como la elección no sea buena, vale más no pensar en ello.
ROSARIO.- ¿Casarse?... Si dice que se va a morir pronto.
EL MARQUÉS.- Mejor para encontrar novia.
DON CÉSAR.- Todavía daré alguna guerra. (A ROSARIO bruscamente en tono afectuoso.) Rosarito, no trabaje usted tanto, que se le estropearán las manos.
ROSARIO.- ¿Y a usted qué le importa?
DON CÉSAR.- Me importa... puede importarme mucho. Y no debe andar usted tanto al sol si quiere conservar la finura de su cutis.
DON JOSÉ.- Si así está más bonita.
EL MARQUÉS.- Más pastoril, más campestre.
DON JOSÉ.- (Regañón.) A buenas horas te entra la manía de lo aristocrático.
ROSARIO.- Cuando a mí me da por lo popular.
DON CÉSAR.- Rosarito de mi alma, no me lleve usted la contraria. Ya sabe que la quiero bien, que...
DON JOSÉ.- (Incomodado.) Ea, basta de bromas.
DON CÉSAR.- Si no es broma. (A ROSARIO.) ¿Ha tomado usted a broma lo que le he dicho?
EL MARQUÉS.- ¿Pero qué es ello? (Bromeando.) D. José, esto es muy grave.
DON JOSÉ.- Insisto en que mi hijo no tiene la cabeza buena.
DON CÉSAR.- Y hay más...
DON JOSÉ.- (Alejándose airado.) No quiero, no quiero saber más locuras. Tendría que tratarte como a un chiquillo. Marqués, ¿probamos o no probamos esa sidra?
EL MARQUÉS.- Estoy a sus órdenes.
DON JOSÉ.- Voy un instante a la bodega. Le espero a usted en el comedor. (En la puerta mirando a DON CÉSAR.) (¡Calamidad de hijo! ¡Ah, veremos, veremos quién puede más!).
(Vase por el fondo.)
LORENZA.- (Por la derecha.) El señor de Canseco.
DON CÉSAR.- Que pase a mi cuarto. (A ROSARIO.) Tengo que ocuparme de cosas graves. Hablaremos luego. (Al MARQUÉS.) Dispénseme. No se olvidará usted de mandarme...
EL MARQUÉS.- ¿El registro de caballos?... Sí, sí. Descuide.
DON CÉSAR.- Hasta ahora.
(Vase por la derecha.)