La de San Quintín: 18
Escena III
editarROSARIO, RUFINA; DON JOSÉ, EL MARQUÉS.
DON JOSÉ.- Aquí la tiene usted.
EL MARQUÉS.- (Riendo de la facha de ROSARIO.) Ja, ja, ja... Rosarito, ¿eres tú? ¡Increíble metamorfosis!
ROSARIO.- (Por DON JOSÉ.) Aquí tienes al autor del milagro.
DON JOSÉ.- ¿Qué cree usted? Se levanta a las cinco de la mañana.
EL MARQUÉS.- Justamente a la hora a que se acostaba en Madrid.
ROSARIO.- ¿Y tú qué tal?
EL MARQUÉS.- Ayer me instalé en los baños, y mi primera visita en la gran Ficóbriga es para la nieta de reyes, hoy aprendiz de planchadora.
DON JOSÉ.- Se pasa el día de faena en faena, vida gozosa, entretenida y saludable.
EL MARQUÉS.- Sí que lo será. ¿Me admiten en la partida?
RUFINA.- Mire usted que aquí se trabaja de veras.
DON JOSÉ.- Diga usted que también se divierten, triscan y retozan.
ROSARIO.- ¡Ay, ayer tarde, por el monte arriba, qué espectáculo, qué pureza de aires, qué aromas campesinos! Nunca he sentido tan grande amor a la Naturaleza y a la soledad.
EL MARQUÉS.- Pues en los baños me dijeron que una tarde, al subir al monte, por poco te matas.
ROSARIO.- ¿Yo?
RUFINA.- No fue nada.
DON JOSÉ.- Una torpeza de Víctor. Ya le he reprendido. Empeñose en llevar el burro por un desfiladero...
RUFINA.- No fue culpa de Víctor. ¡Vaya!¡que todo lo malo lo ha de hacer el pobre Víctor!...
ROSARIO.- Fue culpa mía. Yo, yo misma le mandé que me llevara por aquellos riscos. Por poco nos despeñamos, amazona, burro y borriquero... En fin, gracias al arrojo de ese valiente muchacho, no pasó nada.
DON JOSÉ.- Ni volverá a ocurrir. Ya tendrá cuidado.
ROSARIO.- Y finalmente, Currito Falfán, primo mío, vástago ilustre de la segunda rama de los Otumbas, ¿quieres ayudarnos a hacer rosquillas?
EL MARQUÉS.- (Riendo.) ¿De veras?... ¿Pero tú...?
DON JOSÉ.- Amasa que es un primor.
EL MARQUÉS.- Ayudaré... a comerlas. Y acepto también la invitación de D. José, que sostiene que no hay sidra como la suya...
DON JOSÉ.- (Ponderando.) Hecha en casa. ¡Verá usted qué sidra!
ROSARIO.- Y ahora, al gallinero.
EL MARQUÉS.- Espérate, hija, tengo que hablarte. ¿Acaso valgo menos que las aves de corral?
RUFINA.- Quédate. Yo iré.
(Vase por el fondo.)