IV
La Guerra
de Fernando Cos-Gayón
V
VI
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España: Tomo XV.


V.

Pues con ser tan tristes y tan terribles sus efectos, hay para los pueblos males mayores y más dignos de ser evitados que la guerra; y bienes más apreciables y más merecedores de amor que la paz. Muy alto se deben estimar los beneficios de ésta; pero valen más, infinitamente más, la justicia y la libertad.

La paz es un accidente dichoso en la vida de los pueblos; pero nada más que un accidente. Nunca puede ser la esencia de su destino; jamás debe ser la base de su derecho, ni el objeto supremo de sus miras. Las naciones que tengan en algo su porvenir, no deben titubear en sacrificar su reposo cuando lo encuentren momentáneamente incompatible con su dignidad. Asi obró con gran gloria suya el pueblo español cuando en 1808 se lanzó decidido á la pelea, sin reparar en la desigualdad de las armas, sin contar el número de sus invasores. Amigos y contrarios hacen justicia á su heroísmo, y le prodigan y le prodigarán alabanzas porque sostuvo tan tenaz y resueltamente aquella guerra, no ya con las condiciones más suaves y regularizadas de las guerras modernas, sino con las formas rudas y terribles de tiempos lejanos, resistiendo en las ciudades á la manera de Numancia, combatiendo con sus guerrilleros á la manera de Viriato.

Hay guerras que, sin ser de todo punto necesarias para la dignidad de una nación, le son muy útiles por sus recuerdos gloriosos. La base más firme para la conservación de una nacionalidad consiste en los grandes recuerdos de su historia; el fuego del patriotismo en nada se enciende tan pronto como en los resplandores de la gloria. Nuestra misma guerra de la Independencia en este siglo puede servirnos de ejemplo. Supongamos por un instante que nuestro pueblo de 1808 no hubiera querido ó podido hacer tan colosales esfuerzos por mantener la dinastía de sus reyes, y el monarca intruso hubiera logrado gobernar en paz los reinos de España y de sus Indias; supongamos también que no hubiera sido necesaria nuestra resistencia para que Europa venciese á Napoleón, y que, caido éste y destronado su hermano, hubiese venido el rey legítimo á ocupar su sitio bajo el solio de sus mayores. En este caso el resultado definitivo habria sido el mismo, y España se habria ahorrado los raudales de sangre y de lágrimas que una guerra hace correr. Estamos, sin embargo, seguros de que España no querría cambiarla gloria que conquistó en aquella guerra, por haber obtenido los mismos resultados sin guerrear.

Hay, pues, ocasiones en que la paz no sólo vale ménos que la justicia y la libertad, sino es también inferior á la gloria.

Estos casos han sido los menos frecuentes, y por cada guerra justa ó verdaderamente gloriosa, se encuentran en la historia muchas empezadas y sostenidas por espíritu de conquista, por prurito de guerrear, ó por cuestiones de etiquetas diplomáticas.