La Divina Comedia (traducción de Manuel Aranda y Sanjuán)/El infierno/Canto XIII

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

(1) y á no ser porque en el puente del Arno se conserva todavía alguna imágen suya, fuera en vano todo el trabajo de aquellos ciudadanos que la reedificaron sobre las cenizas que de ella dejó Atila (2). Yo de mi casa hice mi propia horca.


CANTO XIII.

Tercer recinto del séptimo círculo: el de los violentos contra Dios, contra la Naturaleza y contra la Sociedad.

Enternecido por el amor patrio, reuní las hojas dispersas, y las devolví á aquel que estaba ya enronquecido. Desde allí nos dirigimos al punto en que se divide el segundo recinto del tercero, y donde se vé el terrible poder de la Justicia divina.

Para explicar mejor las cosas nuevas que allí ví, diré que llegamos á un arenal, que rechaza toda planta de su superficie. La dolorosa selva lo rodeaba cual guirnalda, así como el sangriento foso circudaba á aquella. Nuestros piés quedaron fijos en el mismo lindero de la selva y la llanura. El espacio estaba cubierto de una arena tan árida y espesa, como la que oprimieron los piés de Caton en otro tiempo (3).

(1) Con la guerra, arte ú oficio propio del dios Marte, antiguo patron de Florencia.

(2) No es cierto que Atila destruyese á Florencia; pues no pasó el Apenino. Quien destruyó parte de ella fué Tolila; pero los antiguos, careciendo de libros históricos, confundieron á Totila con Atila.

(3) Las arenas de la Libia, que atravesó Caton de Útica despues de la muerte de Pompeyo, para reunirse al ejército de Juba, rey de Numidia. ¡Oh venganza de Dios! ¡Cuánto debe temerte todo aquel que lea lo que se presentó á mis ojos! Ví numerosos grupos de almas desnudas, que lloraban miserablemente, y parecian cumplir sentencias diversas. Unas yacian de espaldas sobre el suelo; otras estaban sentadas en confuso monton; otras andaban continuamente. Las que daban la vuelta al círculo eran más numerosas, y en menor número las que yacian para sufrir algun tormento; pero estas tenian la lengua más suelta para quejarse.

Llovian lentamente en el arenal grandes copos de fuego, semejantes á los de nieve que en los Alpes caen cuando no sopla el viento. Así como Alejandro vió en las ardientes comarcas de la India caer sobre sus soldados llamas, que quedaban en el suelo sin extinguirse, lo que le obligó á ordenar á las tropas, que las pisaran, porque el incendio se apagaba mejor cuanto más aislado estaba, así descendia el fuego eterno, abrasando la arena, como abrasa á la yesca el pedernal, para redoblar el dolor de las almas. Sus míseras manos se agitaban sin reposo, apartando á uno y otro lado las brasas continuamente renovadas.

Yo empecé á decir:—Maestro, tú que has vencido todos los obstáculos, á excepcion del que nos opusieron los demonios inflexibles á la puerta de la ciudad, dime, ¿quién es aquella gran sombra, que no parece cuidarse del incendio, y yace tan feroz y altanera, como si no la martirizára esa lluvia?—Y la sombra, observando que yo hablaba de ella á mi Guia, gritó:—Tal cual fuí en vida, soy despues de muerto (1). Aun cuando Júpiter cansára á su herrero, de quien tomó en su cólera el agudo rayo que me hirió el último dia de mi vida; aun cuando fatigára uno tras otro á todos los

(1) Es decir: soberbio é indómito; «superum contemptor et æqui», como lo describe. Estacio. negros obreros del Mongibelo (1), gritando: «Ayúdame, ayúdame, buen Vulcano,» segun hizo en el combate de Flegra (2), y me asaeteára con todas sus fuerzas, no lograria vengarse de mí cumplidamente.

Entonces mi Guia habló con tanta vehemencia, que nunca yo le habia oido expresarse de aquel modo:—¡Oh! Capaneo (3), si no se modera tu orgullo, él será tu mayor castigo. No hay martirio comparable al dolor que te hace sufrir tu rabia.

Despues se dirigió á mí diciendo con acento más apacible:—Ese fué uno de los siete reyes que sitiaron á Tebas (4); despreció á Dios, y aun parece seguir despreciándole, sin que se note que le ruegue; pero como le he dicho, su mismo despecho es el más digno premio debido á su corazon.—Ahora, sígueme, y cuida de no poner tus piés sobre la abrasada arena; camina siempre arrimado al bosque.

Llegamos en silencio al sitio donde desemboca fuera de la selva un riachuelo, cuyo rojo color aun me horripila. Cual sale del Bulicame (5) el arroyo, cuyas aguas se reparten las pecadoras, así corria aquel riachuelo por la arena. Las orillas y el fondo estaban petrificados, por lo que pensé que por ellas debia andar.

—Entre todas las cosas que te he enseñado, desde que

(1) Alude á Vulcano y los Ciclopes que, segun la Fábula, forjaban los rayos de Júpiter en las entrañas del Mongibelo ó monte Etna.

(2) Flegra, valle de Tesalia: donde acaeció el combate entre los dioses y los gigantes.

(3) Capaneo, uno de los siete reyes ó jefes que sitiaron á Tebas; hombre soberbio y enemigo de los dioses.

(4) Aquellos siete reyes eran Adrasto, Polínice, Tydeo, Hipomedon, Anfiarao, Partenopeo y Capaneo.

(5) Manantial de aguas minerales calientes, á dos millas de Viterbo. De él salia un riachuelo con el cual se formaba un baño, al que acudian toda clase de enfermos, y más abajo tomalan y se repartian sus aguas le peccatrici, las mujeres públicas. entramos por la puerta en cuyo umbral puede detenerse cualquiera (1), tus ojos no han visto otra tan notable como esa corriente, que amortigua todas las llamas.—Tales fueron las palabras de mi Guia; por lo que le supliqué se explicase más claramente, ya que habia excitado mi curiosidad.

—En medio del mar existe un país arruinado, me dijo entonces, que se llama Creta, y tuvo un rey (2), bajo cuyo imperio el mundo fué virtuoso: en él hay un monte, llamado Ida, que en otro tiempo fué delicioso por sus aguas y su frondosidad, y hoy está desierto, como todas las cosas antiguas. Rea lo escogió por cuna segura de su hijo; y para ocultarlo mejor, cuando lloraba, hacia que se produjesen grandes ruidos (3). En el interior del monte se mantiene en pié un gran anciano (4), que está de espaldas hácia Damieta (5), con la mirada fija en Roma (6) como en un espejo

(1) La puerta del Infierno. El texto viene á decir literalmente: «donde á nadie le es negado edificar;» esto es, hacer casa, establecer su solar; lo cual, en sentido recto, significa que todos pueden detenerse en el camino de la perdicion.

(2) Saturno, del cual dijo Juvenal:

Credo pudicitiam, Saturno rege, moratam
In terris.

Refiérese al reinado de Saturno, la Edad de oro de los poetas; es decir, la soñada época de la virtud y la felicidad, que está por venir. Creta es la moderna Candia.

(3) Rea ó Rhea, tambien llamada Cibeles, Ops, Vesta, Tellus, etc., diosa de la Tierra, hija del Cielo, y esposa de Saturno, de quien tuvo á Júpiter, Juno, Neptuno y Pluton. Como su marido, que simboliza el Tiempo, devoraba todos los hijos que le nacian, hizo criar secretamente á Júpiter en el monte Ida, y para que no se le oyese llorar, mandaba á los Curetas, sus servidores, que metiesen mucho ruido, con fiestas y voces de alegría.

(4) Esta imágen está tomada del sueño de Nabucodonosor, en el que, segun la explicacion del profeta Daniel, está representada la monarquía; la cual, como todas las demás cosas del mundo, puede corromperse, y de oro trocarse en hierro.

(5) Damieta ó la idolatría. Está en Egipto, y por esto significa tambien, que el anciano vuelve la espalda á los imperios del pasado.

(6) Roma, ó la verdadera religion: tambien significa el asiento del imperio del porvenir; porque, para Dante, Italia debia ser la cabeza del Imperio, y no Alemania, y en esto fundaba la felicidad del género humano. . Su cabeza es formada de oro fino, y de plata pura son los brazos y el pecho; despues es de bronce hasta la entrepierna, y de alli para abajo es todo de hierro escogido, excepto el pié derecho, que es de barro cocido, y se afirma sobre este más que sobre el otro. Cada parte, menos la formada de oro, está surcada por una hendidura que mana lágrimas, las cuales, reunidas, agujerean aquel monte (1). Su curso se dirige hácia este valle, de roca en roca, formando el Aqueronte, la Estigia, y el Flegeton; despues descienden por este estrecho conducto, hasta el punto donde no se puede bajar más, y allí forman el Cocito: ya verás lo que es este lago; por eso no te lo describo ahora.

Yo le contesté:—Si ese riachuelo se deriva así de nuestro mundo, ¿por qué se deja ver únicamente al margen de este bosque?—Y él á mí:—Tu sabes que este lugar es redondo, y aunque hayas andado mucho, descendiendo siempre al fondo por la izquierda, no has dado aun la vuelta á todo el círculo; por lo cual, si te se aparece alguna cosa nueva, no debe pintarse la admiracion en tu rostro.—Le repliqué:—Maestro, ¿dónde están el Flegeton y el Leteo? Del uno no dices nada, y del otro solo me dices que lo origina esa lluvia de lágrimas.—Me agradan todas tus preguntas, contestó; pero el hervor de esa agua roja debiera haberte servido de contestacion á una de ellas (2). Verás el Leteo; pero fuera de este abismo, allá donde van las almas á lavarse, cuando arrepentidas de sus culpas, les son perdonadas (3).

(1) Con esta alegoria quiere expresar el poeta, segun la mayor parte de los comendadores, que de todos los sistemas de gobierno, á excepcion de la monarquía, brotan infinitas lágrimas, de que se llenan los rios del Infierno; es decir, resultan infinitos males.

(2) Por el hervor del agua sangrienta deberia haber conocido que aquel era el Flegeton.

(3) En el Purgatorio. El Leteo, que significa olvido, no puede estar en el Infierno, Despues añadió:—Ya es tiempo de que nos apartemos de este bosque; procura venir detrás de mí: sus márgenes nos ofrecen un camino; pues no son ardientes, y sobre ellas se extinguen todas las brasas.


CANTO XIV.

Dante encuentra á su maestro Brunetto Latini, que le predice su destierro de Florencia y le recomienda su Tesoro.

Nos pusimos en marcha siguiendo una de aquellas orillas petrificadas: el vapor del arroyuelo formaba sobre él una niebla, que preservaba del fuego las ondas y los ribazos. Así como los flamencos que habitan entre Gante y Brujas, temiendo al mar que avanza hácia ellos, levantan diques para contenerle; ó como los Paduanos lo hacen á lo largo del Brenta para defender sus ciudades y castillos, antes que el Chiarentana[1] sienta el color, de un modo semejante eran formados aquellos ribazos; pero su constructor, quien quier que fuese, no los habia hecho tan altos ni tan gruesos.

Nos hallábamos ya tan léjos de la selva, que no me habria sido posible descubrirla, por más que volviese atrás la vista, cuando encontramos una legion de almas, que venia á lo largo del ribazo[2]: cada cual de ellas me miraba, como de noche suelen mirarse unos á otros los humanos á la escasa

  1. Chiarentana, monte de los Alpes, donde tiene su origen el Brenta, rio formado por la licuacion de las nieves de aquel.
  2. Los sodomitas.