La Divina Comedia (traducción de Manuel Aranda y Sanjuán)/El infierno/Canto XII

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CANTO XII.

Segundo recinto del séptimo círculo; el de los violentos contra sí mismos.—Los suicidas estan aprisionados en árboles y malezas.—Los disipadores son perseguidos por perros.—Pedro Desvignes, Lano de Siena, Santiago de Padua.

No habia llegado aun Neso á la otra parte, cuando penetramos en un bosque, que no estaba surcado por ningun sendero. El follaje no era verde, sino de un color oscuro; las ramas no eran rectas, sino nudosas y entrelazadas; no habia frutas, sino espinas venenosas. No son tan ásperas y espesas las selvas donde moran las fieras, que aborrecen los sitios cultivados entre el Cecina y Corneto (1). Allí anidan las brutales Arpías, que arrojaron á los Troyanos de las Strofades con el triste presagio de un mal futuro (2).—Tienen alas anchas, cuellos y rostros humanos, piés con garras, y el vientre cubierto de plumas: subidas en los árboles, lanzan extraños lamentos.

Mi buen Maestro empezó á decirme:—Antes de avanzar más, debes saber que te encuentras en el segundo recinto, por el cual continuarás hasta que llegues á los terribles arenales. Por tanto, mira con atencion; y de este modo verás

(1) Entre el rio Cecina y el pueblo de Corneto habia grandes bosques, donde se ocultaban las fieras, que huian de los sitios abiertos y cultivados.

(2) Strofades ó Estrofades, son unas islas del mar Jónico, llamadas hoy Estrivales. Las arpias eran unos mónstruos fabulosos con cuerpo de ave, pecho y cuello de doncella. Celeno, una de ellas, predijo á los troyanos que, antes de llegar á Italia, padecerian tanta hambre, que devorarian las mesas; profecía que se cumplió.—Eneida, lib. III y VII.

cosas, que darán testimonio de mis palabras (1). Por todas partes oia yo gemidos sin ver á nadie que los exhalara; por cuya razon me detuve atemorizado. Creo que él creyó, que yo creia (2), que aquellas voces eran de gente que se ocultaba de nosotros entre la espesura; y así me dijo mi Maestro:—Si rompes cualquier ramita de una de esas plantas, verás lo equivocados que son tus pensamientos.

Entonces extendí la mano hácia delante, cogí una ramita de un gran endrino (3), y su tronco exclamó:—¡¿Por qué me rompes?—Inmediatamente se tiñó de sangre, y volvió á exclamar:—¿Por que me desgarras? ¿No tienes ningun sentimiento de piedad? Hombres fuimos, y ahora estamos convertidos en troncos: tu mano deberia haber sido más piadosa aunque fuéramos almas de serpientes.

Cual de verde tizon que, encendido por uno de sus extremos, gotea y chilla por el otro, á causa del aire que le atraviesa, así salian de aquel tronco palabras y sangre juntamente; lo que me hizo dejar caer la rama, y detenerme como hombre acobardado.

—Alma herida, respondió mi Sabio; si él hubiera podido creer desde luego, que era verdad lo que ha leido en mis versos (4), no habria extendido su mano hácia tí: el ser una cosa tan increible me ha obligado á consejarle que hiciese lo que ahora me está pesando. Pero dile quién fuiste, á fin de que, en compensacion, renueve tu fama en el mundo, donde le es lícito volver.—El tronco respondió:—Me

(1) Lo que se lee de Polidoro en la Eneida, donde cuenta Virgilio, que sobre el cuerpo de aquel habian nacido yerbas, las cuales, cortadas por Eneas, brotaron sangre.

(2) I' credo ch' ei credette ch' io credesse...

(3) Ciruelo silvestre, con espinas negras en las ramas, cuyo fruto pequeño y áspero al gusto no se utiliza para nada: crece espontaneamente en los parajes incultos.

(4) Es decir: si Dante hubiera creido lo que Virgilio cuenta de Polidoro. halagas tanto con tus dulces palabras, que no puedo callar: no lleveis á mal, que me entretenga un poco hablando con vosotros. Yo soy aquel (1) que tuvo las dos llaves del corazon de Federico, manejándolas tan suavemente para cerrar y abrir, que á casi todos aparté de su confianza, habiéndome dedicado con tanta fé á aquel glorioso cargo, que perdí el sueño y la vida. La cortesana (2) que no ha separado nunca del palacio de César sus impúdicos ojos, peste comun y vicio de las córtes, inflamó contra mí todos los ánimos, y los inflamados inflamaron á su vez y de tal modo á Augusto (3), que mis dichosos honores se trocaron en triste duelo. Mi alma, en un arranque de indignacion, creyendo librarse del oprobio por medio de la muerte, me hizo injusto contra mí mismo, siendo justo (4). Os juro, por las tiernas raices de este leño, que jamás fuí desleal á mi señor, tan digno de ser honrado. Y si uno de vosotros vuelve al mundo, restaure en él mi memoria, que yace aun bajo el golpe que le asestó la envidia.

El poeta esperó un momento, y despues me dijo:—Pues que calla, no pierdas el tiempo: habla y pregúntale, si quieres saber más.—Yo le contesté:—Interrógale tú mismo lo que creas que me interese, pues yo no podria: tanto es lo que me aflige la compasion.

Por lo cual volvió él á empezar de este modo:—A fin de que este hombre haga generosamente lo que tu súplica reclama

(1) Pedro Desvignes jurisconsulto de Capua; gozó por mucho tiempo el favor del emperador Federico II, de quien era canciller y á quien inclinaba lo mismo á la clemencia que á la severidad. Acusado de traicion por envidiosos cortesanos, le sacaron los ojos en 1246. Su desesperacion fué tal que se estrelló la cabeza contra los muros de sucalabozo.

(2) La Envidia cortesana.

(3) A Federico II.

(4) Matándome en un arranque de indignacion, fui injusto conmigo mismo, puesto que era inocente. , espíritu encarcelado, dígnate aun decirnos cómo se encierra el alma en esos nudosos troncos, y dime además, si puedes, si hay alguna que se desprenda de tales miembros. —Entonces el tronco suspiró, y aquel resoplido se convirtió en esta voz:—Os contestaré brevemente: cuando el alma feroz sale del cuerpo de donde se ha arrancado ella misma, Minos la envia al séptimo círculo. Cae en la selva, sin que tenga designado sitio fijo, y allí donde la lanza la fortuna, germina cual grano de espelta (1). Brota primero como un retoño, y luego se convierte en planta silvestre: las Arpías, al devorar sus hojas, le causan dolor, y abren paso por donde ese dolor se exhale (2). Como las demás almas, iremos á recojer nuestros despojos; pero sin que ninguna de nosotras pueda revestirse con ellos, porque no seria justo volver á tener lo que uno se ha quitado voluntariamente. Los arrastraremos hasta aquí; y en este lúgubre bosque, estará cada uno de nuestros cuerpos suspendido en el mismo endrino donde sufre tal tormento su alma.

Prestábamos aun atencion á aquel tronco, creyendo que añadiria algo más, cuando fuimos sorprendidos por un rumor, á la manera del que siente venir el jabalí y los perros hácia el sitio donde está apostado, que juntamente oye el ruido de las fieras y el fragor del ramaje. Y hé aquí que aparecen á nuestra izquierda dos infelices, desnudos y lacerados, huyendo tan precipitadamente, que rompian todas las ramas de la selva. El de delante: «¡Acude, acude, muerte!» decia; y el otro, que no corria tanto:—«Lano, tus piernas no eran tan ágiles en el combate del Toppo (3). Y

(1) Especie de gramínea, cuya semilla es oscura, y cuando nace matea mucho.

(2) Causan dolor, porque la planta es sensible; y abren paso al dolor, porque por las roturas exhala el espíritu sus lamentos.

(3) Lano de Siena, rico caballero, que en poco tiempo consumió un gran patrimosin duda, faltándole el aliento, hizo un grupo de sí y de un arbusto (1).

Detrás de ellos estaba la selva llena de perras negras, ávidas y corriendo cual lebreles á quienes quitan su cadena. Empezaron á dar terribles dentelladas á aquel que se ocultó, y despues de despedazarle, se llevaron sus miembros palpitantes.

Mi Guia me tomó entonces de la mano, y llevóme hácia el arbusto, que en vano se quejaba por sus sangrientas heridas.—¡Oh! Jacobo de San Andrés (2), decia. ¿De qué te ha servido tomarme por refugio? ¿Tengo yo la culpa de tu vida criminal?

Cuando mi Maestro se detuvo delante de aquel arbusto, dijo:—¿Quién fuiste tú que por tantas heridas exhalas con tu sangre tan quejumbrosas palabras?—A lo que contestó (3):—¡Oh, almas, que habeis venido á contemplar el lamentable estrago que me ha separado así de mis hojas! recogedlas al pié del triste arbusto. Yo fuí de la ciudad que cambió su primer patron por San Juan Bautista (4); por cuya razon aquel la contristará siempre con su terrible arte

nio. Combatiendo en favor de los florentinos, en 1280, fué sorprendido por los de Arezzo, y prefiriendo la muerte á la fuga, se arrojó en medio de sus enemigos, muriendo gloriosamente.

(1) Esto es, se ocultó detrás de un arbusto.

(2) Jacobo de San Andrés, noble de Pádua, que habiendo disipado todo su caudal, se suicidó. Cuéntase de él que, por el gusto de ver un gran fuego, mandó incendiar una de sus villas.

(3) Créese que esta sombra sea la de Rocco de Mozzi, que despues de haber derrochado sus bienes, se ahorcó por librarse de la miseria; ó Lotto degli Angli, que se dió igual muerte por haber pronunciado una sentencia injusta.

(4 ) Florencia, cuyo antiguo patron era el dios Marte. Su estátua ecuestre se conservaba aun en 1337 en el Ponte-Vecchio, de donde la arrancó juntamente con un trozo del puente, una avenida del Arno. Se pretendia que dicha estátua era para Florencia lo que el Palladium para Troya. (1) y á no ser porque en el puente del Arno se conserva todavía alguna imágen suya, fuera en vano todo el trabajo de aquellos ciudadanos que la reedificaron sobre las cenizas que de ella dejó Atila (2). Yo de mi casa hice mi propia horca.


CANTO XIII.

Tercer recinto del séptimo círculo: el de los violentos contra Dios, contra la Naturaleza y contra la Sociedad.

Enternecido por el amor patrio, reuní las hojas dispersas, y las devolví á aquel que estaba ya enronquecido. Desde allí nos dirigimos al punto en que se divide el segundo recinto del tercero, y donde se vé el terrible poder de la Justicia divina.

Para explicar mejor las cosas nuevas que allí ví, diré que llegamos á un arenal, que rechaza toda planta de su superficie. La dolorosa selva lo rodeaba cual guirnalda, así como el sangriento foso circudaba á aquella. Nuestros piés quedaron fijos en el mismo lindero de la selva y la llanura. El espacio estaba cubierto de una arena tan árida y espesa, como la que oprimieron los piés de Caton en otro tiempo (3).

(1) Con la guerra, arte ú oficio propio del dios Marte, antiguo patron de Florencia.

(2) No es cierto que Atila destruyese á Florencia; pues no pasó el Apenino. Quien destruyó parte de ella fué Tolila; pero los antiguos, careciendo de libros históricos, confundieron á Totila con Atila.

(3) Las arenas de la Libia, que atravesó Caton de Útica despues de la muerte de Pompeyo, para reunirse al ejército de Juba, rey de Numidia.