La Divina Comedia (traducción de Manuel Aranda y Sanjuán)/El infierno/Canto IX
Mi Maestro avanzó por un estrecho sendero, entre los muros de la ciudad y las tumbas de los condenados, y yo seguí tras él.—¡Oh suma virtud, exclamé, que me conduces á tu placer por los círculos impios! háblame y satisface mis deseos. ¿Podré ver la gente que yace en esos sepulcros? Todas las losas están levantadas, y no hay nadie que vigile. —Respondióme:—Todos quedarán cerrados, cuando hayan vuelto de Josafat las almas con los cuerpos que han dejado allá arriba. Epicuro y todos sus sectarios, que pretenden que el alma muere con el cuerpo (1), tienen su cementerio hácia esta parte. Así, que pronto contestarán aquí dentro á la pregunta que me haces, y al deseo que me ocultas.—Yo le repliqué:—Buen Guia, si acaso te oculto mi corazon, es por hablar poco, á lo cual no es la primera vez que me has predispuesto con tus advertencias.
—¡Oh Toscano, que vas por la ciudad del fuego hablando modestamente! dígnate detenerte en este sitio. Tu modo de hablar revela claramente el noble país al que quizá fuí yo funesto. Tales palabras salieron súbitamente de una de aquellas arcas, haciendo que me aproximara con temor á mi Guia.—Este me dijo:—Vuélvete: ¿qué haces? Mira á
(1) El filósofo Epicuro profesaba y enseñaba la doctrina de que el alma se disolvia con el cuerpо.
Farinata (1), que se ha levantado en su tumba, y á quien puedes contemplar desde la cintura á la cabeza.—Yo tenia ya mis miradas fijas en las suyas: él erguia su pecho y su cabeza en ademan de despreciar al Infierno. Entonces mi Guia, con mano animosa y pronta, me impelió hácia él á través de los sepulcros, diciéndome: «Hablale con claridad.»
En cuanto estuve al pié de su tumba, examinóme un momento; y despues, con acento un tanto desdeñoso, me preguntó:—¿Quiénes fueron tus antepasados?—Yo, que deseaba obedecer (2), no le oculté nada, sino que se lo descubrí todo; por lo cual arqueó un poco las cejas, y dijo:—Fueron terribles contrarios mios, de mis parientes y de mi partido; por eso los desterré dos veces (3).—Si estuvieron desterrados, le contesté, volvieron de todas partes una y otra vez, arte que los vuestros no han aprendido (4).—Entonces, al lado de aquel, apareció á mi vista una sombra, que solo descubria hasta la barba, lo que me hace creer que estaba de rodillas (5). Miró en torno mio, como deseando ver si estaba alguien conmigo; y apenas se desvanecieron sus sospechas, me dijo llorando:—Si la fuerza de tu génio es la que te ha abierto esta oscura prision, ¿dónde está mi hijo y por qué no se encuentra a tu lado?—Respondile:—
(1) Farinata, de la familia de los Uberti de Florencia. Este fué el que al frente de los Guibelinos, partidarios de los emperadores, ganó la famosa batalla de Monteaperto (1260), y entrando triunfante en Florencia, arrojó de ella á todos los Güelfos. Dante le coloca por su incredulidad en el círculo de los herejes, no obstante hacerle justicia como buen ciudadano.
(2) Seguramente á Virgilio.
(3) La primera, cuando el emperador Federico suscitó tumultos en Florencia: la segunda, despues de la batalla de Monteaperto.
(4) Hay en estas palabras ironía, puesta con ingenio para que resalte más irónica y dura la respuesta que Farinata dá más abajo á Dante, prediciéndole su destierro, impuesto por los guelfos ó negros de Florencia.
(5) Cavalcante de Cavalcanti. No he venido por mí mismo: el que me espera allí me guia por estos lugares: quizá vuestro Guido (1) tuvo hácia él demasiado desden.
Sus palabras y la clase de su suplicio me habian revelado ya el nombre de aquella sombra: así es que mi respuesta fué precisa. Irguiéndose repentinamente exclamó:—¿Cómo dijiste tuvo? Pues qué, ¿no vive aun? ¿No hiere ya sus ojos la dulce luz del dia?—Cuando observó que yo tardaba en responderle, cayó de espaldas en su tumba, y no volvió á aparecer fuera de ella.
Pero aquel otro magnánimo (2), por quien yo estaba allí, no cambió de color, ni movió el cuello, ni inclinó el cuerpo.—El que no hayan aprendido bien ese arte, me dijo continuando la conversacion empezada, me atormenta más que este lecho. Mas la deidad que reina aquí (3) no mostrará cincuenta veces su faz iluminada, sin que tú conozcas lo difícil que es ese arte (4). Pero dime, así puedas volver al dulce mundo, ¿por qué causa es ese pueblo tan desapiadado con los mios en todas sus leyes?—A lo cual le contesté:—El destrozo y la gran matanza que enrojeció el Arbia excita tales discursos en nuestro templo (5).
Entonces movió la cabeza suspirando, y despues dijo:—
(1) Guido Cavalcanti, hijo de Cavalcante, fué poeta lírico y filósofo; pero poco ó nada aficionado á la lengua latina en que escribió Virgilio.
(2) Farinata.
(3) La luna, llamada en el Infierno Proserpina.
(4) No pasarán cincuenta lunas, sin que tú, Dante, sepas cuánto cuesta aprender ese arte de volver á la patria, una vez arrojado de ella. Aqui se alude á la osada é inútil tentativa que hicieron los guibelinos desterrados (y con ellos Dante), en julio de 1304, (cincuenta meses despues de la fecha de este coloquio con Farinata) para volver por fuerza á Florencia.
(5) Dice templo, ó bien porque los magistrados y los consejos se reunian en las iglesias, ó quizá tambien porque los antiguos romanos llamaban templo al sitio donde deliberaban. No estaba yo allí solo; y en verdad, no sin razon me encontré en aquel sitio (1) con los demás; pero sí fuí el único que, cuando se trató de destruir á Florencia, la defendí resueltamente (2).— ¡Ah! le contesté: ¡ojalá vuestra descendencia tenga paz y reposo! pero os ruego que deshagais el nudo que ha enmarañado mi pensamiento. Me parece, por lo que he oido, que preveis lo que el tiempo ha de traer, á pesar de que os suceda lo contrario con respecto á lo presente.—Nosotros, dijo, somos como los que tienen la vista cansada, que vemos las cosas distantes, gracias á una luz con que nos ilumina el Guia soberano. Cuando las cosas están próximas ó existen, nuestra inteligencia es vana, y si otro no nos lo cuenta, nada sabemos de los sucesos humanos; por lo cual puedes comprender, que toda nuestra inteligencia morirá el dia en que se cierre la puerta del porvenir (3).—Entonces, como arrepentido de mi falta (4), le dije:—Decid à ese que acaba de desaparecer, que su hijo está aun entre los vivos. Si antes no le respondí, hacedle saber que lo hice porque estaba distraido con la duda que habeis aclarado.
Mi Maestro me llamaba ya, por cuya razon rogué más solícitamente al espíritu, que me dijera quién estaba con él.—Estoy tendido entre más de mil, me respondió: ahí dentro están el segundo Federico y el Cardenal (5). En cuanto à los demás, me callo.
(1) El Arbia, rio de Monteaperto, donde vencieron los Guibelinos.
(2) Los Guibelinos, reunidos en Empoli, propusieron la destruccion de Florencia; pero Farinata se opuso á ello con todas sus fuerzas, y consiguió salvar á la ciudad; por cuya causa Florencia ha elevado en honor de su libertador una estátua en la galería de los Oficios, en frente de la de Dante.
(3) Cuando se acabe el mundo.
(4) De no haber contestado á Cavalcanti.
(5) El emperador Federico II, siempre en guerra con los Papas, contra los cuales escribió versos, fué excomulgado por Gregorio IX é Inocencio IV, y murió en 1250.—OtSe ocultó despues de decir esto, y yo dirigí mis pasos hácia el antiguo poeta, pensando en aquellas palabras que me parecian amenazadoras. Se puso en marcha, y mientras caminábamos, me dijo:—¿Por qué estás tan caviloso?—Y cuando satisfice su pregunta:—Conserva en tu memoria lo que has oido contra tí, me ordenó aquel sábio; y ahora estáme atento.—Y levantando el dedo, prosiguió:—Cuando estés ante la dulce mirada de aquella (1), cuyos bellos ojos lo ven todo, conocerás el porvenir que te espera.
En seguida se dirigió hacia la derecha. Dejamos las murallas, y fuímos hácia el centro de la ciudad, por un sendero que conduce à un valle, el cual exhalaba un hedor insoportable.
CANTO X.
A la extremidad de un alto promontorio, formado por grandes piedras rotas y acumuladas en círculo, llegamos hasta un monton de espíritus más cruelmente atormentados. Allí, para preservarnos de las horribles emanaciones y de la fetidez que despedia el profundo abismo, nos pusimos
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taviano degli Ubaldini, de Florencia y del partido guibelino, á pesar de ser Cardenal, dijo una vez, que, si acaso tuviera alma, la perderia por los guibelinos. Por esta razon los coloca Dante entre los herejes.
(1) Beatriz.