La Chapanay
de Pedro Echagüe
III

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San Juan era por aquellos tiempos una tenencia de la gobernación de Mendoza. Juan Chapanay quiso ocurrir al centro de las autoridades para informarlas del crimen cometido, y dispuso, al efecto, que un vecino partiera al día siguiente a Mendoza, llevando las cabezas de las víctimas para entregarlas a la policía.

El indio, entretanto, le prodigaba a la herida solícitos cuidados. La terapéutica indígena que había visto ejercer a su antiguo amo, en sus correrías, le sirvió en aquella ocasión a maravilla para curar a la muchacha. En la herida del rostro le exprimía el jugo de cierta yerba triturada por sus propios dientes, y le aplicaba luego una especie de emplasto de grasa de iguana. En la pierna rota le aplicó también cataplasmas de yerbas misteriosas y sólidos vendajes. Ello es que la herida del rostro mejoró rápidamente; en cuanto al fémur fracturado, concluyó por soldarse al cabo de largo tiempo, en forma defectuosa. Si las yerbas de Juan Chapanay ayudaron, o no, a esta curación, es cosa que no podríamos decir.

El acontecimiento había provocado, como se supondrá, una inmensa impresión en la localidad. Los hábitos mansos y laboriosos de aquellas gentes, se vieron perturbados con la noticia del espantoso crimen, y durante largo tiempo perduró el terror que éste vino a despertar. En cuanto a la herida, ninguna explicación de lo ocurrido había dado todavía, y Juan Chapanay, su médico y enfermero, no se atrevía a interrogarla. En estas circunstancias se presentó la policía de Mendoza a practicar investigaciones. La joven tuvo, pues, que hablar ante la autoridad, entre otros motivos, para dejar en salvo la responsabilidad de su benefactor.

De las declaraciones de aquélla, así como de las conversaciones y confidencias que con Juan Chapanay tuvo después, surgió bien clara y prolija la historia de su vida. Es la que vamos a resumir a continuación: