- VIII - Crímenes y muerte de Aben-Humeya editar

Al REYECILLO nuevo levantado
la muerte merecida allí le dieron:
a manos de los Turcos fue acabado,

de los que por ayuda ellos trajeron.


Seguía lloviendo, y a nosotros nos sobraba tiempo para ir a Murtas en donde no queríamos entrar hasta que fuera de noche...

Había, pues, llegado el momento oportuno de hojear el proceso de aquellos dos grandes malhechores que representaban desde por la mañana en nuestra imaginación el papel de Dimas y de Gestas. Había, sí, llegado el caso de juzgar los delitos de ABEN-HUMEYA y de ABEN-ABOO, y de ver la manera cómo los expiaron.- Dimas y Gestas nos perdonarían que los convirtiéramos de criminales judíos en criminales moros.

Tomada esta determinación, encendiose lumbre en el cortijo, y cedimos la palabra a los Historiadores...

Sean ellos también quienes se encarguen de relataros aquí la última Tragedia de la Trilogía que suspendimos al salir de Cádiar.



Después de su memorable campaña de Vera, «D. HERNANDO DE VALOR (dice D. Diego Hurtado de Mendoza) tornó a Andarax, donde, como asegurado de su fortuna, vivía ya con estado de Rey, pero con arbitrio de tirano, señor de haciendas y de personas... Con todo esto, duró algunos días, que le hacían entender que era bien quisto, y él lo creía, ignorante de su condición, hasta que el vulgo empezó a tratar de su manera, de su vida, de su gobierno, todo con libertad y desprecio, como riguroso y tenido en poco. Apartáronse de su servicio, descontentas, algunas cabezas que tomaron avilantez... Quejábanse los turcos, entre otros muchos, que, habiendo dejado su tierra por venir a servirle, no los ocupaba donde ganasen... Mas él, espacioso, irresoluto hasta su daño, tanto dilató la respuesta, que se enemistó con ellos, habiéndolos traído para su seguridad, y después proveyó fuera de tiempo».

Otras nubes se amontonaban sobre la cabeza del REYECILLO. Los parientes de su difunto suegro MULEY CARIME y de su repudiada primitiva esposa, y sobre todo un tal DIEGO DE ARCOS (hermano de aquel RAFAEL DE ARCOS, a quien mató el propio ABEN-HUMEYA), no omitían medio de desacreditar y perder al que había sido el verdugo de su familia (los ARCOS eran deudos de los ROJAS), y propalaban que andaba en tratos con los cristianos sobre la manera de rendirse; -en corroboración de cuya calumnia exhibían dos documentos que aparentemente lo comprometían mucho.

Eran un pasaporte, firmado y sellado por él, en favor de un cristiano que conducía pliegos a Granada, y una carta, toda de su puño, dirigida al alcaide de Güéjar, enviándole otras para que las remitiese a aquella ciudad.

El romanceador Alonso del Castillo, hablando de estos papeles, escribía poco después las siguientes palabras: «Cuentan los moros haber sido la principal ocasión por la cual los moros y turcos de Berbería acordaron de matar a este D. Hernandillo de Valor»... Sin embargo, no podían ser más inocentes aquellos documentos; pues, según confiesa el mismo romanceador, y reconocen todos los cronistas, habían sido redactados cuando ABEN-HUMEYA escribió a D. JUAN DE AUSTRIA quejándose de que hubiesen dado tormento a su encarcelado padre; ocasión en que, muy lejos de hablarle de paz, le amenazaba con no dejar un cristiano a vida...- Pero el alcaide de Güéjar, descontento sin duda del REYECILLO, «guardó aquella carta (dice Mármol) para calumniarle con ella», y, unida al pasaporte, fue un arma terrible en poder de los ARCOS y los ROJAS.

Leamos ambos papeles, incluídos en el Cartulario del mencionado Alonso del Castillo.- Son dos muestras curiosas de la mala ortografía de ABEN-HUMEYA y de su piedad filial.

Decía así el pasaporte:

«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso. Del estado grande, renovado por la gracia de Dios, con generosidad e ánimo valeroso, de Muley Mahamad Aben Omeya, Gobernador e Rey de los creyentes (¡que Dios haga victorioso e sea servido de remediar con él a los del Poniente que suscitaron la ley de Dios!).

»Se hace saber que este mozo es xpiano (cristiano) de los de la fortaleza de Xeron, el cual lleva unas cartas de Su Alteza a la cibdad de Granada; por tanto, el que lo estorbare, o ascondiere o matare, e cualquiera que lo viere en cualquier lugar que entrare, le favorezca e ayude, porque va en provecho de los moros e de los xpianos, como es en las usanzas de los Reyes.

»E lo firma por su mandado, siendo testigo de ello Mahamad Aben Gebela.

»Y está firmado al fin deste pasaporte una rúbrica e palabra que dice: Esto es verdad.»



La carta era del tenor siguiente:

«Los loores a Dios. Del estado grande, virtuoso, renovado por Muley Mahamad Aben Omeya, Rey (¡qué Dios haga victorioso!), salud e Dios e su gracia e bendición que desea a su especial amigo, el Alcaide Xoaybe de Güéjar.

»Hermano mío, la merced que os pido es que esta carta mía, que vos será dada en castellano, la enviéis a mi padre, e guardaos no alcéis mas alzaría ninguna hasta que venga respuesta della de mi padre. E después de esto yo os daré orden de lo que debéis de hacer, e por Dios os encargo seáis hombre de secreto e prestamente os iré a ver, e proveeré todo aquello que os cumpliere.

»E salud e gracia e bendición de Dios sea con vosotros».



Se ve que estos documentos, -si inocentes y hasta loables, conocido el sentimiento que los dictó y el resultado que produjo la correspondencia a que se referían, -se prestaban a funestas interpretaciones, a poca mala fe que hubiese en quien los comentara; y esta mala fe no era sino mucha en el bando morisco que conspiraba contra ABEN-HUMEYA.

«Tomó además parte activa en la conjuración (dice Lafuente Alcántara) DIEGO LÓPEZ ABEN-ABOO, que ambicionaba el mando».

¡ABEN-ABOO se quitaba ya la máscara!...- Era natural: los odios, los rencores, las ambiciones y las envidias acaban siempre por concertarse en contra del enemigo o del estorbo común.- ABEN-HUMEYA estaba perdido sin remedio.

Tiempo era, por lo demás, de que dejase de vivir aquel insensato, juguete de sus pasiones, manchado de sangre, entregado a la molicie y la concupiscencia como Baltasar y Sardanápalo, y que parecía no luchar ya en las batallas sino para asegurarse el impuro goce de las veintidós mujeres que, según unos, y cuarenta, según otros, tenía en su casa del Laujar cuando estalló al fin sobre su frente la cólera divina...

Veamos cómo se originó la catástrofe.- Es una historia que parece inventada por un poeta; pero es una historia ciertísima, referida unánimemente por todos los cronistas de aquellos sucesos.



Tenía ABEN-HUMEYA un amigo y confidente con quien gustaba mucho de platicar sobre amoríos.- Llamábase DIEGO ALGUACIL, y era morisco, natural de Ugíjar.

Un día cometió éste la ligereza y la ruindad de revelarle cómo era el amante correspondido de una prima suya, «viuda, mujer que fuera de VICENTE DE ROXAS, pariente de ROXAS, suegro de ABEN-HUMEYA; mujer igualmente hermosa y de linaje (dice Hurtado de Mendoza); buena gracia, buena razón en cualquier propósito; ataviada con más elegancia que honestidad; diestra en tocar un laúd, cantar y bailar a su manera y a la nuestra; amiga de recoger voluntades y conservarlas».

Esta viuda llamábase ZAHARA, si hemos de creer a Pérez de Hita; el cual conviene también en que era muy hermosa. «Hermosa a la maravilla (dice); gran música de voz y de tañer a la morisca y a la castellana..., y danzaba extremadamente».

«Y tanto le supo decir (continúa luego el mismo), que ABEN-HUMEYA, de oídas, quedó de ella muy amartelado y con encendido deseo de verla: y así, disimulando, le rogó (sin mandar como pudiera) que la trujese a su casa, porque la quería ver, y que en ello le haría gran servicio.

»ABEN-ALGUACIL, arrepentido ya de haber alabado tanto a su dama, sufriendo su pena, aquella noche la llevó a casa del REYECILLO, adonde, a su ruego, danzó y tañó y dijo...» -una canción en lengua castellana.

Resultado de esta entrevista, fue que la mora ZAHARA no volvió a salir de las habitaciones del REYECILLO, quien «usó de ella como amiga» (dice Hurtado de Mendoza); mientras que DIEGO ALGUACIL desapareció de Andarax, tan receloso de que ABEN-HUMEYA lo matara, como resuelto a matarlo él en cuanto pudiese.

En lo que no están de acuerdo los historiadores es en la manera de calificar los resentimientos de ALGUACIL y de ZAHARA con el tirano alpujarreño.- Según Pérez de Hita, que es el más romántico de todos, «la hermosa mora quedó a su pesar con el REYECILLO, no cesando de llorar aquella fuerza que se le hacía».- Según Hurtado de Mendoza, «avisó la viuda a su primo, mostrando descontentamiento; ofendida, entro tantas mujeres, de no ser tenida por una de ellas».- «Otros (dice Mármol) entendieron que la causa del enojo que tenía con él (DIEGO ALGUACIL con ABEN-HUMEYA) no eran celos, sino punto de honra, afrentado de que siendo mujer principal, que podía casar con ella, la traía por manceba».

Como quiera que fuese (que lo cierto es muy difícil de inquirir cuando la verdad se esconde en el corazón de una mujer, y de una mujer muerta hace tres siglos), las Historias no dejan después lugar a la duda en que ZAHARA, resentida con ABEN-HUMEYA por carta de más o por carta de menos, suministró a ALGUACIL los medios de matar al REYECILLO.

Veamos las trazas de que se valió, dignas ciertamente de una mujer ofendida... y mora por añadidura.



ABEN-HUMEYA, «que no se fiaba de los turcos, ni estaba bien con ellos (dice Mármol)..., los había enviado a la frontera de Órgiva, a orden de ABEN-ABOO. Sucedió, pues, que, como estos hombres viciosos eran todos cosarios, ladrones y homicidas, donde quiera que llegaban hacían muchos insultos y deshonestidades... Y como fuesen muchas quejas de ellos a ABEN-HUMEYA, escribió sobre ello a ABEN-ABOO encargándole que lo remediase: el cual le respondió que los turcos no hacían agravio a nadie, y que si alguna desorden hiciesen, él la castigaría. Sobre esto fueron y vinieron correos de una parte a otra; y ansí de lo que se trataba como de la indignación que ABEN-HUMEYA tenía contra los turcos, avisaba por momentos la MORA. a DIEGO ALGUACIL».

Decidió al fin el REYECILLO enviar a los turcos contra Motril, al mando de ABEN-ABOO; y escribió a éste que se pusiera en marcha con ellos hacia las Albuñuelas, donde ya le alcanzaría otro correo designándole el punto a que debía dirigirse y todo lo que tenía que hacer.

«Y como estos correos (prosigue Mármol) pasaban forzosamente por Ugíjar, y la MORA avisaba a DIEGO ALGUACIL de los despachos que llevaban, éste y DIEGO DE ARCOS salieron al camino a esperar al portador de la anunciada última orden, y lo mataron, quitándole el pliego. Y, contrahaciendo la orden DIEGO DE ARCOS (que había sido secretario de ABEN-HUMEYA y firmado algunas veces por él); donde decía que ABEN-ABOO fuese con los turcos a dar sobre Motril, puso que los llevase a Mecina de Bombaron, y que después de tenerlos alojados..., los desarmase y hiciese degollar a todos, valiéndose de cien hombres que le llevaría DIEGO ALGUACIL; y que lo mesmo hiciese con DIEGO ALGUACIL después que se hubiese aprovechado de él».

Esta carta apócrifa fue enviada inmediatamente a ABEN-ABOO con persona segura, y poco después llegó DIEGO ALGUACIL a la cabeza de cien hombres que los ROXAS y los ARCOS le habían reunido en Ugíjar, y dijo al antiguo DIEGO LÓPEZ:

«Aquí me tienes con la gente que sabes; pero entiende que yo no pienso intervenir en semejante crueldad, pues los turcos son personas que han venido a favorecernos; por lo que trato de avisarles la traición de ABEN-HUMEYA, a fin de que provean lo que se ha de hacer con este hombre ingrato, voluntario y perverso, a quien yo estoy cansado de servir».

De manera alguna se comprende que un moro tan astuto como ABEN-ABOO, enterado, lo mismo que toda la Alpujarra, de los ruidosos amores del REY con la prima y amada de ALGUACIL, y de la fuga de éste, y de sus vengativos planes, no cayese en la cuenta de que todo aquello era una maquinación del ultrajado amante contra su aborrecido rival...- Porque ¿cómo podía haber dado ABEN-HUMEYA una comisión tan delicada (ni ninguna otra) a su mayor y más reciente enemigo?...

Además, la terrible orden que ABEN-ABOO recibiera poco antes, no estaba escrita ni firmada de puño del REY... ¿Cómo pudo, pues, considerarla auténtica el cauteloso DIEGO LÓPEZ? -¿Acaso no conocía la letra ni la firma de su primo y señor, con quien se carteaba diariamente? -¡Imposible suponerlo... pero razón de más para prevenirse! -¿Las conocía? -¡Pues ya veía que no eran suyas! -¿Sería acaso porque reconoció la mano de DIEGO DE ARCOS, antiguo Secretario Real? -¡Pero DIEGO DE ARCOS estaba también fugitivo y rebelado contra el déspota alpujarreño desde que éste le mató un hermano!

La Historia no se ha detenido a dilucidar este punto, y dice, muy superficialmente, que ABEN-ABOO, creyendo cierta la orden escrita y veraces las palabras de ALGUACIL, participó de la indignación de éste contra ABEN-HUMEYA...- Yo juraría, sin embargo, que ABEN-ABOO no fue engañado un solo instante por DIEGO ALGUACIL, aunque lo aparentara; y que, por el contrario, contribuiría con todas sus fuerzas a engañar y exasperar a los turcos.- ABEN-ABOO era aquel demonio que, según dijimos más atrás, seguía a ABEN-HUMEYA como la sombra al cuerpo, desde la horrible escena en que, por su causa, dejó de ser hombre y se convirtió en monstruo.

Pero prosigamos.- Hablando se hallaban todavía de aquel asunto los dos moriscos, «cuando acertó a pasar (dice Mármol) por delante de la puerta donde estaban, HUSCEYN, capitán turco, y llamándole a él y a CARACAS, su hermano, ABEN-ABOO les mostró la carta: los cuales avisaron a otros alcaides turcos: y, alborotándose todos entre temor y saña, comenzaron a bravear cargando las escopetas y diciendo: ¿qué, aquello merecían los que habían dejado sus casas, sus mujeres y sus hijos por venirlos a socorrer? -Y apenas podía ABEN-ABOO apaciguarlos, diciéndoles estuviesen seguros, porque no se les haría el menor agravio del mundo...

»Tratose allí luego que no convenía que reinase aquel hombre cruel... sino que le matasen a él y criasen otro Rey... Y sin perder tiempo nombraron a ABEN-ABOO, harto contra su voluntad, a lo que mostró al principio. Mas luego, aceptó el cargo y honra que le daban, con que le prometieron de matar luego a ABEN -HUMEYA».

[...]

La anterior escena ocurrió en Cádiar, a prima noche.

De allí al Laujar de Andarax, donde residía el Rey, acostumbraban los moriscos a poner cuatro horas.



Era aquella misma noche.- «Antes del amanecer...» dice Pérez de Hita.

Ignórase el día fijo: sólo se sabe que corría el mes de octubre de 1569.

El Laujar yacía en la quietud del descanso, ya que no en la del sueño...

«Los caudillos y capitanes más amigos de ABEN-HUMEYA, con dos mil moros, repartían la guardia cada noche... teniendo barreadas las calles del lugar, de manera que nadie pudiese entrar en él sin ser visto o sentido».- Esto dice Mármol; a lo cual añade Hurtado de Mendoza que ABEN-HUMEYA, aquella noche, última de su vida, tenía «veinte y cuatro hombres dentro en casa, cuatrocientos de guardia, y mil y seiscientos alojados en el lugar».

Velaban pues, muchos por la seguridad del REYECILLO; el cual, después de haber pasado la mayor parte de la noche en una zambra, o baile moruno, acababa de entrar en su casa y de recogerse en sus habitaciones.

Por asistir a aquella fiesta, no había partido hacía ya algunas horas en busca de los que conspiraban contra él; -pues hay que advertir que a eso de las once, cuando se dirigía al baile, recibió un aviso de todo lo que se urdía en Cádiar...

«Pero él no había querido decir nada» (refiere Mármol); bien que, desde que lo supo, «tenía dos caballos ensillados y enfrenados... y más de trescientos moros de guardia al derredor del lugar para caminar antes que amaneciese. Después, cansado de festejar, se había ido a su posada...»

No dio, sin embargo, la orden de que se retirasen los que toda la noche le habían estado aguardando con el pie en el estribo; lo cual significa que sólo se proponía descansar algunos instantes, creyendo sin duda que el Destino le consentiría, como otras veces, aquella tardanza en acudir a la defensa de su amenazada vida...

Dormitaba, pues, ABEN-HUMEYA a eso de las tres de la madrugada.

«En el aposento había una hacha de cera ardiendo», dice Pérez de Hita.

Dos mujeres (así lo aseguran todos los historiadores) acompañaban al desgraciado en el último sueño de que había de despertar...; y una de ellas era la viuda de VICENTE ROJAS, la prima y amada de DIEGO ALGUACIL, la mora ZAHARA..., la Helena de aquella Troya en miniatura.

Pero ZAHARA no dormía... ZAHARA estaba despierta, -como Judith la noche que mató a Holofernes.

[...]

Entre tanto, los conjurados de Cádiar avanzaban en medio de las sombras nocturnas, seguidos de cuatrocientos hombres, por mitad turcos y moriscos.

«Con silencio caminaron hasta Andarax»...- declara Hurtado de Mendoza.

Y, en efecto, ya hacía rato que la tierra de Andarax cruzaban; tierra «cuyo aire (al decir del poeta moro) inclinaba a la molicie: tierra (continúa diciendo) estrecha de términos y contornos, áspera de caminos, copiosa en sepulturas y cavernas, falta de alegría y lugares de recreo, y cargada de tributos»...

Llegó, al fin, aquel ejército de blancos fantasmas a las puertas del Laujar.

«Aseguraron la centinela, como personas conocidas», -observa Hurtado de Mendoza.

Es decir, que daría la cara ABEN-ABOO, el primo y allegado del Rey, y, por consiguiente, el más traidor de todos los que allí iban...- A lo menos, siempre acontece así en casos tales.

«Pasaron el cuerpo de guardia (sigue diciendo el noble historiador); entraron en la casa...; quebraron las puertas del aposento».

Figurémonos aquel despertar de ABEN-HUMEYA. Delante de él estaban, juntos por la primera vez, pero estrechamente unidos por el odio, sus más implacables enemigos: el torvo ABEN-ABOO, que ambicionaba el trono; DIEGO DE ARCOS, que había jurado vengar a su hermano y todas las demás ofensas de su familia; DIEGO ALGUACIL el injuriado amante de ZAHARA, y HUSCEYN y CARÁCAX, los terribles capitanes turcos que tan quejosos e irritados se mostraban hacía ya tiempo... Todos, sí, todos se hallaban en su presencia, armados, irreverentes, descompuestos, amenazadores, ¡en vías ya de hecho, desde el instante en que osaron derribar la puerta!...

Sin embargo, «ABEN-HUMEYA les habló con semblante de rey», -dice Pérez de Hita.

«Halláronle desnudo y medio dormido (continúa por su parte Mendoza); y, vilmente, entre el miedo y el sueño y las dos mujeres; estorbado de ellas, especialmente de la VIUDA... que se abrazó con él (abrazo de Dalila para impedirle la defensa), fue preso... y atáronle las manos con un almaizar (especie de toca o faja morisca)».

«No hizo resistencia»...- «Ninguno hubo que tomase las armas ni volviese de palabra por él»...- «¡Faltó maestro a ABEN-HUMEYA (prorrumpe al llegar a este punto el insigne D. Diego)...; porque ni supo proveer y mandar como Rey, ni resistir como hombre!»

En cambio, el mismo que así habla va a hacernos ver que, cuando menos, aquel infortunado supo morir.

«Juntáronse (dice) ABEN-ABOO, los CAPITANES y DIEGO ALGUACIL... a tratar del delito y la pena, en su presencia. Leyéronle y mostráronle la carta (la orden contrahecha de asesinar a los turcos), que él, como inocente, negó. Conoció la letra del pariente de DIEGO ALGUACIL: dijo que era su enemigo; que los turcos no tenían autoridad para juzgarle; protestoles de parte de MAHOMA, del Emperador de los turcos y del Rey de Argel, que le tuviesen preso, dando cuenta de ello y admitiendo sus defensas...

»Mas la razón tuvo poca fuerza con hombres culpados, prendados en un mismo delito, y codiciosos de sus bienes. Saqueáronle la casa; repartiéronse las mujeres, dineros, ropa; desarmaron y robaron la guardia; juntáronse con los capitanes y soldados, y otro día de mañana determinaron su muerte.

»Eligieron a ABEN-ABOO por cabeza en público, según lo habían acordado en secreto, aunque mostró sentimiento y rehusarlo, todo ello en presencia de ABEN-HUMEYA; el cual dijo:

»QUE NUNCA SU INTENCIÓN HABÍA SIDO SER MORO, MAS QUE HABÍA ACEPTADO EL REINO POR VENGARSE DE LAS INJURIAS QUE A ÉL Y A SU PADRE HABÍAN HECHO LOS JUECES DE REY Don Felipe, ESPECIALMENTE QUITÁNDOLE UN PUÑAL Y TRATÁNDOLE COMO A UN VILLANO, SIENDO CABALLERO DE TAN GRAN CASTA: PERO QUE ÉL ESTABA VENGADO Y SATISFECHO...: QUE, PUES HABÍA CUMPLIDO SU VOLUNTAD, CUMPLIESEN ELLOS LA SUYA.

»CUANTO A LA ELECCIÓN DE Aben-Aboo, QUE IBA CONTENTO, PUES SABÍA QUE HARÍA PRESTO EL MISMO FIN:

»QUE MORÍA EN LA LEY DE LOS CRISTIANOS, EN QUE HABÍA TENIDO INTENCIÓN DE VIVIR, SI LA MUERTE NO LE PREVINIERA.

»Ahogáronle dos hombres (DIEGO ALGUACIL y DIEGO DE ARCOS, según Mármol: ABEN-ABOO y ALGUACIL, según Lafuente Alcántara), uno tirándole de una parte y otro de la cuerda que le cruzaron en la garganta (Pérez de Hita dice que lo ahorcaron con una toca).- Él mismo se dio la vuelta, como le hiciesen menos daño: concertó la ropa; cubriose el rostro»...

ABEN-HUMEYA acababa de cumplir veintitrés años.

[...]

«Le sacaron muerto (cuenta otro historiador), y le enterraron en un muladar, con el desprecio que merecían sus maldades»...

Sin embargo; algunos meses después, a la conclusión de la Guerra de los moriscos, y despoblada ya la Alpujarra, «tuvo noticia el SEÑOR D. JUAN DE AUSTRIA (dice Pérez de Hita, refiriéndose a D. JUAN DE AUSTRIA) de como estaba enterrado en Andarax D. FERNANDO DE VALOR el que había sido Rey, y como había muerto cristiano, y atento a esto, mandó su Alteza que los huesos suyos fuesen llevados a Guadix a enterrar»...

[...]

Lo único que la Historia vuelve a saber de la mora ZAHARA es que, seis años después de terminada la Guerra, la vieron en Tetuán «casada, a ley de maldición con el propio DIEGO ALGUACIL».- Así lo refiere Luis del Mármol.

Hurtado de Mendoza la desprecia soberanamente y no vuelve a nombrarla.