- IX - Reinado y muerte de Aben-Aboo

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Vamos al MAL LADRÓN.

ABEN-HUMEYA había reinado diez meses...

ABEN-ABOO reinó otros diez.

Cumpliose, pues, en esta parte, como en todo, la especie de emplazamiento que aquél le dirigió en su última hora, cuando le dijo: -«En cuanto a ti, ABEN-ABOO, muero contento; pues tendrás mi mismo fin».

El nuevo REY pidió a los soberanos de Argel y de Turquía la confirmación de su nombramiento, y, obtenido que la hubo, intitulose MULEY ABDALÁ MAHAMUD ABEN-ABOO. REY DE LOS ANDALUCES, adoptando la siguiente divisa: «No pude desear más, ni contentarme con menos.»

Su reinado principió bajo muy buenos auspicios para la causa morisca. Conociendo el asesino de ABEN-HUMEYA que tenía que hacer olvidar su crimen por medio de grandes acciones, puso cerco a la villa y fuerte de Órgiva; derrotó y rechazó al DUQUE DE SESA, que había salido de Granada con muchas tropas en auxilio de los sitiados, y tomó el fuerte y la villa después de otros señaladísimos combates.

Pero su estrella no tardó en nublarse para siempre. El joven D. JUAN DE AUSTRIA salió al fin a campaña, alcanzó memorables victorias por la parte de Huéscar y de Almería (bien que perdiendo delante de Seron a su ayo y amigo el célebre Luis Quijada); redujo o aniquiló a los moriscos de todas aquellas tierras, y apareció, en fin, cubierto de laureles, por el lado oriental de la Alpujarra, decidido a apagar de una vez la rebelión en su mismo foco.- Volvió a la carga al propio tiempo el DUQUE DE SESA por el lado de Poniente..., y ABEN-ABOO, cogido entre dos fuegos, viose obligado a refugiarse con sus adictos en las alturas de Sierra Nevada.

Sin embargo; todavía no hubiera sido fácil a los capitanes cristianos enseñorearse del territorio alpujarreño, si otras armas mucho más afiladas que las que ellos esgrimían no vinieran a herir de muerte la insurrección. Todos los moriscos de Granada y de su vega fueron expulsados de sus hogares y confinados a distantes provincias de España, sin consideración alguna a edad, clase ni sexo, después de haber sido desposeídos de sus casas, tierras y tesoros: tremenda medida, muchas veces anunciada y hasta iniciada, pero cuya definitiva ejecución llenó de espanto a los alpujarreños.

Además; los parientes y amigos de ABEN-HUMEYA, indignados, terribles, atentos sólo a la venganza, trataban ya con los cristianos; hacían que millares de moros depusieran las armas y volviesen a la obediencia de las autoridades granadinas, y habían llegado a mermar tanto el ejército de ABEN-ABOO, que éste hubo de pensar también en rendirse, y entró en negociaciones con D. JUAN DE AUSTRIA.- Pero luego calculó que de todas maneras sería ahorcado, y, en señal de que daba por rota la capitulación convenida, asesinó al que había servido de negociador en aquellos tratos, al venerable HAVAQUÍ, el más insigne general de las huestes moriscas, cuyos restos yacen también en Guadix.

Vengaron esta muerte y la de ABEN-HUMEYA los vecinos de Alora matando a un hermano de ABEN-ABOO, llamado comúnmente el GALIPE: abandonáronlo también, por resultas de aquella misma felonía, los pocos adeptos principales con que contaba; y hacia el mes de octubre de 1570 (diez meses después de su solemne proclamación) viose reducido el antiguo DIEGO LÓPEZ a capitanear trescientos o cuatrocientos facinerosos, encastillados con él en las cimas de Sierra Nevada, escondidos en aquellas cuevas de los Bérchules, tan fáciles de defender como imposibles de tomar por la fuerza, y expuestos a morir de hambre y de frío en el invierno que ya principiaba...



Así las cosas, aconteció que los parientes de ABEN-HUMEYA y las autoridades granadinas consiguieron atraerse también (asegurándole que sería perdonado) al único partidario importante que le quedaba a ABEN-ABOO; partidario que gozaba a la sazón de toda su confianza; pero que tenía con él antiguos resentimientos y estaba ya fatigado de vivir como una bestia feroz en aquellos inaccesibles parajes.- Llamábase GONZALO EL XENIZ, y había capitaneado Monfíes al principio de la Guerra.

El XENIZ (a quien, con grandes precauciones, conseguía ver un platero de Granada, nombrado FRANCISCO BARREDO, -que era el que manejaba la intriga), prometió que el mismo día que recibiera la Cédula Real con su indulto entregaría el cadáver de ABEN-ABOO al mismo que se la llevara. Fue, pues, a Granada BARREDO, y, recogido que hubo la orden, tornó a la Sierra y citó al XENIZ al sitio en que solían avistarse...

Pero cedamos aquí la palabra a nuestro inimitable Hurtado de Mendoza:

«Llegado el XENIZ, y vista la Cédula, la besó, y puso sobre su cabeza: lo mismo hicieron los que con él venían y despidiéronse dél (de BARREDO), fueron a poner en ejecución lo concertado.- FRANCISCO BARREDO se volvió al castillo de Vérchul, porque allí le dijo el XENIZ que le aguardase.

»GONZALO EL XENIZ y los demás acordaron, para hacerlo a su salvo, que sería bien que uno de ellos fuese a ABDALÁ ABEN-ABOO, y de su parte le dijese que la noche siguiente se viese con él en las cuevas de Vérchul, porque tenía que platicar con él cosas que convenían a todos.

»Sabido por ABEN-ABOO, vino aquella noche a las cuevas, solo con un moro, de quien se fiaba más que de ninguno; y antes que llegase a las cuevas, despidió veinte tiradores que de ordinario le acompañaban; todo a fin que no supiesen adónde tenía la noche.

»Saludole GONZALO El XENIZ, diciéndole: -ABDALÁ ABEN-ABOO, lo que te quiero decir es, que mires estas cuevas, que están llenas de gente desventurada, así de enfermos como de viudas y huérfanos...- Y luego le manifestó resueltamente: Ser las cosas llegadas a tales términos, que si todos no se daban a merced del REY, serían muertos, y destruídos; y haciéndolo, quedarían libres de tan gran miseria».

«Cuando ABEN-ABOO oyó las palabras del XENIZ, dio un grito, que pareció se le había arrancado el alma, y, echando fuego por los ojos, le dijo: ¡Cómo, XENIZ! ¿Para esto me llamabas? ¿Tal traición me tenías guardada en tu pecho?... No me hables más, ni te veo yo. -Y diciendo esto, se fue para la boca de la cueva...

»Mas un moro, que se decía CUBÁYAS, le asió los brazos por detrás, y uno de los sobrinos del XENIZ le dio con el mocho de la escopeta en la cabeza, y le aturdió; y el XENIZ le dio con una losa y le acabó de matar.

»Tomaron el cuerpo, y, envuelto en unos zarzos de cañas, le echaron la cueva abajo, y esa noche le llevaron sobre un macho a Vérchul adonde hallaron a FRANCISCO BARREDO...

»De allí lo llevaron a Cádiar -(dice por su parte Luis del Mármol), y, porque no oliese mal, habiéndole de llevar a Granada, le abrieron y le hinchieron de sal...

»Juan Rodríguez de Villafuerte Maldonado, corregidor de Granada y del consejo, que por orden del Duque de Arcos había ido a asistir a la reducción de aquellas gentes..., mandó que LEONARDO ROTULO y FRANCISCO BARREDO llevasen a Granada, el Cuerpo de ABEN-ABOO y los moros reducidos.

»Entraron en la ciudad con gran concurso de gente, deseosos de ver el cuerpo de aquel traidor que había tenido nombre de Rey en España.

»Delante iba LEONARDO ROTULO, y luego FRANCISCO BARREDO a la derecha, y a la izquierda el XENIZ con la escopeta y alfanje de ABEN-ABOO: todos tres a caballo.

»Luego seguía el CUERPO, sobre un bagaje, enhiesto y entablado debajo de los vestidos, de manera que parecía ir vivo...

»Detrás de todos iban los moros reducidos, con sus bagajes y ropa...

»Y a los lados la cuadrilla de LUIS DE ARROYO, y de retaguardia JERÓNIMO DE OVIEDO... con un estandarte de caballos.

»De esta manera entraron por la ciudad, haciendo salva los arcabuceros, y respondiendo la artillería de la Alhambra, y fueron hasta las casas de la audiencia, donde estaban el DUQUE DE ARCOS y el presidente D. PEDRO DE DEZA, y los del consejo, y gran numero de caballeros y de ciudadanos.

»Apeáronse... y subieron a besar las manos al DUQUE y al PRESIDENTE, a quien el XENIZ hizo su acatamiento y entregó el alfanje y la escopeta de ABEN-ABOO, diciendo que hacía como el buen pastor, que no pudiendo traer a su señor la res viva, le traía el pellejo.

»Tomó el DUQUE las armas, agradeciendo a todos tres lo bien que se habían gobernado en aquel negocio, y ofreciéndoles que intercedería con su Majestad para que les hiciese particulares mercedes.

»Mandó luego arrastrar y hacer cuartos el cuerpo de ABEN-ABOO, y la cabeza fue puesta en una jaula de hierro sobre el arco de la puerta del rastro, que sale al camino de las Alpujarras, donde hoy está...

»Y pusieron (concluye Hurtado de Mendoza) un título en ella, que decía:


"ESTA ES LA CABEZA
DEL TRAIDOR DE ABÉNABO.
NADIE LA QUITE, SO PENA

DE MUERTE."»



La Guerra de los moriscos estaba terminada.

Sólo nos faltaba enterarnos de su total expulsión, y de cómo se despobló y repobló la Alpujarra...

Pero ya eran las cuatro y media de la tarde; había cesado de llover, y teníamos que marcharnos a Murtas.

Dejamos, pues, para el día siguiente, último de nuestro viaje, aquel funesto epílogo de tan lamentables historias, y nos pusimos en camino.

Volvimos a pasar por Cojáyar y por Mecina Tedel, que respiraban la profunda tristeza propia de aquella tarde (tristeza en que no entraba por nada la muerte de ABEN-HUMEYA y de ABEN-ABOO); y, ya oscurecido, llegamos a Murtas, cuya plaza éranos forzoso atravesar para dirigirnos a nuestro alojamiento...

Hallábase ésta llena de gente, y todas las casas tenían iluminación. Las puertas de la iglesia estaban abiertas de par en par..., pero no se veía nadie dentro de su espaciosa nave...- Dijérase que era la vacía estancia de donde acababan de sacar un muerto...

Y no era otra cosa.- En una calle vecina (dicho se está que nosotros íbamos ya a pie) encontramos un magnífico entierro...- En el ataúd, que tenía grandes cristales por todos lados, se veía tendido el cadáver de un hombre como de treinta y tres años de edad, de incomparable hermosura, envuelto en un sudario que parecía tejido por los ángeles. Las personas que iban en el cortejo alumbraban con blandones... Tristísimas plegarias, fúnebres quejas resonaban a la cabeza del duelo.- Era la procesión del Entierro de Cristo.

Poco después alzose un viento espantoso... un huracán horrible de los que tan frecuentes son en el Cerrajón de Murtas.- Todas las iluminaciones se apagaron... La iglesia (adonde ya había regresado la procesión) cerrose inmediatamente, llevándose el sacristán las llaves, como las de una casa deshabitada. Y un fuerte aguacero que principió a caer en seguida, dejó completamente desiertas las oscuras calles del lugar, en el que sólo se oyeron ya durante toda la noche los aullidos lastimeros del aire y el sollozo continuo de la lluvia...


FIN DE LA SEXTA PARTE