La Alpujarra:42
- VII - Bajada a Ugíjar.- Pasamos por Picena y Cherin.- Ugíjar en Viernes Santo y en los demás días del año.- El Cortijo de Unqueira.- Las Tres de la tarde.- Muere Jesús entre dos ladrones
editarAcabáis de ver el Cuadro que nos ofreció la Alpujarra al anochecer del Viernes Santo de 1872...
Pero como para vosotros, lectores, todavía no ha amanecido aquel día solemne; como nos habéis dejado en las alturas de Sierra Nevada, dentro del lugar de Laroles, viendo transcurrir las fúlgidas horas de la noche del JUEVES SANTO; y como es deber mío no prescindir ni un momento de vuestra compaña hasta que termine esta peregrinación, voy a deciros de qué manera fuimos al cabo a Ugíjar, tradicional Metrópoli de la Alpujarra; en qué paraje y de qué modo pasamos la tristísima hora de las tres, y cual fue en realidad el fin que tuvieron ABEN-HUMEYA y ABEN-ABOO, a quienes hemos visto en la precedente sinopsis hacer el papel de Dimas y de Gestas, y expiar sus crímenes al propio tiempo que JESÚS expiaba los del género humano...- Voy, en una palabra, a descomponer el cuadro que acabo de pintar, y a referiros por separado cada uno de sus tremendos episodios.
¡A caballo, pues!... y tened paciencia algunos momentos más; que ya nos falta poco, muy poco, para completar las sesenta leguas del programa de este viaje.
Serían las seis de la mañana cuando partimos de Laroles y emprendimos la bajada de la Sierra.
Nos dirigíamos a Ugíjar; pero nuestro ánimo era únicamente pasar por en medio de la población, sin extendernos a estudiarla; pues no nos parecía el Viernes Santo día a propósito para curiosear profanamente en un pueblo cristiano, cuyos moradores estarían entregados completamente a sus obligaciones religiosas.
-Si hoy nos paramos en alguna parte, -dijimos desde luego, -será en solitarios cortijos, y a la noche iremos a dormir a Murtas, donde ya se nos trata en familia.
Había amanecido un día hermosísimo, asaz impropio de sus lúgubres recuerdos... Sin embargo, sobre el Mulhacén se veía una nubecilla torva, que bien podía presagiar un eclipse y un terremoto para las tres de la tarde...
A la media hora de camino (bajando siempre) pasamos por el lugar de Picena, cuyo número de habitantes era casi inútil averiguar aquel día en que podían aumentarse con los muertos...- como diz que sucedió en Jerusalén cuando espiró JESÚS: que «se dejaron ver muchos difuntos que habían vuelto a tomar sus cuerpos»...- (San Mateo, capítulo XXVII).- Con todo, nosotros, siguiendo nuestra costumbre, inquirimos allí que Picena, a las siete de la mañana, tenía 936 habitantes, inclusos aquéllos que estaban trabajando en lo hondo de las minas de Sierra de Gádor, o sea en los mismísimos infiernos.
Después de otro descenso de media legua, llegamos a la planta baja de la Alpujarra...
Sierra Nevada pertenecía ya a... nuestra historia.
Estábamos en Cherin.
Cherin, cuya población es algo más numerosa que la de Picena (979 habitantes), hállase situado en una riente posición, a orillas de un río que fluye entre pacíficas alamedas, después de haber bajado despeñado de las alturas del Puerto de la Ragua...
Este río, llamado en todo lo alto río de Laroles; en seguida río de Picena; río de Cherin en aquel sitio; más abajo río de Lucainena, y que acaba por ser el caudaloso río de Adra, constituía, en el paraje en que a la sazón nos encontrábamos, la frontera de las provincias de Granada y de Almería; y nosotros nos solazamos mucho rato en pasar de una margen a otra, o en marchar por en medio de la corriente, a igual distancia de ambas orillas, diciendo: «Ahora estamos en Granada... Ahora estamos en Almería... Ahora no estamos en ninguna parte...» -Lo cual reconozco que no estuvo bien hecho; pues era jugar con la solemnidad de los límites, -respetables e interesantes siempre, como los aniversarios, como las edades críticas, como cada 31 de diciembre, o como las Columnas de Hércules del sepulcro..., -en las cuales unos leen «Plus ultra» y otros «Non plus ultra» antes de pasarlas, o sea cuando están vivos..., pero que todos pasan al fin con los ojos cerrados y más amarillos que la cera, como si temieran alguna cosa...
Nuestro buen amigo el joven médico de Cherin nos hizo descansar algún tiempo en aquel pueblo. Verdaderamente no teníamos prisa.- Además, en Cherin discutimos largo rato sobre si subiríamos o no a la próxima Taha de Andarax, cuyo camino arranca allí mismo..., optando al fin por la negativa, en atención a que (según nuestros informes) ni en el Laujar, ni en el Presidio, ni en el Fondón quedaban rastros algunos de ABEN-HUMEYA, ni de BOABDIL, ni del ZAGAL, ni de CID-HIAYYA; en atención también a la santidad del día, que entibiaba eu. nuestro espíritu todo entusiasmo poético por los musulmanes, y en atención, por último, a que (como ya habéis visto en el capítulo precedente) la muerte del REYECILLO y la de su sucesor ABEN-ABOO tenían ya marcado otro lugar en el escenario de la presente obra...
Nos encaminamos, pues, desde Cherin hacia Ugíjar, que era, en aquel punto y hora, el principal objeto de nuestra curiosidad y nuestras ansias, y de la que sólo nos separaban ya dos o tres colinas muy suaves...
Pero con todo esto se nos había ido la mañana, y ya serían las doce cuando descubrimos, en medio de sus amenos campos, la insigne residencia de los antiguos corregidores; aquella población de que decía Mármol hace tres siglos que era «Ciudad no menos noble que las otras del Reino de Granada».
-¡Al paso, señores, y armas a la funerala; que es Viernes Santo!...- exclamamos entonces respetuosamente.
Y penetramos en Ugíjar con el mayor recogimiento y compostura.
En efecto: eran las doce. Así nos lo advirtió el árido, triste, cadavérico ruido de la carraca de madera que en aquel día fúnebre da las horas en las torres de los templos; ruido que parece formado por el choque de muchos huesos de muerto, y con el cual recuerda a cada instante la Iglesia a los fieles el leño de la Cruz; -así como el silencio de las campanas, -que representan a los Apóstoles, -significa de qué manera callaban éstos a la sazón o estaban ocultos en la ciudad deicida...
Según habíamos convenido, cruzamos por en medio de la villa de Ugíjar, (entrando por Levante y saliendo por el Sur), sin detenernos en ella, pero pasando por sus principales calles y por su gran plaza...- Las calles, limpias y bien empedradas; la plaza, llana, extensa con soportales; las casas, de simpático aspecto en su generalidad, muchas de ellas con grandes balcones, tras de cuyos cristales blanqueaban elegantes cortinillas, que se levantaban a veces para mostrarnos una bonita, curiosa y aristocrática cabeza de mujer..., todo, todo en aquella población tenía el carácter aseñorado (palabra de mi tierra) correspondiente a los títulos históricos de la actual Cabeza de Partido, -elevada a ciudad por BOABDIL cuando residió en la Alpujarra, y degradada más tarde de esta categoría por los cristianos, sin duda para borrar aquel recuerdo del REY CHICO.
La absoluta soledad y el silencio consiguiente que encontramos en las calles y en la plaza, cuyas tiendas estaban cerradas por supuesto, decían muy alto cuán a rigor se llevaba en aquella ilustre villa la santificación del Aniversario de la Muerte de JESÚS. En la iglesia habían terminado los Oficios y cantádose las Vísperas con la anticipación que aquel día es de rúbrica, y en seguida los sacerdotes habían desnudado los altares, en recuerdo de cómo los judíos desnudaron a CRISTO para crucificarlo y se repartieron sus vestiduras y echaron suertes sobre su túnica inconsútil...- Así nos lo dijeron algunos hijos de Ugíjar que habían estado por la mañana en los Oficios y salido luego a Cherin a aguardarnos -por todo lo cual no entramos en la iglesia, -que ya estaba sola y huérfana... como todas las del orbe católico, -y dímonos prisa a evacuar aquel pueblo que profanaban y perturbaban las pisadas de nuestros caballos [...]
Pero no nos alejemos así de la población más calificada del territorio alpujarreño.
Detengámonos, aunque sin echar pie a tierra, en las márgenes de su río..., todavía a la vista de sus últimas casas..., y hablemos otro poco acerca de su presente y de su pasado.
Lo que la solemnidad del día nos ha impedido curiosear dentro del pueblo, curioseémoslo en sus afueras: aquí que no pecamos, como se dice vulgarmente.
La antigua plaza fuerte de Uxíjar encierra hoy 3432 habitantes, inclusos los que moran en los 114 cortijos, molinos, etc., de su jurisdicción y en los Caseríos de la Cantera y de Montoro, o río de Yátor, situado el primero a media legua y el segundo a una legua de la villa, y cada uno compuesto de unas cuarenta casas.
Desde hace cuatro años, hay en Ugíjar una fábrica de filatura de seda (con doscientas operarias, establecida por unos industriales de Lyon de Francia) que va haciendo revivir en todas aquellas tierras la cría de la preciosa oruga y de los morales y moreras que la nutren. Los campos producen todo lo necesario al consumo de la población. Expórtase algún aceite, del cual hay varios molinos. En las ramblillas defendidas por la Sierra se ven cada día más naranjos, bien que no en el terrible barranco de Nechite, por donde a veces baja encañonado un aire frigidísimo, sin el cual aquel terreno sería casi tan templado como la costa.
El carácter principal y culto que siempre ha distinguido a Ugíjar se revela en muchas cosas, además de las ya apuntadas.- Su hermosa iglesia fue en otro tiempo colegiata, con sus correspondientes canónigos.- Había además un convento de frailes, cuyo local subsiste.- Abundan las casas antiguas de aire nobiliario.- Hay alumbrado público de noche, y un sereno..., cosas ambas muy de notar en aquella región.- El casino, que tiene fama de excelente, está suscrito a dos periódicos conservadores (La Época y La Política), y en sus salones se dan con frecuencia bailes de sociedad.- La iglesia del ex-convento está habilitada para teatro, en el que suelen funcionar algunas compañías de la legua.- El correo es diario.- La estación telegráfica de que se sirven (la de Berja) sólo dista tres o cuatro horas.- Los domingos hay misa de once. Las gentes se visten, o sea se componen, para ir a paseo.- Este, en el invierno, es a la Ermita de San Antón, pasando cerca del cementerio. El verano, el señorío va por la tarde a la magnífica Fuente del Arca, y, a la noche, toma el fresco en un paseo de acacias que hay a la puerta de la iglesia. En tiempo del corregimiento paseaban los Cuellos (así se llamaban los caballeros, los currutacos) en los soportales de la plaza a la hora de la siesta, mientras llegaba la de ir a la fuente susodicha. Hoy los flaneadores prefieren como lugar de parada cierta esquina que hay entre la plaza de la Constitución y la de los Caños.
Por último: a Ugíjar llegan todos los libros nuevos que se publican en España, Francia y Alemania, o sea las últimas palabras de la Literatura, de la Ciencia y de la Filosofía, merced a la incansable estudiosidad de un hombre de gran talento y ventajosísima posición, que vive encerrado en aquella villa, siguiendo a solas todas las cuestiones que agitan el espíritu humano en este vertiginoso siglo.
El ser el día que era nos impidió conocer y visitar a aquel modesto sabio, cuyo nombre oíamos pronunciar a cada instante en la Alpujarra, y a quien hubiéramos querido rendir el homenaje de nuestra respetuosa curiosidad...- Pero el hombre pone y Dios dispone.
Hojear los anales de Ugíjar, equivaldría a revolver toda la historia de la tierra alpujarreña.
Afortunadamente, no hay para qué hacerlo: el presente libro va lleno del nombre de aquella villa, y, además, poco pudieran ya interesaros ciertos pormenores en las postrimerías de una tan larga lectura.- Me limitaré, pues, a referiros un solo hecho.
Cuando estalló la rebelión de los moriscos, había allí una Alcaldía Mayor, dependiente del corregimiento de Granada, con jurisdicción en toda la Alpujarra. Era Alcalde Mayor entonces el licenciado LEÓN, el cual, avisado por el Abad Mayor, Maestro D. DIEGO PÉREZ, de que iban a alzarse los agarenos, publicó un bando para que todos los cristianos se refugiasen en la iglesia, pena de la vida (!), a fin de defenderse de mil turcos y berberiscos que marchaban contra aquel pueblo.- Esta exageración produjo la incredulidad consiguiente, y los cristianos se reían diciendo que «¿por dónde iban a ir los turcos a Ugíjar!»
No fueron, en verdad, turcos... (por entonces; que luego sí) los que entraron en la confiada villa alpujarreña...; pero fueron Monfíes, capitaneados aquella vez por ABEN-ABOO, que tenía agravios que vengar de las autoridades civil y eclesiástica.- ABEN-HUMEYA, que lo supo, y como grande amigo que era del ABAD y de otros cristianos de Ugíjar, viendo el peligro en que se hallaban, montó a caballo en Valor y corrió aceleradamente a su defensa...- Pero, cuando llegó, ya era tarde.- El ABAD, seis canónigos, el ALCALDE MAYOR y doscientos treinta y dos cristianos más habían muerto degollados... el mismo día en que conmemora la Iglesia la Degollación de los Inocentes.
ABEN-HUMEYA increpó con terribles frases a su primo ABEN-ABOO a la vista de tantos horrores, en tanto que lloraba piadosamente al ABAD y a sus otros amigos...
ABEN-ABOO le volvió la espalda.
La fatalidad mostró siempre empeño en mantener un lago de sangre entre los dos descendientes de MAHOMA que reinaron en la Alpujarra.
De los campos de Ugíjar (que atravesábamos poco después, alejándonos ya definitivamente de la que fue ciudad) pudiera decirse lo que el gran poeta arábigo-español Ibn-Aljathib dijo de la vega de Guadix en su DESCRIPCIÓN DEL REINO DE GRANADA: «que allí todo languidecía, excepto el aura de la primavera»; -inspiradísima frase, que es más una melodía que un concepto.
Efectivamente, los campos de Ugíjar, labrados en anchurosas paratas, compiten en amenidad (ya que no en extensión) con los primeros del mundo. ¡Qué rozagantes trigos! ¡Qué variedad de frutales! ¡Qué infinidad de flores!
En cuanto a las legumbres, tienen fama en muchas leguas a la redonda...- Pero nosotros no llegamos a probarlas.- Estaría escrito.
Discurriendo sobre estas cosas, pasamos por delante del Cortijo de Unqueira.
El Sol se había nublado. Aquella nubecilla que vimos por la mañana sobre la cumbre del Mulhacén cubría ya todo el firmamento...
Eran las dos de la tarde...
El dueño del Cortijo de Unqueira iba con nosotros.
-Detengámonos aquí, -nos dijo.- Esperemos en esta soledad a que pase la suprema hora de las tres; la hora de Nona; la hora en que murió JESÚS.
A la puerta de aquel cortijo había muchos naranjos. Su opimo fruto y un poco bacalao, que se mandó a buscar a Ugíjar, fue lo -único que consentimos en tomar allí, por vía de refección, a pesar de nuestra inmunidad de caminantes...
Ayunábamos.
Ecce lignum Crucis.
La tremenda hora iba a sonar en el reloj de los siglos.
Desde las doce hasta las tres, de la hora de Sexta a la de Nona, durante las cuales JESUCRISTO luchó con la Muerte, reinaron las tinieblas sobre la Tierra: el Sol y la Luna aparecieron eclipsados, «no de un modo natural (que era imposible), sino como privados de vida por el horror y el duelo» (dice un Santo Padre). «Las estrellas brillaban como en medio de la noche. Un frío espantoso reinaba en la árida cima del Calvario»..., -añaden los Santos Libros.
Y JESÚS pronunciaba de vez en cuando, desde el Árbol de la Redención, las últimas palabras de su Testamento.
[...]
En la Alpujarra llovía...
Dijérase que el Cielo y la Tierra se habían reunido para llorar juntos.
Por delante del Cortijo de Unqueira vimos cruzar varios curas, en distintas direcciones, todos ellos a caballo y muy de prisa...
Parecían los discípulos de JESÚS, corriendo atribulados por las cercanías de Jerusalén en aquel temeroso instante...
Eran sacerdotes que se trasladaban de un pueblo a otro, a leer la Pasión y a predicar, a fin de que no faltase en ninguno de ellos quien representase el luto de la Iglesia al espirar el Hijo del Eterno Padre.
Flectamur genua... -Arrodillémonos, sí.
Son las tres.
-«¿Ha muerto tan pronto?» -exclamó Pilatos, cuando el Senador Romano Joseph de Alimatea le pidió el cuerpo de JESÚS para enterrarlo antes de que se pusiera el Sol.
Sí, Pilatos, Magistrado de la impía Roma; sí, Sacerdotes de la Antigua Ley hebrea; sí, pecadora raza de Adán: JESÚS ha muerto... El Sacrificio se ha cumplido.- El mundo acaba de transformarse.
Ha muerto JESÚS..., y en la cumbre del Gólgota sólo respiran ya una angustiada Madre, Madre también del género humano; el dulce Apóstol que pugna por apartarla del pió de la Cruz, y dos malhechores, Dimas y Gestas, arrepentido el uno e impenitente el otro, luchando ambos con los pavorosos crepúsculos de la agonía.