La Alpujarra:38
- III - Sigue el Miércoles Santo.- Cádiar.- Una tragedia.- El drama de Martínez de la Rosa.- Cosas de los historiadores.- Narila.- Por la señal... de la Santa Cruz...- Yátor
editarPoco después de las nueve llegamos a Cádiar.
El aspecto de este lugar... (¡asombro causa que ni siquiera sea villa, cuando tantas ciudades quisieran tener su historia y su hermosura!...) -el aspecto de Cádiar, digo, es de lo más pintoresco, noble y principal que puede darse, partiendo siempre del principio de que se trata de una población de 2354 almas.- Más que un pueblo agrícola y ganadero, que no es otra cosa, parece lo que fue hace trescientos años; una residencia de príncipes, una mansión de placeres; un Aranjuez, un Versalles, una Capua.
Todo esto, se entiende, visto por fuera, y considerando en conjunto, como nosotros consideramos ahora, sus grandes casas rodeadas de huertas y jardines, sus oscuros olivares, su refulgente río, sus floridos campos; la poética bruma que se resistía a dejar las alamedas, el radiante azul del cielo a que no lograba subir aquella bruma, y el alegre Sol que plateaba las cercanas nieves, doraba los edificios, relucía en las aguas, argentaba la misma niebla y convertía en penachos de colores las columnas de humo de los hogares...- Visto después por dentro, Cádiar nos pareció lo que cualquier otro pueblo campestre de su categoría estadística...
Sin embargo, aún entonces, encontramos algunas casas tan majestuosas, otras construidas en situación tan a propósito para gozar de los encantos del Valle y de la Sierra, sobre todo, tan cuidadosamente rodeada de huertas y jardines, y tan en contacto con un carmen o huerto, cercado de muros que servían de sostén a lujosas parras..., que Cádiar, siguió siendo el Cádiar de mi fantasía, y todos los personajes históricos que pululaban en mi memoria tuvieron holgado albergue en que alojarse.
En cuanto a nosotros, éramos esperados precisamente en aquella gran casa de las huertas y los jardines...
Una vez en ella, y no bien hubimos contemplado sus amplias y bien dispuestas habitaciones, disfrutado de sus deliciosas vistas sobre el Valle y sobre las faldas de Sierra Nevada, y recorrido el jardín de los lujosos parrales (todo ello antes, al mismo tiempo y después de ser remediados con un exquisito almuerzo por el noble señor que allí vivía, -y a quien Dios recompense el bien que nos hizo; así como a sus gallardas hijas, a sus diligentes hijos y a todos sus deudos las atenciones que nos prodigaron-); una vez, digo, que formé completa idea de la ventajosísima situación que ocupaba aquel edificio para poder gozar a un mismo tiempo de la sociedad y de la soledad, del trato de los hombres y de los placeres del campo, no me cupo ya duda de que estábamos en una casa construida sobre los cimientos de aquélla en que nació y vivió casi siempre el opulento D. FERNANDO el Zaguar, o sea ABEN-XAGUAR, tío y protector del REYECILLO.
No soy yo dado a esta clase de conjeturas; pero en la ocasión a que me refiero, tenía la evidencia de no equivocarme. En efecto, ningún otro sitio hay en Cádiar, que pudiera haber preferido para edificar su morada un príncipe tan poderoso, espléndido y sibarita como el Zaguer; ninguno más adecuado para asiento de un palacio al gusto de los moros; ninguno más apartado y más seguro a un tiempo mismo; ninguno más deleitable y solo, al par que más confundido en apariencia con el resto de la población... Y por lo demás, todos los árboles seculares de aquellos hermosos huertos que rodean la casa eran otros tantos mudos testigos, prontos a declarar en favor de mis sospechas...
Si pues aquélla había sido la mansión de DON FERNANDO el Zaguer, y a éste lo heredó ABEN-HUMEYA, como aseguran las historias, estábamos en una de las casas del Rey alpujarreño..., y ¡quién sabe si en la que sirvió de escenario a la segunda de las tres lúgubres tragedias que forman la trilogía de su destino!
La primera de estas tragedias nos es ya conocida: fue aquélla que tuvo por desenlace el bárbaro tormento de ABEN-ABOO.- La tercera, en que ABEN-HUMEYA muere con la augusta tranquilidad de los personajes de Esquilo, nos aguarda más adelante.- Ahora vamos a presenciar la segunda, cuyo lastimoso argumento es la desastrada muerte de MULEY CARIME o sea de MIGUEL DE ROJAS, padre de la primera -y única legítima -esposa del REYECILLO.
No serán empero los historiadores quienes esta vez nos ayuden a rasgar los velos del tiempo y resucitar lo pasado...- Los historiadores tratan aquel misterioso suceso a medida de su mayor o menor aversión a los moriscos: cuál lo recarga de negras tintas; cuál pasa sobre él rápidamente; cuál lo atenúa con generoso criterio; cuál llega casi hasta admirarlo...- Según unos, el mismo ABEN-HUMEYA asestó el primer golpe contra su suegro; según otros, lo mandó matar; según otros, y según la tradición, lo indujo a que se matara con su propia mano...
¡Un poeta... va a ser hoy nuestro asesor y guía! -Pero cuenta que ese poeta es el primer escritor granadino del siglo XIX; es nuestro venerable y llorado maestro; es D. Francisco Martínez de la Rosa; -el cual, después de haber leído todas las crónicas de la Alpujarra y de estudiar maduramente las circunstancias del presente caso, lo expone y analiza con gran elevación de juicio en su ya citado drama ABEN-HUMEYA. -Cierto que, obligado por las exigencias del arte, altera el orden y sucesión de varios hechos, y además nos presenta al REYECILLO muy fiel a su primitiva esposa, cuando ya sabemos lo que pasaba en este punto, y le supone una hija adolescente, que mal podía tener a la edad de veintitrés años; -pero nada de esto impide que las causas del parricidio estén allí dilucidadas magistralmente y con severa imparcialidad histórica.
Hojeemos, pues, su admirable drama, sin perjuicio de oír luego a los principales cronistas, cuando se trate de la consumación material del crimen... sacrificio... o lo que fuere, llevado a cabo por ABEN-HUMEYA.
El teatro representa una caverna. (Esto es de rigor escénico para conspirar.)
Es el día de la proclamación de D. FERNANDO DE VALOR como Rey de Granada y de Córdoba.
El ALFAQUÍ o sacerdote musulmán, ha arengado a los moriscos, y luego añade:
ALFAQUÍ.- No basta que rompáis vuestras cadenas: es preciso que levantéis otra vez el trono de Alhamar... Y no lo habréis olvidado sin duda: el que destina el cielo para cimentarlo de nuevo, es un caudillo de sangre real y de la misma estirpe del Profeta...
EL PARTAL.- ¡No puede ser, otro sino Aben-Humeya!
MUCHOS MORISCOS.- ¡Él es! ¡Él es!
ABEN-ABOO.- ¡Aún no hemos desenvainado el acero, y ya buscamos a quien someternos!
ABEN-FARAG.- No faltarán valientes que nos guíen a la pelea. ¿Hemos menester más?
ABEN-ABOO.- Cuando hayamos borrado, a fuerza de honrosos combates, las señales de nuestros hierros; cuando seamos dueños de algunos palmos de tierra en que zanjar a lo menos nuestros sepulcros; cuando podamos siquiera decir que tenemos patria, los que logren sobrevivir a tan larga contienda podrán a su salvo elegir Rey... y aún entonces no debiera ser la corona ciego don del acaso, sino premio del triunfo.
ABEN-HUMEYA.- Por mi parte, Aben-Aboo, ni aún aspiro a ese premio; y puedo de buen grado cederle a otros... Los Aben-Humeyas tienen su puesto seguro: siempre son los primeros en las batallas.
[...]
En el Segundo Acto, el teatro representa la Plaza de Cádiar.
Es la terrible Nochebuena de 1568, la noche de la matanza de los cristianos de aquel lugar por los implacables Monfíes.
MULEY CARIME, el suegro de ABEN-HUMEYA, acaba de salvarle la vida a un muchacho, y tres de los feroces asesinos están censurando aquel hecho del antiguo MIGUEL DE ROJAS:
MORISCO 1º.- ¡Lástima es que haya tomado nuestros vestidos... Mejor le asentaba el traje castellano.
MORISCO 2º.- Se lo ha quitado esta noche, por no morir con sus amigos... pero lo habrá guardado para mejor ocasión...
MORISCO 3º.- ¿Y quién tiene la culpa! ¡Nosotros! ¿Por qué le hemos dejado escapar?
ABEN-ABOO y ABEN-FARAG, los dos mortales enemigos de ABEN-HUMEYA, entran en la plaza; oyen aquellas palabras, y pregunta
ABEN-FARAG.- ¿A quién?
MORISCO 1º.- Al hijo de un castellano...
MORISCO 2º.- Que ha salvado Muley-Carime.
ABEN-FARAG.- ¡Muley-Carime!
MORISCO 2º.- ¿Y por que lo extrañas?... Nada más natural... Ha sido toda su vida el más vil esclavo de los cristianos.
ABEN-FARAG.- No habléis de el en esos términos... Debéis tratarlo con más respeto... ¿No es suegro de vuestro Rey?
MORISCO 3º.- ¡De nuestro Rey!
MORISCO 1º.- Si se vuelve como Carime, poco le durará el serlo.
ABEN-ABOO.- Eso es... ¡Echar fieros a sus espaldas y después temblar en su presencia!
ALGUNOS MORISCOS.- ¡Nosotros!
ABEN-ABOO.- ¿Pues no acabáis de decirlo? Con una palabra de Muley-Carime, se os ha caído el puñal de las manos.
MORISCO 1º.- Si no se hubiera tratado de un niño...
ABEN-FARAG.- Tienes razón, amigo... Su padre tal vez degolló al tuyo.
MORISCO 1º.- Su hijo le vengará.
Se van los tres Moriscos, y ABEN-ABOO le dice entonces a ABEN-FARAG estas filosóficas palabras:
ABEN-ABOO.- ¡Miserables! Su furor se enciende y se apaga como lumbrarada de sarmientos.
ABEN-FARAG.- ¿Y quién nos quita aprovecharnos, a la primera ocasión favorable de ese carácter impetuoso? ¡Quién sabe! Quizá este último lance pudiera sernos útil. Ya empiezan a murmurar de Muley Carime: no será difícil trocar la desconfianza en odio...
[...]
La equívoca conducta de MULEY CARIME; sus inteligencias con el Capitán General de Granada: sus trabajos para impedir el progreso de la rebelión, etc., etc., proporcionan muy luego a ABEN-ABOO y a ABEN-FARAG la ocasión que buscaban de asestar el golpe de muerte a la popularidad del REYECILLO.
Leamos ahora la admirable escena que constituye el nudo de aquel enredo pavoroso.
Es el Tercero y último Acto del drama.
ABEN-ABOO y ABEN-FARAG se presentan a media noche en la cámara real, donde tenían siempre libre acceso, y, avanzando «con paso lento y misterioso», cada uno se coloca a un lado de ABEN-HUMEYA.
ABEN-ABOO.- Te traemos, Aben-Humeya una nueva fatal...
ABEN-FARAG.- Y nos vemos forzados a traspasar con ella tu corazón.
ABEN-HUMEYA.- (Con suma presteza.) ¿Ha muerto mi padre?
[...]
ABEN-ABOO.- Han tratado de vendernos con la traición más negra...
ABEN-HUMEYA.- ¿Y por qué temes descubrirla?
ABEN-ABOO.- Si temo, es sólo por ti...
ABEN-HUMEYA.- ¡Por mí! Haces mal, Aben-Aboo, en tomarte ese cuidado. Si hay peligros, los arrostraré. Si hay culpables, sabré castigarlos.
ABEN-ABOO.- Mucho tiempo te ha de temblar la mano antes que descargues el golpe...
ABEN-HUMEYA.- Decid el nombre del reo, y el rayo no será más pronto.
ABEN-ABOO.- Muley Carime... ¿Qué es eso? ¿Mudas de color? ¡Vuelve en ti, Aben-Humeya!...
ABEN-FARAG.- Me da lástima verte así.
ABEN-HUMEYA.- (Quédase, durante unos momentos, desconcertado y confuso; pero, recolrándose luego, dice con tono grave): ¿Y en qué indicios se funda tan extraña sospecha?
ABEN-ABOO.- ¡Ojalá que no fuesen más que indicios! Hubiéramos podido cerrar los ojos...
ABEN-FARAG.- No son indicios, sino pruebas.
ABEN-HUMEYA.- ¿Pero son ciertas?
ABEN-FARAG.- Irrefragables.
ABEN-HUMEYA.- ¿Hay testigos?
ABEN-ABOO.- Uno.
ABEN-HUMEYA.- ¿Y ese le acusa?
ABEN-ABOO.- No; que le condena.
ABEN-HUMEYA.- Puede engañarse...
ABEN-ABOO.- No puede.
ABEN-HUMEYA.- O desear su perdición...
ABEN-ABOO.- A toda costa quisiera salvarlo.
ABEN-HUMEYA.- ¿Es amigo suyo?
ABEN-ABOO.- ¿Quién es, pues?
ABEN-FARAG.- Él mismo. Puedes guardar esa carta, si quieres... Ya es público su contenido.
(Entrega un papel a ABEN-HUMEYA, quien lo lee para sí, dejando entrever su turbación.- ABEN-ABOO y ABEN-FARAG le observan con el mayor ahínco, en tanto que él permanece inmóvil, con los ojos clavados en la carta.)
ABEN-HUMEYA.- (En un momento de distracción, mientras está cavilando) ¡Desventurada!... No te engañaba el corazón... ¡Bien tienes que llorar!
ABEN-FARAG.- Ved cómo aún conservaban esperanzas de volvernos a someter al yugo...No aguardaban sino un momento de flaqueza para remachar nuestros grillos.
ABEN-ABOO.- Mas, por lo menos, no puede tachársele de ingrato... No te echaba en olvido, Aben-Humeya... Solicitaba tu indulto, y se proponía salvar a tu familia a costa de tu libertad... El ejemplo de Boabdil, disfrutando en África sus infames tesoros, parecía tentador a los ojos del pérfido...
ABEN-HUMEYA.- (Con todo secreto.) ¡Basta! -¿Cómo ha caído en vuestras manos este pliego?
ABEN-FARAG.- Lara, que era el portador, le ha dejado en el camino.
ABEN-HUMEYA.- ¿Dónde le habéis hallado?
ABEN-FARAG.- (Con frialdad) Sobre su cadáver.
[...]
ABEN-ABOO.- Por cierto que no deja ni asomo de duda: el delito está patente: el mismo reo lo ha sellado con su mano...
ABEN-FARAG.- Y debe en breve sellarlo con su sangre.
ABEN-ABOO.- ¿Hay alguien que lo dude? Todo lo hemos aventurado por salir de tan odiosa esclavitud... ¡y dejaríamos expuesta nuestra suerte a las tramas de algunos traidores! Nadie será osado a proponérnoslo: no sabríamos nosotros tolerarlo.
ABEN-HUMEYA.- Tampoco tolero yo advertencias ni amenazas... Ya habéis cumplido con vuestro deber: yo cumpliré con el mío -Idos.
ABEN-ABOO.- No ha sido nuestra intención dirigiros advertencias ni amenazas... ¿Mas empezáis tan pronto a reputar como insulto el recordaros vuestros juramentos?
ABEN-HUMEYA.- No los he echado en olvido, para que sea menester recordármelos.
ABEN-ABOO.- Quién vacila al cumplirlos, no está ya lejos de olvidarlos.
ABEN-HUMEYA.- Aún menos lejos está de castigar a un insolente.- ¡Idos!... ¡Idos! (Apártase, descubriendo su ira. FARAG coge del brazo a ABEN-ABOO y se lo lleva consigo.)
Tal y tan horrible fue la situación en que ABEN-HUMEYA llegó a verse. Todos los historiadores están de acuerdo en ello. MIGUEL DE ROJAS, su suegro, apoderado y tesorero general, era traidor a la causa de MAHOMA, que tanta sangre y tantas lágrimas estaba costando ya a los moriscos, y que él, el descendiente del Profeta, el Rey alzado por millares de guerreros, tenía la obligación de defender antes que nadie...
Hasta aquí, pues, y prescindiendo de accesorios literarios, la Historia y el drama, se dan la mano completamente.- Veamos ahora los sentidos términos en que el triste caudillo se definió aquella situación luego que se encontró solo.- Es un monólogo en que Martínez de la Rosa revela todo su talento dramático.
ABEN-HUMEYA.- ¿Qué has hecho, desgraciado, qué has hecho... ¡Me has entregado indefenso en manos de mis enemigos!...- Pero no lo habrás hecho impunemente, no. ¡Yo arrojaré tu cabeza sangrienta a la cara de esos audaces!
¿Y por qué dudo ni un momento siquiera? Nos ha vendido... ¡Pues que muera! ¿Cabe nada mas justo? -Este ejemplar contribuirá también a impedir otras tentativas culpables, cerrará la boca a mis émulos, afirmará mi trono...
Mas ¿es seguro que lo afirme?... En mi familia, en mis hogares, va a mostrarse a los pueblos indignados el primer traidor a la patria: desde el mismo cadalso llamará hijos suyos a mis propios hijos! -Tal vez es eso lo que con más afán anhelan esos pérfidos; les duele en el alma no verme ya humillado a los ojos del pueblo, para socavar con el desprecio mi autoridad reciente, mientras hallan ocasión de derribarla. ¡Desean verme sonrojado al pronunciar el nombre del reo, y que vuelva a mi casa lleno de dolor y vergüenza, para hallar, en vez de consuelo, las quejas y reconvenciones de mi afligida esposa!...- No: viva, viva... Es preciso salvar al padre de mi mujer... y que el gozo de mis enemigos no sea tan colmado..
Pero ¿de qué arbitrio valerme?... Ellos se apresurarán a divulgar la traición: a la hora ésta ya se sabe la muerte de Lara y la carta que han hallado en su seno: me estrecharán a que presente la prueba del delito... ¿Cómo los desmiento yo. La más leve contradicción, la menor demora me perdería a los ojos de un pueblo arrebatado, suspicaz, que acaba de romper sus hierros, y que sufre a duras penas aún la sombra de mando...- En vez de salvarle yo, me llevaría consigo en su caída... ¡Pues perezca, perezca él solo!
Mas no acierto a salir de este círculo fatal: la mancha de su castigo va a recaer sobre mi esposa, sobre mis hijos, sobre mi... Va a morir siendo el blanco de la ira del cielo, de las maldiciones de cien pueblos, de los insultos de una turba desenfrenada... ¡Y yo, su amigo, su huésped; yo, que aun hoy mismo le apellidaba padre, tendré que firmar su muerte, que presenciarla, que aplaudirla! -No; no podría yo sobrevivir a humillación tan grande: es forzoso impedirla a toda costa!... ¡Un medio... un medio... uno solo... sea cual fuere... y le abrazo al instante!
(Volviéndose hacia el aposento de MULEY CARIME.)
¡Ah! No es tu vida, miserable; no es tu vida la que detiene y embaraza mis pasos. ¡Te arrastro como un cadáver que me han atado estrechamente al cuerpo...! -¿Y por qué no me desprendo de él? -Puedo y debo hacerlo.- Lo haré.- No más indecisión; no más dudas: de un solo instante puede depender mi suerte! Antes que esos malvados tengan tiempo de volver en sí; mientras deliberan y traman el plan para perderme, confundamos sus proyectos con un golpe decisivo...- ¡No me pedíais ahora mismo, no me intimabais con tono imperioso la muerte del culpable? -Pues bien: aguadad un instante; voy a dejaros satisfechos... Mas llevará consigo vuestras esperanzas y las hundirá en el sepulcro! -¡Aliatar! ¡Aliatar!
(Preséntase el esclavo negro.)
¿Dónde están los demás esclavos?
ALIATAR.- En el patio del castillo.
ABEN-HUMEYA.- ¿Estás solo?
ALIATAR.- Solo.
ABEN-HUMEYA.- ¿Nadie nos oye?
ALIATAR.- Nadie
ABEN-HUMEYA.- Ve, y despierta a Muley Carime... Que venga al punto... Aquí le aguardo.
¿No es verdad que os sentís arrebalados, como yo, por este sombrío torrente de pasiones? ¿No es verdad que, lejos de fatigaros, os complacerá la lectura de la escena de ABEN-HUMEYA con MULEY CARIME? -Pues aún podemos leerla sin escrúpulo de ninguna clase, dado que no se opone en nada a la verdad histórica.- Cuando el autor se aparta de ella y se entrega ya a su propia fantasía, nosotros lo abandonaremos a nuestra vez, y daremos oídas a Hurtado de Mendoza y a Mármol.
ESCENA VI
ABEN-HUMEYA (recostado en unos almohadones).- MULEY CARIME (entrando).
MULEY CARIME.- ¿Qué motivo tan urgente te ha obligado a llamarme a estas horas?
ABEN-HUMEYA.- Un asunto muy grave que tengo precisión de consultaros.
MULEY CARIME.- Y has querido aprovechar el silencio y la soledad de la noche... o tal vez ese asunto importante debe estar resuelto antes que raye el día...
ABEN-HUMEYA.- (Señalando el reloj de la sala.) Mirad allí... mirad!
MULEY CARIME.- Acaba de dar la una...
ABEN-HUMEYA.- Pues antes que dé otra hora, ya ese grave asunto habrá terminado.
MULEY CARIME.- ¡Terminado!
ABEN-HUMEYA.- Y para siempre.
(Quédase en silencio algunos instantes.)
MULEY CARIME.- Me parece que estás muy pensativo, Aben-Humeya... A pesar de tus conatos, veo claramente que te aflige una grave pena.
ABEN-HUMEYA.- Es un secreto fatal...
MULEY CARIME.- ¿Y por qué tardas en confiármelo?
ABEN-HUMEYA.- No tengáis tanto afán por saberlo... Siempre tiene que pesar sobre mi corazón, y no vais a poder con él.
MULEY CARIME.- Mas,¿qué secreto es ese? ¡Ah! Bien te lo había yo dicho: ni el engrandecimiento ni el poder acaban por darnos en el mundo un solo día feliz: has perdido la paz del ánimo, has comprometido tu suerte, lo has comprometido todo por un pueblo inconstante, que te abandonará cuando apremie el peligro...
ABEN-HUMEYA.- ¡Y al que he jurado defender... aún a costa de mi vida!... ¿Lo habéis oído, Muley Carime?... ¡Aun a costa de mi vida!...
MULEY CARIME.- ¿Y a que fin me diriges esas palabras?
ABEN-HUMEYA.- Os ruego meramente que las peséis.
MULEY CARIME.- No te comprendo.
ABEN-HUMEYA.- Pues ahora vais a comprenderme.- Todo lo he sacrificado por redimir del yugo a estos pueblos... Vos mismo acabáis de decirlo..., y ellos, a su vez, han depositado en mí su confianza, su poder, su futura suerte... ¿Cumplirán sus promesas? -¡Dios, lo sabe!.-Yo sé que cumpliré las mías.
MULEY CARIME.- ¿Y quién te dice...
ABEN-HUMEYA.- No me interrumpáis.- Yo tengo un padre anciano, cuya vida me importa mucho más que mi vida... Está entre las garras de mis enemigos, cargado de cadenas, con la cuchilla a la garganta... Lo sé; lo sabía cuando di la señal contra sus verdugos, ¡y ellos saben también el modo de vengarse de mí!
MULEY CARIME.- Mas ¿por que te anticipas a sentir las desgracias antes de que sucedan?...
ABEN-HUMEYA.- Escuchadme un instante: voy a concluir.- Yo he agravado el peligro en que se halla mi padre: cada golpe que descargo puede acelerar su muerte; y, sin embargo, no he vacilado un punto.- ¡Pensad, pensad vos mismo si habrá algo en el mundo que pueda contenerme!
MULEY CARIME.- ¿Por qué me echas esas miradas? ¿Que quieres decirme con ellas?
ABEN-HUMEYA.- Ya que os he mostrado hasta el fondo de mi corazón, voy a consultaros sobre aquel grave asunto..., y adivinaréis desde luego cuáles pueden ser las resultas.- En nuestro mismo seno hay un traidor...
MULEY CARIME.- ¡Un traidor! ¿Lo sabes de cierto?
ABEN-HUMEYA.- De cierto. Vos mismo vais también a quedar convencido.- ¿Qué castigo merece?
MULEY CARIME.- ¿Tiene hijos?
(ABEN-HUMEYA se queda callado.)
¿No me contestas, Aben-Humeya?
ABEN-HUMEYA.- No los tendrá mañana.
MULEY CARIME .- (Aparte.) ¡Qué recuerdo, Dios mío!...
ABEN-HUMEYA.- Parece que os turbáis...
MULEY CARIME.- No por cierto... Compadezco a ese desdichado... ¡Soy padre como él!
ABEN-HUMEYA.- Bien se echa de ver que os inspira mucha compasión... ¿Sabéis por ventura quién sea?
MULEY CARIME.- ¿Y como quieres que lo sepa?...
ABEN-HUMEYA.- Recapacitad un poco... Recorred vuestra memoria Tal vez el corazón os ayudará también...
MULEY CARIME.- Más fácil seria que tú me lo dijeses...
ABEN-HUMEYA.- ¿Queréis fórzarme a ello?
MULEY CARIME.- Yo no te esfuerzo: antes te lo suplico.
ABEN-HUMEYA.- Y, por mi parte, haría el mayor sacrificio, a trueque de evitarlo.
MULEY CARIME.- ¿Y por que te cuesta tanto pronunciar el nombre del reo?
ABEN-HUMEYA.- ¡Por qué al salir de mi boca, lleva consigo la sentencia de muerte!
MULEY CARIME.- ¡La sentencia de muerte!
ABEN-HUMEYA.- Y en el mismo instante.
MULEY CARIME.- (Con voz alterada.) Mucho me compadece ese desgraciado; te lo confieso... Mas, puesto que estás empeñado en decirme su nombre...
ABEN-HUMEYA.- Al contrario: no vais a oírlo.
MULEY CARIME.- ¿No?
ABEN-HUMEYA.- Vais a verlo con vuestros propios ojos.
(ABEN-HUMEYA le muestra abierta la carta. MULEY CARIME la aparta con la mano.)
MULEY CARIME.- Basta. (Pausa. Luego, mirando a ABEN-HUMEYA, y señalándole el aposento de su mujer, dice:) ¿Eres tú el único depositario de este secreto?
ABEN-HUMEYA.- También lo saben otros.
MULEY CARIME.- ¿Quién?
ABEN-HUMEYA.- Aben-Aboo y Farag.
MULEY CARIME.- Ya sé la suerte que me espera.
ABEN-HUMEYA.- ¿La sabéis?
MULEY CARIME.- Y la aguardo tranquilo.
ABEN-HUMEYA.- (Echa una ojeada alrededor de la sala; saca del seno un pomo de oro; lo abre y se lo da.) Tomad, y salvaos. (Vuelve al otro lado el rostro, y se arroja sobre los almohadones.)
MULEY CARIME.- (Toma el pomo de oro, bebe el veneno y clava los ojos en ABEN-HUMEYA. Después se acerca a él y le dice): Tú reinarás.
[...]
Hasta aquí Martínez de la Rosa. Lo que sigue después es pura invención suya, y está en contradicción con lo que las historias refieren acerca de las causas que motivaron la muerte de ABEN-HUMEYA y sobre las circunstancias del hecho en sí.
Tampoco aparece en ninguna parte que la muerte que éste dio a MULEY CARIME fuese la que acabamos de ver; pero el que fuera una u otra no importa nada al propósito con que he copiado las anteriores escenas. Lo que yo he querido probar es que ABEN-HUMEYA, considerado desde el punto de vista de su posición, de sus compromisos, de sus juramentos, de sus deberes, tuvo la misma obligación de matar a su suegro que Lucio Junio Bruto de condenar a sus hijos, que Felipe II de procesar al suyo, y que Guzmán el Bueno de hacer lo que hizo por su religión y por su patria; y eso creo haberlo probado enteramente.-
El poeta, el dramaturgo, no me ha suministrado más que su elocuencia para definir y analizar el tremendo caso; pero el caso, esto es, la traición de MULEY CARIME, consta, como ya he dicho, en las páginas de la Historia.
«MIGUEL DE ROXAS; (cuenta Mármol, hablando de las diferencias que hubo entre los moriscos acerca del punto en que debían establecer su base de operaciones)... MIGUEL DE ROXAS y los de UXÍXAR querían que fuese allí, porque andaban ya en trastos sobre las paces... El GORRI y otros, que aborrecían la paz, que se compraba con sus cabezas (pues siendo principales caudillos y autores de la maldad, tenían por cierto que se había de ejecutar en ellos el rigor de la justicia), no querían ponerse en parte que pudieran ser acorralados...
»Mas el GORRI, y el PARTAL, y el SENIZ le tomaron luego aparte (a ABEN-HUMEYA), y entre temor y malicia le hicieron creer que su suegro le engañaba; y que, teniendo trato hecho con el MARQUÉS DE MONDÉJAR, andaba por meterlos a todos en parte donde los pudiese coger en una red, y quedarse él con el dinero y plata que tenía en su poder (recordaréis que, era el tesorero general): y pudo ser que dijesen verdad».
Hurtado de Mendoza no dedica a todo este asunto más que las siguientes líneas:
«...A pocos días mandó matar al suegro y dos cuñados, porque no quisieron tomar su ley: dejó la mujer; perdonó la suegra, porque la había parido, y quiso gracias por ello, como piadoso».
Finalmente, Mármol, que siempre deprime cuanto puede el carácter de ABEN-HUMEYA, refiere de este modo la consumación del sacrificio o castigo del cuitado MIGUEL DE ROJAS:
«...Le indignaron tanto (los moriscos a ABEN-HUMEYA, contándole las traiciones de aquél), que, sin más averiguación, violando la ley del parentesco, acordó de matar a su suegro; y enviándole a llamar a su casa, le aguardó con una ballesta armada a la puerta, acompañado de los otros malvados, y errando el tiro (porque el MIGUEL DE ROXAS, en viéndole encarar hacia él, se metió despavorido debajo de la ballesta, y la saeta fue por alto), el SENIZ acudió con otro tiro, que lo atravesó entrambos muslos, y luego todos con las espadas le acabaron de matar.
»De aquí nacieron grandes enemistades entre los parientes del muerto y ABEN-HUMEYA: el cual repudió luego la mujer, y juró que no había de dejar hombre de ellos a vida; y el mesmo día del homicidio siguió también a DIEGO DE ROXAS, su cuñado, por unas barranqueras abajo para matarle... Mató a RAFAEL DE ARCOS, mancebo de aquel linaje, y a otros, de donde se recreció tratarle la muerte a él, y dársela, como diremos en su lugar».
Toda esta relación podrá ser exacta; pero hay un punto en ella que me resisto a creer, y es lo de la saeta disparada por el REYECILLO contra MULEY CARIME.- Semejante acto desdice del carácter aristocrático y caballeresco de ABEN-HUMEYA. Antójaseme, pues, que lo inventaron sus enemigos, y que Mármol se apresuró a consignarlo para rebajar la siempre artística figura del descendiente de MAHOMA. Observad que, en medio de todo, resulta que éste no llegó a herir por sí mismo a su suegro...- Convengamos en que únicamente «lo mandó matar» como dice el veraz y austero Hurtado de Mendoza.
Y de cualquier manera, a bien que a nosotros no nos alcanza responsabilidad alguna en aquel suceso... ni nos hemos propuesto hacer el panegírico del yerno de MULEY CARIME.- ABEN-HUMEYA estaba muy lejos de ser un santo: antes era un desenfrenado libertino, a cuyo lado no había mujer segura, como fuera guapa, según veremos pasado mañana al estudiar las verdaderas causales de su muerte...- Además: a la hora que es, MIGUEL DE ROJAS hubiera fallecido ya de todos modos...- ¡Han pasado tres siglos de reloj desde que le descubrieron sus manejos! -Y, en fin, en el Valle de Josafat se liquidarán todas estas cuentas.
Montemos, pues, a caballo: despidámonos de la encantadora Cádiar, y trasladémonos al próximo lugarcillo de Narila.
En Narila (576 habitantes), que, como ya dije, viene a ser un delicioso apéndice de Cádiar -de la cual dista dos o tres kilómetros-, sólo estuvimos una hora.
Casi toda ella la pasamos con el señor cura del lugar, quien se hallaba en la iglesia disponiendo el monumento para el día siguiente (JUEVES SANTO), sin miedo alguno a los sectarios de MAHOMA (que ya llevaban más de trescientos años de no parecer por la Alpujarra), y satisfecho y agradecido a Dios de que todavía no se hubiese encarnizado en sus ovejas otro enemigo de la Fe, muy más fiero y temible hoy que los moros: -el monstruo de la impiedad y el racionalismo.
La conversación sobre este punto salió a propósito de unos retratos de D. FELIPE EL HERMOSO y de DOÑA JUANA LA LOCA, fundadores de aquel templo, que vimos en el retablo del Altar Mayor.
-¿Cómo se salvarían estos retratos y este retablo de las sacrílegas devastaciones de los Monfíes?, -le preguntamos al señor cura.
-No sé: muchas veces me lo he preguntado a mí propio, -nos respondió el padre de almas.
-Y es tanto más extraño, -repusimos nosotros, -cuanto que aquí mismo, dentro de esta iglesia, aquellos barbaros mataron a su antecesor de usted, que se llamaba CEBRIÁN, y a todos los cristianos de Narila.
-Ya lo sé, -respondió el señor cura.
Y de aquí provino todo lo demás que hablamos, cuyo tema fue: investigar qué era peor; si el fanatismo y los errores religiosos de los musulmanes, o la indiferencia y descreimiento absoluto de los filósofos del siglo XIX.- Todos convinimos en que esto era peor que aquello.
Por cierto que entre las cosas que allí se contaron, fue una el martirio del cura de la villa de Félix, durante la propia rebelión de 1568; martirio tan noble y tan privilegiado, que nunca pudo ensoñarlo mejor el alma seráfica de un paladín de Cristo...
Escuchad.
Los feroces Monfíes despojaron de sus ropas al digno sacerdote, y lo persignaron con unas cortantes navajas, diciendo así: POR LA SEÑAL... DE LA SANTA CRUZ... (y le abrieron una sangrienta cruz en la frente) DE NUESTROS... ENEMIGOS... (y le cruzaron la boca con otras dos heridas) LÍBRANOS, SEÑOR, DIOS NUESTRO... (y le rasgaron el desnudo pecho de alto a abajo y de un lado a otro), EN EL NOMBRE DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO... (y hendieron sus carnes a todo lo largo y ancho de su cuerpo).
-AMÉN, -dijo el mártir; y cerró los ojos a esta vida.
Había llegado el momento de que los apartásemos también nosotros de las cosas de este valle de lágrimas...
Quiero decir: había llegado el momento de que emprendiéramos la ascensión a Sierra Nevada, donde debíamos pasar el resto del día a solas con la augusta naturaleza, en la vecindad del cielo, y en íntimo coloquio con el Criador de moros y cristianos, de deístas y de ateos, y de todas las demás variedades del humano espíritu.
Emprendímosla efectivamente...; pero no habíamos subido el primer escalón de la cordillera, cuando nos encontramos en otro alegre y pintoresco pueblecillo, todavía perteneciente al valle más que a la montaña...
Era Yátor, lugar de 717 almas, situado a orillas de su impetuoso río; Yátor, cantado por Zorrilla en su Poema de Granada; Yátor, muy digno ciertamente de tan gloriosa mención y de que nosotros nos hubiéramos detenido en él...
Pero ya era imposible resistir más tiempo a la atracción de la gran Sierra...
-¡Arriba! ¡arriba!...- resonaba a todo lo largo de la cabalgata...
¡Arriba! ¡arriba! os digo yo a mi vez en el presente instante...- ¡Sursum corda! Subamos llenos de religiosa unción las gradas del inconmensurable templo que tenemos ante la vista.