La Alpujarra:27
- VI - Noticias de Constantinopla y de otros puntos.- El Peñón de las Guájaras.- Llegamos a Murtas
editarEl caserío del Cortijo de la Negra dista de allí poquísimos pasos, y está como escondido detrás del cerro que sirve de pedestal a la Encina Visa.
Ya he dicho que en la Alpujarra toda vivienda humana se oculta, en lugar de exhibirse.
Pero ¿por qué se llama aquella heredad el Cortijo de la Negra? Esta Negra ¿es la propia Encina Visa? -¿La apellidarían así algunos, refiriéndose a su oscura proyección sobre el cielo? -¿o el cortijo no debe su nombre a la Encina, sino a alguna Negra, de carne y hueso que lo poseyó o lo labró en tiempo de los moros?
Cuestión es ésta que inútilmente tratamos de poner en claro; y no por su opaca naturaleza; ni porque era la hora de tomar las once; ni porque, en efecto, las tomamos en aquel cortijo (en una hermosa y fresquísima bodega que más parecía una pagoda); sino porque nadie sabía lo cierto, -cosa frecuente en este mundo.
En cambio, nos enteramos allí (por medio de nuestros amigos los historiadores) del verdadero resultado de la embajada que el hermano de ABEN-HUMEYA llevó a Argel...
Porque es de advertir que los tales historiadores llegaron al Cortijo de la Negra, casi al mismo tiempo que nosotros, -muy bien acomodados en los capachos de las provisiones, que era donde acostumbraban a viajar...
He aquí las noticias que nos dieron:
El joven ABDALÁ (D. LUIS DE VALOR, el menor de los hermanos del REYECILLO) tuvo que ir a embarcarse a Vera, en la provincia de Almería, no sin grave riesgo de ser cogido por los cristianos.
Llevábale al que entonces era, no Rey, -como dicen unos cronistas, ni Bey, como dicen otros, sino Dey, o Gobernador de Argel, AL-UCH-ALÍ (el «Ochalí» le llaman algunos), un presente de cautivos y una carta de su hermano, en que éste le daba parte de su elección, le demandaba socorros para la causa del profeta, y se sometía a la obediencia del Gran Señor de todos los Reyes agarenos, o sea del Sultán de Constantinopla.
«Recibió el Rey de Argel a ABDALÁ como a hermano de Rey (díjonos Hurtado de Mendoza); regalole y vistiole de paños de seda, y enviole a Constantinopla, más por entretener al hermano con esperanzas que por darle socorro».
En el ínterin, AL-UCH-AU, que había escrito con anticipación a Constantinopla, recibía la siguiente contestación del Gran Turco, -que a la sazón lo era SELIM II el Borracho; aquél cuyas galeras debían de conquistar al año siguiente la isla de Chipre y ser derrotadas luego en Lepanto por D. JUAN DE AUSTRIA:
«Para el OCHALÍ Rey de Argel.
»Recibí tu carta con la de los moriscos de Granada. Me avisas del aparato y junta de armas que tienes hecha para su socorro. No te dispongas sin haber buena causa. Envía doscientos soldados de nación turcos, y no más, y éstos sean valerosos. Y según fuere el suceso de la guerra, así te dispongas. Y me darás aviso. Y si tal fuere, que se puede tomar tal empresa, pediré los puertos necesarios al francés, y yo con gran poder entraré en Italia, y daré aviso al de Fez y Marruecos que entre por la parte del Poniente. Y si acaso la guerra no saliere a nuestro gusto, se dará de mano. No más. Destambor.
»SELIN SOLIMAN».
Al transcribir aquí esta carta, de que nos dio conocimiento Pérez de Hita, sé muy bien que no será ni con mucho una traducción puntual de la del Gran Señor.- Conozco a Pérez de Hita.- Pero hasta como documento apócrifo en la forma (o más bien, por serlo), resulta curiosísima su letra.- Hay en ella una travesura y una inocente presunción de orientalismo que valen un imperio.
En cuanto a su espíritu, completamente auténtico, como lo testifican muchas historias, despierta consideraciones algo más serias.- El plan de SELIM II confirma aquella gran verdad de que no hay enemigo despreciable, haciéndonos ver hasta qué extremo la aventura de ABEN-HUMEYA pudo convertirse en un verdadero peligro para España, enredada entonces en guerras con Francia y otras naciones. Una acción común de otomanos, franceses, argelinos y marroquíes, atacándonos a un mismo tiempo por mar y por los Pirineos, cuando todo el antiguo Reino de Granada, desde Vera hasta Gibraltar, estaba alzado al grito de ¡Viva Mahoma! y se temía otra sublevación semejante en los Reinos de Valencia y Murcia, hubiéranos puesto en indudable apuro.- ¿Se hallaban acaso tan lejos aquellos días en que África y Asia enviaban periódicamente a nuestra tierra centenares de miles de guerreros?
Por fortuna para la cristiandad, los soberanos musulmanes no dieron gran importancia a la rebelión de los moriscos alpujarreños, mientras que el sagaz FELIPE II se la dio muy luego en altísimo grado, como veremos más adelante.
[...]
Tardaban, pues, en venir a la Alpujarra los socorros acopiados en Argel, a pesar de haberse ya obtenido el beneplácito del Emperador de Turquía; e, impaciente cuanto necesitado de ellos ABEN-HUMEYA, despachó en su busca a FERNANDO EL HABAQUÍ, su Generalísimo (natural de Alcudia de Guadix por más señas), mientras que ABDALÁ se dirigiría, creo yo, desde Constantinopla a Marruecos, a desempeñar la segunda parte de su comisión.
El HABAQUÍ empleó ocho días en cruzar el agua, y llegado que hubo a Argel (lo que sigue nos lo refirió Mármol) «hizo instancia con ALUCH ALÍ (tercer modo de escribir este nombre) para que le diese socorros de navíos y gente, poniéndole por intercesores algunos morabitos que le moviesen a ello por vía de religión: el cual mandó pregonar que todos los turcos y moros que quisiesen pasar a socorrer a los andaluces, que así llaman en África a los moros del Reino de Granada, lo pudiesen hacer libremente. Mas después, viendo que a la fama de este socorro había acudido mucha y muy buena gente, acordó que sería mejor llevarla consigo al Reino de Túnez: y así lo hizo, dejando indulto en Argel para que todos los delincuentes que andaban huídos por delitos y quisiesen ir a España en favor de los moros andaluces, fuesen perdonados.
»De estas gentes recogió HERNANDO EL HABAQUÍ cuatrocientos escopeteros debajo la conducta de un turco sedicioso y malo llamado HUSCEYN; y, embarcándose con ellos en ocho fustas, donde metieron algunos particulares mucha cantidad de armas y municiones para vendérselas a los moros, vino con todo ello a la Alpuxarra. Con este, socorro, y con el de otras fustas, que vinieron también de Tetuán con armas y municiones, que traían mercaderes moros y judíos, los enemigos de Dios tomaron ánimo para seguir en su maldad, y...»
Pero lo que siguió diciéndonos Mármol no viene a cuento ahora.
Conservemos en la memoria el nombre de ese HUSCEYN, turco sedicioso y malo, a quien hemos de ver figurar, acompañado de un hermano suyo peor que él, en la escena mas dramática que registran los anales alpujarreños, y aprovechemos los minutos que aún hemos de permanecer en el Cortijo de la Negra para enterarnos de un tremendo combate que hubo por entonces entre cristianos y moriscos.
Dejamos a ABEN-HUMEYA contramarchando hacia Poniente con todos sus secuaces, en tanto que el MARQUÉS DE MONDÉJAR llegaba a los confines orientales de la Alpujarra sin encontrar en su camino más que ancianos y mujeres, y nunca aquellas falanges de moriscos armados que se disipaban ante él como la niebla.
La presencia inesperada del REYECILLO, con su ejercito casi intacto, precisamente cuando más se temía recibir la noticia de que había sido deshecho por MONDÉJAR en el fondo de la Alpujarra, inflamó de entusiasmo a todos sus parciales del Valle de Lecrin y de las Serranías limítrofes...
Sobre todo, hacia el lado de Salobreña, se acumuló un gran número de rebeldes, los cuales se establecieron en el famoso Peñón de las Guájaras, especie de ciudadela natural, situada en la cumbre de un monte escarpadísimo, circuido de tajos por todas partes, y que no tiene más acceso que una estrecha senda de un cuarto de legua de largo, mientras que dentro de sus breñas, y al amparo del Peñón, hay un llano en que pueden acampar hasta cuatro mil hombres, tan seguros como en la plaza de armas de una fortaleza.
Mil moriscos escogidos, a las órdenes de MARCOS el Zamar, Alguacil de Játar, guarnecían aquella formidable posición, a la que se habían refugiado con sus riquezas muchas familias principales de los pueblos comarcanos, particularmente las mujeres y los niños, y donde se había reunido además gran cantidad de víveres, pólvora y balas.
Para ABEN-HUMEYA, que había ido a visitar el Peñón, y dispuesto que se aumentaran algunos reparos y parapetos artificiales a sus defensas naturales, era aquélla una excelente base de operaciones, teniendo, como tenía, una exagerada idea de la firmeza del ZAMAR. Así es que, seguro de encontrar allí refugio y apoyo en cualquier aprieto, se enseñoreaba de nuevo de todo el Valle de Lecrin, llegando en sus audaces correrías hasta las mismas puertas de Granada e interceptando cuantos convoyes de municiones y vituallas salían de la capital con destino al ejército cristiano.
Noticioso MONDÉJAR de aquel estado de cosas, y visto que en Ugíjar perdía el tiempo y el crédito en vanas negociaciones de paz con tal o cual magnate morisco de los muy pocos que aún no se habían alzado en armas, contramarchó a su vez lleno de enojo y de vergüenza y saliose de la Alpujarra por donde mismo había entrado, decidido a apoderarse del Peñón y escarmentar allí a la morisma beligerante.
Avistado que hubieron los cristianos aquella pavorosa altura, empeñose en acometerla de frente y sin pérdida de momento el célebre D. JUAN DE VILLAROEL, hidalgo muy ganoso de gloria, que no quería ceder a nadie el lauro de aquella empresa. Opúsose el MARQUÉS, creyéndola irrealizable de aquel modo; por lo que mandó hacer alto y acampar en Guájar de Alfaguit. Pero VILLAROEL no desistió de su intento, bien que ya disimulándolo; y, concertado secretamente con los caballeros D. Luis Ponce de León, D. Agustín Venegas, D. Juan Velázquez Ronquillo, D. Gonzalo Oruña y D. Jerónimo de Padilla, abandonó de pronto a Guájar, y, seguido de éstos y de cuatrocientos arcabuceros que entre todos traían a soldada de sus respectivas tierras, se encaminó resueltamente hacia la codiciada posición, coronada de vistosos estandartes.
Lo escarpado del terreno obligó muy luego a apearse a los que iban a caballo y a continuar a pie tan fatigosa subida; pero, sin embargo, no hallaron al principio la gran resistencia que aguardaban. Los de arriba parecían indecisos y amedrentados, aunque no dejaban por eso de tirotearse alguna vez, desde sus altos parapetos, con los impertérritos asaltantes.
En esto, y cuando VILLAROEL y sus amigos, que iban a la cabeza, se encontraban ya a media ladera del monte, precipitáronse del Peñón, como un torrente desencadenado, el ZAMAR y cuarenta mancebos moriscos, cayendo sobre los nuestros con la velocidad y el brio del descenso y de la carrera... La lucha fue espantosa, cuanto inútil por parte de los cristianos... Casi todos los arcabuceros emprendieron la fuga y muchos lograron salvarse; pero el resto de ellos, y todos los caballeros mencionados, empezando por VILLAROEL, pagaron allí con la vida su temeridad y su desobediencia.
El único de éstos que se salvó, aunque malamente herido, fue D. Jerónimo de Padilla, «y acabárale un moro que le iba siguiendo, si no le acudiera un esclavo cristiano: el cual (dice un cronista), apretándole reciamente entre los brazos, y echándose a rodar con él por una peña abajo, no paró hasta dar en el arroyo, donde fue socorrido».
De buena gana copiara yo aquí ahora todo lo que las historias de aquel tiempo refieren acerca de las operaciones que en los siguientes días se llevaron a cabo para ver de rendir el Peñón; pero esto no cabe en los límites de mi modesta obra, y habré de contentarme con aprovechar el sucinto resumen que otro historiador hace de tan memorables acontecimientos:
...«Este suceso (dice), que había previsto MONDÉJAR oponiéndose al ardimiento de VILLAROEL y le hizo adoptar medidas prudentes para emprender el asalto. Distribuyó sus tropas en varias compañías; cercó el monte, y dispuso avanzar con fuerzas concéntricas hacia la altura. Los moros y moras se defendieron bravamente en la ladera con tiros y piedras, y causaron muchas bajas en las filas cristianas; mas no pudieron conservar sus posiciones avanzadas, y se replegaron a la sombra.
»Acercados los asaltantes, embistieron tres veces la entrada y fueron rechazados otras tantas. Viendo el MARQUÉS que se aproximaba la noche y que estaba indecisa la victoria, mandó retirar sus tropas y difirió el ataque postrero para el alba siguiente.
»Durante la noche, el ZAMAR... hizo ver a los suyos la imposibilidad de resistir el ataque que esperaban, y los inclinó a abandonar la cumbre. Los caudillos, sus voluntarios y muchas mujeres salieron calladamente, y, bajando por despeñaderos y sendas de cabras, se retiraron hacia las Albuñuelas. Al amanecer ocuparon las tropas del MARQUÉS el Fuerte, degollando a los pocos viejos y mujeres tímidas que en él habían quedado, confiadas en la clemencia del vencedor.
»La caballería cristiana se lanzó en pos de los fugitivos y alcanzó y alanceó muchos moros y moras. El ZAMAR peleó heroicamente defendiendo una hija suya de trece años, desmayada con el cansancio de la huida. Herido en un muslo, fue cautivado y conducido a Granada, donde el CONDE DE TENDILLA, que gobernaba en ausencia del MARQUÉS, su padre, le condenó a morir atenaceado.»
Costosa y dolorosísima fue para los moriscos la debelación del Peñón de las Guájaras; pero inútil sin duda alguna para el éxito de la Campaña de MONDÉJAR.
ABEN-HUMEYA y su gente, aprovechándose con singular acierto de aquella poco meditada expedición del MARQUÉS, habían vuelto a penetrar en la Alpujarra, verdadera llave estratégica de la Rebelión. Resultaba, pues, estéril cuanto el General cristiano había hecho trabajar y padecer un mes antes a sus tropas para ocupar aquellos ásperos terrenos, tan fácilmente recobrados por el enemigo. Es decir, que la sangre de las flacas mujeres y pobres ancianos sacrificados en las Guájaras había valido al REYECILLO la reconquista de lo mejor de su Reino.- Cualquier batalla le hubiese costado más.
Así lo comprendió el MARQUÉS y lo murmuraron sus émulos. Aumentaron, por tanto, su despecho y su rabia contra ABEN-HUMEYA, y dio la vuelta a Órgiva, decidido a acabar de una vez, no ya con las huestes, sino con la persona de aquel joven caudillo, tan emprendedor, tan sagaz, tan valeroso, y cuya incansable actividad centuplicaba sus fuerzas y sus recursos.
Cruzó entonces por la mente del noble General, encanecido en las virtudes y el heroísmo, un pensamiento aleve, oscuro y tortuoso...- Determinó, digo, emplear el dinero, el espionaje y la traición para deshacerse de ABEN-HUMEYA.
Lo mismo hizo Cepión con Viriato.
-¡A caballo, señores, a caballo...; que se hace tarde, y nos esperan en Murtas! ¡Ya no calienta tanto el sol, y corre una brisa fresca!
Así exclamó en aquel momento, interrumpiendo la lectura, el que había de ser nuestro bondadoso huésped en el lugar a que nos dirigíamos.
-¡A caballo! -respondimos todos.
Y partimos, llevando los más gratos recuerdos de nuestra estancia en el Cortijo de la Negra.
No menos viva conservo la memoria de los alegres trotes, y hasta galopes, que entonces se siguieron, interrumpidos por largas paradas a fin de contemplar ésta o la otra perspectiva, y siempre a lo largo del empinado lomo del Cerrajón de Murtas.
Y es que aquella tarde se desarrollaron ante nuestra vista muchos de aquellos redoblados pliegues de terreno que comparé en la cumbre de la Contraviesa a los tejados de una ciudad mirados oblicuamente desde un campanario.
Sí: durante aquella especie de viaje aerostático, vimos el interior y hasta el fondo de gran número de valles, cuajados de cortijos y de arbolado, de ya verdes viñas y de crecidas siembras: -vimos... de cuerpo entero... la famosa Sierra de Gádor, llamada en otro tiempo la Sierra del Sol (como la Contraviesa se llamaba la Sierra del Aire): ¡Sierra de Gádor, El dorado de los almerienses, y aún de los granadinos, y albergue de pintorescas villas y lugares!... ¡Sierra de Gádor, cuyo pico eminente, el Sabinar, mide la respetable altura de seis mil novecientos pies!...-vimos, entre aquella sierra y la cordillera que nosotros seguíamos, la honda y extensa cuenca del río de Adra, frontera allí de la provincia de Almería: -vimos a lo lejos, y, dejándonosla atrás, la hechicera sombra de Berja, que dos días después casi habíamos de tocar con la mano; y, más al Sur la costa de Adra, marcándonos el sitio en que se escondía esta graciosa nereida del litoral alpujarreño; -y vimos, en fin, la punta de Roquetas, y muchas playas y promontorios, dibujándose o recortándose sobre el azul del mar... «como en los mapas de relieve», que diría cualquier retórico irreflexivo.
Por lo demás, y fuesen cualesquiera los paisajes amenos y deliciosos que divisábamos en lontananza, lo cierto es que nos habíamos encaramado a un terreno áspero y adusto, donde era todavía pleno invierno, y donde hacía, en consecuencia, un frío de todos los diablos; -por lo cual nos alegramos muchísimo de llegar, como llegamos, a Murtas... antes que el sol al Occidente.