XI

D. Juan Martín, luego que entramos en Aragón, tuvo a bien modificar el alto personal de su ejército. Encargó a Trijueque el mando del cuerpo que antes estaba a las órdenes deSardina, y puso a las de Albuín otra división, nombrando al D. Vicente jefe de Estado Mayor general de todo el ejército. De este modo quiso el jefe contentar a todos, principalmente al clérigo, cuya grande iniciativa militar necesitaba en verdad un mando de relativa independencia en que manifestarse. Yo me quedé en el cuartel general entre las tropas que el mismo Empecinado tenía a sus inmediatas órdenes.

Fuimos persiguiendo a los franceses hasta el mismo Daroca. Refugiados allí los restos de la destrozada división de Mazuquelli, dejamos aquella villa a nuestra derecha y marchamos en dirección a la Almunia, también ocupada por el enemigo, y destinada también por D. Juan Martín a padecer un bloqueo riguroso y tal vez un asalto. Hicimos marchas inverosímiles por Villafeliche con objeto de caer de improviso sobre la villa, antes que desde Zaragoza se le enviase auxilio, y nuestra correría fabulosa ponía en gran turbación a los franceses de Aragón que nos suponían en Molina y a los de Guadalajara que nos creían en la sierra desbaratados por Mazuquelli. Éramos como la tempestad que no se sabe dónde va a caer, ni es vista sino cuando ya ha caído.

El sitio de la Almunia duró bastantes días y la guarnición tuvo que entregarse, después que derrotamos a la columna enviada desde Zaragoza en socorro de aquella. Los franceses, buenos para una embestida, son la peor gente del mundo para defender plazas, porque carecende constancia y de aquel tesón admirable que dispone las almas a la resistencia.

Con motivo de la nueva distribución dada a nuestras fuerzas, dejé por algún tiempo de tratar de cerca a mosén Antón, el cual desempeñó un gran papel en la acción del 7 de Noviembre frente a los campos de la Almunia y en la del 20 junto a Maynar. Después de estos acontecimientos nos detuvimos algunos días en Ricla, y cuando el ejército salió a operaciones con intento de atacar a Borja y Alagón, quedó en aquella villa una pequeña fuerza destinada a custodiar los prisioneros.

Comenzaba Diciembre cuando ocurrió un acontecimiento no mencionado por la historia, pero que yo contaré por haber sido de suma trascendencia en el ejército empecinado y de gran influjo en el porvenir de aquellas rudas partidas de campesinos. Habiendo dispuesto el general el sitio de Borja, envió allá a Orejitas por Tabuenca, mientras Albuín se situaba en Matanquilla observando las tropas enemigas que vinieran de Calatayud. D. Juan Martín, que se hallaba sólo con algunas fuerzas en Alfamén, mandó que viniera a unírsele mosén Antón.

Por no acudir a tiempo el maldito clérigo, nos vimos en gran aprieto con la embestida inesperada que nos dieron los lanceros polacos, y a fe que si entonces no hubo milagro, poco faltó sin duda. Casi nos sorprendieron, y si nos salvamos y aun vencimos en encuentro tan formidable, fue porque el general, jamás acobardado ni aturdido, tuvo serenidad admirable,y decidiéndose a tomar la ofensiva, dispuso sus escasas fuerzas de modo que pareciese tenerlas muy grandes en el inmediato pueblo. Salvonos la sangre fría primero y después el arrojo sublime de D. Juan Martín, con la práctica de las veteranas y escogidas tropas de caballería que mandaba. Concluida la acción, y cuando se retiraron los polacos, sin que pudiéramos perseguirlos, el héroe estaba furioso, y dijo a Sardina:

-De esto tiene la culpa mosén Antón. Los polacos no nos han frito porque no estaba de Dios. Ya tengo atravesado en el gañote a ese maldito clerigón, y me las ha de pagar todas juntas.

-Mosén Antón -dijo Sardina queriendo disculpar al que había sido su subalterno- tal vez no haya podido acudir a tiempo.

-¿Que no ha podido?... ¡Condenado le vea yo!... Ahora dirá que no sabía. Si mosén Antón estaba en Mesones como le mandé, los polacos debieron pasarle delante de las narices... Si no estaba ni está en Mesones, ¿por qué no vino? Trijueque me está abrasando las asaúras y ya no puedo con él... Trijueque ha visto a los polacos y en lugar de correr a auxiliarme se ha ido por otro lado, gozándose con la idea de que me derrotarían... ¡Críe usted cuervos, santo Dios bendito!... Ha tiempo que estoy viendo en la envidia de ese renegado un peligro para este ejército; pero he aguantado por el decir, porque no digan... pues... pero ya se acabó el aguante... ¡Mil demonios! De mí no se ríe nadie.

Acabose de poner al día siguiente D. Juan Martín en punta de caramelo, con la llegada de un emisario de Orejitas, que anunciaba haber levantado el sitio de Borja, ante la presencia de una fuerte columna enemiga. El guerrillero echaba la culpa de esta contrariedad a mosén Antón, que en vez de unírsele, había tomado la dirección de Tabuenca, sin que nadie supiese con qué fin.

Dábase a todos los demonios el general en jefe, cuando llegó otro correo de D. Saturnino Albuín diciendo que juntos este y mosén Antón Trijueque habían ganado una gran victoria en Calcena, matando setenta franceses.

-Váyase lo uno por lo otro -dijo el Empecinado-. Ya sabía yo que la mano derecha de D. Saturnino había de dar algún porrazo bueno por ahí... Pero se ha levantado el sitio de Borja y eso no me gusta. Sr. D. Vicente, entre Albuín y Trijueque se proponen hacerme pasar por un monigote... Que ganen batallas enhorabuena, pero sin echarme abajo mis planes; porque yo tengo mis planes, y mis planes son atacar a Borja, y después a Alagón, para obligarles a que saquen tropas de Zaragoza... Pero vamos, vamos a Calcena a ver qué victoria ha sido esa. Esos dos guerrilleros de Barrabás merecen al mismo tiempo la faja de generales por su bravura y se les den cincuenta palos por su desobediencia. En marcha.