En este álbum familiar los recortes de periódicos establecieron la reconciliación
tipográfica de todas las literaturas. El azar de las tijeras impuso a los autores y a
los estilos un imprevisto régimen de colindancias. La hidráulica lacrimal de Julio de
Julio Flórez inunda el suelo fúnebre de los cipreses agobiados por la ráfaga del
plenilunio. Luis Vidales practica su terrorismo métrico en la misma página donde
varios sonetos de Miguel Rasch Isla regulan el funcionamiento del otoño. Y junto a
la gesticulante y heroica prosa de José María Vargas Vila, figuran los
circunspectos acrósticos de Federico Gil, poeta de la más conmovedora
domesticidad.
A cualquiera de sus folios pegó alguien cualquier día mi los de Diciembre, impresa
en anilinas estivales como un cartel de turismo. Son unos párrafos excesivamente
decorativos, planeados en torno al escenario de la navidad provincial. En la
temperatura delos adjetivos resuena todavía la noche teñida de acordeones y
faroles, con su estrella perpendicular a la ingenua botánica del retablo y sus
campanas madrugadoras apresurando la salida del sol.
Esta página movida por amplias metáforas rurales me plantea hoy de nuevo aquel
paisaje ventilando por los almendros que giran bajo la brisa de los pájaros. A
través de la fronda gramatical una música de cobre aparece y desaparece.
Texto anterior: Visión de Berta Singerman