Ramona
de Óscar Delgado
I
Fue en este pueblecito de calles que van y vienen sin prisa donde a través de los
discos ortofónicos descubrí a Ramona, instalada en su caluroso escenario
sembrado de palmeras falsas.
II
En todas las grafonolas habitaba entonces un barítono que imponía a su voz la
gimnasia sentimental de un elástico suspiro por el amor de Ramona.
III
¡Ramona! La lente de ese nombre fotogénito proyectaba en mi pensamiento una
imagen de mujer deliciosamente selvática, cubierta de morenas desnudeces. Sus
tres sílabas impulsadas por el cordaje de un violín palúdico, giraban como trompos
de colores sobre la superficie del silencio pulido.
IV
El paisaje conjugado en siete tonos rurales me hizo amar a Ramona dentro de la
égloga. Desde la mañana columpiada en vientos azules y verdes hasta la tarde
tendida en el chinchorro del crepúsculo, Ramona recorría bucólicos itinerarios en
mi imaginación, movilizada por la mecánica oculta del aparato parlante.
V
Era un amor absurdamente abstracto; en vano dime a la búsqueda de una
concreción femenina capacitada para servir de envase a la melodramática idea de
la amada.
VI
Inesperadamente desapareció. El sitio fue abandonado por las grafónolas. Y las
gaitas lugareñas que sostenidas por los tambores de piel de chivo alzaban luces
rojas en la plaza nocturna, desconocían el nombre que adoptó elasticidades
imprevistas en el suspiro solfeado de los barítonos.
VII
¿Qué rumbo tomarían las prófugas bocinas que difundieron por los ángulos
cardinales de mi fastidio la silueta de esa mujer musical?
VIII
Yo utilicé un olvido endecasílabo que aprendí de ciertos rapsodas para borrar el
eco que las cadencias de Ramona dibujaron en mi reloj provinciano.
IX
Bajo temperaturas de añoranza cultivé aquel olvido. Cuando la creí para siempre
retirada de la ortofónica espiral del disco, recordábala llorosamente como se 
recuerda a las novias que se mueren de algún mal que complican el tiple y el
lucero de la tarde.
X
Pero cada vez que percibo el avance de la civilización vacila mi creencia en la
muerte de Ramona.
XI
Cualquier día la peste de los voltios inoculará a la vida de este pueblecito el
microbio que ha de acelerar el ir y venir de sus calles y dislocará la inefable
geografía y la astronomía simplísima que patrocinan hoy su panorama.
XII
Y quizá no sobreviva yo a la tragedia de que asomados a algún altoparlante
público todos los barítonos me anuncien el retorno de Ramona, enjoyada de
colores eléctricos y envuelta en el pentagrama tórrido del saxofón.
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