Ramona
I
Fue en este pueblecito de calles que van y vienen sin prisa donde a través de los discos ortofónicos descubrí a Ramona, instalada en su caluroso escenario sembrado de palmeras falsas.
II
En todas las grafonolas habitaba entonces un barítono que imponía a su voz la gimnasia sentimental de un elástico suspiro por el amor de Ramona.
III
¡Ramona! La lente de ese nombre fotogénito proyectaba en mi pensamiento una imagen de mujer deliciosamente selvática, cubierta de morenas desnudeces. Sus tres sílabas impulsadas por el cordaje de un violín palúdico, giraban como trompos de colores sobre la superficie del silencio pulido.
IV
El paisaje conjugado en siete tonos rurales me hizo amar a Ramona dentro de la égloga. Desde la mañana columpiada en vientos azules y verdes hasta la tarde tendida en el chinchorro del crepúsculo, Ramona recorría bucólicos itinerarios en mi imaginación, movilizada por la mecánica oculta del aparato parlante.
V
Era un amor absurdamente abstracto; en vano dime a la búsqueda de una concreción femenina capacitada para servir de envase a la melodramática idea de la amada.
VI
Inesperadamente desapareció. El sitio fue abandonado por las grafónolas. Y las gaitas lugareñas que sostenidas por los tambores de piel de chivo alzaban luces rojas en la plaza nocturna, desconocían el nombre que adoptó elasticidades imprevistas en el suspiro solfeado de los barítonos.
VII
¿Qué rumbo tomarían las prófugas bocinas que difundieron por los ángulos cardinales de mi fastidio la silueta de esa mujer musical?
VIII
Yo utilicé un olvido endecasílabo que aprendí de ciertos rapsodas para borrar el eco que las cadencias de Ramona dibujaron en mi reloj provinciano.
IX
Bajo temperaturas de añoranza cultivé aquel olvido. Cuando la creí para siempre retirada de la ortofónica espiral del disco, recordábala llorosamente como se recuerda a las novias que se mueren de algún mal que complican el tiple y el lucero de la tarde.
X
Pero cada vez que percibo el avance de la civilización vacila mi creencia en la muerte de Ramona.
XI
Cualquier día la peste de los voltios inoculará a la vida de este pueblecito el microbio que ha de acelerar el ir y venir de sus calles y dislocará la inefable geografía y la astronomía simplísima que patrocinan hoy su panorama.
XII
Y quizá no sobreviva yo a la tragedia de que asomados a algún altoparlante público todos los barítonos me anuncien el retorno de Ramona, enjoyada de colores eléctricos y envuelta en el pentagrama tórrido del saxofón.Texto anterior: Hoja de álbum