Historia general de el Reyno de Chile/Biografía

VIDA DE DIEGO DE ROSALES. [1]

"De todo lo cual he sido testigo de vista, que es calificacion de la historia i crédito de la verdad, que es el alma de ella."—(Diego de Rosales.—Historia general de Chile, Flandes indiano.) "El sacerdote jesuita Diego de Rosales, cuyo nombre es bastante célebre en la historia de Chile, despues de permanecer algunos años en la mision de Arauco, atravesó el territorio comprendido entre Concepcion i Valdivia i desde la cordillera hasta la mar, ganando en todas partes la voluntad de los indios, que le servian i oian con muestras de gran gozo."—(Eizaguirre.—Historia eclesiástica de Chile, vol. I, páj. 232.)

I.

Nació el ilustre historiador i misionero Diego de Rosales en la coronada villa de Madrid, a cuya circunstancia vinculó siempre cierta vanagloria de rancio castellano, porque la hizo como inherente de su nombre, estampándola en la portada de su libro. Por otra parte, es ésa la única vanidad mundana que hemos desentrañado del corazon de aquel varon tan insigne como humilde.

Gracias a la carátula de su libro, sábese por tanto el lugar de su nacimiento; pero no ha servido el mismo acaso para descubrir una sola huella ni de su familia ni de la fecha de su nacimiento.

Sin embargo, por motivos de lejítima induccion es de presumir que el jesuita madrileño perteneciera a una clase acomodada, porque su educacion, sus principios i su porte social revelan una temprana cultura, no ménos que una intelijencia superior. La Compañía de Jesús alistaba en esa época bajo sus banderas los mas ilustres nombres de Europa, como que no hacia muchos años desde que uno de los Borgia, duque de Gandia, i hoi simplemente "San Francisco de Borja" habia vestido la sotana de San Ignacio, asi como algo mas tarde vino a Chile, en calidad de humilde obrero, el jesuita Carlos Imahausen, de la real casa de Baviera.

II.

En cuanto a la época del nacimiento del mas vasto i erudito de los antiguos historiadores de Chile, no debió alejarse sino dias del comienzo del siglo XVII, pues consta que en 1625 o 26, en que pasó a las Indias, ya rejentaba cátedras de letras en la corte de Madrid. I en aquellos tiempos, por precoz que fuera el entendimiento de un mancebo, el profesorado era jeneralmente privilejio i oficio solo de las canas.

III.

De todas suertes, cuando el jóven Rosales tenia apénas cumplida su mayor edad vino a Lima incorporado en la Compañía de Jesús, pero sin ser todavía sacerdote. Notorias son a todos las reglas severas i prolongadas llamadas de "probacion" que dejó establecidas Ignacio de Loyola para rejimentar sus aguerridas lejiones. Ningun recluta era admitido en aquella esforzada i compacta milicia, lejion tebana del catolicismo, sin haber probado ántes el fuego en una o en muchas jornadas.

Solo cuando residia en Lima ordenóse el joven Rosales, i quedó apto para pasar del altar a la batalla.

IV.

Era Lima entónces la capital de las Indias ubicadas al sud del itsmo de Panamá, i bajo el punto de vista de la órden de Jesús, formaba su cuartel jeneral, o su provincia, como en esa institucion astuta i audaz, organizada bajo los mismos principios i denominaciones que los imperios, llamábase. Chile era solo una vice-provincia pobre i subalterna, pero codiciada por las almas jenerosas en razon de sus peligros, de sus sacrificios i de su misma pobreza.

A esa vice-provincia, que era un verdadero campo de batalla, fué enviado el joven jesuita para su probacion definitiva i el ejercicio de su ministerio. I no debia ser ya pequeño ni escondido su mérito, porque asignáronle sus nuevos superiores la mision de Arauco, cabeza i plaza fuerte de aquella frontera mística ideada por el iluso Luis de Valdivia para domar a los araucanos con letanías i con ensalmos.

Arauco era entónces la puerta del pais bárbaro i la llave única de sus fronteras, que el castellano de aquella ciudadela de guerra guardaba cada noche bajo su almohada de zozobras.

V.

Debió tomar posesion de su laborioso, difícil i duro destino el neófito jesuita por el año de 1628 o mas probablemente en 1629, porque se supone que vino a Chile con el padre jesuita Vicente Modolell, natural de Cataluña, que fué provincial de la órden en Chile i regresó de Lima por aquel año, trayendo un refuerzo de misioneros [2].

VI.

Los estrenos del ardoroso misionero en su nueva carrera de predicador i de soldado fueron dignos de una noble vida.

No hacia muchos meses que residia en su mision, enseñando la doctrina a los bárbaros vecinos, llamados falsamente "indios amigos," i dando a los soldados ejemplo de la continencia i del deber, cuando una tarde, hacia el 21 de enero de 1630, presentóse a dos leguas de Arauco i en el pequeño llano que se llama todavía de Piculhüe el atrevido i macizo Putapichion a la cabeza de un campo de indios, cuyo número hacen subir algunos cronistas a siete mil lanzas.

El jeneral en jefe del ejército de las Fronteras, cuyo alto destino era conocido en la milicia colonial con el nombre de maestre de campo jeneral, residia en esa coyuntura en Arauco i éralo el valeroso caballero don Alonso de Córdova, abuelo del historiador. I aunque habia recibido órdenes terminantes del gobernador recien llegado al reino, don Francisco Lazo de la Vega, para mantenerse quieto, no fué aquel impetuoso capitan dueño de sí mismo cuando llegó a su noticia el reto i la osadía del toqui araucano. Hizo salir en consecuencia el dia 22 o 23 de febrero una compañía de caballería al mando del capitan Juan de Morales, con órden terminante sin embargo de no pasar mas allá de una angostura de cerros que se llama de "Don Garcia" (por el de Mendoza), a cortísima distancia del fortin de Arauco i a la entrada del llano de Piculhüe.

Pero asi como el maestre de campo no obedeció al gobernador, el capitan Juan de Morales se excedió en su comision, i se internó imprudentemente mas allá del seguro i bien defendido desfiladero para verse envuelto con su puñado de jinetes en un verdadero torbellino de bárbaros aguerridos. Noticioso Córdova de este peligro, salió apresuradamente al campo con todo el tercio que guaraecia a Arauco, pasó a su vez el desfiladero de "Don Garcia" i presentó temeraria pero jenerosa batalla a los indios, diez veces mas numerosos, para salvar su comprometida vanguardia. En la tropa de Arauco iba Rosales, mas como voluntario i como cruzado que como capellan castrense, cuyo era otro sacerdote.

El valeroso Córdova no tardó en ser envuelto i derrotado, perdiendo su caballo i quedando mal herido, al paso que murieron sus mas valientes capitanes, i entre otros el famoso Jines de Lillo, que habia medido todo el reino como agrimensor i perito.

Cuando el padre Rosales se retiraba con la rota columna de los cristianos hácia la estrechura que dejamos mencionada, alcanzóle un indio, i sujetándole el cansado caballo por la brida, iba a matarle, cuando se interpuso un mestizo que militaba en el campo enemigo i al cual el misionero habia salvado de la horca hacia poco en Arauco, reo por alguna fechoría.

No obstante el riesgo inminente de su vida, el capellan de los castellanos cumplió hasta el último momento su deber, confesando a los heridos i auxiliando a los moribundos, si bien puesto al abrigo de espesos matorrales, donde milagrosamente escapó en aquella fatal jornada. El padre Rosales era sumamente animoso, como hemos de tener mas de una relevante ocasion de anotarlo adelante de este ensayo.

VII.

El misionero de Arauco encontróse tambien un año mas tarde en la mas famosa batalla i victoria de la guerra araucana, ganada el 13 de enero de 1631 por el gobernador Lazo de la Vega sobre los toquis Clentaru i Putapichion en la Albarrada, a pocas cuadras del fuerte i tercio de Arauco. La Albarrada fué la represalia de Piculhüe, cuya última derrota i batalla llamó Santiago Tesillo, jefe de estado mayor de Lazo de la Vega, de Picoloe.

No consta que el padre Rosales se hallase personalmente al lado del gobernador en la Albarrada, como lo estuvo junto al maestre de campo en Piculhüe, si bien el haber salido a prestar auxilio espiritual a los soldados era propio de su noble ánimo. Mas existe suficiente certidumbre que se hallaba en ese dia a la cabeza de su mision en Arauco i que, ayudado de siete clérigos que le acompañaban, confesó i preparó para el combate el ejército castellano entero, desde el jeneralísimo al último clarin, poniéndolos bajo el manto de la Vírjen, cuya era su predilecta i mas ardiente devocion.

Desde el gobierno de Lazo de la Vega comienza la vida activa político-eclesiástica i aun militar del padre Diego de Rosales, i por esto él mismo dice en cierto pasaje de su historia que desde aquella época ya no narra como cronista sino como testigo ocular de los sucesos. El historiador refiere prolijamente i con lucidos toques de escritor la batalla de la Albarrada, que él llama de Petaco, en el capítulo XIII del libro VII de su Historia.

VIII.

Sin embargo de esto, durante el resto del gobierno de Lazo de la Vega, que duró diez años (1629-1639), el misionero en jefe de Arauco hizo una vida completamente espiritual i pacífica, llenando con fervor de anacoreta el largo plazo de su segunda probacion. Era un incansable ministro de conversiones. Habia aprendido con perfecta llaneza la lengua indíjena, i confesaba, predicaba i convertia en todas las tribus. Viajaba para estos fines, a veces, a los puntos vecinos de Arauco, como Paicaví o Lavapié, escapando muchas ocasiones su vida de celadas asesinas que le armaban los indios finjiéndose cristianos, al paso que cuando obtenia la necesaria licencia de sus superiores estendia su propaganda a todo el territorio araucano, llegando hasta el Imperial, hasta Villarica, hasta Tolten, a la isla de Santa Maria i a Valdivia mismo. En la vida del padre Alonso del Pozo, que escribió años mas tarde, refiere él mismo que, encontrándose en Tolten Alto, es decir, en las vecindades de Villarica, se dirijió al valle de la Mariquina, hoi San José, junto al rio de Cruces, camino de Valdivia, i añade que en esa jornada tardó un mes entero, predicando i convirtiendo en las dos márjenes del rio Tolten. "Porque habiendo ido desde la mision de Boroa, dice el fervoroso misionero, refiriéndose a una época algo posterior, a Tolten el alto a hacer mision i tardando mas de un mes en llegar a Tolten el baxo, con deseo de ver esta maravilla (la iglesia edificada por el padre Francisco de Vargas en el valle de la Mariquina) i saliendo todos los dias de un pueblo a otro, porque son, muchísimos todos los que hai en aquella rivera del Tolten"... [3].

De Valdivia hasta donde estendió su escursion el ardoroso misionero, en esa ocasion, regresó por tierra a la Imperial i de allí otra vez a su querida mision de Arauco.

IX.

Tenian lugar los mas esforzados de aquellos ejercicios de predicador i misionero por los años de 1638 a 39. I con sobrados títulos i pruebas se acercaba ya el dia tan deseado por su alma de profesar plenamente en la órden de que habia sido simple milite i aspirante por mas de veinte años el conversor Rosales. Segun un testimonio encontrado por el padre Enrich en el archivo del ministerio del Interior, en Santiago, Rosales hizo su profesion definitiva en el Colejio máximo de la capital solo en 1640, en manos de su provincial el padre Juan Bautista Terrafino.

Incorporado como ministro en la Compañía de Jesus, el padre Rosales volvió otra vez a su vida de misionero i de soldado de la cruz en las fronteras.

X.

Afirma en su historia eclesiástica el señor Eyzaguirre que en cierta época de su probacion el padre Rosales estuvo radicado como misionero en Yumbel i que allí edificó la iglesia de la Buena Esperanza, que dio este nombre histórico a aquel tercio. Pero aunque el testimonio sea por demas respetable no encontramos comprobado el hecho entre las noticias fidedignas que ha acopiado últimamente el historiador Enrich.

XI

Mas si sobre este último punto, de poca monta en sí, reina alguna duda, consta sobradamente de la historia que cuando el marques de Baides, inducido por su índole a una política diametralmente opuesta a la de su antecesor, el belicoso Lazo de la Vega, respecto de los araucanos, se dirijió a ajustar con ellos las famosas paces jenerales que llevan su nombre, "las paces de Baides," el padre Rosales le acompañó al parlamento de los Manos de Quillin, situados a corta distancia de Lumaco, en calidad de consejero, de amigo, i sobre todo, de jesuita. El marques de Baides, como Alonso de Rivera, en su segundo gobierno, i como Oñez de Loyola i el presidente Gonzaga, en el trascurso de dos siglos de uno al otro, fueron todos gobernadores-hechura de los jesuitas o amoldados con infinita habilidad a su escuela. El mismo Rosales, que salió de Concepcion con el campo castellano rumbo de Quillin el 6 de enero de 1641, refiere en su Historia diversas incidencias de aquella pacífica campaña, i entre otras la de haber presentado el mismo al presidente una especie de raton-kangaru, que llevaba sus chicuelos en una bolsa formada por su propia epidermis, i cuya especie parece del todo desaparecida de nuestra fauna hoi dia. Da tambien noticia el minucioso observador, jesuita de la terrible erupcion del Llayma ocurrida por aquel tiempo, que despeñó un cono inmenso de fuego sobre las aguas del lago, cociendo, segun Carvallo, sus pescados como si hubiera sido en una marmita [4].

XII.

El padre Rosales tuvo un puesto conspicuo en el parlamento de Quillin. Es cierto que con su natural modestia, ni una sola vez desmentida en el curso de su escrito, sino al contrario confirmada con hechos verdaderamente preclaros; es cierto, deciamos, que en aquella ocasion solemne cedió el puesto de honor, que era el de la arenga jeneral con que se abria el parlamento en nombre del rei, a su colega i amigo el padre Juan de Moscoso, quien, por ser natural del reino (hijo de Concepcion), le aventajaba en la soltura con que vertia la lengua de los naturales; pero lo que pone de relieve la importancia política alcanzada ya por Rosales en esa época, es que el marques de Baides le confiara la pacificacion de los pehuenches, asi como él en persona habia logrado desde años atrás la de los huilliches o araucanos propios.

Completa i rápida fortuna acompañó al embajador jesuita en este primer viaje al corazon de la Cordillera, pues trajo de paz todas las tribus inquietas, i ademas recojió en aquella jornada nociones preciosas de jeografía, de botánica i aun de jeolojía, cuya ciencia apénas era en esa época una especie de nube que envolvia la tierra desde los dias del Jénesis. En el primer libro de su historia, consagrado a las tradiciones de ritos de los indios, el entendido jesuita hace caudal de aquellos reconocimientos, que a su juicio, entre otras deducciones científicas, dejaban certidumbre natural de la universalidad del diluvio.

XIII.

Ocurre en esta parte de la vida del misionero una laguna que es difícil orillar, perdido el sendero que a ella conduce, desde hace mas de dos siglos. Sábese solo que regresó otra vez a su cara mision de Arauco, que allí levantó una iglesia "mejor que la de Penco", i que incendiada ésta por el descuido de un muchacho, volvió a reedificarla con mayor suntuosidad. Careciendo el asiento de Arauco de un raudal apropiado, construyó tambien el padre Rosales un molino en el estero vecino llamado de las Cruces, por las que algunos de sus guijarros tenian esculpidas en sus faces. El padre Rosales, aunque creia en todos los milagros, aun en los mas inverosímiles, era un intelijente i asiduo administrador práctico de las cosas terrenales de la órden.

Sábese tambien que por esa época acompañó al presidente Mujica, de quien fué íntimo amigo, al segundo parlamento de Quillin (24 de febrero de 1647) i que volvió otra vez, dichoso i satisfecho, a su retiro de Arauco. El misionero no quería vivir sino en medio de sus indios, por su labor convertidos, entre los cuales hacia cabeza su insigne amigo don Juan Catumalo, a quien no desamparó ni en su lecho de muerte.—El padre Rosales era de aquellos conversores que habria dado la mitad de su vida por salvar con el bautismo a un párvulo jentil i la otra mitad por rescatar un alma del infierno mediante una confesion jeneral en las postrimerías de larga i pecaminosa vida. De esta última especie habia sido la del cacique Catumalo.

Esta misma circunstancia, la de haber regresado el padre Rosales a la mision de Arauco despues del segundo parlamento de Quillin, en marzo de 1647, nos hace presumir que se encontraba en aquel paraje cuando tuvo lugar el terrible cataclismo i terremoto que asoló todo el pais el 13 de mayo de aquel mismo año.

XIV.

Toma desde aquí arranque la parte mas brillante i mejor conocida de la vida militante de Diego de Rosales.

El misionero se hace soldado i el soldado se hace héroe.

Vuelto a España el marques de Baides, a la vista de cuyas costas encontró glorioso fin (1646), i muerto tristemente por un tósigo el presidente Mujica en su propio palacio de Santiago, perdió el reino sus hombres mas prudentes, i Rosales sus mejores amigos. A uno i otro sucedió un mandatario inepto, atolondrado i de tal modo codicioso, él i su esposa, que entre ámbos i dos hermanos de ésta, llamados don Juan i don José Salazar, pusieron el esquilmado reino a saco i lo precipitaron en el último abismo de su perdicion i menoscabo.

Pero vamos a contar únicamente la parte que al padre Rosales cupo en heroismo i sufrimiento de aquella gran catástrofe.

Antes de regresar de Penco a Santiago, donde debia de morir a los tres dias, "de bocado," dejó, el presidente Mujica, órdenes al segundo jefe de las fronteras, el veterano Juan Fernandez Rebolledo, para que repoblase la Imperial, desolada desde la gran rebelion de hacia medio siglo (1600). Pero el entendido capitan juzgó mas acertado establecer aquel punto estratéjico en el antiguo asiento de Boroa, siete leguas hácia el sudeste de la antigua ciudad consagrada a Cárlos V, pero siempre a orillas del Cautin i en su confluencia con el rio de las Damas.

XV.

Como Arauco era la garganta del pais de los indios rebelados i la puerta de su entrada, así Boroa era su corazon, i por esto habíase asentado allí hacia cuarenta años el bravo Juan Rodulfo Lisperguer, pereciendo en una celada con todos sus secuaces, cuyo desastre fué la victoria mas cruel i mas completa de los araucanos despues de la muerte de Valdivia i de Oñes de Loyola (1606). Boroa está situado en el riñon de la Araucanía, equidistante entre Penco i Valdivia, i en medio de colinas blandas i boscosas densamente pobladas.

Como corrian tiempos de paz, la eleccion de los misioneros de Boroa hacíase asunto capital de buen gobierno i de buen éxito. "Pidió, dice el propio Rosales del gobernador Muxica, al padre Luis Pacheco, vice-provincial de la vice-provincia de Chile, dos padres de buen celo i espíritu para esta mision, sabios en la lengua de los indios i del agrado i virtud necesaria para tratar con jente nueva. I habiéndose encomendado a nuestro Señor i mandado hacer en la vice-provincia muchas oraciones para escojerlos, elijió al padre Francisco de Astorga, rector de la mision de Buena Esperanza, i por mi buena ventura me señaló a mí por su compañero" [5].

XVI.

Encontrábase ocupado Diego de Rosales con Juan Fernandez Rebolledo en plantear la fortaleza i casa de conversion de Boroa cuando hizo su entrada en el reino el funesto don Antonio de Acuña, cuyo es el nombre del mal soldado i detestable gobernante que hemos dicho sucedió a Mujica (1650).

Puesto desde el primer dia por Acuña i sus deudos en ejecucion su plan de saqueo de haciendas i robo de indios, llamados estos últimos simplemente "piezas," para venderlos en las minas del Perú (en cuyos distritos aquel habia sido correjidor), comenzó de nuevo el sordo fermento de las tribus, mal apagado por las paces de Baides.

Empeñáronse desde luego los dos cuñados del gobernador, nombrados por su hermana el uno maestre de campo jeneral i sarjento mayor el otro de los tercios españoles, que eran los dos puestos militares mas altos del reino, en maloquear las reducciones de la Cordillera para robarles sus hijos, i como comenzaran a convocarse los espoliados caciques para tomar las armas, receloso de mal suceso el gobernador, suplicó al padre Rosales se dirijiese desde Boroa a apaciguar con promesas a los pehuenches, los puelches i otras tribus belicosas que habitan en el interior de los valles andinos.

Ejecutó de buen grado i con su acostumbrada buena estrella esta penosa mision el padre misionero, pero exijiendo ántes del gobernador i sus rapaces cuñados garantías de lealtad en el cumplimiento de sus pactos, porque el padre no solo era hombre de bien, sino que amaba sinceramente a los indios, cuyos vivos sentimientos viénense a los puntos de su pluma en cada pájina de su libro.

Pasó el animoso misionero en esta escursion hasta las famosas lagunas de Epulababquen, situadas en el riñon de la cordillera de los Andes, frente a Villarrica, i que no deben confundirse con las que llevan el mismo nombre en las dereceras del Nevado de Chillan, donde siglos mas tarde encontró su desenlace el sangriento drama de los Pincheiras en el primer tercio de este siglo (1882).

XVTI.

Atrajo el incansable misionero jesuita a la obediencia a los indios descontentos e irritados, al punto de regresar a Boroa acompañado de cuarenta caciques principales que ofrecieron humilde vasallaje a sus espoliadores.

No perdió tampoco aquella ocasion el fervoroso jesuita para predicar, convertir i bautizar cuantas cabezas i almas pudo haber a mano; i al propio tiempo trajo consigo de las mesetas andinas numerosas muestras de conchas i petrificaciones jeolójicas, que acusaban ya el estudio asiduo del naturalista i del historiador. Tenia esto lugar en el estío de 1651—52.

Concluida aquella campaña diplomática, espiritual i filosófica con tan prósperos resultados políticos, el misionero volvió a encerrarse en Boroa, cuyo fuerte habia sido confiado a un capitan llamado Juan de Roa, tan cebado en la rapiña de indios como sus jefes inmediatos los dos Salazar.

Llegó a tal punto aquel inhumano procedimiento, que, a pesar de las ardientes protestas del padre Rosales i de su compañero de mision Francisco de Astorga, planteóse en toda la Araucanía una verdadera trata de esclavos como en la Nubia, haciéndose Boroa, como punto central del territorio, el mercado mas concurrido de aquel horrible tráfico.

Amenazó de nuevo la conflagracion por el lado de los Andes, i los ladrones de hombres que gobernaban el reino, encubiertos en las faldas de una mujer, volvieron a recurrir al influjo de Diego de Rosales entre los pehuenches para aquietarlos.

Aceptó otra vez aquel encargo peligroso el jesuita cual cumplia a su obediencia, o mas propiamente a su magnanimidad. Pero exijió esta vez prendas mas positivas de honradez de parte de las autoridades, i no consintió en emprender su jornada si no se le entregaban previamente mas de quinientos cautivos que los Salazar i Juan de Roa tenian en sus corrales, a fin de restituirlos él mismo a sus desolados hogares.

XVIII.

Aceptó otra vez esta condicion el gobernador, que era tan desenfrenado en la codicia como irresoluto en las medidas, i Rosales volvió a salir de su pajiza celda conduciendo al seno de las cordilleras los cautivos de aquellos insaciables Faraones.

Dirijió en este tercer viaje el jesuita su rumbo por la parte austral de las Cordilleras, i penetró hasta la laguna de Nahuelhuapi, frente a Osorno, dando la vuelta tan pronto como dejó sosegados los ánimos i bautizados todos los párvulos a que su valiente dilijencia dio alcance en aquellas asperezas. En un pasaje de su historia menciona con cierta suprema felicidad el nombre del primer puelche en cuya sucia chasca vertió el agua purificadora de la gracia. Llamábase éste Antulien.

Entró i salió de los Andes en esta campaña el misionero de Boroa por el boquete de Villarrica, del cual da los detalles mas prolijos en su historia, revelando que es un paso llano, asi como el de Chagel, situado en su vecindad, "el cual dice (de el de Villarrica) se pasa sin penalidad ninguna, por ser toda una abra, i al fin della una pequeña subida" [6].

En este viaje pasó Rosales a vado el Tolten, "con el agua a las rodillas del caballo," en el verano de 1652-53, i a su regreso visitó las minas de sal de Chadigue, de que hace minuciosa descripcion en el libro segundo de su historia, i las cuales constituyen la mayor riqueza i comercio de los indios pehuenches. Son fuentes salinas sumamente abundantes que se evaporan en diversos arroyuelos, dejando gruesas capas de alba sal que aquellos cojen i venden a los araucanos del interior. Este comercio existe todavía.

XIX.

Cuando el infatigable misionero regresaba a los llanos, en el verano de 1653-54, encontró que el ejército español, a las órdenes de Juan Salazar, se dirijia, con el pretesto de castigar a los indios de Carelmapu i de Valdivia, por el asesinato alevoso de unos náufragos, a robar "piezas" en los llanos de Osorno, de modo que se halló presente en la total i miserable derrota de aquel ladron de niños ocurrida a orillas del rio Bueno, el memorable 14 de enero de 1654.

XX.

En esta ocasion los indios acaudillados por los bravos mestizos que habian nacido de las cautivas de las Siete Ciudades, pelearon tras de trincheras i con armas de fuego. Cuenta el mismo Rosales que una de sus balas cayó a sus piés. Sucedió esto en el vado llamado del Coronel.

Alentados los indios con aquel castigo de sus opresores, hicieron viajar secretamente su flecha desde el rio Bueno al Maule i desde Carelmapu, en la costa del Pacífico, a las cordilleras de Alico, i quedó acordada una rebelion jeneral que sobrepasaria en estragos, en venganzas i en horrores a las dos que la habian precedido en tiempo de Valdivia (1553) i del gobernador Loyola (1599).

Por las relaciones íntimas i afectuosas que el padre Rosales mantenia entre las tribus araucanas, i no obstante la veleidad de éstas, o tal vez en razon de ella, supo o sospechó aquél en tiempo el plan de los conjurados en su asilo de Boroa, i dió continuos avisos, pero en vano, a las autoridades militares del lugar i del reino. Mas, estaban de tal modo engolosinados en el botin los Salazar i su hermana la gobernadora, que a nada, ni siquiera al cuerno de guerra que tocaba a la arma en todos los valles, prestaban oido aquellos incorrejibles espoliadores.

XXI.

Al contrario, contra las advertencias cautelosas de Rosales i de su colega el padre Astorga, tan avisado como él, el aturdido maestre de campo, jeneral Juan de Salazar, abandonó el reducto de Boroa en los primeros dias de enero de 1655, llevándose todo el ejército para hacer una campeada de rapiña en ambas márjenes del Tolten. I no solo condujo consigo los tercios veteranos sino los indios amigos de las reducciones vecinas i la mayor parte de la guarnicion de Boroa, incluso a su capitan i castellano el famoso don Francisco Bascuñan i Pineda, autor del Cautiverio feliz. Todo lo que quedó en Boroa con los dos padres conversores fueron 47 soldados, al mando de un oficial bisoño llamado Miguel de Aguiar.

XXII.

Debia ser la señal de la conflagracion jeneral la llegada del ejército a orillas del Tolten, i así sucedió que acampado allí Juan de Salazar, los primeros en volver sus lanzas contra él fueron los indios amigos de Boroa que le acompañaban.

Con su cobarde atolondramiento de costumbre, Juan de Salazar precipitóse con su ejército desmoralizado i hambriento hácia Valdivia, sin hacer frente a los sublevados, como con voces de soldado pedíaselo el pundonoroso Bascuñan, i embarcándose como un prófugo en aquel puerto para Penco, dejó degollados en la playa, entre caballos i reses, siete mil, animales.

XXIII.

No fué menor ni ménos infame el aturdimiento de su hermano, el sarjento mayor i segundo en el mando militar José Salazar, que guarnecia la inespugnable plaza de Nacimiento con mas de doscientos buenos soldados. Atropellando por todo consejo i todo honor, hizo el despavorido capitan amarrar balsas i echólas al Bio-bio en la estacion del año en que apénas es flotable para trozos sueltos de madera, de suerte que despues de haber hecho encallar las embarcaciones que conducian las familias de la guarnicion de Nacimiento, frente a San Rosendo, entregándolas al cuchillo de los enfurecidos bárbaros alzados, sucumbió él mismo con el último de sus soldados, atascado en la arena en el paso de Tanaguillin, entre Gualqui i Santa Juana. Allí le atacaron los indios por una i otra márjen, i peleando en el agua con indomable fiereza no dejaron un solo hombre con vida.

XXIV.

Con mayor vergüenza todavía, abandonó el gobernador, tan cobarde como sus cuñados, la plaza fuerte de Yumbel, donde se hallaba cuando estalló la rebelion, i huyendo como un gamo, seguido de innumerables familias que dejaban sus hijos tirados en los campos i de soldados sin honor que arrojaban sus pesados arcabuces en el sendero, encerróse en el fuerte Penco, donde fué depuesto con ignominia por sus propias tropas indignadas.

XXV.

Todas las posesiones españolas fueron al mismo tiempo arrasadas hasta el Maule, arrojándose los pehuenches, mas feroces todavía que los araucanos, porque son ménos bravos, sobre las haciendas de los españoles, matando i cautivando mas de mil familias i causando daños que en aquella época de comparativa penuria fueron valorizados en ocho millones de pesos: el botín de ganado pasó de trescientas mil cabezas.

XXVI.

Aun la plaza de Arauco, llave maestra de la frontera, defendida durante un corto tiempo animosamente por un soldado natural de Navarra llamado José Bolea, hubo de ser evacuada, retirándose su guarnicion por mar a Penco.

Solo esta ciudad fuerte no habia caido en manos de los bárbaros, pero teníanla en tan continuo sobresalto que en una ocasion se robaron los indios un sacristan del atrio de la Catedral....

XXVII.

Tal era el lastimoso aspecto del reino un siglo despues de su conquista i ocupacion por los castellanos, reducidos ahora únicamente a las ciudades de Santiago i de la Serena, arruinadas ambas por un espantoso terremoto (1647). Todo lo demas habia vuelto a ser indíjena.

XXVIII

Pero en medio de aquella desolacion jeneral quedaba todavía un muro en que se guardaba con honor la bandera de Castilla.

Era ese muro una simple estacada de rebellines de roble defendida por el consejo i el ejemplo de dos monjes de pecho levantado.

XXIX.

Hemos dicho que la recien fundada fortaleza i mision de Boroa habia sido desamparada por el maestre de campo Salazar, quien, léjos de regresar a ese punto estratéjico, huyó para la costa desde el Tolten. De modo que cuando este mandria ridículo entraba huyendo por el porton de Valdivia, el pequeño reducto de los llanos centrales de Arauco veíase envuelto por no ménos de cuatro mil indios al mando del toqui boroano Chicahuala. Sábese por la historia la fama, la bravura i la belleza escepcional i guerrera de aquellos comarcanos.

Parece que en el primer momento de lejítimo pavor, el castellano Miguel de Aguiar, viéndose sin víveres, sin municiones, i con solo un puñado de soldados que no llegaba a cincuenta, habló de capitular o de rendirse. Pero estaba allí Diego de Rosales, i éste, con resolucion propia de una alma grande, lo estorbó, exhortando a los soldados a la defensa, mas que en nombre de sus propias vidas, en el de la vírjen inmaculada, cuja imájen de las Nieves, tan notada entre los viejos cronistas por sus milagros militares desde la época de la ruina de las Siete Ciudades, él mismo habia conducido a Boroa, erijiéndole una capilla.

XXX.

Notaron los soldados de la guarnicion de Boroa en la tarde del 13 de febrero de 1655 que los indios de las tolderías vecinas al fuerte se movian en todas direcciones como inquietos i azorados, porque en el pecho del hombre las tempestades del alma se anuncian con los mismos síntomas que en el mundo físico las borrascas de la naturaleza.

Dieron inmediatamente aviso al castellano Aguiar, i éste, que no llevaba la mano a la empuñadura de su espada sin consulta con los dos monjes de accion i de consejo que su buena estrella le habia deparado, a estos últimos.

Con el aceleramiento de un huracán de verano, cuyas nubes i polvareda divisábanse ya en el horizonte, díose dilijencia Rosales i su compañero, el padre Astorga, a perfeccionar las defensas necesarias para un largo i penoso asedio. Recojieron dentro de la estacada todos los animales que pacian en las vegas inmediatas al Cautin, encerraron en trojes el poco trigo que por cautela (cautela de jesuita) habian sembrado i que estaba ya listo en la era; hicieron limpiar los fosos, revisar i fortalecer las estacadas, alistar los cañones, los mosquetes i los arcabuces, i lo que parecióles todavía de mayor eficacia que todo esto, confesaron a los soldados i en una fervorosa i enérjica plática los exhortaron a la defensa de su rei i de su Dios [7].

Pusieron tambien los dos padres conversores oportuno remedio en una medida de inaudita crueldad que el inesperto i turbado gobernador quiso poner por obra degollando cincuenta i dos indios de servicio, hombres, mujeres i niños, que vivian al amparo del fuerte; i cuando iba ya a ejecutarlo en el cuerpo de guardia, corrieron aquellos a estorbarlo i lo consiguieron al punto. I no contentos con esto, i aconsejados de su siempre certera sagacidad en asuntos de indios, logró Rosales que aquellos infelices fueran puestos en libertad i soltados por los campos como otros tantos heraldos de la clemencia i la confianza de los castellanos. El padre Rosales tenia bien leido a Ercilla, i sabia que habian bastado las muñecas sangrientas de Galvarino para hacer correr a las armas a la Araucanía entera.

Quedaron dentro del fuerte solo veinte yanaconas mansos, naturales de Santiago i de Penco, que desde su primera niñez habíanse criado entre españoles.

XXXI.

Puestas las cosas en aquel punto, presentóse Chicahuala montado en brioso caballo, i, como Lautaro en el Mataquito, llamó por el rebellin a los padres; i mostrando pecho osado i suelta lengua, les invitó en una larga arenga a su usanza a rendir la plaza con condiciones de honra militar i la completa inmunidad de sus personas, por el afecto sincero que a ellos profesábales la tierra toda, agradecida a anteriores servicios de quince años. Chicahuala se ofrecia a escoltar con su persona a los dos misioneros hasta dejarlos salvos en Penco o en Valdivia, a su eleccion.

Replicó el padre Rosales á aquella proposicion, cierta o falaz, con inmutable entereza, manifestando que ni él aconsejaria la rendicion del fuerte ni los soldados la consentirian, ántes de haber quemado su última mecha sobre la cazoleta de los arcabuces.

XXXII.

Inmediatamente despues de aquel heróico desahucio comenzó el ataque simultáneo del fuerte, empeñándose las numerosas indiadas en prenderle fuego disparando flechas con trapos encendidos sobre la techumbre de totora del cuartel i los pajizos albergues del fuerte.

Recio fué el primer embate i aun lograron quemar algunos de los ranchos del recinto. Pero por una parte los padres atendian a estas emerjencias con las mujeres, i por la otra los soldados se portaron con estraordinario heroismo, especialmente un alferez que defendió uno de los cubos o baluartes del fuerte con singular bravura, sin mas compañía que ocho soldados.

Los sitiadores perdieron mas de cien hombres, ametrallados en aquel primer encuentro.

XXXIII.

Conocieron los padres, i especialmente Rosales, que era esperimentado en cosas de guerra, los puntos débiles de la plaza, i aconsejaron al dócil Aguiar concentrar la defensa en un solo punto, cual era el cubo o reducto llamado de San Miguel, custodiando el resto de las palizadas solo como si fuesen defensas esteriores. Accedió el castellano al buen consejo, i aquella misma noche llevaron los sitiados en piadosa procesion la vírjen de las Nieves a su nuevo altar, que era un cañon. No omitiremos agregar que, no obstante su fríjido nombre, el padre Rosales asegura haber visto por sus propios ojos sudar copiosamente aquella imajen miéntras se encruelecia el ataque de los bárbaros en el primer dia victorioso del asedio.

Hicieron los padres destechar aquella misma noche todas las habitaciones del fuerte, cubriéndolas malamente con cueros, mantas i otros arbitrios que no ofrecian blando pábulo al fuego de los sitiadores.

XXXIV.

Renovaron éstos el ataque con mayor ardor uno o dos dias mas tarde, pero con resultados mas desastrosos todavía. Según Carvallo, que leyó papeles i documentos contemporáneos, Chicahuala condujo no ménos de seis asaltos contra el débil parapeto i en todos fué rechazado con imponderable heroismo i buena fortuna. La última acometida fué, empero, mas desastrosa para los bravos boroanos, porque habiendo usado éstos del ardid de entrar a la plaza como amigos, recibiéronles los sitiados en la boca, de dos cañones que habian asestado en un paso estrecho, cubriéndolos para el engaño con yerba fresca de la cual comian tranquilamente uno o dos caballos.

"En efecto, dice el historiador Carvallo, que cuenta este último caso, repitió Chicahuala los ataques en las dos noches siguientes. Intentó incendiar los edificios, cuyos techos eran pajizos, arrojó innumerables flechas encendidas i muchos tizones disparados con hondas. En muchas partes prendió el fuego, pero las mujeres lo apagaron. De ellas fué este cuidado, como tambien el de hacer centinelas de dia para que durmiesen los hombres, aquellos fatigados soldados. Se retiraron los rebeldes, i aunque perdieron doscientos hombres, volvieron mui orgullosos a repetir sus amenazas al comandante, intimándole nuevamente la rendicion. Se inclinaba aquel capitan a este partido por falta de municiones de guerra i lo consultó con los oficiales i los conversores. Se opuso a este débil pensamiento el subteniente don Luis Lezana, i apoyaron su dictámen los dos jesuitas. Procuraron éstos esforzarlo, persuadiendo a aquellas jentes que una efijie de Nuestro Señor Jesucristo i otra de la Vírjen Santísima habian sudado el primer dia que los indios atacaron la plaza i reiteraron el prodijio la primera noche que los rebeldes repitieron el asalto.

"Pudo ser mui bien, añade el cronista soldado, que son diferentes los modos de que se vale Dios para manifestar a los hombres su proteccion. Sea lo que fuere de aquel sudor, resolvieron mantenerse a todo costo. Redujeron la fortificacion a una tercera parte de lo que era. Derribaron los edificios i levantaron provisionalmente los que necesitaban, cubiertos con pieles para alejar el peligro de ser incendiados. En un baluarte hallaron enterrado un botijo de pólvora i dos barras de plomo. Con aquella i trescientas libras que Bascuñan envió desde Quetatué i logró introducir en la plaza el capitan don Gaspar Akarez, sostenido del cacique Antivilu, de la parcialidad de Maquehua, no le faltó esta munición" [8].

XXXV.

Hubo momentos en que no obstante estos socorros providenciales faltó el plomo en los baleros. Ocurrióse en tal apuro a la plata del servicio del castellano del fuerte, i cuando ésta se hubo agotado, el padre Rosales, convertido en un verdadero Pedro el Hermitaño de aquella defensa contra los infieles, echó en las ascuas de la fragua los vasos sagrados, rasgo verdaderamente sublime de responsabilidad enrostrada al cielo por un monje en aquella tenebrosa edad i en aquel preciso sitio.

XXXVI.

Pero no solo dió el valeroso misionero a los soldados la plata de los altares para fundir balas, sino que, desencuadernando los misales i hasta sus libros de cuotidiana devocion, hizo de ellos petos i corazas para los combatientes, todo lo cual mandóle abonar el rei por una cédula de enero de 1661, que orijinal existe en la Curia de Santiago.

XXXVII.

Con estos arbitrios verdaderamente dignos de la antigüedad sostúvose la plaza de Boroa durante todo el invierno de 1655, estacion dura en demasía en aquellas latitudes. Con la primavera vinieron refuerzos a los araucanos, trayendo, segun Carvallo, el cacique Lebupillan (Rio del demonio) ochocientos jinetes para apretar el cerco. Mas, todo vino sin fruto para los sitiadores, i fué contra aquel capitan bárbaro en cuyo daño i destruccion usó el capitán Aguiar el ardid de los cañones ocultos bajo el pasto que dejamos recordado. Traicion contra traicion. Esa es i ha sido eternamente la guerra de Arauco.

XXXVIII.

Habian los indios echado tambien mano de un cruel apremio que recuerda el duro lance de Guzman el Bueno, porque llevaron hasta la palizada como rehenes al bravo capitan Juan Ponce de Leon, amenazando con degollarlo si los sitiados no enviaban uno de los padres para tratar de su rescate. Por salvarlo espuso jenerosamente su vida el padre Rosales, que, no obstante de conocer a fondo la perversa duplicidad de los indíjenas, salió solo del fuerte i se metió entre ellos.—"I una vez que yo salí, cuenta el mismo Diego de Rosales en la vida ya varias veces citada de su valeroso compañero el padre Francisco Astorga, a hablar con los caciques que vinieron a tratar de paces, aunque con finjimiento, con ánimo de cojerme i luego dar un asalto, me libró Dios por las oraciones del padre Astorga i por haber tenido al Señor descubierto miéntras estaba hablando con ellos, porque aunque habian dado de rehenes dos indios, miéntras estaba hablando con ellos, sin hacer caso de los rehenes, me querian cojer i luego asaltar el fuerte, i estando con ellos se me llegó uno cerca, al disimulo, i me avisó de lo que intentaban. Con esto hize traer un poco de vino para brindarles i dejándolos divertidos con él me escapé al disimulo i me metí en el fuerte. I despues los indios se pelaban las barbas, porque decian que los padres sustentaban aquel fuerte, fortalecian i animaban a los españoles, que si no fuera por ellos ya lo hubieran ganado."

XXXIX.

La dilijencia de los dos conversores no se estendia únicamente a la defensa militar, sino que estaba especialmente a su cargo la provision i mantenimiento del pueblo. En este servicio, que el castellano Aguiar habia dejado al cargo esclusivo de los padres, hicieron éstos verdaderos prodijios i aún milagros mas positivos que el del sudor de nuestra señora de las Nieves en el calor de la primera batalla. Baste decir que nunca faltó carne en el asedio, i que en una sola noche, a fuerza de maña i de oraciones, lograron hacer entrar en la plaza por medio de partidas volantes hasta ciento i sesenta reses, es decir, a razon de tres vacas por cada soldado de la defensa.

XL.

Pero entre tanto pasaba todo esto, que reflejaba tan vivas glorias sobre los defensores de Boroa, habíase enterado un año cabal de denodada resistencia, i de parte alguna no se veia venir el suspirado socorro. Todo lo contrario. Estando a las falaces noticias de los indios, el pais habia dejado de ser español i cristiano, i todo lo que quedaba de la corona de Castilla en el reino de Chile era aquella piedra de granito engastada en sus selvas primitivas por un círculo de heroicos arcabuces.

A su vez los pobladores de Santiago i de Penco albergaban la profunda i natural conviccion de que el pequeño reducto de Boroa habia sucumbido temprano, como todas las plazas fuertes de la frontera, a manos de sus implacables i victoriosos enemigos. Si Arauco i Nacimiento, las dos gargantas de fuego i de granito de las dos fronteras, alta i baja, habian sucumbido, ¿cómo podia haber quedado en pié la pobre estacada de Boroa? La memoria de Juan Rodulfo Lisperguer, con su desbarato i su dolorosa muerte, se representaba otra vez viva a la consideracion de los infelices pobladores del reino.

{t3|XLI.}}

Entre tanto, mudanzas de mucha consideracion habian ocurrido para el último durante aquel largo año de asedio, i entre otras novedades, despachado al Perú por el vecindario de Santiago el segundo Juan Rodulfo Lisperguer, sobrino del jeneral sacrificado en Boroa i cuya vida íntima i pública hemos contado hace poco, regresó éste, como su turbulento padre Pedro Lisperguer, medio siglo hacia (1609), con un poderoso refuerzo. Venia a la cabeza de éste el ilustre almirante Porter i Casanato, uno de los navegantes mas distinguidos de que en aquel siglo jactábase todavía la prepotente marina española.

Hallábase el almirante Porter en Penco con su lucido ejército mandado por la flor de los caballeros de Chile, despues que la ola de la indignacion pública habia barrido con los viles mercaderes de la honra militar i del deber civil. Descollaba entre aquellos el cruel pero valerosísimo i brillante don Ignacio de la Carrera, quinto abuelo por línea de varon de los héroes de la Independencia, don Francisco Bascuñan i Pineda, don Diego Gonzalez Montero, don Miguel de Silva i el mismo Juan Rodulfo Lisperguer: todos estos últimos, chilenos. Carrera era vizcaino.

XLII.

En tan desamparada situacion ocurrióseles a los asediados de Boroa un último arbitrio para procurarse amparo i dar noticia de su existencia a los cristianos. Fué éste el de despachar a media noche unos fieles yanaconas que haciendo su travesía por las selvas llevasen sus angustiosas cartas a los que vivian o mandaban en Penco.

Hízose así, i aunque el gobernador Casanate i el ejército entero recibieron con júbilo la noticia de que aún vivian i peleaban los soldados de Boroa, no faltaron en el campo castellano voces de mengua que aconsejaban el dejar morir aquellos bravos ántes que poner en pehgro, en el interior del pais sublevado, aquel ejército, última esperanza de la patria i sus haciendas. Pero por honra i fortuna de las armas españolas, prevaleció en el consejo de guerra que para aquel caso hizo el gobernador en Concepcion, la voz de los alentados, especialmente la del fogoso Carrera i la del bravo aunque ya octojenario don Diego Gonzalez Montero. El ejército pasó en consecuencia el Biobio, camino de Boroa, en los primeros días de enero de 1656.

Era ya tiempo.

XLIII.

El 18 de aquel mes el campo castellano estaba, a la vista del fuerte asediado, cuyos alrededores habian desamparado los enemigos, i ese propio dia los salvados i los salvadores fraternizaban en el mismo justo regocijo. Tres dias despues la plaza estaba completamente desmantelada i la guarnicion era conducida en triunfo al cuartel jeneral de Penco. Escusado es decir que lo primero que el padre Rosales hizo fué rogar a sus soldados cargar respetuosamente en sus hombros la imájen milagrosa de Nuestra Señora de las Nieves, a la cual, con su fe sana e injenua, el animoso jesuita atribuia el prodijio de aquella defensa pocas veces sobrepujada en la historia de las hazañas militares de nuestro suelo.

XLIV.

No necesitamos ciertamente, despues de lo que llevamos referido, poner en mayor evidencia el mérito insigne de sufrimiento cristiano, de fortaleza de ánimo i de cuerpo, de prudente consejo i especialmente de incansable actividad i vijilancia, que contrajo Diego de Rosales en la defensa de Boroa. Pero sí debemos señalar un rasgo de su vida que la caracteriza i la coloca a mayor altura que la que le alcanzara su taimada porfía castellana.

Ese rasgo es sencillamente el de que siendo él por todos conceptos un hombre mui superior a su colega el padre Astorga, por su edad, por su literatura, por su nacimiento en Europa, que le daba un prestijio cuyo alcance no es hoi facil calcular, por su salud misma, que era robusta i la de su colega valetudinaria, atribuye aquél sin embargo al último, en la biografía que de él escribió, todo el mérito de la defensa, sin nombrarse él mismo sino una sola vez en el lance que con su propia pluma dejamos recordado. Testimonio es éste de tan rara elevacion de alma, que por sí solo ennobleceria ante la historia el carácter de su autor, si no fuera que es larga la enumeracion de todas sus prendas i virtudes.

La modestia del padre Rosales, al relatar posteriormente los hechos de su colega, es tanto mas digna de alabanza cuanto que este último pasó a ser su subalterno, despues del asedio de Boroa, al paso que sobre él culminaron los mas altos honores de su órden, testimonio indestructible de que sus contemporáneos le hicieron mejor justicia que la que él mismo acostumbraba tributarse.

XLV.

A poco de haber regresado triunfalmente el padre Rosales a Penco, fué nombrado en efecto rector de su colejio e iglesia, que era el segundo peldaño en la escala de la órden despues de la prelacia. I como la guerra continuase, envió a su compañero el padre Astorga a defender la estancia de la Magdalena que los jesuitas poseian a orillas del Itata, cuyo encargo desempeñó el último con su acostumbrada habilidad, labrando cañones de palo para asustar con el aparato a los indíjenas. Era este notable jesuita natural de Santiago, de familia emparentada con la de Alonso de Toro, fundador de este apellido en Chile, i ocho o diez años menor que Rosales, pues habia nacido en 1609 e incorporádose en la Compañía como novicio en 1627. Adolecia de una enfermedad crónica al pecho, porque siendo niño le aplastó una carreta en que venia de la chácara de sus padres a la ciudad trayendo un pájaro en la mano (probablemente un halcon o cernícalo), i habiéndosele volado éste de las manos i parádose en el lomo de uno de los bueyes que conducia el vehículo, espantóse la yunta i volcólo en una zanja dejándolo exánime. Falleció por esto el padre Astorga de edad temprana el 7 de noviembre de 1665, de 56 años. "Murió pobre como vivió, dice su biógrafo, i no se hallaron en su poder alhajas ni cosas curiosas, que como siempre se tuvo por peregrino en la tierra andaba desembarazado de todo lo que le pudiera dar cuidado." Elojio sencillo i digno de un buen varon, que un hombre antiguo habria deseado como honroso epitafio para su sepulcro.

XLVI.

El padre Rosales ocupó su incansable actividad en beneficio de sus nuevos deberes, enseñando a la juventud i fomentando los intereses de su órden. Compró con este fin para el rectorado de Concepcion la hacienda de Conuco, adquirió otra mas pequeña para la subsistencia de la mision de Arauco, i se preocupó de reconstruir la iglesia principal de Penco bajo el pié de suntuosidad con que algo mas tarde promovió i llevó adelante la edificacion del famoso templo de Santiago que todos hemos conocido.

XLVII.

Hallábase el padre en Concepcion a la cabeza de su iglesia cuando sobrevino un espantoso terremoto, del cual han hablado poco los historiadores porque parece que, como el de 20 de febrero de 1835, fué solo local en las latitudes del sud. Tuvo lugar el fenómeno el 15 de marzo de 1657, con dos dias de diferencia al aniversario del terrible cataclismo llamado por los antiguos el "temblor magno." Dice Rosales que eran tan fuertes los vaivenes que no podía tenerse en pié, que salió el mar i que quedó armiñada toda la ciudad, escepto su iglesia, cuyos atrios i claustros sirvieron de asilo al pueblo i especialmente a los relijiosos de las demas órdenes regulares dejados sin templos i sin hogar.

Refiere el padre, a propósito de esta catástrofe, un caso curioso que revela su discrecion i sagacidad, porque habiéndose aparecido un niño asegurando bajo mil juramentos que un hermitaño le encontró en el monte i le dijo que iba a temblar de nuevo con mayor estrago i a perecer el pueblo entero, alborotóse éste a tal punto que el presidente Porter Casanate i el obispo don Dionisio Cimbron hubieron de convocar a una reunion de notables i de teólogos para examinar la profecía. Traido el muchacho a la presencia de la asamblea ratificóse con grandes veras de candor en todo lo que habia revelado, aumentando las zozobras de los circunstantes i de la muchedumbre, hasta que el padre Rosales tomó el partido de finjir que le creia, i poniéndose de su lado, en contra de los que le argumentaban, díjole: "Mira, niño, que te has olvidado que el hermitaño te dijo que no buscasen su cuerpo porque los ánjeles le habian de llevar al monte Sinay"... Cayó el muchacho en el ardid, i respondió que aquella i otras circunstancias que le inventó el padre de seguido, eran ciertas, pero que se le habian olvidado. De todo lo cual resultó que el niño estaba inducido a aquella patraña i maldad por un soldado que probablemente pagó al pié de la horca su mala ocurrencia. Toma pié de aquella falsa revelacion el jesuita para poner en guardia la credulidad ajena sobre la prodigalidad de los milagros; pero no parece que él abandonara la suya propia, porque en el curso de su historia cita no ménos de cien casos milagrosos, de algunos de los cuales él deja constancia como testigo presencial. Era aquella singular edad de fe, de batallas, de dolores i de milagros, no sus hombres, la que enjendraba cada dia esos portentos i hacíalos correr como hechos llanos en el vulgo.

XLVIII.

Despues de desempeñar su ministerio durante cuatro o cinco años en Concepcion (1657-1662), Diego de Rosales fué llamado a desempeñar las funciones mas encumbradas de su órden en el reino, cuales eran las de prelado superior de la vice-provincia, i con este objeto fuéle forzoso trasladarse a Santiago, donde no habia estado jamas, durante treinta años, sino de paso.

XLIX.

Desplegó en su nueva posicion el benemérito jesuita, a pesar de hallarse avanzado en años, una actividad juvenil en el desempeño de sus nuevos deberes, i con tal aplauso de la órden i de la comunidad social, que fué reelecto durante dos períodos. No contento con disponer la reconstruccion de la iglesia, arruinada en el terremoto de 1647, en la forma que dijimos i con los indestructibles muros que tuvo hasta 1864, emprendió la visita de Cuyo, la de Juan Fernandez, cuja isla acababa de ser cedida a la Compañía de Jesús por el maestre de campo de la Frontera Juan Fernandez Rebolledo, homónimo de su descubridor, i por último la de Chiloé, siendo, como Ercilla, el primer provincial de su órden que visitase aquellas apartadas rejiones i en la edad avanzada de 70 años mas o ménos.

L.

Durante su residencia en Mendoza i en San Juan, visitó el valle de Uco, donde existia, segun datos recojidos por el laborioso padre Enrich, una piedra singular con ciertos jeroglíficos que pasaban por escritos por el apóstol Santo Tomas, dejando de esa manera testimonio de haber predicado en aquellas rejiones. El provincial Rosales tuvo el buen sentido de no dar crédito a tal fábula, i mandó la piedra a Europa para que fuera descifrada por los sabios, si tal les era dable. Era éste el cuarto viaje que el buen jesuita hacia a la banda opuesta de la cordillera, i él mismo consigna este hecho, porque refutando la opinion de cierto autor que afirmaba el hecho de arrojar fuego los animales al pasar aquellas montañas, probablemente en razon de la electricidad que envuelve sus cimas, dice estas palabras:—"Cuatro veces he pasado la cordillera, i jamas he visto echar fuego a ninguna cabalgadura, i suelen pasar cuatro o cinco mil vacas i no se ve centella [9].

Citamos este pasaje a propósito, para recordar tambien cuán antiguo es el tráfico de ganados entre nuestro pais i las provincias sub-andinas del Plata.

LI.

Durante los cortos intervalos que su prodijiosa actividad le permitia residir tranquilo en su celda de Santiago, el provincial Rosales mejoró notablemente las rentas de aquella casa, colmena de obreros, i sus propiedades ya valiosas. Hemos encontrado en la Curia de Santiago un documento del cual consta que él fué quien mandó sacar del Mapocho el canal de la Punta, que riega todavía este predio, i para costear esta obra fuéle preciso ceder cuarenta cuadras, en canje por el rasgo del terreno, i vender otra suerte de tierras, a razon de ocho pesos cuadra, en 1666.

En cuanto a su escursion a Juan Fernandez, parece que Rosales fué el que desparramó por su mano en aquel suelo feraz las primeras semillas de árboles i de legumbres europeas, asi como fuera Juan Fernandez quien llevara a sus montes, cual Noé, la única pareja de cabros de que provinieron las manadas, entre las cuales, ciento i cincuenta años mas tarde, Alejandro Selkirk (Robinson Crusoe) elejia los compañeros de su soledad, como a su turno fueron éstos i sus crias los que, mas tarde, deleitaron con su sabrosa carne las cansadas tripulaciones del comodoro Anson, cuando bloqueó, en 1740, las costas de Chile. Rosales dice en su Historia que las cabras asolaban los bosques cuando él los visitó, devorando su corteza.

LII.

El viaje a Chiloé fué probablemente solo una prolongacion del de Juan Fernandez, i en aquel archipiélago arrostró el animoso monje las privaciones i peligros a que su ardor infatigable de apóstol i misionero le encaminaban. "Acontecióme, dice el mismo, (yendo a visitar aquella provincia) haber pasado muchos mares i golfos en estas piraguas, i en una punta hallar el viento tan contrario i el mar tan encrespado, que, para no perecer, hube de salir de la piragua i con toda la jente caminar dos leguas a pié por la playa del mar" [10].


LIII.

Da fin en esta parte la vida de Diego de Rosales como sacerdote, como misionera i como soldado, en cuya larga carrera brilló con honra su capacidad, su virtud, i para decir la palabra mas exacta, su heroismo.

Cábenos ahora decir una última palabra sobre su existencia i sus trabajos como historiador, tarea ménos ímproba i harto mas breve que aquella, porque es el privilejio de los hombres de fuerte i elevada intelijencia dejar la huella de su propia vida, de su carácter i hasta de sus pasiones en las propias pajinas que como enseñanza i acopio de sabiduría legan a la posteridad.

LIV.

Descúbrese, en efecto, al través de la estensa i luminosa crónica a que esta reseña biográfica sirve de portada, que Diego de Rosales sentía la vocacion de historiador desde sus primeros años, porque no solo se preparaba a los arduos empeños de esa mision con lecturas oportunas i nutridas, sino que acopiaba datos i tradiciones, hechos naturales i documentos públicos i privados, casi desde que vino en edad juvenil a esta parte lejana i olvidada del Nuevo Mundo. Su perfecto conocimiento del idioma araucano, asi como el elegante i culto manejo de la lengua i de la literatura del pais en que habia nacido i del latin, le preparaban para aquella empresa, no ménos que sus continuos viajes i su participacion en la mayor parte de los negocios militares de su época. Uno de los prelados regulares que escribió un elojio de su historia, a manera de prefacio, dice que durante muchos años no se emprendió en el reino cosa alguna de importancia sin el consejo del padre Rosales, i de ello ha quedado testimonio en las relaciones estrechas que mantuvo con Lazo de la Vega, i especialmente con el marques de Baides, con Mujica, con Porter Casanate i, por último, con el ilustrado don Juan Enriquez, a la postre de cuyo gobierno, al parecer, falleció.

Aparece tambien del testo de sus diversos libros que comenzó a escribir la historia de Chile que hoi damos a luz cuando residia en Concepcion, i probablemente acometióle la idea de compajinarla despues del sitio de Boroa i de la rebelion jeneral de 1655 en que tuvo parte tan conspicua. Colúmbrase asimismo que el presidente Porter i Casanate, que era un hombre de vasta ciencia, le indujo o le sostuvo en aquel pensamiento i aun le comunicó sus propias memorias i apuntes sobre sus navegaciones en el Pacífico.

Al establecerse como provincial en Santiago, encontróse tambien el padre Rosales con un verdadero hallazgo, cual fué el de los papeles que hacia mas de cuarenta años habia reunido con particular solicitud el presidente don Luis Fernandez de Córdova con el objeto de que un jesuita llamado Navarro escribiese las cosas memorables de Chile. Con ese mismo fin hizo el provincial Rosales restaurar i completar el archivo de la órden que habia sido completamente deteriorado por el terremoto de 1647 i por las lluvias que se desbordaron sobre la ciudad despues de aquella catástrofe.

Es lo cierto que a los cuatro años de su residencia en Santiago, a título de provincial de la vice-provincia de Chile, el padre Rosales tenia completamente terminada i puesta en limpio, lista para la imprenta en todos sus detalles, su admirable historia civil del reino de Chile, desde los tiempos aboríjenes hasta sus propios dias, que es la misma que hoi publicamos.

El libro, escrito al parecer completamente de su letra en cerca de dos mil pajinas en folio a dos columnas, estaba terminado en todos sus pormenores en diciembre de 1674. Ha tardado por tanto en salir a luz doscientos i tres años.

LV.

No daremos aquí cuenta prolija de esté libro porque él habla por sí propio a la mente del lector, i porque en una noticia especial que sigue a este ensayo biográfico se hace mas por menudo el análisis de él.

Nos será permitido, por tanto, decir únicamente unas pocas palabras sobre otro libro famoso de Diego de Rosales, i que por desgracia se ha estraviado, no encontrando la rara fortuna del presente, que despues de haber sido desdeñado por todos los grandes, Congreso, Gobierno, Universidad i hombres doctos de Chile, fué rescatado por un simple curioso hace ya mas de siete años.

LVI.

Referímosnos a la historia eclesiástica o Conquista espiritual del reino de Chile (que este último parece fué el nombre que le diera su autor), la cual es de creerse existia completa en Chile a fines del pasado siglo por las citas que de ella hace Carvallo, si bien éste pudo tambien consultarla en Madrid, donde redactó su curiosa pero mediocre historia, tan tristemente despedazada al darse a la estampa en Chile.

No existen hoi dia, al alcance de nuestras noticias, sino mutilados fragmentos de ese libro, i nos ha sido preciso trazar su hilacion en no ménos de cuatro o cinco oríjenes diferentes, porque hállanse desparramados retazos de ella en diversos lugares. Dos capítulos, estraidos evidentemente del testo preparado para la prensa, existen en la Biblioteca Nacional, encuadernados en el vol. 39 de sus Manuscritos. Dos capítulos, detestablemente copiados por mano inesperta, encontrábanse en poder de Monseñor Eizaguirre. Tres o cuatro logró acopiar la dilijencia del padre Enrich para su historia futura de la Compañía de Jesus en Chile: un trozo publicó en vida del autor el padre Ovalle en su Historia, i por último, ha tenido la fortuna de encontrar en una librería de viejo en Lima el intelijente jóven don José Toribio Medina no ménos de quince capítulos, de letra evidentemente del padre Rosales, pero no del testo limpio destinado a la prensa (que éste probablemente ha de correr descabalado por España) sino de sus borradores, colectados probablemente despues de su muerte por estudiosa o amiga mano.

LVII.

Por lo que conocemos de esa obra en todos los despojos que hemos citado, no era de capital interes ni por su materia ni por su forma. I ciertamente no admitia posible comparacion con su trabajo laico, en el cual el historiador habia gastado todo su caudal de compilador i de testigo, de filósofo i de erudito. Redúcese lo que de aquella obra conocemos i que talvez alcanza a sumar un tercio de ella, a una paciente i minuciosa compajinacion de la vida de todos los varones de la Iglesia que militaron en Chile, especialmente de los jesuitas ilustres i humildes, sin omitir la de los mas oscuros legos. Adolece por consiguiente este manuscrito, como trabajo histórico, de cierta monótona i subalterna minuciosidad, al punto de que habiendo leido nosotros no ménos de veinte i cinco o treinta de las biografías que dejó escritas el autor sobre sus contemporáneos, no hemos tenido necesidad de anotar un solo hecho que fuera pertinente i de importancia para la historia jeneral del pais. Parece tambien que en esta parte de la crónica del reino, el autor no hacia sino repetir los hechos jenerales que constaban de su historia civil, como puede comprobarse en el fragmento que publicó el padre Ovalle i en los dos capítulos citados que desde hace algunos años se conservan en la Biblioteca Nacional, los cuales tratan de las borracheras i supersticiones de los indios, tema mucho mejor i mas ampliamente tratado por él en el presente libro.

Refiérense asimismo los fragmentos que se habia procurado el señor Eizaguirre únicamente al descubrimiento de los Césares por el padre Mascardi, i los que conserva en su poder el padre Enrich contienen apenas la vida de cuatro jesuitas coetáneos del autor, cuales fueron Francisco de Vargas, Juan Moscoso, Vicente Modolell i Francisco de Astorga, el tan amado compañero de Rosales en Boroa. Escribió estas cuatro vidas el padre Rosales siendo provincial, porque esos sacerdotes fallecieron miéntras él ejercia aquel cargo, i como a tal le incumbia por su regla honrar su memoria i consignar sus hechos: Vargas falleció en el Noviciado en 1662, Moscoso en Valdivia en 1663 i Modolell i Astorga en 1665, el primero en Santiago i el último en Concepcion.

La derivacion de mayor entidad que es posible deducir de algunos de esos legajos descabalados es la de que el padre Rosales estaba vivo en 1674, i aun mas tarde, pues en los capítulos relativos a Nicolas Mascardi rejistra una carta dirijida por éste al presidente Henriquez desde mas allá de la laguna de Nahuelhuapi, con fecha de octubre 8 de 1672, cuyo documento no pudo llegar a manos del historiador sino seis meses o un año mas tarde.

LVIII.

En cuanto a las vidas de otros jesuitas, cuyos borradores la casualidad hizo parecer en Lima i que son otros tantos capítulos de la Conquista espiritual de Chile, las principales son las del padre Alonso del Pozo, natural de Santiago, la de Alonso de Ovalle, la del padre Villaza, la de Domingo Lázaro de las Casas, la del padre Bartolomé Navarro, gran predicador a quien llama Rosales "pasmo de su época," i la de Juan Lopez Ruiz, quinto provincial de la órden en Chile, quien, despues de haber servido como apóstol durante treinta años entre los salvajes de los Chonos, falleció en Santiago el 1.° de diciembre de 1670 de 78 años de edad.

Escusado es decir que Rosales prodiga elojios calorosos a cada uno de sus hermanos, la que aumenta la monotonía i la esterilidad del libro, si bien él tiene el raro mérito, desgraciado hoi dia para los compiladores de su vida, de no mencionarse a sí propio en parte alguna.

LIX.

Es de creerse que en la confeccion de estas dos obras, que segun el propósito de su autor iban a formar una sola, dividida cada cual en dos gruesos volúmenes, ocupó Diego de Rosales los últimos quince años de su vida, porque en su dedicatoria a Carlos II, que mas adelante se leerá, dice que la escribia bajo la administracion de don Juan Enriquez, que gobernó a Chile desde 1670 a 1682 [11].

LX.

Parece que en la mitad de esta carrera, pero cuando ya habia dado cima a su noble i larga tarea de historiador, despues de haber llenado honrosamente todos sus deberes de misionero i de prelado, encontró fin la vida terrenal del ilustre jesuita, sin que haya quedado, talvez en razon de su invencible modestia, pauta alguna de su vida, ni siquiera la comprobacion aproximativa de la fecha de su muerte. Todo lo que ha podido descubrir despues de afanoso rebusque de veinte años el padre Enrich, laborioso i apasionado admirador del miembro de su iglesia que ha dado mas lustre a su hábito en Chile, es que el digno jesuita estaba vivo en 1674, i que en ese año pactó con el presidente Enriquez el ir a establecer personalmente, a pesar de sus avanzados años, una mision en la Mocha. El mismo dice a este propósito, en el capítulo XVIII del libro II de la historia, lo siguiente.—"El gobernador don Juan Henriquez tuvo muchos deseos de enviarme a esta mision de la Mocha, i yo los tuve mayores de ir a convertir aquellas desgraciadas almas, i por falta de un barco, que no hai puerto para navios, nunca tuvo efecto"

La manera como está redactado este pasaje, refiriéndose a la fecha ya mencionada de 1674, hace presumir que el padre Rosales lo escribió algunos años despues de esa época, i esto prolongaria su vida hasta 1682, en que cesó en el mando de la capitania jeneral de Chile el ilustrado Enriquez.

Colíjese tambien de otro rasgo de su historia que en la postreros años de su vida estuvo nombrado procurador de la órden en Roma, sin duda con el objeto de dar a luz la obra colosal que habia consumido su juventud i su edad madura; pero no hai de esto certidumbre sino indicios [12].

LXI.

Realizó su humilde propósito de misionero en una pobre isla, inesplorada todavía por cristianos? Marchóse a España a poner sus obras en molde de imprenta, como pudo ser su lejitima ambicion en la postre de sus dias? Atajóle en uno i otro caso sus pasos ya cansados la muerte?

Ignórase de todo punto hasta hoi cómo, dónde i en qué fecha apagóse para siempre aquella venturosa existencia de obrero i fundador, de peregrino i de cronista, de apóstol i de filósofo, tan gloriosamente llenada, como si el destino hubiera querido que el hombre que mas dilatada i copiosa luz proyectara sobre los oríjenes de nuestra vida de pueblo civilizado, hubiera querido dejar la suya envuelta eternamente en la niebla de antigua e insubsanable incertidumbre.

B. VICUÑA MACKENNA.

Santiago, Noviembre de 1877.


  1. Debió escribir para esta obra la presente biografía el reverendo padre Francisco Enrich, de la Compañía de Jesus i autor de una importante historia de esta órden que aún se conserva inédita. Pero la modestia excesiva del señor Enrich, asi como los achaques de su salud, han debido echar sobre nuestros hombros de simples compiladores este delicado i difícil trabajo: delicado como todo lo que atañe a la vida de un hombre ilustre, i difícil es sumo grado por la singular escasez de noticias personales que del objeto de este ensayo han conservado los tiempos i los sucesos.
  2. Noticias obtenidas por el padre Enrich.
  3. Rosales.—Vida del gran misionero i apostólico padre Alonso del Pozo.
  4. Rosales llama este volcan Aliante. Pero por la posicion jeográfica que le fija no puede ser sino el que hoi se denomina Llayma, el cual domina con su notable cono todas las planicies de la Araucanía entre el ígneo Antuco i la majestuosa pirámide de Villarrica. Dice el misionero que él vio la erupcion i sus estragos en el mes de febrero de 1640.
  5. Rosales.—Vida del padre Francisco Astorga.
  6. Historia, L. II, cap. III.
  7. El trigo sembrado era escaso, pero la cosecha proporcionalmente debió ser prodijiosa, porque cuenta el autor que de un solo grano él vio nacer en Boroa 125 cañas con otras tantas espigas. Tal es la feracidad de esos deliciosos campos hoi entregados por completo a ociosa barbarie.
  8. Carvallo i Goyeneche.—Historia de Chile, vol. 1, páj. 107.—El cronista valdiviano agrega que la botija de pólvora fué encontrada en un subterráneo donde habia quedado desde los tiempos de Juan Rodulfo Lisperguer, hacia cincuenta años.
  9. Historia, L. II, cap. III.
  10. Historia, L. I, cap. XXXI, páj. 176 del presente volúmen.
  11. Parece que la primera intencion del autor fué publicar sus dos historias, la eclesiástica i la civil, en una sola obra en dos tomos, dando preferencia a la primera: por esto suele hablar de la historia civil, que hoi sale a luz, denominándola volúmen segundo" Cambió despues de idea, i puso aparte cada libro, destinando dos tomos para la parte civil i probablemente otros dos para la Conquista espiritual. A causa de este cambio ocurren frecuentes borraduras en el orijinal, poniendo dos tomos donde decia uno en la presente historia.
  12. Encuéntrase en la carátula del manuscrito orijinal de la historia que hoi publicamos una palabra borrada, que haria creer que el padre Rosales pensó por lo ménos (si no llevó su idea del todo a cabo) trasladarse a Europa con el objeto probablemente de imprimir sus libros. Esa frase es la siguiente, entre la enumeracion de sus títulos: Procurador jeneral a Roma.

    ¿Pero el haberse borrado en el manuscríto esa espresion no induce a creer que el historiador falleciera en Chile ántes de poner en ejecucion su procuraduría o que renunció a ella por su avanzada edad, i envió sus pliegos "en romería" como él dice en su dedicatoria a Carlos II, ya que no le era dable "ir a Roma?"