Hernando de Soto (Retrato)
HERNANDO DE SOTO.
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El único guerrero que entre los conquistadores de América supo unir la moderación á la fuerza, y la generosidad á la ambición, fue el Adelantado Hernando de Soto. Era natural de Villanueva de Barcarrota en Extremadura, y se había empezado á distinguir en Castilla del Oro y Nicaragua, quando la ruidosa expedición del Perú le arrastró á servir en las banderas de Pizarro. Él y Belacazar fueron los que reforzaron el pequeño exército con que aquel descubridor atacó el Imperio de los Incas. La prontitud é inteligencia con que executaba Soto todas las facciones que se le encargaban, la osadia con que se arrojaba á los peligros, y la prudencia que manifestaba en todas sus acciones, le adquirieron la principal consideración entre aquellos aventureros, y ninguno contribuyó tanto como él al buen éxito de la conquista. Pero el carácter de humanidad que se dexaba ver en sus acciones no era á propósito para prosperar entre hombres tan violentos. Pizarro y Almagro le fueron ingratos: y descontento al fin, y conociendo por la alteración de los ánimos la tempestad de la guerra civil que iba á romper en aquellos países, abandonó la América, y se vino á España menos poderoso y rico que los otros, pero con una celebridad menos injuriosa.
La ambición de hacer descubrimientos no le dexó sosegar en su patria. Pidió y obtuvo la conquista de la Florida, con el gobierno de la isla de Cuba, que debia servir de plaza de armas, y punto de reunión para la empresa. La Florida, impenetrable hasta entonces á los Españoles, había sido descubierta en 1512, y atacada dos veces por Juan Ponce de León, el mismo que executó la reducción de Puerto Rico. Pero ni él, ni Pánfilo de Narvaez, que después intentó este descubrimiento, pudieron sostenerse contra la ferocidad indomable de los naturales. Ponce de León murió en Cuba de una herida que recibió en su segunda tentativa. Narvaez, imprudente, temerario, sin talentos y sin fortuna, feneció ahogado en un rio, después de haber visto su exército derrotado y disperso.
La expedición de Soto tuvo su principio en Mayo de 1539. El General después de haber hecho reconocer todas las calas, puertos y surgideros de la Florida, salió de la Habana, y desembarcó en la bahía del Espíritu Santo. Despidió los buques en que habia venido el exército, para quitarle, á exemplo de Cortés, la esperanza de retirada, y se entró tierra adentro, ofreciendo á los Indios su amistad, y ganando á los caciques con su afabilidad y buen trato. Mas pocos se mostraron amigables á los Españoles: guerreros y feroces por carácter y costumbre, viendo venir sobre sí aquella nube de advenedizos, se armaron en su daño, y opusieron á los descubridores unas veces la fuerza abierta, otras el engaño y la astucia.
No es este lugar de contar uno por uno los innumerables combates que Soto tuvo con los Salvages, las fatigas que sus soldados sufrieron, ni los peligros que los amenazáron. Si los Españoles no desmintieron jamas aquella osada impetuosidad y sufrimiento que los caracterizaron por todas las regiones del nuevo mundo, los Salvages de la Florida manifestaron igual tenacidad y constancia en rechazarlos de allí. Dos caciques principalmente pusieron varias veces el exército á punto de perderse por el artificio de sus emboscadas, por la violencia de sus ataques, y por la constancia implacable de su odio. Era tal en fin el furor de los Indios, que cada paso costaba á los nuestros una batalla. Todos sus bagages estaban perdidos, sin armas, sin ropa, sin recursos, hundidos en aquella región inmensa y desconocida, cercados de naciones enemigas y robustas, no desmayaron en la empresa, ni perdieron un punto la confianza que tenían en su caudillo.
Quatro años habían pasado desde que empezaron sus descubrimientos sin que Soto pudiese executar el plan que meditaba; porque el exército desabrido de no encontrar aquellas riquezas que con tanta ansia venia buscando, se prestaba poco á sus intenciones, y en vez de formar colonias, solo aspiraba á enriquecerse y á llenarse de oro. Minas no las había: las perlas que había encontrado no satisfacían su codicia, y el sitio donde se hallaban no era á proposito para fixarse. Soto temió que si se acercaban á la marina sus tropas se desbandasen, y perder con ellas el fruto de todos sus gastos y fatigas. Metióse tierra adentro, y en medio de su viage le sorprendió una enfermedad, de que falleció en pocos días el año de 1543 á los quarante y dos de su edad. Despidióse de todos sus soldados antes de morir, y señaló por su sucesor á Moscoso, que era el oficial de mayor capacidad. Conducidos por él los Españoles, fatigados de combates, y no vencidos, se vieron precisados á retroceder, y á arrojarse en el rio Grande, por el qual salieron á mar abierto, y pudieron arribar á la costa de Panuco.
Tal fue el éxito de esta expedición tan prólixa y memorable, de que los Españoles á pesar de sus victorias no sacaron ventaja ninguna. La pérdida de Soto fue llorada universalmente. Gran guerrero, gran general, gracioso en su figura y modales, exento de los excesos que se han imputado á sus compañeros, manifestó siempre un corazón noble y generoso, inaccesible á la ferocidad y á la codicia. El campo que se ofreció á sus talentos no fue tan fecundo ni tan importante como los que se abrieron á Pizarro y á Cortés; pero la posteridad debe dar á su carácter y virtudes la justa preferencia que se merece sobre ellos.