Francisco Pizarro (Retrato)
FRANCISCO PIZARRO.
editar
Muerto Balboa, sus designios y sus planes para el descubrimiento de las costas del Sur puestos en execucion al principio por algunos aventureros incapaces, fueron olvidados al fin por falta de buen éxîto. Mas Francisco Pizarro, natural de Truxillo, hijo de aquel Coronel Pizarro, que se distinguió tanto en las guerras de Italia, se atrevió á proseguir y logró acabar la empresa comenzada. La reputación de Balboa, y la gloria que acababa de adquirirse Cortés en su singular expedición, eran poderosos aguijones que estimulaban á Pizarro á seguir sus huellas. Nada podía negarse á su osadía, nada abatir su infatigable constancia, y hermanando á esta fuerza de caracter una robustez y resistencia de cuerpo igual, ó tal vez mayor, entró en la carrera que le presentaba la fortuna, y la importancia de sus conquistas eclipsó los descubrimientos anteriores.
Sin medios al principio para la execucion de sus proyectos, se asoció con Diego de Almagro y Fernando de Luque, mas poderosos y ricos que él: los tres jurándose amistad y lealtad, pactaron ser iguales en la contribución de las fatigas y de los gastos, así como en la repartición de los despojos. Mas al principio la expedición fue infeliz: Pizarro con una embarcación miserable se dirige hacia el equador, reconoce varias partes incultas de tierra firme, y la hambre, la fatiga y los Indios le rechazaron de todas ellas: á estos obstáculos se añadió otro, que sin la constancia de Pizarro hubiera desacreditado y destruido enteramente sus proyectos. El Gobernador del Istmo teniendo por disparatada semejante empresa, envió una embarcación para que se volviese á Panamá. Pero él lejos de obedecer á unas órdenes tan opuestas á su osadía, y determinado á atropellar por todo, trazando en el suelo una raya con la espada, y vuelto á sus compañeros, el que quiera, les dixo, seguir la senda de los peligros y la fortuna, salve esta raya y quédese conmigo: los demás pueden volverse al Istmo. Trece solos se quedaron, y con ellos pasó cinco meses en la desierta isla de Gorgona, terreno el mas dañoso de toda la América, el mas horrible y salvage, y donde las fatigas y su resistencia combatieron á porfía. Allí le vino á socorrer un barco enviado por sus compañeros, con el qual descubrió la costa del Perú, tomó tierra en Tumbez, y encontrándose con pocas fuerzas para proseguir la expedicion, se retraxo al Istmo á hacer nuevos preparativos. Mas no hallando en Panamá disposiciones para ello, pasó á España, hizo autorizar su comisión por el Gobierno, y volvió a America; donde aunque provisto de títulos y ayudado de Luque y de Almagro, apenas pudo armar tres navichuelos montados de ciento y ochenta hombres, y en ellos arribó segunda vez á Tumbez.
Con tan flacas fuerzas se atrevió á atacar una nación grande, en quien la civilización había ya hecho progresos considerables, y que tenia su religión, su gobierno, su agricultura y sus artes. La batalla de Casamalca, en que los Peruanos aturdidos y hechos pedazos abandonaron á su Inca en manos del enemigo, decidió del destino del Perú, y acabó con su imperio. Atahualpa, prisionero, fue juzgado á la manera de Europa, y condenado al último suplicio por los vencedores, que con su muerte se vieron dueños de aquella vasta región, y se derramaron por toda ella. Los Indios divididos y dispersos hicieron varias tentativas, todas inútiles, para arrojarlos. Cuzco y Quito tuvieron que rendirse al yugo extrangero, y Almagro, uno de los Xefes de la expedición, adelantó sus descubrimientos hasta Chile.
Entre tanto Pizarro cuidadoso de arreglar su colonia repartió la tierra entre los soldados, y echó los cimientos de Lima á seis millas de Callao en el año de 1535. Este establecimiento debía servir de capital del nuevo imperio, y por su situación excelente y diligencia de su fundador fue en poco tiempo una población respetable adornada de un palacio magnífico, y habitaciones muy cómodas. Pizarro es bastante conocido por descubridor y conquistador del Perú; pero el título solo de fundador de Lima seria bastante para honrar y eternizar su memoria.
Habia llegado ya el tiempo en que los Españoles debían emplear contra sí mismos sus armas victoriosas. Almagro volviendo de Chile ansioso de disfrutar el premio de sus trabajos y de sus combates no quería reconocer superior ninguno, ni Pizarro podia sufrir igual. La disensión entre esta clase de hombres se acaba siempre con la sangre. Declaráronse la guerra los dos partidos, y después de varias vicisitudes Almagro fue vencido y hecho prisionero por los Pizarros. Él había perdonado á Gonzalo y Fernando quando estuvieron prisioneros en su poder; pero este último quando tuvo en su arbitrio la suerte de Almagro, manchó la victoria con la muerte de su rival, que olvidado de lo que debía á su valor, se abatió en vano á la humillación y á los ruegos.
Sus compañeros y soldados le vengaron tres años después. Habia dexado un hijo á quien Pizarro restituyó una parte de la herencia de su padre, y en cuya casa se formó la conspiración que habia de asesinarle. En efecto, los conjurados saliendo de casa del jóven Almagro en una siesta de Junio de 1541, y gritando por las calles de Lima viva el Rey, muera el tirano, atravesaron la plaza pública sin que nadie se moviese, forzaron el palacio en que vivía, y á pesar de la resistencia vigorosa que hizo, admirable en un viejo de su edad, y digna de sus mejores tiempos, le asesinaron, ahuyentados ántes sus amigos y criados. Tenia entonces Pizarro cerca de ochenta años, y con su muerte quedó abierto el campo á la guerra civil que desoló por tantos años aquellas colonias. Desgraciado término de la vida de hombre tan famoso, que al paso que conquistó tantos estados y riquezas para España, se hizo objeto de la cruel envidia de sus contrarios.