Hacia el reino de los Sciris: La cólera divina
La cólera divina
A la mañana siguiente, Runto Caska despertó muy temprano.Su mirada era reposada y denunciaba un bienestar profundo. El día anterior estuvo preocupado por la escena del adivino, pero terminó por hallar tan vacío, absurdo y ridículo aquel incidente,que lo olvidó y no le dio mayor importancia. Mas he aquí que ahora, en forma inopinada, empezaba a sentirse, ante su recuerdo,atenaceado por numerosos y encontrados pensamientos. Esto era extraño. El pliego de pronósticos se presentaba ahora con cierto colorido y con tal vida, que le empezó a inquietar, sin poder evitarlo. La ruina del Imperio, quipus de púrpura, el yllapa deshecho, las reliquias sagradas en manos extranjeras, un hombre coronado de espinas... Runto Caska hizo un movimiento al azar. Un sutil presentimiento hirió en este momento a Runto Caska. Apartó las almohadas y saltó del lecho. El corazón empezaba a decirle que en las visiones del adivino gusaneaba tal vez un porvenir nebuloso y lleno de amenazas.
Al ingresar a los recintos del Inca, el artista mostraba el rostro enardecido, las pupilas encendidas. Avanzaba al azar a lo largo delas galerías. La imagen del adivino iba en su pensamiento, revestida de un halo deslumbrante, que le fascinaba enteramente. Saldría cierto cuanto había presagiado. Podría sobrevenir el día... Runto Caska se dio cuenta de que todos los agüeros del collahuata eran nefastos. Viracocha preparaba horribles castigos.La cólera sagrada sobrepasaría a cuantas registraban los anales.Por su imaginación desfilaban las visiones de sangre, las devastaciones, los templos y palacios reducidos a polvo, los sembríos talados, los andenes derrumbados, secos los estanques y los ríos, las vidas difuntas. Runto Caska empujó una ligera puerta de mimbre, guarnecida de hilados de metal. Cruzó con aire resuelto una cámara, donde sostenían animada conversación tres amautas y desapareció por la puerta del fondo.
Túpac Yupanqui sonrió, tendiéndole la mano, que Runto Caska se prosternó a besar. Entonces, como pocas veces, sintió el Inca la noble influencia del espíritu del artista, al que amaba por sobre los demás grandes del Tahuantinsuyo.
–¡Noble Runto Caska! Eres un tesoro del Sol. ¿Qué te trae? ¿Qué puedo yo darte? Habla, inteligente amigo.
El artista observó el indulgente y sencillo modo con que era recibido por el Emperador, cosa que le confirmaba, una vez más,la estima en que le tenía el Soberano. Además, Runto Caska sabía que Túpac Yupanqui no desechaba los consejos, así fuesen del más humilde de sus siervos. El Inca experimentaba un especial goce en oírlos. A menudo, llegaba a solicitar opinión a la rústica viejecita del arroyo, al pastor simple y triste, al efímero chasqui, a la doncella del tambo. Les escuchaba y solía responderles con gran dulzura, que hacía llorar de ternura a los amautas:
–Así será, mama.
–Muy bien, taita.
Runto Caska dijo con suma gravedad, palabra a palabra,inclinado en señal de adoración:
–¡Señor! Has oído ayer al adivino. Su voz me ha penetrado el corazón y hallo en ella una amenaza cierta para vos y para el reino. Ha presagiado la ruina del imperio. Sus visiones son fatídicas para los hijos del Inti...
El Inca sonreía con gesto paternal. Runto Caska dio a su acento una inflexión patética, nacida de su corazón atormentado:
–Padre augusto, ilustre hijo de Manco: la voz del adivino será cumplida. Los aullidos del chuco envuelven la certeza de un futuro lamentable. ¡Ordena, hijo de la luz, que se me corte la lengua y sea yo enterrado vivo, si yerro ahora al rogarte que aplaques la cólera del Inti! El padre del imperio está irritado. Aplaca, Señor, a Viracocha. Desagravia al Inti o el augurio va a cumplirse...
–Sigue -dijo el Emperador, poniéndose pensativo.
–La ira de Viracocha es a causa del abandono que has hecho dela guerra y las conquistas. El Padre resplandeciente ve reducidos sus altares y a la raza de Manco sumida en la paz, que pudre músculos, socava cimientos y anuncia la corrupción y la ruina. Aplaca, señor, a Viracocha, empuñando de nuevo los estandartes de guerra. De vos, ilustre hijo de Manco, depende la vida del Tahuantinsuyo...
El Inca mostrose recogido y silencioso. Los alegatos generosos y ardientes de Runto Caska le impresionaron y atraían su atención con desusado interés. Tenía la mirada puesta en un mismo punto del pavimento y mucho tiempo estuvo embargado por la meditación. Después dijo con voz trasformada:
–Runto Caska. Eres un caro hijo del reino. Mi padre, el Sol, virtió abundante luz en tu cerebro, para que la pusieses al servicio de su pueblo. Amas a tu Emperador, al que prestaste siempre el auxilio de tu consejo y entusiasmo. Dime, noble artista: ¿no es acaso frágil fruto de tu imaginación, herida de temor, cuanto acabas de hablarme?
–¡Poderoso Túpac! Bien sabes que jamás el vano miedo halló presa en mi pecho y que voz de consejo que salió de mis labios,animada fue siempre de madura y serena reflexión. ¡Señor! ¡Aquí están todos mis huesos, para que de ellos se haga una hoguera, a cuyo fulgor podáis ver si el error ha graznado en mis palabras!
Un profundo y grave silencio se produjo, durante el cual Runto Caska permaneció inclinado. El Inca se puso de pie y dio algunos pasos sin pronunciar palabra. De la próxima galería llegaban trinos de pájaros exóticos, en sus finas jaulas de plata. Una hermosa doncella de Huaylas, del dulce color del banano, de abundosa cabellera y vincha de esmeraldas, hacía arder, en un ángulo de la estancia, un sahumerio del que salía un cálido perfume de ánades de Chincha.
Transcurrieron muchos soles después del diálogo entre el Inca y Runto Caska, hasta el día en que el Emperador hizo venir a su presencia al artista y le dijo:
–Runto Caska: he pesado tu consejo generoso y vigilante, en el que arde tu noble amor al imperio. Si los graves augurios del adivino envuelven certeza para el futuro, yo aplacaré a mi irritado padre. Su cólera sagrada cesará. Ordenaré reanudar las expediciones de guerra y las conquistas del norte y así evitaré la ruina de mi raza. Todo depende de mi mano. Mi cetro dará una señal y los hijos del Sol acudirán a las armas, con el mismo heroísmo de mis recientes hazañas de la costa. Mas, antes he consultado la opinión de otros vasallos, tan sabios y prudentes como vos: el príncipe heredero, el animoso Raujaschuqui, el Veterano Quilaco, el amauta Huanca Auqui y mi leal hermano, el Villac Uno. El Consejo de los Ancianos no vale para mí lo que vuestro docto y experimentado parecer. Domina la opinión, que también es la mía, de que antes de tomar decisión sobre tan importante asunto, se lleve a cabo un solemne holocausto en honor y desagravio de Viracocha, precedido de ayuno de tres días. El mismo Villac Uno buscará en las entrañas de las víctimas, la clave del futuro y se sacrificará cuantas llamas fuesen necesarias, hasta dar con la entraña del porvenir.¿Encuentras acertada esta decisión?
Runto Caska asintió.
Y una semana después de las fiestas del Inti Raymi, se efectuó el ayuno riguroso en todas las comarcas del reino y los sacerdotes designaron las llamas y sus crías, que debían servir al holocausto.La víspera del sacrificio, se vio a Runto Caska cruzar delante dela fuente de piedra de la Plaza de la Alegría, acompañado de Kusikayar y de la infanta Rahua, prometida de Huayna Cápac.
El crepúsculo arrancaba de los muros de oro del Coricancha un reflejo amarillo y melancólico. La plaza estaba desierta. De cuando en cuando, se veía algún mita retardado, un guardia, una mujer con un cántaro de agua o un pastor arreando su ganado a la Intipampa. El hielo del raymi daba al aire una punzante aspereza. Runto Caska, agazapándose en su manto bordado de finos líquenes de Jauja, apresuró el paso.
–Cien llamas y sus crías -dijo Rahua- ya están escogidas, en las dehesas y huertos del Hurin-Cusco.
–El Inca está contento -murmuró Kusikayar-. ¿Y tú, Runto Caska? ¿Qué opinas y auguras del sacrificio?
Runto Caska puso una mirada de fe en Kusikayar:
–¡La raza del Sol es inmortal!