Hacia el reino de los Sciris: En la Intipampa

Hacia el reino de los Sciris de César Vallejo
En la Intipampa

En la Intipampa

Un día, durante las fiestas del huaraca, realizábase en la Intipampa una de las postreras ceremonias para armar caballerosa ochocientos jóvenes del imperio, cuya preparación militar había terminado. En torno del Emperador, velase rebullir a centenares de nobles. Allí estaba el magistrado, de gesto tranquilo, donde latía el signo de la justicia; el amauta, severo y pensativo, cruzada la amplia túnica verde a uno de los hombros; el general, de recta mirada, con su penacho septicolor y sus sandalias de plata, que conocieran fragosas y occiduas regiones; los tristes aravicus, de azules vestiduras, con hilados de áloe en forma de rutilantes insectos del norte; el ermitaño taciturno, venido de las paccarinas lejanas; los rumay-pachaccas, aún tostado el rostro por el reciente viaje desde el turbulento Pongoa o desde el lago Titikaka, a cuyas orillas crecen los maíces del Inti, de granos milagrosos... Tenía el Inca a su derecha al Supremo Villac, vestido de blanca lana esquilada a las alpacas del Hatum.

Las callisapas, que debían tomar parte en las épicas pruebas dela Intipampa, aparecieron ataviadas de los lujosos trajes correspondientes a su estirpe y portaban primorosas jarras de vidriada greda, llenas de la chicha litúrgica. Venían por el lado de la ciudad, escoltadas de una centuria de infantes, cuyas picas y arcos chispeaban bajo el sol.

La muchedumbre lanzó un aullido de alegría, que tardó largo tiempo en apagarse. Una anciana lloraba, sosteniendo en brazos un haz de frescas siemprevivas. Y una joven decía entre lágrimas:

–¡Anoche, cuando los donceles dormían al pie de las murallas de Sajsahuamán, una mala serpiente le ha herido...!

La joven extrajo de entre sus senos una garra de jaguar,labrada y pulida en forma de medialuna, la puso en la palma de la mano y la llevó con gran unción a los labios, descubriéndose.

Una de las ñustas, Hiray, portaba una jarra de suave arcilla, extraída del Chimú. Unos jóvenes mitimaes, venidos de aquellas tierras, obsequiaron tan bella vasija a Hiray, la más hermosa ñusta del Tahuantinsuyo. Porque Hiray poseía, en verdad, una belleza sin par en el reino. Debido a este don había sido elevada,de un natural humilde, al rango de doncella de estirpe solar.

¡La jarra de Hiray! ¡Qué barro tan delicado y al propio tiempo tan espantoso! Representaba un cuervo en actitud de volar, el cuello enarcado. La recta negrura del oblicuo pájaro se evidenciaba agudamente, al contrastar con la radiante juventud y la gracia núbil de Hiray. El aciago plumaje y la cabeza chata y funeraria producían un extraño calofrío. Hiray le tenía en brazos.

La fila de paladines se aproximaba, en la justa de carrera.Cuando sus trajes amarillos empezaron a ser distinguidos a distancia, las callisapas cantaron. A una voz cantaban una aria antigua, en cuya melodía el amor y la gloria vibraban dulcemente. Cantaban por las sombras de los héroes antiguos, por los dólmenes inmóviles de Accora, por las momias que, en flexión agazapada de aves nocturnas, meditan en las hornacinas sagradas y en los sillares de pórfido de las chulpas silenciosas. Cantaban por las batallas ganadas y por los huesos sembrados en las rutas sin fin de las conquistas. Algunas princesas elevaban su voz a gran altura. Otras se estremecían al compás del canto heroico, con sus hombros erectos, sus gargantas redondas y sus vientres cerrados y nuevos, de forma de corazón, donde estaba enarbolado el gran telón que da a la eternidad. Pero [había] quienes dejaban de cantar un momento y sus lenguas eran entonces fáciles para aquellos silencios, en tanto las bocas de sus vasos alegóricos aparecían abiertas, en un rictus de tácita revelación.

Cuando cesó el canto y su eco resonaba aún en las cuencas delas jarras, los jóvenes y las mozas del pueblo inclinaron el rostro.

El Inca armó caballeros a los vencedores, a los sones triunfales del hailli, coreado por el pueblo. Los héroes calzaron las ojotas de lana, ciñendo el huara, en señal de virilidad y las madres coronaron sus sienes de verdes siemprevivas.

En medio del entusiasmo de la multitud, la jarra de Hiray se hizo trizas. Poseída de presentimiento, la ñusta se puso a llorar.