Hacia el reino de los Sciris: Bizancio, longitud occidental
Bizancio, longitud occidental
Runto Caska era pariente del Inca. Joven de notable belleza varonil, muy inclinado a la música y a las armas, gozaba de extraordinario ascendiente respecto del Emperador. Túpac Yupanqui tomaba raras veces camino en los negocios del Estado, sin haber consultado antes al noble pariente. El Consejo de los
Ancianos viose a menudo sustituido en sus funciones consultivas por Runto Caska.
Pero el ascendiente de Runto Caska se apoyaba en su calidad de artista, más bien que en calidad de pariente del Inca.
La antara de Runto Caska consistía en una serie de finos tubos de oro pulido, con dibujos del mismo metal, cerrados por un extremo y colocados uno al lado de otro, por orden de tamaño y espesor, hasta rematar en el más pequeño, que no medía arriba más de una pulgada de longitud, por un diámetro apenas mensurable. Los sujetaba y unía una doble redecilla de tendones pertenecientes a gigantes collas, derrotados y muertos ensangriento combate, del que participara Runto Caska durante la primera expedición de conquista que siguió a sus dieciséis años.Entre las dos redecillas corría, al centro, un juego de cordonesverdes y rojos, de lana de alpaca, los mismos que, al llegar a los tubos extremos de ambos lados, se hacían nudos y acababan encuatro grandes borlas. Al ser tañido este triángulo sonoro, pendía del cuello del artista por medio de un trenzado de plata enfiligrana, y, cuando no era usado, permanecía en un estuche de piel de rana, embutido por dentro con órnamo, datura sanguínea y otras yerbas vilcas, de las que solían usar los adivinos aterrados.
De regreso de la Intipampa, Runto Caska penetró en sus estancias, sombrío y meditabundo. El artista cruzó una pequeña galería de roca desnuda y desbastada a buril, fría y a la sazón desierta, dirigiéndose luego hacia una sala interior, en cuyo centro ardía un pebetero, consistente en una concha de tortuga,que despedía grato calor y voluptuoso aroma de coca y cáscara de plátano. El músico sentose en un banco de cobre, tapizado de pieles de jaguar. Allí permaneció cavilando, la mirada fija en el plafón. El artista sufría. Kusikayar no había asistido a la fiesta del huaraco y su ausencia le colmaba de zozobra. La amaba. Desde el día en que Kusikayar ingresó a la pubertad y su ingreso fue festejado, según el uso quechua, en la humilde choza de la entonces obscura y pobre niña de pueblo, Runto Caska, que había presenciado la quipuchica, la amaba con todo el ardor de su mocedad. Por insinuación del músico, el Inca la había hechoñusta, en mérito a su don para las danzas sagradas.
Extraña belleza la de Kusikayar. Nadie sabía, en verdad, el origen de su linaje, el cual se perdía en las sombras de su inferior civil en el reino. Unos decían que sus ascendientes procedían de un país oriental, de más allá de Pacarectambu, la morada que amanece, el lugar de las cuatro dimensiones. Otros narraban que la cuna de la joven radicaba en los desiertos australes, áridos y salados, cuya última linde, aguda y saliente, era de forma de una pata y por eso llamaban a los suyos patagones. Esta era la versión más general, a causa de atribuir a tal origen el símbolo de los pies milagrosos de Kusikayar. Pero no faltaban quienes, particularmente entre los sacerdotes, referían haber venido esa familia, en tiempos muy antiguos, de un imperio remoto, situado hacia la linde donde la luz tiene su lecho misterioso. Ananquizque, el joven villac, decía:
–Desde allá vino ese linaje. A esa casta no la trajeron las armas. Por sí misma, llegó una tarde a la ciudad y, según cuentan viejos caracteres en las hojas de los plátanos, ello aconteció cierta vez en que el coyllur fue visto de día en el cielo, a la hora en que las columnas de estío carecían de sombra bajo la luz solar.
La figura de Kusikayar llegó a adquirir gran relieve en los ritos religiosos. Su danza llegó a constituir una liturgia especial en las fiestas del Sol. Durante la fiesta del Situa, al empezar las lluvias y cuando prevalecían las enfermedades, Kusikayar danzaba en las puertas del Coricancha, al compás de las músicas hieráticas.En las evoluciones de su cuerpo escrutaban los taciturnos sacerdotes el incierto porvenir y la mortalidad del año. El pueblo adoraba y temía a Kusikayar, como a una aclla entre las vírgenes del Sol.
Y fue en la última fiesta del Situa, que a Runto Caska aconteciera un acontecimiento muy vago y sutil, el mismo que vino a interponerse entre él y Kusikayar, como un fantasma misterioso.
En la mañana de aquel día del Situa, en contra de los cálculos astronómicos registrados en el Kalasasaya, el aire se enrareció de repente y todo quedó obscuro, como si la noche cayese. El yllapacruzó el espacio y siguió un horrísono sacudimiento de tierra. Cayeron algunos muros y techumbres. Un anciano quedó muerto en medio de la calle. Lloraban las madres y en sus brazos gemían los niños, arañando los senos maternales. Muchas esposas encinta dieron a luz violentamente, criaturas dormidas para siempre. En el Hurin-Cusco salió una doncella enloquecida y se arrojó al río Huatanay. El terror de los quechuas no tuvo límites. Salían todos de sus viviendas a las plazas, ululando de miedo y clamando al yllapa, para que cesase en su cólera. La ciudad se conmovió en un inmenso espasmo de pavor. Hombres y mujeres,niños y ancianos, la comunidad entera estuvo reunida en la Plaza de la Alegría, delante de las puertas del Coricancha. Los sacerdotes, con las caras afiladas por el terror, y los amautas, llenos de majestad, predicaron la calma. Un villac dijo, tocado de visiones:
–El yllapa está enfadado. Es a causa de no haberse llevado acabo la conquista de los tucumanes. Así lo dice el oráculo. Dejad vuestros hogares y luego de ahuyentar el mal de las sementeras,volved aquí, a escuchar el vaticinio de la danza del Situa.
A los campos salió la muchedumbre. Entre ella iban algunos alcos asustados, husmeando las rocas y las herbosas sendas, rascando el suelo y aullando lastimeramente. Iba cada piruc a la cabeza de los suyos y toda la multitud oraba y gemía. Unos, para aplacar la cólera del yllapa, dejaban en los montículos y otras elevaciones taleguitas de coca y granos de maíz. Otros bebían un trago de los arroyos o arrojaban unas gotas de chicha, dando papirotes al aire. Cuando arribaron a los trojes, los golpearon,dando voces de alerta y apostrofando al mal para que se alejara.
De retorno a la ciudad sagrada, sobrevino la calma. Agolpados a las puertas del Coricancha, esperaron oír de boca de los adivinos las palabras del porvenir, halladas en los pies de Kusikayar.
La aclla salió, rodeada de los sacerdotes y revestida de una túnica fina y transparente. Su corta cabellera estaba suelta y no llevaba brazalete, vincha ni otro adorno, fuera de sus largos pendientes de princesa.
El Inca estaba allí, bajo su solio de oro, rodeado de la corte.Un silencio profundo se hizo. La muchedumbre inclinó la frente.Entonces se alzó la música sagrada, lenta y a grandes jirones y la aclla tuvo un acceso de exaltación. Se entonó el y tu litúrgico y hablaron los sacerdotes a la multitud:
–El yllapa cesará en su enojo. La conquista de los tucumanes se llevará a cabo. Mañana partirá la primera expedición, compuesta de quinientos honderos. Los muertos del año serán pocos. Podéis retiraros a vuestras viviendas. Orad siempre y que los holocaustos den sus frutos...
Oídas las palabras del oráculo, la muchedumbre se dispersó. Algunos grupos se encaminaron a los templos y a las huacas y ofrecieron a Viracocha, en acción de gracias, objetos de plata y cobre, piedrecillas pintadas, puñados de tierra, huesos de cuyes y chuño de papa. Otros llevaron aromas y hojas de coca, que hicieron arder al pie de las pilastras sagradas.
Todo esto recordaba Runto Caska, al volver de la fiesta del huaraca. Recordaba también que, a partir de aquella danza del Situa, la ñusta manifestaba por él un miedo extraño y observaba reservas misteriosas, aun en las horas más tiernas y apasionadas.El artista la interrogó y Kusikayar respondía de modo incomprensible. Runto Caska sufría.