XLVIII

Después de aquel amor grande y profundo,

yo la olvidé… ¡mas ay! que el bien perdido

me ama en silencio aún, aunque iracundo

su corazón se duele de mi olvido.


Y ahora, al verme con el alma helada

y muda, de la vida en el estruendo

se ríe como yo... ¡desventurada!

Se ríe... sí, ¡pero se está muriendo!