XLVII

Ayer, cuando en el alma me dejaba

el rojo estío del amor su huella,

al ver un sitio agreste, murmuraba

«¡Quién estuviera allí, solo... con ella!»


Y hoy que, con ella, avanzo hacia el futuro,

llevando en mi alma la frialdad del polo,

al ver un sitio como aquel... murmuro:

«¡Quien estuviera allí, sin ella... solo!»