XLVI

En la lívida cara transparente,

del cadáver de aquella niña hermosa,

clavó un gusano el invisible diente;

y el glotón comió tanto noche y día,

piel y carne sabrosa,

que en la fosa de aquella halló su fosa...

pues murió de una fuerte apopejía.

Y hay quien me cuenta que al morir decía:

–Mujeres, no adoréis vuestra hermosura.

Vuestros encantos son fulgores vanos.

No olvidéis que en la hueca sepultura,

con vuestra carne, alabastrina y dura,

se revientan de gordos los gusanos.