III

No me culpes a mí: culpa al infame

de quien tú fuiste por primera vez:

y que ablandó las pomas de tu huerto

antes de su completa madurez...

La hez no vale lo que vale el vino,

y él se bebió tu vino... yo, la hez.


¿Qué me diste? Las sobras solamente,

las sobras ¡ay! de tu primer festín;

la humedad de sus labios en tus labios,

en tus carnes el tufo de aquel ruin…

y el rastro de sus dedos en las rosas

y lirios de tu gárrulo jardín...


¿Qué hice yo? Perdonarte tu pasado,

seguirte siempre y por tus ojos ver;

sufrir tus altiveces, tus orgullos,

soportar tus caprichos de mujer;

y darte hasta morirme lo que amabas

en mí, lo que hoy deploras ¡el Placer!


Que caiga, pues, tu cólera, que caiga sobre

el que tus guirnaldas deshojó...

Sobre ese a quien saludas todavía

y a quien amas acaso... ¿qué sé yo?

Tus iras no me hieren, no me tocan;

¡caigan todas sobre él... sobre mí, no!