CXXVII

En la alta cumbre se abrillanta el hielo;

surge del bosque inmensa algarabía.

Vas a nacer, ¡oh, Sol! –volcán del cielo–.

Ya despuntas, Aurora, –flor del día–.


Mas, ¡ay! ¿a qué venís?

Por qué ese empeño de acariciar mis ojos fatigados?

¡No sacudáis las alas de mi sueño!

¡No despeguéis mis párpados cerrados!


Si de mostrarme habéis solo miserias,

con vuestra ardiente luz fascinadora,

la sangre calcinad de mis arterias…

mas no me despertéis, ¡oh, Sol! ¡Oh, Aurora!