CXIV

–¿Por qué te pones pálido?–me dijo,

cuando de mi constancia el juramento

hice vibrar; y con el rostro fijo

en mi semblante, continuó: –Te exijo

por Dios, que me respondas al momento.

–Es que una sombra en mi interior despierta–

la respondí, con voz entrecortada.

(Me acordé de una muerta

a quien juré también... y hoy,

sola y yerta, duerme bajo unas zarzas... ¡olvidada!)