CIII

¡Oh, calavera sombría:

cuántos misterios ocultas...

y a mi razón cómo insultas

con tu mueca amarga y fría!

Yo sé que tuviste un día

carne que te dio hermosura,

y ojos de lumbre tan pura,

que un amante, en sus excesos,

quiso devorarte a besos

hasta morir de ventura.


¡Y hoy, con las cuencas vacías

y las mandíbulas secas,

aquella ventura truecas

en sordas melancolías,

pues de los pasados días

sólo conservas, inerte,

a los cambios de la suerte,

la estúpida realidad,

y la fosca oscuridad,

de la noche de la muerte!