CIV

Cuando se destrenzó tu cabellera

como un manojo de áspides sombríos,

y entre tus labios húmedos y fríos

se hundió mi boca por la vez primera,


sentí en el alma renacer la hoguera

de mis locos y ardientes desvarios;

y al perdonar tus bárbaros desvíos,

olvidé tus infamias de ramera.


Al roce de tu carne sonrosada,

crespa saltó la sangre entre mis venas

con el ímpetu audaz de la cascada.


Y en horas de calor y éxtasis llenas,

a la luz de tu fúlgida mirada,

vi deshojarse el árbol de mis penas.