Gil Carrillo de Albornoz (Retrato)

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


D. GIL CARRILLO DE ALBORNOZ.

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Gil Albornoz, digno de colocarse para gloria de España al lado de Trajano y de Teodosio, nació en Cuenca, Ciudad de Castilla la nueva, por los años de 1299. Fueron sus padres Garcia Alvarez de Albornoz, descendiente de Alfonso V de Leon, y de Doña Teresa de Luna, que lo era de D. Jayme de Aragón. Cuidaron de darle una educacion correspondente á su ilustre nacimiento; y advirtiendo en él una disposición capaz de grandes progresos en las ciencias por los primeros ensayos á que le dedicaron, resolviéron enviarle á Tolosa de Francia, célebre Universidad de aquel tiempo, donde por su entendimiento claro y penetrante, y por su mucha aplicación se hizo luego admirar por uno de los profesores mas adelantados, especialmente en el Derecho Canónico: recibió allí el grado de Doctor; y lleno de conocimientos útiles, y de una virtud sólida, se restituyo á España á casa de su tío D. Ximeno de Luna, Arzobispo de Toledo que le confirió el Arcedianato de Calatrava, Dignidad de la misma Iglesia, en cuyo destino logró la confianza de Alfonso XI de Castilla, que le hizo su Capellán y Limosnero; y después muerto el Arzobispo su tío, le eligió para que le sucediese en la Silla. Elevado á esta dignidad, al mismo tiempo que llenó todas las obligaciones de su ministerio con una vida exemplar, cuidando del decoro de las Iglesias y aumento del culto, y celebrando dos Sínodos en Alcalá para arreglo de la Disciplina, el uno el año de 1345, y el otro en el de 47, hizo al Rey importantes servicios, dirigiéndole con acierto en medio de las circunstancias peligrosas de su reynado, desempeñando embaxadas de la mayor consideración, y sacándole felizmente con sus consejos y valor de muchas guerras contra los Moros, y señaladamente de la memorable de Tarifa contra Albohacen, en la que le libertó de la muerte arriesgando su propia vida.

El Cardenal Gil de Albornóz
Natural de Cuenca año 1299. Arzobispo de Toledo. Restaurador del dominio Eclesiástico y fundador del Real Colegio de Españoles en Bolonia. Murió en 23 de Agosto de 1367.

Muerto D. Alfonso, entró á reynar D. Pedro; y Albornoz dexando la Corte, se retiró á su patria, desde donde pasó á Aviñon, residencia de la Silla Apostólica, ó bien para ponerse á cubierto de las asechanzas del Rey contra su vida, ó bien por ser importante su persona al lado de Clemente VI, que le creó Cardenal del Título de S. Clemente en 1350, y le hizo su Legado à latere. Inocencio VI sucesor de Clemente le continuó el mismo honor de su Legado, le dió el Obispado de Santa Sabina en 1354; y convencido del valor, prudencia y virtud que había manifestado sirviendo al Rey D. Alfonso, se persuadió á que él solo podría desempeñar la grande empresa de la restauración de la Italia sublevada y apartada de la obediencia del Papa por Ludovico Duque de Baviera, competidor de Federico de Austria en el Imperio: guerra que aunque en su primer motivo no fuera bastante á justificar la opinión de aquellos tiempos, la hicieron precisa la rebeldía, el cisma, y los atentados del Duque. Dióle con efecto esta comisión, que aceptó Albornoz lleno de respeto, y el suceso acreditó lo acertado de su elección, porque armado de zelo por la gloria de la Iglesia, no perdonó fatiga ni medio alguno para restituir á la Santa Sede sus legítimos derechos; de suerte que los Vicarios de Christo, que desde Juan XXII se viéron precisados á desamparar su patrimonio, volvieron á esfuerzos de Albornoz á fixar su asiento en Roma.

Bolonia entretanto padecía la mas dura opresión por parte de los Vizcondes de Milán. Los ciudadanos solicitaron el socorro del Cardenal estimulados de la fama de sus victorias, el qual condescendió á sus instancias, y después de haber tentado todos los arbitrios para evitar la guerra, obligado de la obstinación de los rebeldes, se empeñó en la mas sangrienta; y en dos encuentros, en que perdió Albornoz los dos mejores Capitanes, uno de ellos García su sobrino, desbarató y dispersó el exército enemigo, y Bolonia cobró su libertad. Esta Ciudad, cuya conquista le costó tan cara, mereció también sus mayores cuidados, y experimentó mas que ninguna otra de sus beneficencias: mejoró su policía formando á este efecto un cuerpo de leyes llamadas de su nombre Egidianas, que aun están en observancia: aumentó el comercio, y estableció fábricas, franqueando utensilios y primeras materias para ellas, y sangrando á sus expensas el Reno, con que facilitó la construcción de molinos, máquinas, y el transporte de los géneros y manufacturas entre este pueblo y Ferrara; y finalmente mandó en su testamento edificar un Colegio, donde se enseñasen á jóvenes Españoles todas las ciencias, y es en efecto una de las obras magnifîcas de la Europa.

En medio de estas ocupaciones de Conquistador no dexó de ser un Prelado devoto desinteresado y humilde. Con motivo de los grandes progresos que hacia en Nápoles la secta de los Fraticelos, pasó desde Aviñon á aquella Capital para acabar con gente tan impura. Además de haber sostenido á sus expensas la guerra de Arimino, renunció el opulento Arzobispado de Toledo luego que fue elevado á la Púrpura, ó mas bien á la Iglesia de Santa Sabina, diciendo, que no le era lícito retener una esposa á quien no podia servir. Y aunque si hubiera concurrido á la elección de succesor de Inocencio VI, acaso habria recaído en él la Tiara, reconociéndose insuficiente para desempeñar tan grande cargo; renunció de buena gana las proporciones con que le brindaban sus amigos.

En fuerza de los trabajos que por espacio de quince anos padeció en servicio de la Iglesia, empezó á decaer su salud, y llegó el término de su vida el dia 23 de Agosto de 1367 en Viterbo. Su muerte causó un sentimiento general, é hizo tal impresión en el Papa Urbano V, que en dos dias se negó al alimento y á toda comunicación y consuelo. Fue depositado su cuerpo en Asís en la capilla que en el Convento de S. Francisco había construido á este efecto, entretanto que se disponia trasladarle á Toledo, según su última voluntad: ceremonia que á pesar de la distancia se executó con la mayor diligencia, pompa y devoción, habiendo concedido el Pontífice las mismas indulgencias que se ganan en el Año Santo á todos los que llevasen qualquier corto espacio la litera que conducía el cadaver.


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