Gesta/Mosaico/¡Vitor!

¡VÍTOR!

E

s el visionario de todas las horas. Vive fuera de la humanidad como un sonámbulo idealista que llevara en su cerebro la luz de muchos triunfos futuros. Se subleva contra las tiranías del presente, y las inflexiones de su palabra tienen entonces rujidos de tempestades, chispazos de relámpagos, fuerza impulsiva de cataratas.

Su figura de iluminado asume proporciones gigantescas cuando se alza, en son de amenaza, escupiendo su verba de fuego sobre la máscara de los dominadores, fustigando, como un nuevo vengador, á todos los envilecidos, á ese tropel misérrimo de claudicadores, de desastrados, especie indigna que marcha al azar, sin más rumbo que el señalado por el premio prometido á los que abdican.

Es el eterno incómodo de los que, fuerza de indignidades han pasado su rubicón; de los que han arribado á su montículo de cumbre más ó menos dorada. No perdona; porque él siente en el labio el temblor de la protesta y esta errumpe, violenta siempre, como si por aquella boca formulara sus quejas el espíritu de la insigne verdad.

Tiene aires de apóstol, de apóstol combatiente, que se entrega, bravío, á la lucha con el arrojo de los convencidos. Es porta—bandera.

Se le desprecia ó se le sublima. El término medio, el elogio banal, la frase hueca del aplauso momentáneo no cuadran á su temperamento, á su modalidad. Tiene detractores y admiradores. Hay quienes creen en su sinceridad y en su genio. Estos le levantan un pedestal y lo aclaman. Los otros le arrojan el estigma de su insulto; y cuando él se encarama en la tribuna de su elocuencia formidable, de su lógica inflexible, de hierro, aullan su impotencia sintetizada en un grito que hiere los oídos de la multitud con repercusiones trágicas. El grito dice: ¡el loco!... ¡el loco!... Y entonces el apóstol, en la apoteósis de su transfiguración, vuelca todas sus iras, hace un haz de rayos de todas sus cóleras y, al erguirse, su cabeza olímpica adquiere los contornos del inspirado. Entonces la turba lo apedrea...