Así fué como Clélia, la hermosa Clélia,— quince años abandonados,—cayó al antro empujada por el cariño; y cuando abrió los ojos á la realidad, con un doble poder visual de espíritu, se vió ella misma que, imitando á sus compañeras, hacía al transeunte señas maquinales por las persianas, semi-abiertas, del lupanar.
Entonces. como una visión fúlgida cruza por su cerebro, en ebullición de ideas tristes, una imágen. ¡Ay, mi madre! dice, y un suspiro hondo, tan hondo como la pena, sale al aire de su boca y llena el cuarto para ir á perderse en la onda fría con los ruidos monótonos de la calle.
Pero aquella imágen es la imágen de una muerta. Y la infeliz comprende que por eso su dolor no puede desdoblarse. El fardo tiene que pesar, monumentalmente, sobre sus hombros. ¡Y estos son tan débiles!...
Siente que los ojos se le hinchan y que á la garganta le sube el sollozo que hace extremecer el pecho en la convulsión violenta. Y vá á llorar.
En este estado piensa:
Yo no sé hacer nada. Mis manos no conocen ningún oficio. Si huyo, no sabré adonde meterme. ¿Quién me tendería la mano fuera de esta casa?
Y sigue haciendo señas, maquinalmente.
Es en ese momento que entra en su auxilio el viejo libidinoso, el mismo que la sanción popular ha declarado ciudadano benemérito de la patria!...