Flechas rojas/III
III
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Porque tú, sin cambiar el derrotero,
sin aleaciones, vas hacia adelante,
con el mango prestigio de tu acero
y tu limpia firmeza de diamante.
Porque nunca –en la paz como en la guerra–
descansas un instante en la porfía...
¡No, ni descansarás en cuanto el día
del triunfo no fulgure en nuestra tierra!
Por eso hoy, ante el cálido derroche
de tu labor en prensa y en tribuna,
los protervos te avientan su reproche;
y, con tenaz mentecatez perruna,
lo mismo que los canes en la noche,
¡ladran sus impotencias... a la luna!