ARTIGAS




La crítica histórica no ha dicho aún su última palabra acerca de este hombre, que ha tenido y tiene tantos detractores como panegiristas. Sea como quiera, nadie le puede negar que es una de las figuras más notables y curiosas de la América meridional.

José Artigas nació en Montevideo á mediados del siglo XVIII. En su juventud prestó servicios á las autoridades coloniales, que lo dedicaron á la persecución de vagos y malhechores. De esa manera adquirió un gran conocimiento del terreno, circunstancia que le fué muy útil en su agitada vida. La topografía del Uruguay le era tan familiar, que ni las cuchillas, ni los valles, ni los ríos, ni las selvas tenían secreto alguno para él. En su obscura posición y al servicio de los españoles le sorprendió el movimiento de 1810; se adhirió sin vacilar y reconoció el gobierno constituído en Buenos Aires. Su alma, empero, abrigaba una doble aspiración: quería la independencia de América, una América libre de todo extranjero yugo, pero anhelaba igualmente la autonomía de la patria uruguaya. Artigas deseaba que se reconociera la personalidad política de la Banda Oriental, como entonces se decía, la cual no había de ser una provincia dependiente de Buenos Aires, sino un Estado aparte. Sostenía la conveniencia de una Federación, pero si ésta no se establecía optaba en absoluto por la independencia.

Figuró Artigas en el primer asedio de Montevideo (1811), durante el cual se le acusó de díscolo, ambicioso y turbulento por sus continuas querellas y reyertas con sus compañeros de armas. El gobierno constituído en Buenos Aires cerraba pacientemente los ojos á las arbitrariedades del caudillo, pues la situación de aquél era asaz delicada y la influencia de Artigas demasiada útil para prescindir de ella. La revolución no estaba en el caso todavía de enajenarse fuerzas ni siquiera voluntades.

Montevideo capituló el 20 de junio de 1810 y Artigas fué ascendido á general. Proclamado por sus secuaces « patriarca de la Federación », exigió y obtuvo de Posadas la evacuación inmediata por los vencedores de lo que él llamaba la patria Oriental.

Retiráronse los argentinos, quedándose él con sus patriotas. Pero si él había sido elevado de simple guerrillero á general, sus fuerzas no habían pasado de guerrillas á tropas regulares con organización y disciplina. Seguían, pues, siendo unas partidas irregulares y cometiendo desmanes que les enajenaban muchas simpatías. Y no se convirtieron en temibles hordas, por la autoridad que en ellas ejercía el jefe que las mandaba. La influencia de Artigas en su gente cada vez era mayor.

Uno de los biógrafos de tan discutido personaje, escribe : « Á principios de 1815, derrotó Artigas á una división en el Guayabo (cerros de Asurunguá), quedando dueño de la posición y arbitro del país. Las atrocidades cometidas entonces por sus corifeos estremecen á la humanidad; todavía se recuerdan con horror los nombres de Blasito, Gai, Otorques y alguno más. Baste decir que el terror subió á tal punto con el espectáculo de las víctimas enchalecadas ó desolladas vivas, que creció la hierba en las ventanas de la capital; familias enteras vivían aisladas, incomunicadas en sus habitaciones, sin abrir de miedo las puertas ni las ventanas.

» Con todo, José Artigas continuaba siendo el ídolo de las multitudes y su prestigio era cada día mayor. La plebe le aclamaba, la muchedumbre le aplaudía; solamente desde lejos se atrevían algunos á censurar sus actos. Jamás se ha visto en Montevideo una popularidad tan grande como la suya.

» Sin embargo, siendo ya intolerables sus desafueros, el cabildo de Buenos Aires le declaró fuera de la ley; pero la proclama del cabildo que contenía tal declaración fué quemada á los dos meses por mano del verdugo, al mismo tiempo que se declaraba á Artigas patriota benemérito.

» Ensoberbecido el gaucho oriental con las caricias de la mudable fortuna, creyó que él era arbitro del destino y que podía oprimir el suelo patrio como los lomos de su caballo de guerra; pero la fortuna es tornadiza, por no desmentir su sexo, y pronto volvió la espalda al que había sido su amado más favorecido.

» Habiendo atacado Artigas, de improviso, á la división portuguesa que estaba de observación en la frontera del Brasil, dió motivo á una invasión formidable que acabó en breve tiempo con la influencia y fuerza del caudillo. Artigas fué derrotado en 1817, aprendiendo entonces cuan poco duraderas son las simpatías, cuan poco firmes las devociones, cuán míseras las adhesiones de los que rinden culto al hombre y no á la idea, al éxito y no al hombre.

» Derrotado Artigas y desconocido en la hora del infortunio por sus mismos partidarios, por sus propias criaturas, por sus más fervientes colaboradores, abandonó para siempre el suelo ensangrentado por sus caprichos, refugiándose en el Paraguay.

» El doctor Francia, aquel sombrío tirano que es otro enigma de la Historia, sabía de sobra con quién tenía que habérselas. Desconfiando de Artigas, no le negó un refugio en la tierra paraguaya, pero puso condiciones á la hospitalidad que se le concedía: le señaló por residencia un lugar remoto, Cumquatí, donde Artigas estuvo confinado y sin poder salir de la demarcación.

» En Cumquatí vivió más de veinticinco años, dedicado exclusivamente á la labranza é ignorando por completo lo que sucedía en su patria, pues sólo de tarde en tarde llegaban hasta él los apagados ecos, los rumores vagos de las luchas y de los sucesos que se desarrollaban del ancho Plata en una y otra orilla.

» Muerto Francia, el dictador López (padre) que le sucedió en el gobierno y en el despotismo, permitió que Artigas se acercara á la Asunción; en efecto, en 1845 vivía á una legua de la capital, en la chacra de Ibiraí. Allí feneció en 1850, á los noventa años de edad y treintitrés de ostracismo, olvidado ya de todo el mundo y en la mayor pobreza. »

Debemos añadir que algunos años más tarde se trató en Montevideo de rehabilitar la memoria del célebre caudillo; el gobierno mismo le decretó honores postumos, declarando que Artigas había merecido bien de la patria y que tenía derecho á que su fama fuese entregado á la piedad de la Historia. Con tal motivo se han dado á luz en Buenos Aires, en Gualeguaichú y en Montevideo mismo, numerosos libros, folletos, opúsculos y hojas destinados á denigrar la memoria del singular Artigas. Los autores han demostrado sin duda notables dotes de críticos y de literatos, mucha erudición, horror al crimen... Pero no han destruido la creciente popularidad que acompaña á la memoria del héroe.

En el Uruguay no se olvidará el nombre de Artigas.

Cuando un hombre rudo é ignorante, que cometió faltas graves, que persistió en sus errores, que tuvo debilidades y llegó hasta tolerar el crimen, deja un nombre popular y muchos admiradores, es que indudablemente prestó grandes y señalados servicios. La posteridad pronunciará su juicio definitivo acerca de tal hombre, que se halla todavía demasiado cerca de nosotros para permitirnos la fría imparcialidad. Las crueldades y los asesinatos merecen agria censura; mas los servicios pueden ser tan grandes que la figura descuelle y sobreviva cuando se desvanezcan en la sombra de los siglos todas las impurezas de la realidad.

Un pueblo tan grande, civilizado y culto como el pueblo francés, parece haber perdonado á Thiers sus carnicerías humanas porque cree que con ellas fundó la República y aseguró a paz. Las víctimas de Artigas y de sus hordas, aumentadas con las de Rivas y todos los tiranos de América, no sumarán la horrible cifra de 40,000 personas sacrificadas en Francia la semana terrible.

Dejamos, pues, á la posteridad la sentencia definitiva, el juicio final sobre Artigas y su tiempo.